La segunda parte
Tiempo tendremos también para evaluar los aciertos y errores de nuestros dirigentes políticos ante una crisis sin precedentes, que ha puesto en evidencia algunas insoportables carencias en sectores vitales de nuestras vidas. Los partidos políticos progresistas, así cómo los movimientos sociales, vamos a tener que pasar a limpio las conclusiones que se han sacado durante este año de emergencia sanitaria y esa tarea requiere de un ejercicio compartido de honestidad, transparencia y voluntad de poder seguir tomando calles y plazas para que nuestras reivindicaciones de ensanchar el estado de bienestar no vuelvan a caer en saco roto y se repitan los dramas de la crisis de 2008.
Mientras tanto la derecha, a través de sus poderosas terminales mediáticas, esboza con trazo grueso un relato con un anecdotario de caos, bulos, inseguridad ciudadana y confusión social que, aderezado con el miedo que nos ha inoculado el virus, genera un caldo de cultivo para que la desconfianza hacia el futuro de una parte de la sociedad les permita recuperar el liderazgo en las instituciones; cueste lo que cueste. El estado profundo, que responde a las necesidades de los privilegiados en lo político y lo económico, siempre ha necesitado una interpretación de la Historia acorde con sus intereses temporales y en esta ocasión utiliza los falsos rumores como arma de guerra para crispar a la sociedad traspasando sin pudor las líneas rojas básicas que garantizan la mínima convivencia en una sociedad democrática.
Esos discursos inflamados que buscan la excitación de la población han hecho fortuna en lugares como Brasil o EEUU, en los que dirigentes de la catadura moral de Jair Bolsonaro, Donald Trump respectivamente, conducen a las clases populares a un abismo social del que resulta muy complicado salir. En cualquier caso, no caigamos en la tentación de pensar que en esta sociedad tenemos la vacuna para librarnos del virus del fascismo; sería un grave error cuyas consecuencias pagaríamos durante mucho tiempo.