Análisis de urgencia

2016/09/07
Una de las cuestiones más llamativas de los frustrados debates de investidura que se suceden en el parlamento español consiste en su simetría imposibilitante. El PP (con el apoyo de C´s) busca el apoyo pasivo del PSOE y no lo consigue. El PSOE, unos meses antes (y también con el apoyo de C´s), se automutila negándose a buscar apoyos a su izquierda. Los acuerdos con C´s, en ambos casos, tienen que ver con cuestiones socioeconómicas y de regeneración democrática. Y a partir de ahí, lo que se escenifica, como bien señala Anton Costas (La Vanguardia, 7 de septiembre), es una contienda ad hominem, es decir, Sánchez contra Rajoy o Rajoy contra Sánchez. Quién es más corrupto, quién la tiene más…

Este debate ad hominem y esos acuerdos sobre economía y regeneración podrían hacernos pensar que el sempiterno debate territorial ha dejado de existir en el estado. Pero nada más lejos de la realidad. En el fondo, comparto con Costas, todo lo que está ocurriendo en torno a la investidura frustrada tiene que ver con la cuestión territorial. Es posible que haya sectores del capital que teman más o menos una entente de izquierda (PSOE+Unidos Podemos), pero en el fondo, pienso, lo que mantiene paralizado el escenario institucional es el debate territorial: ni PSOE ni PP están dispuestos a echar mano de las fuerzas nacionalistas ni podemitas para garantizar su investidura, ya que su apoyo exigiría, de una manera u otra, el abordaje del encaje de las naciones del estado. Recordemos que es en Euskadi y Cataluña, sin minusvalorar Galicia y Nafarroa, donde Podemos alcanza sus mejores resultados. Recordemos que en Cataluña el punto ya no está en una discusión competencial o de financiación. Recordemos que ya no hay ETA y ya pasó lo que pasó con el Plan Ibarretxe. El debate territorial, de haberlo, será sobre ser o no ser. Y por eso no debe haberlo: se trata de no ser. En eso están de acuerdo PP, PSOE y C´s. Como están de acuerdo en que debe aplicarse el directorio neoliberal europeo. Faltaría más.

Cataluña y su proceso siguen su curso… Movilización social importante prevista para la Diada, con la participación de Colau... Apoyo de la CUP a Puigdemont en la próxima cuestión de confianza...  Aires de desconexión. Las declaraciones de la fiscal general Consuelo Madrigal del estado ayer, aunque atenuadas, no dejan dudas al respecto. Van a combatir mediante "todas las vías" cualquier estrategia de ruptura, como se está viendo en el caso Forcadell.

En Euskal Herria, el TC decide no entrar al fondo en el caso Otegi e impedir su candidatura. Previsible. Se trata de polarizar el escenario de las próximas elecciones autonómicas e incrementar las contradicciones entre las fuerzas abertzales. Creando ambiente para las autonómicas del próximo día 25....

A este escenario en el que el debate territorial es el factor decisivo pero no explicitado de un bloqueo de dimensiones históricas, hay que añadir una coyuntura judicial de vértigo. El presidente del TS, Carlos Lesmes, lo sabe, y hablaba ayer de "rabiosa independencia judicial". No se lo cree pero lo dice porque sabe que cuando el pueblo gruñe más les vale a los jueces parecer amigos del pueblo. Y es que durante las próximas semanas se van a suceder las procesiones, vistas orales y comparecencias judiciales de que van a suponer un auténtico calvario sobre todo para el PP: la trama Gurtel, Bankia, las tarjetas black, la trama valenciana, los papeles y discos duros de Bárcenas, Noos, el 3% de Convergencia, los EREs andaluces... Ahí veremos circular a Bárcenas, Rato, Barberá, Urdangarin y unos cuantos cientos más de imputados. Sobrevuela en los mentideros, por otro lado, la presunta manipulación de los datos electorales de los últimos comicios de las que dicen, desparecieron cientos de miles de votos, y las sospechas sobre la empresa que el gobierno español subcontrata para estas tareas. Lo relevante es, en cualquier caso, que no está nada claro que, en ese contexto mediático de persecución judicial, el PP pueda revalidar sus resultados electorales del pasado junio.

Sumémosle a este escenario la segunda renuncia del ex ministro Soria. La primera fue su dimisión como ministro por mentir en relación con su participación en empresas panameñas. La segunda, según dicen a petición del gobierno, una vez se destapa su voluntad de optar al cargo de director ejecutivo del Banco Mundial. Ahora han sido, al parecer, los barones del PP quienes se plantan ante Rajoy, muy en especial el gallego que, en vísperas de elecciones autonómicas, ve peligrar su mayoría absoluta. El incidente Soria da oxígeno a Sánchez en su negativa a regalar la investidura y descompone la bandera anticorrupción del aliado Rivera.

¿A dónde quiero llegar con todos estos elementos?

No lo sé. ¿Quién lo sabe?. Pero puestos a conjeturar, bien podríamos pensar que estamos en vísperas de un escenario de inestabilidad política similar en su gravedad al que obligó a acelerar la abdicación de Juan Carlos I. Un escenario en el que la "razón de estado" y quienes manejan sus hilos podrían exigir a las dos principales fuerzas políticas españolas la configuración inmediata de un nuevo gobierno para evitar unas terceras elecciones. Un escenario de urgencia y gravedad tal que podría sacrificar cabezas como las de Rajoy y el propio Sánchez, cabezas en cualquier caso menos relevantes que la del viejo Borbón. Sánchez está de ronda de partidos, de la cual nadie, ni él, espera nada. El joven Borbón ha dicho que no va a convocar a los partidos. Todo parece en calma. Y probablemente así sea hasta el día 25, en que se leerán los resultados electorales de Euskadi, y sobre todo de Galicia, y se empezarán a tomar decisiones.

En el fondo fondo, como en la transición, como en el tejerazo, como siempre en la historia de España, la cuestión territorial. Rodarán cabezas. Las que hagan falta. Porque debe imponerse la razón de estado. El no ser. Pero esto no es lo peor. Lo peor somos nosotros y nosotras, vasquitos y vasquitas, incapaces de concitar los más mínimos consensos que nos permitan aprovechar las oportunidades de la crisis española y la europea. Incapaces de delimitar lo que es compartido y lo que debe ser materia de sana confrontación autóctona. Y cuando no hay consensos todo es competencia y todo vale. Y entonces no hay líneas rojas, ni siquiera entre nosotros. Es, como recuerda Joseba Sarrionandia, lo nuestro, lo banderizo.