Están desahuciando a tu vecina

2023/01/11
Mirari Ullibarri
El 22 de diciembre, mientras todas nosotras ultimábamos los regalos y los preparativos de la festividad religiosa, también llamada navidad, Charo era desahuciada. Parece irónico que, cuando algunas esperabais que los niños y las niñas de San Ildefonso os dieran una buena noticia, otras desearan que la Policía Nacional no ejecutase el desalojo en el barrio madrileño de Vallecas.

La fotografía de Charo, una mujer de 76 años aferrada a lo único que le quedaba en ese momento (su perra Dana), nos mostró, no solo la dureza de la realidad, sino también la tristeza que suponía quedarse en la calle, sin techo, en pleno diciembre. Tras la noticia, todas nos preguntábamos cómo una persona que vivía en situación de vulnerabilidad económica, que había sido víctima de violencia de género, y que padecía cáncer, podía ser desahuciada. Incluso después de que en 2018, el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU dictaminase que las instituciones públicas debían ofrecerle una alternativa habitacional.

Pero la jodida realidad, y perdón, pero esto no tiene otra palabra, es que el caso de Charo no es único. Días más tarde, el 29 de diciembre, alguien o algunos provocaron un incendio de madrugada, en un bloque de 16 viviendas ocupadas de la SAREB, en las que vivían y en ese momento dormían, decenas de personas. Sí, has leído bien, a algunos individuos les pareció buena idea quemar vivas a personas pobres que no tenían otra alternativa habitacional que no fuera ocupar esos pisos abandonados. Este hecho atroz no es más que el resultado de las campañas de criminalización de la pobreza llevadas a cabo por inmobiliarias, medios de comunicación, empresas de seguridad y partidos políticos.

Porque perdona que te lo diga, Mari Carmen, pero estar en contra de la ocupación, cuando los bancos y los fondos buitres utilizan este derecho tan fundamental -el derecho a una vivienda digna- para especular y sacar beneficios millonarios, es cuestión de clase. Porque criminalizar a una mujer de 76 años, víctima de violencia de género y enferma de cáncer que se ha visto obligada a ocupar una casa en Vallekas de la cual la acaban de echar para hacer una vivienda turística, es cuestión de clase.

Pero si Madrid te queda lejos, aquí en Euskal Herria, tenemos más ejemplos: Kutxabank quiere echar de su casa de Galdakao a Patxi, un pensionista de 67 años; el Banco Santander quiere dejar a Mohammed, Rkia y sus dos hijas en la calle; el fondo buitre Cerberus pretende expulsar a una mujer y a sus tres hijos menores de su vivienda; y hace tan solo unos meses, el fondo Reno Amusement SL quería subastar la casa en la que vivía María Ángeles, de 80 años, tras no poder hacer frente al pago del préstamo fraudulento que le había adjudicado a su hijo ya fallecido. A pesar de lo dramático de la situación, los datos recogidos en el diagnóstico que realizó Aitor Murgia, miembro del Gabinete de Estudios de ELA, indicaban que a diario se producen cuatro desahucios en Hego Euskal Herria. Sí, señora, cuatro cada día.

Ante todo esto, una de mis mayores preocupaciones es la deshumanización y la banalización de esta problemática. Vivimos en una sociedad en la que trabajamos para poder tener un lugar donde caernos muertos. Una sociedad en la que especular con una segunda vivienda está a la orden del día. Y sin lugar a dudas, una sociedad en la que nos hemos mal acostumbrado a ver los desahucios de nuestras vecinas. Pero , ¿sabes qué es lo peor, Mari Carmen? Que parece que nos de igual.

A veces, cuando estoy pesimista, me viene esa idea capitalista a la cabeza, esa que dice que “tenemos lo que nos merecemos”. Pero luego rectificó, me enfado y pienso; no, no es verdad, la clase trabajadora tenemos las migajas que nos han dejado los cuatro tenedores, los que han decidido destrozarnos la vida, a cambio de llenarse los bolsillos con nuestra fuerza de trabajo. Como bien decía este fin de semana la referente feminista, Irantzu Varela, “poco quemamos”.

A pesar de todo ello, todavía nos queda un atisbo de esperanza, cada día son más los colectivos, agrupaciones y sindicatos los que ponen en el centro la problemática de la vivienda: desde Batu Sarea a Galdakaoko Etxebizitza sindikatua; desde AZET a Saretxe; y desde Auzoan Bizi a Derecho a Techo. Porque como decía ayer mismo el actor, activista y director de la película `En los márgenes´, que recomiendo encarecidamente, Juan Diego Botto, “sin la gente que lucha el mundo no avanzaría”.