La involución política del Estado español y la movilización social no partidaria refuerzan el proceso soberanista en Cataluña
ELA felicita al pueblo catalán, a las organizaciones sociales que alimentan el proceso y a sus instituciones por hacer posible el 9-N. Zorionak! Para mostrar ese apoyo, ELA participó ayer sábado en la movilización de Gure Esku Dago en Donostia, y este domingo una delegación del sindicato está en Cataluña para expresar nuestra solidaridad.
ELA quiere subrayar dos elementos que se han producido en Cataluña en los últimos años, los dos muy importantes. El primero, que la involución del Estado español ha sido convertida en pedagogía política para un pueblo. Los noes del PP y PSOE han tenido un efecto catalizador para el proceso soberanista. El segundo hecho, la movilización social. Determinante para entender la reacción de los partidos al convertir en inviable una acuerdo de élites que defraude las expectativas de la mayoría social (la falsa tercera vía).
El referéndum en Escocia -así nos lo dicen amigos escoceses- ha resucitado la democracia, dando vitalidad al debate político y activando a una parte de la sociedad alejada de la vida pública. El referéndum ha puesto en manos de la ciudadanía el destino de sus vidas. Es verdad que ha ganado el no, pero el proceso no ha terminado. Un representante del SNP nos decía que habían perdido “por no haber explicado a los nacionalistas escoceses cómo se iban a pagar las pensiones”. Reflexión que refleja la importancia del modelo de sociedad en el proceso, además de la cuestión identitaria y democrática. El neoliberalismo no suma.
Cuando un Estado niega por sistema cualquier salida y usa la ley -su ley- y tribunales partidarios como muro en el que choquen las legítimas aspiraciones de un pueblo, la desobediencia civil y democrática es parte del camino. Así ha sido a lo largo de la historia. A cada pueblo le corresponde decidir cuándo esa sociedad, sin tutelas interesadas, está madura para hacer ese recorrido. Un camino difícil, pero que en el Estado español es inevitable. Cataluña, ninguneada hasta el extremo, dice que está preparada. Sabe que aceptar el límite de la ley estatal condenaría todo el proceso. En Euskal Herria, con el Estatuto Político, sucedió lo mismo que en Cataluña. Sin embargo, la élite política -cierto es que en una situación bien distinta para consolidar alianzas- temerosa de perder el control, decidió no hacer pedagogía política, no movilizar a la sociedad y guardar el proyecto en un cajón.
Ahora plantea la bilateralidad con el Estado; un planteamiento que carece de cualquier recorrido. ¡Que se lo pregunten al propio Mas! No hay ninguna posibilidad de acuerdo con España. Susana Díaz, presidenta del PSOE, opinaba en relación con el derecho a decidir del pueblo catalán: “No les podemos reconocer que son una nación; sería tanto como reconocerles derechos originarios y esos solo los tiene España”. Dicen que no son nacionalistas... Quienes defienden que la transformación de la sociedad reside solo en las instituciones no creen en un proceso soberanista. El Estatuto Político fracasó porque no había voluntad política real de confrontar democráticamente con el Estado y porque no hubo movilización social que empujara. Cuando la movilización se produce, en sociedades con déficit democrático como la nuestra, aparece una élite política –y también económica- defensora de su status que no quiere renunciar a dirigir los procesos políticos, sociales y económicos; una élite que mira con desconfianza -y hasta con desprecio- a la movilización y participación social.
Son muchas las distancias con Cataluña. Demasiadas. Distancias que no se reducen con una inflación de acciones movilizadoras. Son tiempos nuevos en donde necesitamos que aparezca la política con mayúsculas, tiempos para liderazgos osados. En nuestra opinión, se trata, si queremos ir en serio, de que las movilizaciones formen parte de un proceso; de que al día siguiente de vernos en la calle exista una agenda compartida entre quienes defendemos que Euskal Herria es una nación.