La violencia política es una estrategia para que dejemos de ser

2023/06/13
El 26 de noviembre de 2022, durante un mitin realizado por la formación política Podemos en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, la ministra de Igualdad del Gobierno de España, Irene Montero, decía lo siguiente: “La violencia política es una estrategia que elige nuestro adversario para intentar destruir personalmente a las compañeras que temporalmente están al frente y para disciplinar con ello a todas las demás.”

En ese momento, junto a Montero, se encontraban la activista de los derechos de las personas trans Mar Cambrollè, la periodista Cristina Fallarás, la actriz Itziar Castro, la abogada Carla Vall, la cómica Patricia Galván y la creadora de contenido Jen Herranz. Esta imagen no era casual, todas ellas habían padecido o seguían padeciendo violencia política por el mero hecho de existir. Por el mero de ser mujer* y defender nuestros derechos.

Esto no ocurre por su actividad política y/o laboral, esto sucede porque vivimos en una sociedad machista, homófoba, tránsfoba, misógina y racista que no tolera que tengamos voz. Unos poderes fácticos, económicos, religiosos y mediáticos que prefieren destruir las vidas de las mujeres* que están en primera fila, antes de perder un ápice de privilegio. Su saña lo único que demuestra es que la acción de estas mujeres hace tambalear el sistema que ellos (hace falta remarcar el género masculino) han creado.

No, esta violencia no solo se reproduce en el Estado español; aquí, en Euskal Herria, también pasa, y sino que se lo pregunten a nuestra vecina, Irantzu Varela. Militante bollera-feminista que es acosada y violentada a diario por el mero hecho de atreverse a decir lo que muchas callamos.

La semana pasada tuve el placer de participar en el segundo encuentro de observatorios en contra de la LGTBI+fobia que tuvo lugar en Barcelona. Durante esos días se trataron temas como la Ley trans, las agresiones en ocio nocturno o el transporte público, la educación o la necesaria colaboración entre organizaciones. De todas las cuestiones hubo una que me llamó especialmente la atención; todos los grupos allí presentes indicaron que existe un auge de los delitos de odio, algo que nos había hecho llegar Ikusgune mediante su informe anual.

Como Amets y Julen, integrantes de Ikusgune, indicaron hace unas semanas, a través de los delitos de odio las personas agresoras niegan la dignidad de la víctima y por eso cometen un delito contra ella. Por si la agresión no fuera suficiente, esta también funciona como aviso o amenaza a todo el colectivo de personas que pertenecen al grupo, en este caso al colectivo de personas LGTBI+. Como señala la organización alavesa, un delito de odio supone un atentado tanto a la dignidad de la víctima como a la de todo el colectivo al que pertenece.

No se vosotras, pero yo aquí veo una relación clara: a las mujeres y a las personas LGTBI+ nos odian por “ser”. Por existir en un ideal/norma que no está diseñado para nosotras, por atrevernos a ocupar espacios como el tren de Barcelona, por decidir salir de fiesta en Villabona o Gallarta, por decir que estamos hartas de la violencia que se vive en la cámara de representantes, de ser menospreciadas como comunicadoras o periodistas, de ser agredidas en tu casa de Basauri y de ser asesinadas en un apartahotel de Vitoria. Porque de nuestra libertad nace su odio y desde nuestra trinchera morirá su mandato. No vamos a resistir, vamos a vencer, porque en esta sociedad su odio no tiene cabida alguna.