La huelga es útil, otra apología de la huelga

2013/05/06
Cuantas veces se convoca una huelga general una de las cuestiones más debatidas –en los medios, las empresas, en la calle– suele ser la de su utilidad. ¿Realmente conseguirá esta huelga que los gobiernos se retracten de las medidas contra las que se convoca? En un momento de crisis ¿convocar un paro no es hacer un favor a las empresas en situación de producción restringida? ¿Qué visibilización va a lograr la convocatoria si, en algunos sectores, los servicios mínimos pueden llegar a ser del 90%? ¿No va a recibir la rutinaria respuesta de los medios, dominados por el capital o por los gobiernos, minimizando el impacto de la protesta? Todos estos interrogantes están ahí y no se hacen siempre desde la mala fe. Forman también parte de la reflexión de quienes se sienten totalmente comprometidos con esa forma de protesta y con la lucha social y sindical en general.

Tengo la suerte de poder debatir a menudo sobre esta cuestión con los militantes sindicales que hacen suya una de las tareas más difíciles y más meritoria de la lucha social, política y sindical: convocar las asambleas en sus centros de trabajo, preparar los argumentos, intervenir en público a pesar de sus sentidas limitaciones –no siempre ciertas-, empeñarse en mover la razón y sobre todo el corazón de sus compañeros y compañeras, tragar saliva en muchos recuentos de votos, comprometer a la gente a las movilizaciones… Debatir con ellos y ellas es un ejercicio exigente, porque sus dudas, interrogantes, percepciones, convicciones están fraguadas en una praxis comprometida. Y estas son algunas de las conclusiones a las que he llegado.

Creo que quienes se comprometen con el éxito de una huelga general saben que la realidad no cambia de un día para otro, que difícilmente un gobierno dará su brazo a torcer, más en los tiempos que corren, con la lucha de un solo día. Faltaría más. Pero consideran, sin embargo, que un día de huelga es un hito fundamental en unas luchas que son, necesariamente, a largo plazo. La huelga, sumada al resto de acciones de protesta y reivindicación van configurando una identidad colectiva, un “nosotros” frente a un “ellos”, sin el cual no podrá darse un escenario distinto al presente. Ven la huelga, por lo tanto, dentro de un proceso, y no como un ultimátum, un órdago o una traca final. Esos procesos lo alimentan, además, quienes tienen la plena conciencia de que todos nuestros logros han venido, a lo largo de la historia, como fruto de la movilización, del conflicto y de las huelgas.

Quienes se comprometen con la huelga general no hacen un cálculo coste-beneficio a corto plazo. Claro que un día de huelga puede ser costoso para quien tiene un salario de miseria; o que el sindicato puede estar llamándome a la huelga para protestar por algo que a mí quizá no me afecta directamente. Sin embargo, el cálculo del huelguista es totalmente otro: parte de la convicción profunda de que a nadie le puede ir, bien ahora o en el futuro, cuando muchos y muchas son empobrecidos. Por eso, quienes se comprometen con la huelga general, haciéndolo, se declaran competentes en política, y se consideran –lo son– tan legitimados como cualquier presunto experto para definir lo que conviene al conjunto de la sociedad. Y se sienten legitimados además en el aspecto más nuclear de esa legitimación: ya que en su alternativa de sociedad hay sitio para todos, que aquí no sobra nadie, ni nadie debe irse… que su alternativa es la única humanamente deseable. Con la huelga general los huelguistas toman las riendas de la política para decir claro y alto que si es cierto lo que los “otros” dicen – que “no hay alternativa”- entonces no tienen sentido ni los cambios de gobierno, ni los partidos, ni la propia democracia.  El coste a pagar, en cualquier caso, es menor que el beneficio al que se aspira: una sociedad, más justa y democrática.

Quienes se comprometen con la huelga general no se miran a sí mismos, o no sólo a sí mismos. Durante siglos la solidaridad con otros a nivel nacional e incluso internacional ha sido el desencadenante de muchas huelgas. Con la huelga general, acompañamos y damos oxígeno a todos y todas las que luchan por su dignidad cada día en cada centro de trabajo y en la sociedad. Son multitud los conflictos y las huelgas hoy abiertas en nuestro país, tanto en empresas como en sectores. Y quienes hacen huelga conocen bien el miedo, la incertidumbre, la fatiga, el violentamiento incluso que supone mantenerse en la lucha cada mañana. La huelga general es, en ese contexto, un mensaje contundente: “vosotros y vosotras que lucháis cada día tenéis razón y sois lo mejor de esta sociedad”. La huelga general apela así al miedo de muchos a las futuras represalias de sus empleadores. La huelga general construye el marco en el que los silenciados, los amedrentados del mundo del trabajo, pueden protestar por su situación de subordinación, dependencia y explotación. Es el día, también por ello, en el que los que tienen empleo gritan que no habrá paz en las empresas hasta que todos y  todas lo tengan igualmente, hasta asegurar su sustento y el de los suyos.

Quienes se comprometen con la huelga general ponen la situación de las clases populares en el centro de la vida social. “Secuestran” por un día el poder de los medios de comunicación para construir el imaginario social, y gritan que lo más grave debe ser lo prioritario, que el empleo digno para todos y todas, y no la banca, debe estar en el centro del debate social este día y todos los días en adelante. Con la huelga general señalan las alternativas posibles, aquí y ahora, para una sociedad más justa, un trabajo más digno y un reparto más equitativo de la riqueza.

Quienes se comprometen con la huelga general, generando un “nosotros” apuntan también a un ellos, a los responsables de esta situación. Recuerdan al mundo que lo que nos pasa no es una fatalidad. Que las cosas pueden y deben ser de otra manera. Que lo nuestro no es sólo la otra sociedad posible, sino la única necesaria y deseable.

Creo también que quienes se comprometen con la huelga general, hoy, aquí, en 2013, hacen un ejercicio de desobediencia. Es bien cierto que la huelga sigue recogida en los ordenamientos jurídicos occidentales como libertad consustancial al derecho a la negociación colectiva. Eso explica que se la considere como un repertorio de acción convencional. Pero es igualmente cierto que esa libertad es sólo una formalidad cuando la inmensa mayoría de la clase trabajadora se debate entre el paro, la precariedad y la amenaza de despido cada día más fácil y barato. Hacer huelga hoy –sin demérito de quienes nos precedieron– no supone lo mismo que hacerla hace treinta años. Creo que ya no cabe hablar de la huelga como una forma de lucha convencional. Mucho me temo además, que esa libertad puede verse seriamente atacada en el contexto de esta crisis.

Quienes hacen suya la huelga general, se comprometen con un ejercicio de politización-concienciación difícilmente comparable. Como decía al principio, convocar la huelga es argumentar, formar, intervenir, convencer, movilizar… Los militantes y las militantes de ELA y LAB, junto al resto de sindicatos y movimientos sociales,  están convocados a culminar con éxito más de 3000 de estas asambleas durante las próximas semanas, para mover las piernas y los corazones de sus compañeros y compañeras. No conozco una experiencia de formación político-social más intensiva, más potente, y más atacada desde todos los resortes del poder.

Termino. Hace unos años, un lehendakari se reunió con una granada representación de los empresarios del país, y no encontró mejor modo de adularles que decirles lo siguiente: “vosotros sois el 90% del PIB de este país”. El próximo 30 de mayo, centenares de miles de trabajadores y trabajadoras, van a recordar a sus gobernantes y empleadores que nosotros hacemos el mundo; que nosotros y nosotras limpiamos, enseñamos, cuidamos, curamos, servimos, producimos, transformamos, construimos, vendemos, repartimos, transportamos… Van a recordar que no hay más fuente de riqueza que el trabajo de muchos; y que porque hay trabajo de sobra debe haber empleo para todos y todas. ¡Viva la huelga general!