Bob Pop: “Exigir a los demás sentido del humor es muy clasista”

Elkarrizketa Texto: Gorka Quevedo Fotos: Leire Regadas - Davide Cabaleiro
Barcelona, 20 de julio. Hace calor, mucho calor, pero según nos cuentan quienes viven allí menos que los días anteriores. “Ha sido horrible”, comentan. Hemos quedado con él –nos responde que le podemos llamar como queramos, Roberto o Bob, que las dos formas están bien– porque ese día presenta su libro ‘Días simétricos’ en la Librería Antinous.

Faltan tres días para que se celebren las elecciones a Cortes Generales de España, tema que ocupa gran parte de la agenda mediática. Numerosas personas del mundo de la cultura acaban de presentar un manifiesto contra la censura como respuesta a las cancelaciones anunciadas en municipios y Comunidades Autónomas gobernadas por el PP y Vox. Comenzamos la entrevista hablando de la censura antes de profundizar en su libro y en otras muchas cosas.

-‘Ahora venís y nos censuráis esto de Barcelona: el 20 de julio Willy Toledo y yo hablando de #DíasSimétricos y lo que surja. BOOOOOM’. Tienes este mensaje como tuit fijado. ¿Qué parte tiene de ironía y que parte de miedo ante lo que pueda venir?

-Hay más de ironía. Y más que miedo es desafío, un reto. Es poner el cuerpo y decir: ‘aquí estamos’. Si llegan los tiempos oscuros que ya han llegado a algunas comunidades autónomas, pueblos o ciudades, yo sé que seré de los primeros que lo note. Pero, a la vez, sé que toca defenderse, organizarse, hablar. En momentos como éstos es cuanto más falta hace que hablemos, que tengamos voz. Por eso nos quieren callar. No es una manía personal, saben que si nos dan voz tenemos capacidad de cambiar cosas, de obligar a mirar las cosas desde otro lugar, reflexionar desde otro espacio. Y sí, hay ironía y hay desafío. Hay que jugársela. Yo en realidad no tengo nada que perder. Lo único que tengo que perder es mi modo de vida. Intento apañarme como puedo y buscar las salidas que sean.

Esto no va solo de que te censure un ayuntamiento. No. Esto va de muchas más cosas. Esto va de que, de repente, seas incómodo para una cadena, para un periódico. Tengo la suerte de estar en La Marea, un medio independiente donde sé que no nos van a callar. Sobrevivimos desde hace tiempo con las cuotas de las y los suscriptores, de nuestros socios y socias. No tenemos publicidad del Ibex ni de esas cosas que podrían afectarnos.

Cuando digo ‘que vengan y se atrevan a censurar’, es que creo que lo van a hacer de un modo muy sibilino. Tal y como lo están haciendo ahora es demasiado burdo, pero aprenderán a hacerlo mejor. El gran problema es que les dejemos más tiempo para perfeccionar sus técnicas de silencio. Creo que nuestra obligación es no callarnos, pero también creo que no le podemos pedir a nadie heroicidades. Tengo la sensación de que llevo tiempo ahorrando para si llega el Apocalipsis tal y como anuncian al menos poder estar en el refugio con una lata de alubias.

-En un momento de crisis te planteaste en qué eras bueno, y llegaste a una conclusión: en leer. ¿Qué lees?

-Sobre todo leo narrativa, novela. Sobre todo novelas escritas por mujeres. Las mujeres escritoras me están abriendo un montón de espacios en la literatura, en la forma de ver la realidad. Al final para mí la literatura es eso: la posibilidad de poder tener un nuevo imaginario. Las mujeres lo están haciendo y me interesa mucho. También leo poesía, y leo ensayo.

Hay gente que dice que lee para aprender. Yo leo para aprender, pero también para darme cuenta de cuantas cosas no sé, para descubrir mis lagunas y carencias. No leo para torturarme, leo para desconectarme y para conectarme con otras personas. Leo para abrir horizontes. para que los callejones sin salida no sean tales, para que haya agujeros por donde mirar lo que hay fuera y luego poco a poco ir abriendo hueco para escaparme.

-¿Qué lecturas han forjado tu personalidad?

-Desde La historia interminable y Momo de Michael Ende a Otras voces, otros ámbitos de Truman Capote, Poeta en Nueva York de Federico García Lorca, El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde… Luego, según me fui haciendo más adulto, Carmen Martín Gaite, Belén Gopegui, que para mí es una maestra fundamental incluso en lo moral y en el lugar donde poner la mirada para escribir, Tomas Mann… Seguro que hay un montón de gente que se me olvida. Incluso las malas lecturas me han llevado a lugares interesantes. 

-‘Días simétricos’ está escrito en forma de diario, un diario tuyo pero donde también podemos leer fragmentos de los diarios de otros autores. ¿Por qué has escrito el libro en forma de diario?

-Me parece que es una forma muy interesante de enseñar las tripas de la máquina. Uno escribe, pero a veces intenta simular que escribe sin espacio ni tiempo ni lugar. Me interesaba ir contando el proceso de escritura, y creo que no hay nada más trasparente para contar el proceso de escritura y su evolución que un diario.

Mi diario funciona también como una forma de separar los días. Tengo la sensación de que vivimos tan deprisa, tan de producción turbo-capitalista, que tenemos la percepción de que estamos viviendo un día muy gordo que va de lunes por la mañana a viernes por la tarde en el que lo único que nos pasa es que producimos, dormimos y comemos para sobrevivir, pero no vuelve a pasar nada interesante hasta que llega el fin de semana, que siempre es breve.

El diario me sirve para darme cuenta de que cada día pasan cosas, y que cuando se desmenuzan los días todo es más fácil de digerir. Lo tremendo es mucho menos grave y lo feliz, también. Este aprendizaje del diario lo tuve hace años cuando empecé a trabajar con Andreu Buenafuente en el late night En el aire. Trabajábamos de lunes a jueves, y aprendí una cosa que como escritor no había aprendido todavía: nada es tremendo, nada es horrible. Si la has cagado en la sección de un programa no te puedes regodear en las lágrimas, porque al día siguiente tienes que hacer otro programa. Y si has tenido un momento brillante televisivo no puedes regodearte en exceso, porque al día siguiente tienes que hacer otra cosa.

Eso está muy bien porque relativizas muchísimo las cosas. Escribir un diario es eso. Ha acabado un día, ha pasado todo esto, pero no voy arrastrando esto constantemente. Tienes la posibilidad de empezar a escribir cada día, de que el folio en blanco esté ahí diariamente, aunque creo que ya no existen folios en blanco.

-¿Por qué?

-Creo que ahora nadie puede escribir en un folio en blanco. Tenemos tal cantidad de estímulos, lecturas, información, desinformación, mentiras o ficciones que es imposible pensar que estamos escribiendo sobre algo en blanco. Empecé este tipo de diarios para huir del folio en blanco. Me ayudaban los diario de otros y otras, y luego me lanzaba a lo mío, a mis archivos, a mi memoria, a lo que vivía en ese momento. Quería hacer también eso porque es una forma de escribir en mi tiempo.

Vivimos tiempos muy fragmentarios y sentarse a leer un novelón es un lujo que muy poca gente puede permitirse. Mis diarios simétricos te sirven para un día leer lo que pasa en un par de días y luego seguir a otra cosa, pero sabiendo que estoy presente en las vidas y lecturas de las gentes.

-En el libro narras situaciones muy duras que muy poca gente se atrevería a contarlas, y menos en primera persona. ¿Te da miedo exponerte?

-No tengo ningún miedo a contar quien soy, ni a explicarme, ni a exponerme, ni a desnudarme ante la gente. No sé en que momento he perdido ese miedo. Creo que ha sido un proceso progresivo, pero no lo sé. Me parece algo muy satisfactorio, porque tengo la sensación de que si lo cuento yo nadie va a poder jugar conmigo. También es verdad que tiene que ver con los miedos que ya tuve como niño marica de mi generación, como adolescente marica, como joven marica que tenía miedo a que le descubrieran y le odiaran, le pegaran, le rechazaran, le echaran del trabajo… Al fin y al cabo, de todo eso que podía pasar y pasó. Todos esos miedos se me han ido quitando.

Creo que también tiene que ver con el hecho de haber conseguido cierto privilegio y estatus. Es una gran suerte para mí, y también una constancia de que no debería ser así, de que todos podríamos estar sin miedos. A lo mejor no para exponerte tanto como yo, no creo que yo sea un modelo de como comportarse. Yo me comporto así porque me lo paso muy bien y porque, además, intentar explicar las cosas desde un lugar tan conocido como soy yo, me ayuda mucho a proyectar eso y entender el mundo y a los demás.

Me parece peor ponerse corazas, porque evitas la proximidad de gente que te quiere y a quien tu también puedes querer. Uno está más acostumbrado al dolor que a quedarse sin afectos. Trabajo mucho el género del striptease emocional. Me gusta mucho incluso el porno emocional, si se da. Si sabes quien soy, de donde provengo, como me siento, como soy o lo que pienso, vas a entender que soy el producto de un montón de cosas, estés o no de acuerdo o te parezca o no interesante. Sobre todo, me obsesiona que me malinterpreten. Cuanto más muestras, más difícil es que te malinterpreten. Si escondes sombras, todo el mundo va a acabar fijándose en ellas. De este modo dejará de prestar atención a lo que es realmente importante, que es lo que estabas enseñando.

-¿Has pensado alguna vez crear un alter ego o escribir en tercera persona para no exponerte tanto?

-Tengo un conflicto con las estrategias de la ficción. Respeto muchísimo a los escritores y escritoras que son capaces de contar una historia que parece que no va con ellos y ellas pero luego les resume. Pero para mi es una pérdida de tiempo.

Yo quiero contar las cosas directamente, contar lo que tengo en la cabeza sin demasiados artificios. Es una elección. Como escritor es la forma que sé hacerlo y como me siento más cómodo. Como lector me fascina que me engañen, que me monten artificios, artefactos… Mi máximo artefacto es jugar con el paso del tiempo y con los diferentes espejos. Es como sé trabajar, y al final me ha especializado en eso. Y espero ser cada vez mejor haciéndolo.

-En este sentido, hay una idea que repites constantemente en el libro: “Escribir es mentira, leer es verdad”.

-A esa cita le he encontrado una nueva explicación. Hay lugares a los que me atrevo a llegar mucho más lejos como lector que como escritor. Pero luego veo como escribo y lo que cuento y creo que tampoco hay tantos lugares a los que no llego lejos. Para mí, el acto de leer, que me lean, tiene mucho que ver con compartir verdades con gente.

Como escritor estoy muy solo. Todos los escritores y escritoras en el fondo estamos bastante solos y solas. Pero cuando te leen, y no hablo de mí como lector, se establece una comunicación y una forma de terminar y mejorar lo que yo pueda haber escrito. La verdad es la que ponen los y las lectoras. Probablemente no mienta nunca como escritor, pero la verdad que cuento muchas veces me la encuentro frente al lector o la lectora que la interpreta o se la apropia.

-Eres un referente para mucha gente. ¿Tu también te consideras un referente, te gusta que te lo digan?

-No… Me gustaría ser un referente si habláramos de referencias corales. Si me dices: ‘dentro de un plantel de escritores o artistas eres uno de esos referentes para esto o para aquello...’ Ahí me sentiría cómodo. Pero pensar que algo de lo que yo diga o haga va a modificar lo que alguien va a hacer o ser me da algo de susto, porque considero que no tengo criterio suficiente para ello.

-“No soy valiente, pero me es difícil callar”, escribes.

-Cuando no tienes miedo la valentía te parece algo un poquito marciano. Hacia uno mismo, ¡eh!. Exigir valentía a los demás me parece muy mezquino. No me considero valiente, simplemente hago lo que no tengo más remedio que hacer. No es que sea valiente, es que el lugar donde me siento cómodo es diciendo lo quiero decir, no callándome. He asumido ese lugar y tengo la suerte de que me lo han permitido, y de que incluso el capitalismo me lo ha pagado. De modo que yo lo disfruto muchísimo, pero no es una cuestión de valentía, es incluso una incapacidad para ser cobarde.

En 2019 hiciste público que tienes Esclerosis Múltiple, aunque la enfermedad te la diagnosticaron años atrás. Como consecuencia de la enfermedad te tienes que mover en silla de ruedas. En tu obra hablas mucho de esto, y has reconocido que te cuesta más moverte por el Barrio Salamanca –barrio tradicional de la aristocracia y la alta burguesía de Madrid– ‘como minusválido que como maricón’.

Es una reflexión muy loca a la que me ha obligado el lugar desde el que me encuentro. Al final escribes desde el lugar que ocupas. Cuanto te pones a escribir tienes que pensar desde donde lo estás haciendo. Las barreras físicas del Barrio de Salamanca –como persona discapacitada en silla de ruedas– son más molestas que las miradas reprobatorias de la gente. Esas miradas, por suerte para mí, ya no me paralizan, pero un bordillo que no puedo cruzar, sí. Pero esto tiene que ver con el lugar que estoy: 51 años, habiendo comido mucha homofobia y rechazo… He aprendido que la gente que me mira mal, o que incluso puede dirigirse a mi de mala manera en el Barrio de Salamanca, ya no me importa, no me afecta. Pero esos bordillos, que están construidos con la misma mentalidad, me afectan porque son algo físico.

-Tu enfermedad te está radicalizando políticamente. Al menos eso se deduce de tus diarios, donde escribes que ‘cuanto más discapacitado, más comunista’.

-Es algo que lo defiendo a tope. Me estoy dando cuenta de cuantas cosas produzco solo para permitirme los cuidados que necesito. Afortunadamente la sanidad pública se encarga de mis tratamientos, que yo no podría costeármelos porque son carísimos. Pero hay un montón de cosas como el cuidado a domicilio, el fisio o ir a rehabilitación a un centro especializado que me lo tengo que pagar porque el Estado no lo cubre. Estoy en proceso de recibir las ayudas como dependiente y aún no las he recibido. Me replanteo esto y pienso: ‘hostias, cuanta cosas estoy haciendo para poder pagar todo esto…’.

Pero, por otro lado, para alguien soy un trabajo. Y eso me hace reflexionar. Soy un patrón de alguien. Pero no soy un patrón porque quiera especular o llevarme la plusvalía. Soy un patrón porque me han obligado a ocupar ese lugar. Me gustaría estar en un sistema donde quien me cuidara recibiera a cambio lo que yo pueda hacer por él o por ella, crear un sistema de trueque. Pero estamos en un sistema de hiper-producción que acaba produciendo beneficios para otras terceras personas, que al final son quienes se aprovechan de mi necesidad. Una de las personas que más dinero está ganando con las personas que tienen algún tipo de minusvalía o dependencia es Florentino Pérez. Ese señor se encarga de los cuidados a domicilio en muchos lugares. Y no lo hace por vocación. Son su negocio, y se está llevando la plusvalía a través de la gente más expuesta.

-...

-Por otro lado, me sucede otro problema. Si me concedieran la dependencia que estoy pidiendo y recibiera sin coste asistencia de Ayuda a Domicilio, sabiendo en qué condiciones están las cuidadoras y cuidadores del sector, subcontratados por Ayuntamientos supuestamente progresistas pero que viven una situación de precariedad y explotación, no sé hasta que punto querría contribuir a eso. Es más, voy a algo muy egoísta y ultracapitalista. No sé hasta que punto prefiero contratar al cuidador que se encarga de mi todos los días de 10:00 a 18:00 y saber que le estoy dando un salario justo, que le pago la Seguridad Social, que trabaja las horas que le corresponden… Eso a mí me supone que tengo que producir más para ese mismo sistema injusto que explotaría a esta persona en otro caso.

Me encantaría abolir el capitalismo y que todo esto fuera más fácil. Pero luego lo ves desde una silla de ruedas y te tiras por un barranco. Al final es un tema que me obsesiona cada vez más, porque me hacen ser cómplice de un sistema no porque me quiera comprar una segunda vivienda o porque quiera comprarme un piso más grande.

Cuando encontré la casa de alquiler en la que vivo con maridito tuvimos que duplicar el presupuesto  del alquiler para que la casa reuniera las necesidades de una persona con mis necesidades: bien adaptada, con pasillos donde cupiera mi silla de ruedas, con una ducha sin bordillo, con el portal adaptado… Todo eso lo he tenido que pagar. Y para eso he tenido que hacer una serie de cosas que en otras circunstancias no haría y seguir siendo cómplice de un sistema muy chungo. Y encima agradecer que un señor constructor haya tenido el detalle de perder algún metro cuadrado en su construcción para que yo, que tengo movilidad reducida, pueda moverme cómodamente por una casa por la que estoy pagando una pasta.

-¿Qué importancia tiene el humor? En tu obra cuentas cosas muy duras con una evidente carga de humor.

-Tengo una relación contradictoria con el humor. Hay una frase de Alejandra Pizarnik que recojo en mis diarios: ‘mi humor, ese gran encubridor’. Eso yo a veces lo he sentido, que el humor sea mi herramienta para desarmar a la gente, perderle el miedo… También lo he usado para hablar de cosas muy graves desde otro lugar para que fueran más digeribles.

Estoy en contra del chiste inmediato, del chiste fácil. Creo que el humor hay que elaborarlo, porque es ahí  donde te lleva a lugares increíbles. Ayer justamente escuché a Eduardo Mendoza en el programa ‘Hoy por hoy’ hablando del humor, y dijo una cosa que me interesó mucho: ‘Franco aguantó tanto gracias a los chistes de Franco’.

Un personaje de una novela de Belén Gopegi decía que el humor era un buen lugar donde encontrar refugio para coger fuerzas y seguir haciendo la revolución. Estoy más en eso. Creo en el humor que nos sirve para que bajemos las defensas y luego soltar una carga de profundidad. ¿Qué te has enterado de la carga? Bien. ¿Que no? Al menos te has reído. El humor me parece un mecanismo interesante, pero no me parece que todo tenga que tener humor.

Por otro lado, en el libro reflexiono sobre exigir a los demás sentido del humor, porque me parece algo muy clasista. No todo el mundo tiene condiciones materiales, personales o emocionales como para que le hagan gracia las cosas. Ni tiene por qué. Es como exigirle a alguien una dentadura perfecta. Una dentadura perfecta tiene mucho que ver con tu situación social, con donde has nacido, tu estatus socioeconómico…

A veces con el humor pasa lo mismo. Que yo haga humor sobre mí lo que refleja es que estoy instalado en cierto privilegio, y eso me lo permite. ¿Voy a exigirle a alguien que no tiene privilegio que se ría con lo que hago? No. Pero si consigo eso, si esa risa le da un momento de alivio para recuperarse y seguir luchando, me doy por cumplido.

-En el diario anuncias que estás escribiendo la segunda parte de Maricón Perdido, que sería Maricones Perdidos. ¿Qué más proyectos tienes en mente?

-Los dos primeros episodios están escrito, y la sinopsis de los otros cuatro también. HBO no quiere producirla, por lo que estoy junto a mi productora, El Terrat, en negociaciones para que liberen la serie y ver que otra plataforma quiere producirla y emitirla. Tengo la sensación de que Maricón Perdido fue un error del sistema, que me colé ahí como otras veces me he colado en otros sitios donde nadie me esperaba. Solo con eso estoy feliz. Me encantaría hacer una segunda temporada, claro. Y si no sale, no pasa nada, he hecho la primera y estoy feliz.

Por otro lado estoy escribiendo una obra de teatro, porque quiero hacer una obra de teatro con más gente, preparando un nuevo monólogo, otro libro… Tengo planes en marcha. Me encantaría volver a la tele de una forma habitual, pero bueno, veremos qué pasa.