“Es el momento de mostrar el abuso tal y como es, no con las ‘lolitas’ eternas”

Nina es un western donde nada es lo que se espera de un Western, pero tal vez sí lo que muchas soñaban que fuera. Y es que aquí el héroe es una heroína; la víctima, ¿verdugo?; aquí no hay rastro del padre defendiendo la honorabilidad de su hija, porque es ella misma quien desea vengarse. Nina (protagonizada por Patricia López Arnaiz) es una mujer que vuelve al pueblo costero donde creció para vengarse del hombre que abusó de ella treinta años atrás (el actor Darío Grandinetti). Es una adaptación libre de la obra de teatro de Jose Ramón Fernández, que recibió el Premio Nacional de Literatura Dramática en 2011, a su vez basada en La gaviota, clásica novela de Antón Chéjov. Pero aquí hay una diferencia respecto a la novela: esta vez ella no vuelve enamorada de su verdugo, vuelve para vengarse. Porque sí, las mujeres también pueden sentir ira, más allá del amor y del perdón tan asociados a lo femenino. ¿Pero qué se siente cuando llevas una escopeta en el bolso?
Nina ha tenido buena acogida.
Sí, estoy contentísima. Hay que relativizar un poco los datos de taquilla porque nadie va al cine.
En Bilbao, los grandes cines son ahora tiendas de cadenas de deporte.
En Pamplona directamente son pisos. Las taquillas funcionan mal porque ha cambiado la forma de ver las películas. Lo que importa es que al público y a la crítica les ha gustado, así que estoy muy contenta.
Hablemos de Nina. Abordas un tema complejo y controvertido: el consentimiento. ¿Te dio vértigo?
No, pero sí quería enfocarlo desde otro punto de vista. No quería caer en los típicos clichés de buenos y malos, sino indagar en la psicología del personaje, mostrar cómo él va envolviéndola, como ella se va dejando engatusar, cómo ella también está enamorada de ese señor. Es decir, quería plasmar la complejidad que conlleva. Vértigo no me dio; al contrario, cuanto más indagaba, más importante me parecía hablar de este tema. Nos dicen constantemente: “Siempre habláis de los mismos temas”, pero eso no es cierto. Este tema ha existido durante toda la historia, pero siempre contada desde el otro punto de vista. Cuando cambiamos el punto de vista, de repente nos tachan de pesadas. Además, no estoy haciendo nada panfletario, no hay toques moralistas, sólo estoy enseñándote la misma escena; es decir, la escena más dura, la del sexo, pero quitándole todo ese erotismo que nos habéis vendido durante toda la historia. Simplemente mira lo que es y punto, no hay erotización en eso. Ha llegado el momento de mostrarlo tal y como es, no con las lolitas eternas.
Querías que la gente saliera pensando y debatiendo sobre dónde están los límites del consentimiento. ¿Lo has conseguido?
He conseguido suscitar bastante debate y eso me ha gustado mucho. En algunos coloquios la gente comentaba: “Ha sido curioso porque durante toda la película me decía que, claro, ella también quería, pero has conseguido que al final diga: `Dios, pero es que en realidad ella quiere, pero es él, como adulto, quien tiene que saber dónde están sus límites morales´”. Generar ese pensamiento me parece interesante. También he cabreado a algunos tíos. Algunos te dicen que lo ven panfletario. Cuando desvías el punto de vista a otro lado, no como ellos lo han contado siempre, de repente dicen: “Uy, qué pesadas estas mujeres con este tema, y qué malos somos todos”. No estoy diciendo eso, estoy generando un debate más amplio.
¿Algún hombre en la sala que se haya sentido identificado con la violencia?
No, pero en Málaga uno se me acercó y me dijo: “Habéis hablado mucho del abuso, pero yo no veía abuso, ella quería”. Claro, ahí está la clave, me lo dijo con toda su humildad, de verdad que no lo veía.
Esto me retrotrae mucho al caso de Dani Alves. Hubo quien juzgó que ella en un primer momento sí que aparentemente lo deseaba, como si eso fuera irreversible y no tuviera derecho a pararlo.
En el caso de Nina todo sucede en ese límite de la edad del consentimiento, a los 15 años. En la película ella cumple 16 y me interesaba mucho colocar la historia en ese punto. Algunos analistas de guión, cuando lo leían, me decían: “Ya, pero es que ella ya tiene pechos, ella ya no es una niña”.
Para preparar la película has recurrido a diferentes voces: víctimas, psicólogas... ¿Qué has aprendido?
Lo que más me hizo cambiar el chip fue que una de las psicólogas me contara que los niños y las niñas que han sido abusadas, en el momento del abuso infantil, no son conscientes de que eso sea algo malo. Sienten placer porque son humanos, y si te tocan los genitales sientes placer, no saben que eso es algo malo; sin embargo, cuando van creciendo descubren que eso se ha quedado ahí y de repente empiezan a darse cuenta de que ellos no hicieron nada malo, que era ese adulto quien abusó de su confianza. Y es ahí es donde se empieza a generar el conflicto, donde aflora la sensación de culpa. Es habitual que las propias víctimas piensen que podían haberlo parado, se cuestionan por qué no dijeron nada, sienten vergüenza.
Y culpabilidad.
Se genera algo muy complejo psicológicamente. Sentí que ahí tenía la clave para entender a esa niña o a esa adolescente que se enamora, que siente placer, que cree que en ese hombre va a tener un acceso a una vida mejor porque está inmersa en un abuso de poder. Hay algo en eso relacionado con la desigualdad social y, al mismo tiempo, quería indagar en cómo eso genera vergüenza. Está la Nina adulta que no ha querido volver al pueblo, la que no se atreve a mirar al pueblo a la cara, la que está constantemente negando quién es, hasta que por fin, cuando llega a lo más profundo del recuerdo más oscuro, dice: “Hasta aquí. Sí, soy la del aguador, voy a mirarle a los ojos, voy a mirar al pueblo a los ojos y voy a cerrar esta etapa”.
En una entrevista dices que “si un monstruo llevara la cara pintada de verde y escrito en la frente que es un monstruo nadie caería en sus garras”. ¿Aún cuesta entender que le puede pasar a cualquiera?
Claro, es que es muy complejo. Eso es lo que quería: huir de ese maniqueísmo de buenos y malos. Somos humanos todos y tenemos muchas zonas grises. Como decía Darío (el actor Darío Grandinetti) en todas las entrevistas, un abusador no va y te dice: “Hola, ¿qué tal? Soy un abusador”, sino que es una persona encantadora, es una persona inteligente, alguien que te va engatusando. Es así como lo consigue y por eso también es tan complicado darse cuenta desde fuera de que están pasando esas cosas o es fácil mirar para otro lado, que es lo que hace el pueblo para no implicarse.
Hay gente a la que todavía le cuesta entender que esto no va de ser débiles o fuertes.
De hecho, en los coloquios se me ha acercado mucha gente, desde hombres mayores hasta chicas jóvenes, a decirme: “Muchas gracias, esto es muy importante, acabas de contar una cosa que yo viví, me has desbloqueado un pensamiento”. Incluso me han contactado por las redes sociales o por email para compartir sus experiencias conmigo. Es una cosa que lleva pasando toda la historia y que va a seguir pasando, no nos engañemos.
Históricamente, a las mujeres se nos ha negado el derecho a sentir ira y desear venganza. ¿Cómo han recibido la película las nuevas generaciones?
Las personas más mayores han percibido más la complejidad que conlleva el tema, como desde una perspectiva más mental; el público joven, en cambio, reacciona de una forma muy diferente: es curioso cómo van con la heroína de una forma mucho más visceral. Conectan mucho con la venganza. Era divertido escucharlas.
Otra reflexión en la película es la del tiempo que transcurre desde que sucede el abuso hasta que la víctima se reconoce como tal. En una escena, le llegan a decir: “Ha pasado media vida, déjalo estar”.
Para mí ese es justo el midpoint de la película. Vuelve al pueblo porque se está muriendo, está sangrando, y decide que es su momento para volver, su venganza personal. Y en un momento dado, le dicen: “Déjalo estar, que ya ha pasado”. Es entonces cuando ella se da cuenta de que todo el mundo lo sabía. Se siente completamente desolada y sola, y a partir de ahí se da cuenta de que la herida era más profunda, que esa herida que simbólica y físicamente no deja de sangrar venía también generada por ese pueblo que miró para otro lado.
En una entrevista decías que nos han enseñado a creer que los hombres con poder eran los deseables.
Sí, claro, ha sido así durante toda la historia. Es un problema estructural, desde que somos pequeñas todas las películas nos muestran al hombre con poder, al hombre con dinero, porque la sociedad estaba dominada por hombres. Entonces, ellos eran los deseables y por eso los veíamos con 50 años en un descapotable y con una chica joven al lado. Espero que con las nuevas generaciones ya no pase.
Precisamente Patricia López Arnaiz, la actriz principal, decía que en los espacios artísticos y culturales, a veces, la fascinación por una persona más mayor, por una persona con poder, genera vulnerabilidad.
Tiene que ver con lo otro porque, obviamente, si se establecen estas posiciones de poder, el que está abajo siempre va a desear estar arriba, con lo cual, es mucho más vulnerable. El que está arriba puede hacer contigo lo que quiera porque tu deseo es subir. Todo tiene que ver con esta sociedad desigual.
Nina revierte mucho los roles. Aquí el héroe es una heroína. ¿Cuántas películas hemos visto sobre un padre defendiendo la honorabilidad de su hija?
En este caso es ella misma la que dice: “No, no, yo misma me voy a vengar”. El héroe es una heroína y esto en el Western nunca jamás se había visto, es un cambio. Me interesaba dar la vuelta a los roles. En las películas clásicas del oeste todas las referencias al héroe son masculinas: John Wayne, Gary Cooper, etcétera. Tenemos a Joan Crawford en Johnny Guitar, que era la máxima referencia para mi película, y a Jennifer Jones en Duelo al sol, pero que es un poquito más atormentada. Hay alguna más, pero muy poquitas. Esas eran mis referencias principales. He cogido a ese héroe clásico y lo he convertido en una heroína que se defiende a si misma. No sólo eso, sino que cuando entra al salón del oeste, a ese bar, no se encuentra con los típicos borrachos que están ahí, sino que está una madre, una amiga de la infancia que se ha quedado ahí superada por los niños. Quería darle la vuelta a la historia; ahora, el que la va a cuidar a ella es él, Blas (un amigo de la infancia). Generalmente suelen ser ellas las que cuidan. Por mi forma de ser veo el mundo de una manera fuerte, combativa, y mis personajes femeninos van hacia ese lado. Entonces, inevitablemente, si tenemos que cumplir los arquetipos del Western, la protagonista, la heroína en este caso, es fuerte y los que tienen que cumplir los otros roles son ellos.
Hablemos de etiquetas. En una entrevista decías que de las mujeres cineastas se espera que dirijan cine pequeñito e íntimo.
Sí, y lo peor de todo es que cuando he dicho esto me han tergiversado y parece que estoy criticando las películas de mis compañeras, y para nada. Que cada una haga lo que quiera. El problema está en que lo que se financia o donde se coloca la etiqueta de cine de chicas es en ese cine pequeñito e íntimo, porque es más barato y fácil controlarnos ahí. Si tú quieres ser directora se te presuponen unos temas. Ocurre lo mismo cuando las mujeres empiezan a hacer publicidad. Nos daban todos los anuncios de compresas, a ellos los anuncios de coches. Obviamente, ya no es así, pero aún hoy se da por sentado que vamos a hablar de adolescentes, de niños, de flores, de madres, de maternidad, de chicas... Pues no, o sí, pero dejadnos hacer lo que queramos. Me da rabia porque veo que todavía estamos muy en pañales en ese sentido, hasta que nos equiparemos económicamente a los hombres porque, inevitablemente, todo es economía. En el cine, cuanto más dinero tienes más libre eres para poder hacer la película que quieras; o bueno, cuanto más dinero o más underground sea tu cine, porque cuando eres underground puedes hacer lo que te salga de la punta del pie porque a nadie le importa. Pero en estos escenarios intermedios, en este cine que realmente es pequeño e independiente, cuesta mucho que confíen en ti para proyectos y temas diferentes a los que se nos presuponen a las mujeres.
No sé si el problema es tanto que a las mujeres se nos presupone que siempre tenemos que trabajar desde lo íntimo y pequeño o que se presuponga que lo íntimo es pequeño, secundario.
También, totalmente. Por ejemplo, cuando estrenamos aquí la película, algún director muy macho me estuvo explicando cuáles eran los códigos del Western, me decía: “Es que hay momentos que es más lento y tal”. Primero,“¿Yo te he dicho algo de tus películas?”.
Ellos tienen que explicártelo todo, ellos son los dueños del género cinematográfico. “¿Quieres hacer un Western? Te voy a explicar cómo es el Western”. Y, de repente, me estaba diciendo cómo debía hacerlo. ¿Pero sabes qué pasa? Que en mi película, en mi forma de ver las cosas, he metido cosas íntimas. “¿Por qué esa sangre?”, me preguntaba. Pues porque me da la gana, porque quiero enseñarte que la única sangre que aparezca salga del coño. Además tiene relación con que se está muriendo, es la razón para volver y simbólicamente está relacionado con esta herida. No es género al uso macho de western. ¡Vale ya de ponernos siempre etiquetas! Nos tenéis que etiquetar en todo: si haces cosas íntimas o si haces género. Vosotros sois los dueños de todo, ¡no puedo más!
No tienes problemas en decir que esta es una película original y que está muy bien hecha. Muchas mujeres sienten que tienen que estar demostrando todo el rato que si algo les ha salido bien no ha sido una casualidad, sino porque se lo han currado.
El síndrome de la impostora va contigo todo el rato. El otro día, por ejemplo, en una entrevista de radio, me hicieron preguntas sobre como hice esto o aquello. Después de muchas preguntas rápidas, contesté: “Bueno, confiando mucho en mí misma y en mi trabajo”. Pues luego me sentí ególatra. Mis padres habían venido a Madrid y vieron la entrevista en directo, así que les pregunté: ¿He sonado pretenciosa? Y me dijeron: “¿Pero en qué momento?” Yo tenía esa sensación. Siempre estás como pidiendo perdón. Tengo la sensación de que busco la aprobación de los hombres de la industria. Por ejemplo, cuando este tío me dijo cómo tenía que hacer el género, en un momento también me dijo que le había gustado mucho la película, y yo ya me sentí como reconfortada porque a un hetero le había molado. Esto no puede ser.
Aquello de que nos sigan viendo, ¿no? Que nos validen.
Eso existe, esa validación. Y es inevitable que tengamos síntomas de la impostora. Que no parezca que es una guerra de sexos, que no lo es, es simplemente cómo funciona la industria. Funciona como funciona la sociedad y hay que decirlo para cambiarlo.
¿Te han catalogado muchas veces como cine para mujeres?
Todo el rato. Creo que por eso hay gente que se descoloca con Nina, porque dicen: “Espera, pero si es cine para mujeres, ¿por qué estás jugando con estos códigos de Western?”. A mí me gusta descolocar, me gusta ser controvertida y romper lo políticamente correcto.
Me hablabas antes del cine independiente. ¿Cómo está de salud?
Se están haciendo cosas súper buenas, esta generación está llegando a muchos festivales internacionales importantísimos, empieza a reconocerse el cine español que estuvo durante unos años un poco fuera del circuito internacional. En eso creo que estamos viviendo un momento buenísimo. Pero en lo que respecta a los presupuestos, estamos aquí abajo cuando el cine independiente europeo está aquí arriba, estamos muy en desnivel. ¿Cómo se va a sustentar este cine si la gente no va al cine? Una película como Del revés dos, o los simios tiene una infraestructura tan grande que va a ir bien en la promoción y eso sí que te llena las salas. O las películas para niños, que funcionan muy bien porque los padres y madres sí que quieren que los niños sepan lo que es el cine, pero cuando son películas independientes para adultos, películas que te hacen pensar más, que son más críticas o te piden mantener la atención, todo cambia. No sé muy bien hacia dónde van las cosas porque en las salas desde luego no está funcionando el cine. En el cine independiente, para que funcione en taquilla tienes que ser 50 veces mejor que cualquier película mainstream que les dé un poco igual, que es entretenimiento puro.
¿Cómo ves las nuevas plataformas?
Inevitables, es la realidad. Algunas sí que apuestan por este cine independiente y es lo que nos permite hacer las películas, como Filmin y Movistar que apuestan muchísimo, incluso HBO, que nos ha comprado también la película, pero luego están las grandes grandes que no buscan el cine de calidad, sino la cantidad. Y a eso le llaman contenido. Muchas veces los guiones están escritos por algoritmos y para mí eso es la nada, porque parece hecha por inteligencia artificial. Y, sin embargo, está en el top de las más vistas.
Ya que hablas de la inteligencia artificial, ¿qué supone para vosotras?
Para mí nada porque yo soy de la generación boomer (personas entre 45 y 65 años), no utilizo nada de nada de eso, pero me parece peligroso porque puede destruir muchos empleos. Imagínate que pasas un guión por inteligencia artificial, estás escribiendo el guión según unos parámetros que alguien ha instaurado ahí, los que se consideran los correctos. Con lo cual, estamos haciendo churros todo el rato. Sería difícil romper con los estereotipos clásicos si todo pasa por el filtro de algo que ya está creado previamente. Es difícil cambiar las cosas si la inteligencia artificial se basa en cosas que ya han sido creadas en el pasado. Imagínate que los escritores tuvieran que repetir eternamente el Quijote, utilizar siempre la misma estructura. Estaríamos leyendo el Quijote una y otra vez: ahora con mujeres, ahora en la Antártida, ahora gay, pero siempre la misma historia. ¿Qué aburrido, no?
Ya que has dicho churrería, ¿Cómo haces tú para intentar encontrar tu voz en medio de este bombardeo en el que vivimos?
Claramente vivo en una burbuja muy confortable. Todos nos conocemos porque la industria es muy pequeña en este país, pero de repente estrenas tu película y te das cuenta de que más allá de esa burbujita nadie se ha enterado de que existe tu película. Escribo mis cositas, éste me dice que bien, éste me da un dinerito, pero en realidad salir de esa burbuja y darte de bruces contra la realidad es muy duro. Espero que se rompa eso porque yo, personalmente, hago cine para que lo vea el público, no me interesa nada que me den palmaditas. Es muy importante poder contar historias fuertes que hagan pensar y que lleguen al público. A mí no me interesa darle papilla al público.
Abogas por el cine con perspectiva social, ¿no?
Me interesa hablar de cosas que cambien un poco la sociedad. El cine que más me gusta es el de los años 70, donde hablaban desde ese desencanto. Era muy reivindicativo y eso me gusta mucho, pero creo que ahora mismo eso no vende porque el mundo está hecho una mierda. Lo que vende ahora es la evasión piruleta, la película del superhéroe. Estamos en un momento muy crítico, pero yo seguiré echando leña al fuego.
¿Tú crees que a las personas que tenéis un altavoz se os puede pedir que aboguéis por ese cine social o es exigir siempre a las mismas personas?
Bueno, a mí me da mucha rabia porque hay algo de hipocresía en eso. Vas a una gala con un vestido que te han dejado, porque ni siquiera te lo has comprado, sales al escenario y hablas de Palestina. Es un momento de altavoz y puedes aprovecharlo, sí, pero al mismo tiempo está todo el mundo aplaudiendo. “Sí, bravo, bravo”, dicen, enfundados en sus chaqués. Luego irán a tomarse unos vinos y después se les va a sudar todo, porque todos vamos a lo nuestro, somos unos individualistas. Eso me da mucha rabia y creo que hace que nos desconectemos mucho del mundo real. Es muy paradójico, ves ahí a las personas con un vestido de 4.000 euros mientras dicen: “Luz para la Cañada real...” Pero al mismo tiempo me parece necesario decirlo, no sé.
¿Qué tienes ahora entre manos?
Ahora empiezo una serie de cuatro capítulos para Amazon. Y estoy con un proyecto que se llama Macramé. Es una relación amorosa entre dos mujeres jubiladas: una es una burguesa y la otra es la que le limpia la casa. Intercambian su relación de poder a través de la cuerda del sadomasoquismo hecha con cuerdas de macramé que teje la señora. Habla de desigualdad social, de la sexualidad en la tercera edad, de represión, de racismo... Habla de muchas cosas, y todo a través de un hilo erótico.
¿Le debemos a nuestras madres hablar de ellas como seres deseantes?
Efectivamente. Parece que sólo son las yayas. Pues no, a ellas también les pica. Les debemos situarlas en otro lugar.
Hay quienes critican el deseo de pasar de los circuitos pequeños y locales a los mainstream. ¿Cómo lo ves?
A mí personalmente me parece político querer llegar lo más alto posible como directora. El hecho de poder llegar lo más lejos, a lo más alto posible, sería para mí un mensaje político: hay una tía que se lo ha currado desde cero y lo ha conseguido. En mi caso, y en el caso de muchas directoras y productoras, lo veo como pura política, como un mensaje para reivindicar que es nuestro momento.
Me encanta esto para terminar.
Todo un titular (risas).