El país que nos ocultan

2019/10/02
El Gobierno Vasco ha decidido guardar en un cajón durante semanas un informe sobre el incremento de la pobreza en la CAPV. No debe de ser relevante que tengamos la mayor tasa de pobreza de los últimos veinte años. Sin embargo, el número de personas que viven en la pobreza se ha incrementado en un 46% en tan solo una década. Una pobreza que sigue creciendo (7% en tan solo tres años), y que afecta a 130.965 personas, de las que 55% son mujeres. A esto hay que sumar otro dato muy preocupante, el incremento de la población que está en riesgo de caer en situación de pobreza: Hoy son 270.294 personas, es decir, un 41% más que en 2016.

Es una de esas tantas noticias que habitualmente o bien quedan fuera de la agenda informativa, o no ocupan el espacio que deberían en los medios de comunicación de mayor difusión.

Se oculta en la práctica la información relativa a la realidad laboral y social de miles de personas en nuestro país, esa crónica que debería describir que la vida de miles de personas en Euskal Herria se está complicando cada día.

Hay que preguntarse por ejemplo por qué las haciendas de Bizkaia, Araba y Nafarroa no publican la información relativa a los salarios. Solamente la Diputación de Gipuzkoa hace pública esa información(fruto de la exigencia de ELA en los años en los que la Diputación estuvo gobernada por EH Bildu). Es inaceptable que no solo ELA, sino el conjunto de la sociedad vasca no pueda conocer que está pasando con algo tan importante como los salarios.

Se oculta probablemente porque no se quiere contar que los salarios han perdido 10 puntos de poder adquisitivo en la última década, y que además los salarios más bajos son los que más han bajado. Una foto muy esclarecedora de cómo avanza la precariedad.

Hace unas semanas los compañeros del sindicato del sector de la Construcción denunciaban que en las obras del metro de Donostia se trabaja 16 horas al día en un agujero, cuando la ley prohibe que sean más de seis horas. Hay que recordar que se trata de una obra pública, en la que entre otras administraciones también tiene responsabilidad el Gobierno Vasco, y donde se permiten este tipo de prácticas esclavistas, porque las licitaciones se hacen como se hacen, al precio más bajo y sin exigencias para las empresas.

No muy lejos del metro se encuentran las obras del estadio de Anoeta. La atención mediática llega la mayoría de las veces tarde, generalmente cuando los accidentes de trabajo provocan muertes, pero hay que recordar que las empresas y subcontratas que están construyendo Anoeta deben más de 4,5 millones de euros en salarios y cotizaciones a los trabajadores con contratos falsos, y que la Inspección ha impuesto sanciones de 250.000 euros. Una realidad, por cierto, muy parecida a la de la construcción del TAV, donde los abusos están a la orden del día y han muerto ya 9 trabajadores.

La precariedad está muy presente en la mayoría de sectores, también en los servicios. Desde las personas que trabajaron en el BBK Live a las que prestan servicios en el aeropuerto de Loiu, donde una empresa privatizada y con importantes beneficios tiene a más de 2.400 trabajadores y trabajadoras en subcontratas sin ningún tipo de subrogación reconocida y cobrando en muchos casos prácticamente el SMI.

Una realidad laboral que afecta también al sector público, porque Navarra y la CAPV son los territorios del Estado con la temporalidad más alta entre las plantillas de la función pública. La huelga que mantiene la plantilla de atención primaria de Osakidetza para conseguir más medios ante una saturación muy evidente es otra prueba más de esta realidad.

Ante esta situación, no debería pasar desapercibida la encuesta que se ha realizado en la plantilla de EITB: Tres de cada cuatro trabajadores y trabajadoras consideran que la información del Ente público vasco está dirigida a defender y a vender las políticas del Gobierno Vasco. Aquí se ha construido, mediante la ocultación y la propaganda informativa, la idea del llamado “Oasis vasco”. Sin embargo, lo que tenemos (basta con atender objetivamente a la realidad laboral y social) más que un oasis es, cada vez para más gente, un espejismo.

Por eso, posiblemente una de las principales contribuciones que un sindicato puede hacer es contar la verdad, describir y denunciar lo que la clase trabajadora de este país ve cada día, aunque ello no ocupe la centralidad mediática ni política que merecería.

Una personalidad de la cultura vasca nos dijo una vez: “ELA tiene caja de resistencia, pero no caja de resonancia”. Estaba en lo cierto; ni la tiene ELA, ni el conjunto de la clase trabajadora de este país. Precisamente por ello somos muy conscientes de que nuestra tarea empieza por ahí, por romper el silencio, por sacar a la luz pública la injusticia en la que miles de vascas y vascos viven cada día. Conseguir voz y resonancia para, al menos, ser capaces de ver el país tal como realmente es, y no como nos lo pintan.