Empatía con el que viene

2021/06/23
A través de la tumultuosa historia de la Humanidad, los movimientos de personas de un lugar a otro en busca de un futuro mejor han sido permanentes. Hombres y mujeres que huían del hambre, de las guerras o de la persecución política o religiosa, han dejado, con gran pesar, sus lugares de origen y han emprendido la gran aventura de su vida para encontrar un destino en el que poder desarrollar una vida mejor que la que dejaban atrás.

Sin ir más lejos, cabe recordar que muchos de nuestros barrios nacieron y crecieron al calor de los incipientes procesos de industrialización con vecinos y vecinas que vinieron de las partes más deprimidas de nuestra tierra y de provincias del estado en las que el hambre, la miseria y el caciquismo decimonónico no permitían vivir de forma decente. De esta manera, esa primera ola de inmigración colaboró activamente en forjar la identidad colectiva de nuestros pueblos y ciudades.

Por eso, cuando observamos el tráfico humano que generan algunos estados y las mafias para aprovecharse de la miseria de la que huyen miles de personas, cuando escuchamos discursos xenófobos que buscan azuzar nuestros sentimientos más bajos, resulta imprescindible tener presente nuestros orígenes y recordar que ninguna persona se embarca en una patera o se dedica a saltar vallas fronterizas por capricho o afán de perjudicar a nadie. Son seres humanos que huyen de las situaciones de pobreza e inestabilidad que existen en sus países y que depositan toda su esperanza vital en llegar a la Europa de los derechos y las libertades para poder vivir en paz y dignamente.

Estos procesos no van a terminar; van a seguir repitiéndose constantemente y hora es ya de que desde las instituciones empiecen a poner las bases políticas, sociales y económicas para acabar con este drama humano que, cíclicamente, pone en jaque nuestras conciencias.