Pandemia, alarma y labor policial

2020/04/24
En cuestión de semanas se ha convertido en un lugar común decir que el mundo no será igual después de la pandemia. Opiniones aparentemente sólidas sobre todas las dimensiones de la vida personal y social (trabajo, cuidados, salud, educación, seguridad…) se ven de repente puestas en solfa. Además, estamos abordando la emergencia mediante un confinamiento estricto y un estado de alarma, lo cual introduce elementos de excepcionalidad en nuestra vida familiar, social, laboral… Todo está sometido a estrés. No puede ser de otra manera. Y también lo está, lógicamente, la labor policial y sus protagonistas: agentes, mandos, responsables políticos, etc.

Junto a lo cotidiano, el estado de alarma supone para la policía, en primer lugar, cargas de trabajo añadidas. A los cuerpos policiales les corresponde velar por el cumplimiento de muchas medidas relativas al confinamiento, la movilidad, el consumo, el trabajo, etc. Y lo hacen en una sociedad estresada, sometida a una enorme incertidumbre. Trabajo extraordinario en situación extraordinaria.

Un segundo elemento de complejidad y carga es el derivado de problemáticas sociales que acaban siendo objeto de intervención policial ante la inacción de otros servicios públicos o ausencia de prestaciones. Pensemos en el drama que supone, confinar a personas casi sin recursos que están hacinadas en viviendas pequeñas, y la dificultad consiguiente de decidir cuál es la adecuada intervención policial derivada de un eventual incumplimiento de ese confinamiento. Pensemos lo que el confinamiento supone para personas con adicciones, o las que conviven con maltratadores, o las que tiene problemas psiquiátricos, o aquellas para quienes dejar de trabajar supone directamente la miseria. Muchos de estos problemas sociales acaban convirtiéndose en objeto de acción policial. Y esto no debería ser así.

En tercer lugar, debemos ser conscientes de que, mirando al derecho, el estado de excepción conlleva enormes interrogantes sobre lo que es un derecho absoluto y lo que no, y ello en situaciones a menudo difíciles de gestionar. El derecho a la libertad, por ejemplo, deja de ser absoluto en esta situación, pero el derecho a no ser arrestado o detenido arbitrariamente sigue siendo absoluto. También es absoluto no ser sometido a malos tratos o la libertad de pensamiento y conciencia. Esto está claro, pero ¿cuáles son las líneas infranqueables del derecho a la vida, la libertad, la intimidad, y en general de los derechos fundamentales en una situación de excepción? Son interrogantes complicados para todos. Todos los líderes de opinión, muchos responsables políticos y multitud profesionales reconocen hoy que no estábamos preparados para la pandemia. Y es así. Evidentemente, tampoco lo estaba la policía.

Y un cuarto elemento de estrés es, en mi opinión, la sobrevigilancia e hipersensibilidad del momento. Está la que prodigan los poderes públicos (incluida la policía) o los medios de comunicación. Y también está la que precariamente ejerce la sociedad –como se viene subrayando estos días– "desde los balcones". Es bueno y necesario que la sociedad vigile, y más en la situación de excepción. Y algunas acciones policiales se ven, sí, y es bueno que así sea; pero en ocasiones difícilmente se aprecian en toda su complejidad debido precisamente a la distancia y al desconocimiento de las razones que han motivado una parada, una detención o una intervención.

Sirvan esos párrafos para dejar constancia de la dificultad que entraña la labor policial en la actual situación. Por eso, antes que nada, debemos valorar la labor policial en esta coyuntura, ya que es también fundamental para contribuir al éxito que se busca en términos sanitarios y sociales mediante la aplicación de medidas drásticas para el conjunto de la sociedad. Los y las policías son protagonistas esenciales, junto a los profesionales de la sanidad, los cuidados, etc. del enorme reto al que nos enfrentamos.

La situación de excepción nos hace interrogarnos sobre el conjunto de la vida social. Nos preguntamos de manera radical por lo que es esencial y lo que no; nos preguntamos sobre el modelo en vigor de atención a la tercera edad, el modelo de sanidad pública, el educativo, el modo de desplazarnos o las posibilidades no presenciales de trabajar. Y en este contexto también nos preguntamos sobre el modelo de policía. Es lógico que lo hagamos. Cuando salgamos del confinamiento vamos a vernos obligados a repensar muchos aspectos de nuestra vida personal, familiar, comunitaria, social y política. Y debemos pensar también el modelo de policía, incorporando también, si es posible, a agentes que en el pasado no han querido o no han podido realizar ese debate. Nuestras policías, como el resto de servicios públicos, adolecían de muchos problemas, y debemos trabajar para afrontarlos. Los aprendizajes de este estado de alarma deberán ser igualmente incorporados.

Hace cuarenta años nuestra organización tomó una decisión que cabe calificar, cuando menos, de singular: la decisión de estar presente como sindicato de clase en los cuerpos policiales del país. Si miramos al ámbito internacional, lo habitual es que, en caso de existir, los sindicatos policiales sean siempre sindicatos corporativos, no confederados con organizaciones de clase. Así es por ejemplo en España o Francia. Trabajamos mucho para que la Ley de Policía vasca contemplase esa posibilidad, como finalmente lo hizo.

Cuatro décadas después tenemos que decir estamos satisfechos de la apuesta realizada. En la Policía Foral, en la Ertzaintza y en las Policías de ámbito local hemos encontrado siempre personas militantes dispuestas a encarnar los valores de ELA y a representar a sus compañeros y compañeras para defender sus condiciones de trabajo. Pero a estos militantes de los cuerpos de policía les hemos pedido y les seguimos pidiendo, además, algo muy difícil: en primer lugar, trascender la visión corporativista que suele impregnar al funcionariado en general y a los cuerpos policiales en particular, siendo sensibles a la totalidad de la problemática social que preocupa al sindicato; en segundo lugar, trabajar para que nuestras policías sean respetuosas con los derechos humanos y con los mecanismos de rendición de cuentas (cadena de mando, Parlamentos, Ararteko y Defensoría del pueblo); y, en tercer lugar, enfrentar los aspectos más repulsivos que pueden acabar conformando una subcultura policial: el muro de silencio ("no traiciones a tu compañero"), el cinismo respecto al delito ("nunca cambiará nada"), el "nosotros y ellos" ("no nos comprenden")… Lamentablemente, otros sindicatos no piden esto a sus militantes en la policía. Tampoco lo exigen como debieran los responsables políticos.

Si ser policía ya es un enorme reto en lo cotidiano, los y las policías vascas, y dentro de ellos nuestros afiliados y militantes, se han enfrentado a enormes dificultades durante estas décadas. Tras la muerte del dictador les tocó prestigiar en el día a día una profesión denostada en nuestro país como consecuencia de la represión ejercida en nuestro pueblo por los cuerpos policiales y parapoliciales del franquismo; tuvieron también que enfrentar lo que supuso la existencia de ETA para toda la sociedad vasca y que ésta los señalara como objetivo militar; han debido aprender a desenvolverse en una sociedad muy reivindicativa y muy activa en el ejercicio de derechos fundamentales como el de manifestación, de huelga… en una sociedad, por suerte, conflictiva, y por ello compleja. Por lo demás, como en cualquier país, su labor se ve contestada, legítimamente, por colectivos que simplemente rechazan ideológicamente la mera existencia de cuerpos policiales. Y ahora, nos encontramos con esta pandemia y el estado de alarma.

Hemos aprendido mucho. Y nuestra apuesta no está en revisión. Nuestra confederación está, como decía, muy orgullosa del trabajo que nuestros militantes y afiliados y afiliadas de las policías han realizado en estos años. Y estamos convencidos de que va a seguir siendo así. No ha sido un camino exento de crisis internas, de debate e incluso de situaciones dramáticas que afortunadamente superamos juntos. Ha sido como la vida misma, la que nos ha tocado vivir en este país y en esta fase histórica.

Como decía hace unos días el Comité Ejecutivo, hemos encontrado siempre dentro de las policías vascas personas dispuestas a asumir ese compromiso sindical exigente que ELA les pide; un compromiso con el país, con el mundo del trabajo, con la democracia y con los derechos humanos. Eso es lo que ha justificado nuestra presencia en los cuerpos policiales como sindicato de clase y abertzale y es la razón por la que seguiremos presentes en el futuro.