La resistencia

2018/04/17
Allá por los 80, cuando cursaba estudios de teología, en los manuales y en las clases de ética social aún se discutía si la relación salarial era una relación “pecaminosa” en sí misma. Esa consideración, que hoy hasta produce risa, no dejaba de tener su enjundia. Porque lo que estaba claro, lo que era asumido por teólogos y moralistas de todas las tendencias, incluidos los más conservadores, era que la relación salarial –el contrato trabajo– era una cuestión problemática, que se asemejaba a una forma de prostitución, por la cual, un ser humano se deja explotar por razón de su necesidad y la de su familia.

En aquellos años, el del Trabajo era un capítulo distinto y amplio de los manuales de moral, y papas como Juan Pablo II –poco sospechoso de simpatizar con las tesis comunistas– escribían cosas que hoy sonarían revolucionarias, como la obligación de los estados de garantizar una renta a las personas paradas, o que el salario deba garantizar el mantenimiento de toda la familia en dignidad.

Me viene esto a la memoria al leer hoy en la prensa sobre el acto que protagonizaron ayer el lehendakari Urkullu y la patronal vasca. Los empresarios vascos, al parecer, van a necesitar muchos profesionales en los próximos años y están preocupados. Lo están, especialmente, por la falta de actitud de los jóvenes trabajadores. “Cuando estamos hablando de actitud, dice el presidente Roberto Larrañaga, estamos hablando de ser una persona polivalente, que se pueda adaptar a los cambios que sean necesarios en los procesos productivos, que sea proactiva, que sugiera, del alguna forma, compromiso con la empresa”. Al parecer, es esa actitud en lo primero que se fija el 72% de los empresarios vascos a la hora de contratar, por encima incluso de la formación, los idiomas o la experiencia laboral.

Lo confieso: esta queja de los empresarios me ha producido un sano e íntimo goce. Por razones de dedicación y también de pasión, visito siempre que puedo cuantas librerías se me ponen a tiro. Y me gusta observar qué secciones de ellas van a más y cuáles a menos. Y la tendencia general de los últimos años es muy clara: crecen dos secciones, la de libros de autoayuda y la de literatura empresarial. Las obras de autoayuda, en su gran mayoría, le recuerdan al lector que sus problemas comienzan y terminan en sí mismo, y en la actitud con la que decida afrontar la vida. Lo que le sucede no acontece, al parecer, en un marco social, laboral, político y nacional. Y si ese marco existe, es demasiado amplio y complejo como para dedicarse a cambiarlo. “Toma las riendas de tu vida, sonríe y no tengas dudas: el amor, el dinero y la salud dependen de la actitud que tú le eches a la vida”. “Pensamiento positivo. Eso es todo. Puedes y debes cambiarte a tí mismo”.

¿Y la literatura empresarial? Los gurús del management ofrecen sin parar toda una gama de recetarios para ejecutivos y cuadros intermedios sobre liderazgo, coaching, cuadro de mando, calidad, gestión del tiempo, creatividad o programación neurolingüística. Y unido a todo ello destaca un género peculiar, entre lo novelesco y la fábula, un tipo de lectura más o menos ligera con moraleja directiva. Nombres como Drucker, Senge, De Bono, Allen, Sharma o nuestro heroe local Saratxaga, forman ya parte del paisaje literario para las empresas. Los directivos confiesan que raramente llegan a terminar la lectura de esos libros que infectan kioscos y aeropuertos, pero su consumo revela una verdad ineludible: 40 años de ofensiva neoliberal no han conseguido alinear y comprometer al enjambre de trabajadores con los objetivos de la empresa. Los empresarios sienten que han hecho los deberes, que han revisado su viejo imaginario basado en la jerarquía y el control y se han “convertido” de corazón (¡hasta utilizan el griego bíblico, “metanoia”!). Dicen abrazar el paradigma de la sociedad red, de la participación, la transparencia, la comunicación, los círculos de calidad, la fluidez… Todo un ejercicio para lograr el compromiso, la adhesión incondicional, el alineamiento del trabajador y el cuadro intermedio con la visión, la misión y los objetivos de la empresa.

Decía que la declaración de Larrañaga me ha procurado un íntimo goce. Y es así porque esa falta de actitud que lamenta, a buen seguro, no es sino el reverso de la falta de credibilidad que, para una nueva generación, tiene la neolengua empresarial. No cabe duda de que el empresariado vasco está sabiendo construir marcos de comunicación eficiente que hace las delicias de una clase política entregada a eso que llaman “nuevo modelo de empresa”. Pero lo que los jóvenes perciben es un espacio de relaciones desregulado, inseguro y precario, una ruptura en definitiva de un pacto social que sólo han conocido en los libros, así como la destrucción de cualquier instancia colectiva de representación y protección. Les llaman colaboradores pero se saben subordinados y dependientes, como siempre lo ha sido la multitud asalariada. Y en ellos está teniendo lugar, de una forma profunda aunque no categorizada, una efectiva resistencia, la que provoca la queja de Confebask. Como en el siglo XIX, en el XXI se experimentan alienados vendiendo su cuerpo y sus mejores horas a proyectos que no acaban de identificar como propios y no les satisfacen psíquica, moral, económica ni socialmente; y van configurando a tientas una mirada crítica contra las tecnologías y los discursos de la manipulación y sometimiento basados en la reprogramación temporal, psicológica y neurolingüística.

Bien entrado el siglo XXI, el trabajo ha desaparecido como un capítulo singular en los manuales de moral social y de Doctrina social de la iglesia, y en la mayoría de ellos si permanece, lo hace a lo sumo como un mero apartado del capítulo –ese sí importante– de Empresa. Es que la Doctrina social (DSI) reivindica su estatuto pero no es ajena, ni mucho menos, al embate neoliberal, el signo de los tiempos. Con todo, lo que revela el acto de ayer de Confebask es el cisma silencioso pero efectivo que sigue aconteciendo entre trabajo y humanidad: la empresa lucha por debilitar las referencias colectivas, pero el hombre y la mujer trabajadora resisten, reclaman los derechos sobre su propio cuerpo, se rebelan contra el ser encerrados y el ser extensiones de la máquina, dan rienda suelta a su imaginación y delinquen cotidianamente contra el mandato de la concentración productiva, cuestionan la autoridad que se impone y osan pensar por sí mismos. No es una mala noticia para estas vísperas del primero de mayo. Gora munduko langileria! Gora maiatzaren lehena!