El futuro que temen se hará realidad

2018/05/28
Tras la declaración de disolución de ETA, de todas las reacciones, la que más me llamaron la atención fueron las de algunas asociaciones de víctimas. Y me llamaron la atención por la discordancia entre la palabra, lo que decían, y la imagen, es decir, el tono y la pose y el mensaje asociado a estos. Con las palabras se subrayaba la derrota de ETA. Pero la imagen, los gestos, las expresiones… revelaban un enorme enfado y resentimiento, y no sólo con ETA, y eso en un momento que, en buena lid, era largamente ansiado.

Con las víctimas se han cometido enormes injusticias. Y entre ellas quiero subrayar las que tienen que ver con las expectativas. Durante años, desde determinadas instancias políticas e institucionales, se les ha transmitido, por un lado, que los militantes de ETA se van a pudrir en la cárcel, y por otro, que el independentismo jamás podrá realizar su proyecto político. Haber alimentado esas dos expectativas constituye una enorme irresponsabilidad, ya que contradice principios democráticos y humanitarios fundamentales, como es el principio de reintegración asociada a la política penitenciaria y el de libertad de participación política.

Junto a las expectativas, ha sido un error también la manera en que a las víctimas se les ha expuesto públicamente. Se las ha convertido en símbolo público –de qué y– de una victoria, la del estado de derecho. Esta exposición ilegítima es ajena a la razón y, lo que es peor, incapacita a menudo a la víctima para la reconstrucción de su propia identidad, de su propia humanidad. Se sacrifica lo íntimo en aras de un objetivo político menor, como es el de deslegitimar el proyecto político del adversario. Una cruda instrumentalización.

El pasado 10 de mayo, Mayor Oreja publicó un artículo en Abc. En síntesis decía lo siguiente: “En Cambó asistimos a un punto y seguido de un largo proceso (mal llamado “proceso de paz”), la transformación de ETA en un proyecto político. Ese proceso es letal para España. Y ETA no sólo no ha desaparecido, sino que se ha extendido (Cataluña, Navarra, Baleares, Valencia…) y está más presente que nunca en la sociedad”. Para Mayor, “el punto más débil de España era y es la nación”. Por eso el mayor riesgo es aproximarnos a un “estado confederal, asentado en la autodeterminación”. Ahora muchos van a defender que “hay que hacer legal lo ilegal” (leyes de referéndum, segunda transición…). Vamos a asistir a una situación de enorme gravedad: exigencia del derecho a decidir y cambio de política penitenciaria. Porque no hay “proceso de paz” sin “precio político”.

Jaime Mayor cree anunciar la política del futuro: 1) tratarán de ahogar por cualquier medio las demandas nacionales (catalana, vasca…); 2) tratarán de impedir que se aprovechen de la debilidad nacional de ese estado fuerte que es España, para que no se revisen puntales de la primera transición (monarquía, autodeterminación, juicio de crímenes de estado…) y 3) tratarán de mantener la actual política penitenciaria inhumana. Lo nefasto de la proyección de Mayor es que siete años después del fin de la lucha armada sigue insistiendo en el imaginario insostenible que se proyectó irresponsablemente sobre las víctimas, a sabiendas de que el futuro será de otra manera. Sigue alimentando la represalia como lógica penitenciaria, la represión como estrategia nacional y el enfrentamiento frente a la convivencia. Pero el futuro no será ese: las personas presas serán reintegradas, los pueblos decidirán libremente su futuro… y las víctimas reconstruirán su dignidad y su identidad más íntima. Quienes vivieron enfrentados no serán amigotes amnésicos, pero podrán vivir reconciliados. El futuro que temen acabará haciéndose realidad.