Salirse del guión para visibilizar el conflicto
No tengo ningún interés en personalizar ni polemizar con el autor. Pero sí en subrayar que algunas valoraciones que realiza —sobre nuestro modelo sindical, sobre nuestra relación con otros agentes y sobre nuestras estrategias— no hacen justicia a lo que realmente defendemos, practicamos y debatimos en el sindicato.
Uno de los puntos más llamativos del artículo es la afirmación de que ELA no es un sindicato negociador. Sorprende porque la realidad es justamente la contraria: ELA es el sindicato que más convenios firma y que más acuerdos impulsa en Euskal Herria. Esto no es una opinión, es un hecho. Basta con repasar las estadísticas anuales de convenios registrados o ver qué sindicatos están detrás de las principales mejoras laborales en sectores bien diversos. La clave es que no negociamos cualquier cosa a cualquier precio. Negociamos para transformar, al menos cuando la correlación de fuerzas nos lo permite. Intentamos negociar desde la fuerza, desde la organización, desde la legitimidad que nos da una militancia combativa. En muchos casos, esa negociación solo avanza cuando hay presión real. Y ahí entra en juego la huelga.
Etxeberri insinúa que para ELA la huelga es un fin en sí mismo. Y eso es, simplemente, falso. La huelga es el último recurso cuando la patronal se niega a sentarse a negociar de buena fe. No la deseamos nunca, y por eso no se convocan a la ligera. Pero cuando toca, lo hacemos con todas las consecuencias. La huelga es costosa, antes que nada para las personas que la sostienen, que ven reducidos sus ingresos, que arriesgan su estabilidad, que se ven muy afectados emocional y psicológicamente. También es bien costosa para ELA, que dispone de una Caja de Resistencia que permite sostener luchas prolongadas. Lejos de beneficiarnos, una huelga exige una implicación humana, organizativa y económica enorme, que nadie asumiría si no creyera que es necesaria para desbloquear una negociación o defender derechos básicos.
Junto a ello, conviene recordar algo esencial que el artículo omite: todas las huelgas sectoriales o de empresa que convoca ELA las deciden exclusivamente las personas afiliadas afectadas en sus propias asambleas. Solo en el caso de las huelgas generales interviene la dirección nacional del sindicato. Es decir, las huelgas no son una decisión “de arriba”, sino de la base. Atribuir intencionalidades espurias ajenas al conflicto laboral concreto no procede, y además deslegitima la capacidad de decisión de quienes se ven obligadas a parar. Por lo demás, los datos muestran la eficacia de esas huelgas: en los últimos años, algunas de las mejoras más relevantes en convenios colectivos se han logrado tras huelgas organizadas y sostenidas por ELA y por las y los trabajadores que confiaron en su sindicato. No es heroísmo. Es coherencia.
Otra crítica en el artículo es que ELA se sitúa “por encima” de otros sindicatos o formaciones políticas. Que no reconocemos nada de lo que ocurre fuera de nuestro marco. Creo que no es cierto. Lo que sí hacemos —y lo defendemos con honestidad— es proponer un modelo sindical claro, comprometido con la clase trabajadora y no subordinado a ningún interés institucional, partidista o corporativo. Así lo expresa la ponencia del Congreso y, con especial profundidad, la nueva Declaración de Principios que se someterá a aprobación. Defendemos un sindicalismo de contrapoder. Pero no entendemos esto como un rechazo sistemático al diálogo: lo entendemos como la construcción de poder social y sindical desde abajo, para que la clase trabajadora no dependa de lo que las élites decidan en su nombre, sino que pueda influir y decidir por sí misma.
Si esto se interpreta como arrogancia, quizá convenga revisar qué se espera de un sindicato. Porque para ELA, hacer sindicalismo es cuestionar la injusticia, confrontar las desigualdades y organizar a quienes sufren la precariedad y el empobrecimiento. El conflicto solo tiene una razón de ser: hacer visible una injusticia que las más de las veces está oculta y silenciada.
Carlos Etxeberri dedica varios párrafos a las tensiones entre ELA, LAB y EH Bildu. La ponencia expresa con claridad que vamos por distintos caminos. ELA considera además que una gran parte de la izquierda institucional ha optado por acuerdos con quienes han impulsado las políticas de recorte y precarización en las últimas décadas. Y pensamos que esa estrategia tiene riesgos si no va acompañada de una agenda de confrontación y construcción alternativa. Lo decimos sin dramatismos ni descalificaciones. Discrepamos, sí. Pero también seguimos abiertos a cooperar cuando haya puntos de encuentro y objetivos comunes.
Lo mismo ocurre con nuestra salida de diversos órganos de participación sociolaboral como el CRL, el CES o Lanbide. No lo hicimos por capricho ni por aislamiento. Lo hicimos tras constatar —durante años— que en esos espacios no se decidía nada relevante y que, en cambio, se utilizaban para legitimar decisiones ya tomadas en sede patronal e institucional. ELA prefiere no estar en mesas donde la representación sindical se convierte en coartada. Preferimos invertir nuestra energía en organizar los centros de trabajo, fortalecer la afiliación y construir una correlación de fuerzas que permita avanzar en derechos a la clase trabajadora.
Se nos viene preguntando, con tono irónico, contra qué poder queremos ejercer contrapoder. La respuesta es sencilla: contra el poder económico que decide sobre nuestras vidas, contra la precariedad que impone sus reglas en las empresas, contra las instituciones que recortan derechos y blindan privilegios. Construir contrapoder es también fortalecer los servicios públicos, impulsar la soberanía alimentaria, tecnológica y energética, defender el derecho a decidir, garantizar un sistema público de cuidados, exigir justicia fiscal o denunciar la represión de la disidencia social. Todo eso está en la ponencia. No son eslóganes. Son propuestas concretas que muestran un sindicato comprometido con los grandes retos de este país, aunque evidentemente no en los términos que quisieran algunos.
ELA no vive en un “laberinto”, como titula el artículo, sino que hace un sindicalismo que no especula con la ambigüedad. Tampoco es un sindicato manejado por una minoría iluminada, como parece defender el autor: las decisiones más difíciles que comprometen la lucha de nuestro sindicato las toman miles y miles de personas afiliadas y militantes que día a día trabajan en sus centros, en las calles y en las asambleas para construir una Euskal Herria más justa, más equitativa y más libre.