“La felicidad no es algo científico, es cultural e ideológico”

Erreportajea TESTUA: GORKA QUEVEDO
Edgar Cabanas, co-autor del libro ‘Happycracia. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestra vidas”

Edgar Cabanas Díaz (Madrid, 1985) es profesor de filosofía en la UNED. En su libro Happycracia –escrito junto a Eva Illouz– Cabanas analiza cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas. Un ensayo que explora las implicaciones sociales y culturales de este próspero negocio que todos los años mueve millones y millones de euros en todo el mundo.

Según la RAE la felicidad es el estado de grata satisfacción espiritual y física. ¿Como profesor de filosofía: qué es la felicidad?

Lo primero es desde qué punto de vista definimos qué es la felicidad. La felicidad tradicionalmente, en la filosofía clásica, se ha relacionado con el buen vivir, y esa idea de buen vivir no es un buen vivir en sentido abstracto, sino en un sentido ético concreto, de cómo nos insertamos las personas en la política y en el saber. En todo caso, esa idea de la buena vida es una idea que tiene que ver con un posicionamiento moral, ético y político.

El problema es que hoy en día se intenta definir la felicidad haciéndola pasar por algo que se supone que es natural y universal y que está, además, enraizado en el interior del ser humano, de tal forma que obviamos todo lo que en realidad siempre ha formado parte de la definición de felicidad, que es la cultura, la política, la sociedad...

Hicimos un estudio donde preguntamos a la gente qué entendían por felicidad, y lo que vimos es que en realidad lo que entiende la gente por felicidad es muy variado. Muchas veces es incluso incompatible una definición con otra.  En resumen. Mi respuesta es que no hay una definición concreta. ¿Qué es la felicidad? Es una cuestión política, cultural, y que más que hacerla recaer en el supuesto saber experto de ciertas personas, es una tarea democrática que deberíamos tratar de discutir entre todos.

En el libro analizáis cómo la ciencia e industria de la felicidad tienen un componente neoliberal individual que solo  busca la satisfacción individual en detrimento de la felicidad colectiva. Lo definís como una visión capitalista de la felicidad.

La industria de la felicidad define la felicidad de la forma que más le conviene. ¿Y cuál le conviene? Aquella que depende únicamente del individuo. Al fin y al cabo es el individuo el consumidor, el que va a consumir, el que va a comprar o adquirir tus consejos, tus recetas, tus guías para ser feliz. La industria de la felicidad, por ejemplo, no puede ofrecer nada que tenga que ver con cambiar la situación de facto de las personas, con cambiar su jornada laboral, su salario, no puede sacarle de la precariedad, no puede hacer nada por mejorar la situación política, por reducir la desigualdad económica...

Entonces, ¿qué es lo que hace? Enfocarse única y exclusivamente en el propio individuo, prometiéndole que la felicidad está en él y solo en él. Esta definición de la felicidad es muy conveniente para una industria que lo único que puede ofrecer son recetas para que la persona se aplique sobre sí misma, con la esperanza de aumentar su bienestar, su ser más auténtico, conocerse mejor a sí mismo. En fin, todas estas promesas que se hacen y que siempre están focalizadas en el individuo.

Es una definición individualista, porque toda idea de la felicidad pasa única y exclusivamente por el individuo, dejando al margen todo lo demás. De hecho, le resta importancia.

Y para fortalecer este próspero negocio lo visten como algo científico.

Claro, hay una ciencia de la felicidad que defiende esta misma idea. Hay una sinergia entre la ciencia de la felicidad y esta industria. Primero porque la ciencia aporta legitimidad a la industria de la felicidad. Digamos que es un binomio extremadamente fuerte y que en los últimos años ha conseguido hacerse enormemente poderoso.

Cuando hablamos de ciencia de la felicidad no sólo hablamos de académicos, también hablamos de gran cantidad de profesionales o llamados a sí mismos expertos en felicidad, que van desde coaches hasta conferenciantes motivacionales expertos en el desarrollo personal. Hay una gran cantidad de influencers que se animan a diseminar este mensaje, escritores de autoayuda. Hay cantidad de agentes involucrados en diseminar estos mensajes y aprovecharse del binomio formado por la ciencia y la industria de la felicidad. Es una idea muy extendida, pero todos ellos parten de esta misma idea, de una concepción muy individualista, muy reduccionista y muy consumista de lo que es la felicidad.

Estos aspectos son ejes vertebrales del capitalismo y de la forma en que el capitalismo tiende a concebir los individuos dentro de la sociedad: seres autónomos, autosuficientes, y que se conducen en la sociedad buscando maximizar su propio interés. En este caso, maximizar su propio interés es ser más feliz, en aras de ser también más productivo, de tener más salud para ser más productivo, de conocerse a sí mismo para venderse mejor como talento en el mercado, de saber venderse mejor para ser más persuasivo y ser más competitivo respecto a otros… En fin, una gran cantidad de cuestiones que tienen que ver precisamente con ese homo economicus característico del capitalismo y de la ideología neoliberal.

Hay académicos que proponen considerar la felicidad como un indicador económico, junto a otros indicadores más tradicionales como el Producto Interior Bruto. ¿Se puede considerar la felicidad como un indicador económico?

Cuando los indicadores tradicionales de progreso social están en entredicho en cuestiones como la desigualdad social, la desigualdad económica, el acceso al empleo, la calidad del empleo, la seguridad, la defensa de los derechos humanos o en tener un estado del bienestar que atienda a las necesidades básicas, surgen nuevos indicadores o indicadores alternativos. Es una forma de introducir indicadores que compensen lo que los otros indicadores tradicionales no parecen arrojar.

Con la crisis económica del 2008 hubo un intento de defender que todos esos indicadores tradicionales eran importantes, pero que había otros que no se estaban teniendo en cuenta, como es la felicidad de la gente. Es decir, si la gente dice que es feliz aunque las cosas vayan mal pues oye, tampoco estaremos tan mal, es una cuestión de relativizar un poco esas otras deficiencias.

En términos políticos, la idea de medir la felicidad no es exactamente nueva. Bentham, en la filosofía utilitarista, propuso que la mejor forma de medir el progreso de las democracias era midiendo cómo era la gente. Es decir, si la mayoría de la gente es feliz, la política y la política económica funcionan bien. El utilitarismo ha sido criticado desde el propio siglo XIX. Y es que nunca se ha encontrado una manera medianamente fiable de medir la felicidad. ¿Cómo vas a medir algo que ni siquiera sabes lo que es? Cuando le preguntas a la gente que te explique qué es la felicidad te da respuestas distintas, diferentes y difícilmente comparables.

En términos políticos este tipo de índices han quedado en una curiosidad que de vez en cuando lo sacan la Organización Mundial de la Salud o determinados organismos. ¿Qué país es más feliz, Finlandia o México? Es decir, se ha quedado un poco en una curiosidad, en la práctica política no se aplica.

¿La ciencia y la industria de la felicidad son un intento para quitarle sesgo ideológico a cuestiones como el reparto de la riqueza o la justicia social?

La idea individualista y reduccionista de la felicidad que impera hoy en día es una extensión de las asunciones neoliberales más claras sobre cómo se debe de comportar el ser humano, que es intentar maximizar su propio interés, luchar por sus propias metas, competir por triunfar en la sociedad, por destacar. En definitiva, por entender la inserción del ser humano en la sociedad como si él mismo fuera un producto que debe venderse, que debe persuadir a los demás, que debe destacar sobre el resto.

La cuestión es que la idea de la futuridad, por ejemplo, tiene otros valores muy claramente neoliberales, como es la idea de la meritocracia. Esta idea de felicidad es una meritocracia aplicada a los sentimientos. Si la meritocracia dice que cada uno tiene lo que se merece, la felicidad dice que cada uno se siente como se merece. Porque si te sientes mal es porque no estás haciendo lo que deberías por evitarlo y si te sientes bien es porque has peleado por ello, porque te has preocupado por ti, por cuidarte, por entenderte, por optimizarte.

Lo que propone esta idea de la felicidad es muy similar a lo que propone la ideología neoliberal. Lo que pasa es que cuando hablamos de felicidad parece que no estamos hablando de ideología o política, sino de ciencia. Este es el problema, porque detrás de la ciencia de la felicidad hay menos ciencia que ideología.

Si vendes este discurso como algo científico, lo estás vendiendo como algo objetivo, algo neutral, algo no cultural, no ideológico, no político. La felicidad sería la cara científica o neutra de la ideología neoliberal, pero el problema es que ni es neutra, ni es objetiva. Lo que hay detrás no es algo científico, sino algo cultural e ideológico.

¿Cómo afecta esta individualización en el mundo del trabajo?

Aquí la cuestión es ver a los trabajadores y trabajadoras como clase, porque ésta es otra cuestión muy neoliberal. Nos dicen que no existen las clases, que existen sólo las personas. Y dentro del trabajo los trabajadores son, digamos, seres individuales, autónomos, que lo que hacen es pelear por mejorar, por progresar, por expresar sus talentos, por competir, por avanzar en su propia trayectoria profesional, por ganar más dinero.

¿Qué consecuencias tiene este discurso?

El objetivo de este discurso es incidir en la idea de que lo que te pase en el mundo del trabajo solo depende de ti. Si una persona no encuentra trabajo es porque no cree en sí misma lo suficiente, porque no ha explorado todos sus talentos, porque es un poco quejica, porque es un derrotista, porque tiene pensamientos negativos…

Lo mismo pasa dentro del ámbito laboral cuando sí tienes trabajo: si tienes estrés es porque te estás gestionando mal, gestionas mal tus emociones, tus actitudes, tus pensamientos, hay una mala autogestión de tu psique.

Pero lo importante aquí es lo que están dejando fuera del discurso. ¿En qué condiciones está ese trabajador? ¿Está protegido? ¿Hay un grupo sindical fuerte detrás que vele por sus derechos? ¿Están sus derechos reconocidos y protegidos? ¿Tiene las condiciones de trabajo suficientes para realizar bien su trabajo? ¿Tiene condiciones precarias, salario suficiente, descanso suficiente, condiciones de seguridad suficientes? ¿Hay un buen clima en el trabajo? ¿Hay abuso de poder en el trabajo? ¿Hay una buena comunicación?

Todo lo que tiene que ver con el mercado laboral, con la estructura laboral, queda fuera a la hora de explicar por qué un trabajador es productivo o no, se siente mal o no, padece estrés o no, tiene ansiedad o no. Todas estas cuestiones que tienen que ver con la productividad y con el sentir en el trabajo, se focalizan única y exclusivamente en la propia persona, la persona individual.

Esto le viene muy bien a las empresas, porque parece que si hay algún problema no es suyo. Así no miramos si la empresa está obrando bien o mal, si gestiona de manera eficiente a las y los trabajadores. Si todo depende de ti, nadie mirará si tu empresa pone los medios para cuidar de la salud mental de las personas, como le corresponde en último término.

Un ejemplo. Amazon está bajo lupa por cómo trata a sus trabajadores y por la forma que tiene de atajar los problemas de rotación, de depresión y de estrés a los que están sometidos sus trabajadores. Amazon cuestionó sus propias prácticas, no cuestionó su modelo productivo, no fue a cuestionar las condiciones en la que tienen a las y los trabajadores. Lo que hizo fue decir: ‘a lo mejor invertimos poco en ofrecer a la gente herramientas de autogestión para que cuiden su estrés y su ansiedad’. Entonces pusieron cabinas de mindfulness en los centros de Amazon, para que los trabajadores aprendieran a relajarse, a respirar, a tomarse un descanso, a pensar sobre sus propios problemas, sobre cómo atajarlos, sobre cómo relativizarlos.

El problema no es éste, el problema es que las condiciones de trabajo de Amazon son estresantes, ansiógenas en sí mismas. El problema es el modelo productivo, no la falta de herramientas de autogestión de los trabajadores.

Tenemos que ser felices, cada día más felices y positivos. ¿Dónde está el límite de la felicidad?

Es un mensaje productivista aplicado a uno mismo, aplicado al yo. Es una idea donde nunca es suficiente, donde nunca se sabe cuándo uno está, por ejemplo, completo. Una persona dice: ‘tienes que desarrollarte personalmente’. Vale. Tengo que desarrollarme personalmente. Esto asume dos cuestiones. Una, que estoy sin desarrollar. Es decir, una vez que le dices a alguien que siempre puede desarrollarse más, lo que le estás diciendo es que está incompletamente desarrollado, que no está desplegando todo su potencial. ¿Qué es todo su potencial? Aplícalo al ámbito de la salud. Una persona sabe cuándo está mal, cuándo está enferma. ¿Pero sabe cuándo está completamente saludable? ¿Qué es la salud completa? En este caso lo que te quieren decir es que no estar mal no es suficiente, que hay que estar bien. ¿Y qué es estar bien?

No, es que hay que estar y ser feliz. Pero, ¿cuándo llega uno a ser feliz? La idea es que no hay ninguna meta, ni ningún criterio que te diga cuándo uno ha alcanzado ese objetivo. Es una trampa, porque es como si el objetivo se estuviera moviendo constantemente al mismo tiempo que nos acercamos. Es como ese espejismo que sólo parece tener sentido en el horizonte, pero que cuanto más corres hacia él, más se aleja y más lo sigues persiguiendo. Como esos hamsters en la rueda girando constantemente sobre sí mismos, sin llegar a ningún sitio pero sin parar.

¿Hasta qué punto puede generar esto ansiedad?

Todo esto genera un discurso donde todos tenemos un problema de base. Tenemos un problema de salud porque nunca estamos suficientemente saludables, tenemos un problema de bienestar porque nunca estamos del todo bien, tenemos un problema de potencial porque nunca estamos del todo desarrollados. Es decir, somos individuos deficientes constantemente. Y entre tantos individuos deficientes necesitamos de expertos que nos digan cómo eliminar y suplir esa insuficiencia. Esto es lo que nos ofrece esta industria de la felicidad, constantes claves para mantenernos persiguiendo esa meta de la felicidad que jamás llega.

Esto provoca la idea de seres completamente deficientes, incompletos, en continuo malestar y en necesidad de buscar bienestar, pero también produce enorme frustración porque no sabemos cuándo hemos terminado la tarea. Es como el mito de Sísifo: cuando creemos haber estado cerca, volvemos al mismo sitio, pero en este caso sin saber que hemos vuelto, simplemente que seguimos y seguimos empujando y empujando una roca a una cima que no tiene fin.

De este modo, llegamos a preguntarnos todo el rato: ¿estoy contento, estoy lo suficientemente contento? Bueno, ¿qué es eso? ¿Quién nos dice cuándo estar bien? Cuando alguien está deprimido, tiene estrés o ansiedad, sabe que tiene un problema. Pero cuando está bien es muy difícil que alguien tenga el criterio. A nadie se le ha dicho nunca ‘usted está completamente desarrollado’, o ‘usted está perfectamente allegado a todo su potencial’,  o ‘usted está perfectamente feliz, ya no puede estar más feliz.’ No hay ningún criterio para poder decir eso, y esto es parte de la trampa. Si yo no defino el criterio por el cual uno es feliz, puedo seguir vendiéndote productos para seguir siendo más feliz. Es decir, como los detergentes de lavar más blanco, que cada uno lava más blanco que el anterior.

¿Cómo nos afecta la eterna búsqueda de esa felicidad como clase trabajadora?

La idea de la autoayuda en los Estados Unidos surge para dar alas al modelo más extendido de producción económica en el neoliberalismo, que es la del emprendedor, la de la persona que se busca económicamente la vida, que no pertenece a un colectivo, que digamos tiene su propio negocio. Ese mito del emprendedor que se busca la vida y genera riqueza arriesgándose por su propia cuenta, introduciendo ideas novedosas y rompedoras, haciéndose camino a codazos en la economía frente a los demás.

Esta idea productiva es donde la autoayuda siempre tuvo más empujón, más éxito. Estos discursos no solo tratan de empoderar al individuo, tratan de decirle que él tiene la responsabilidad, pero también, entonces, tiene el poder. Si tienes por entero la responsabilidad de lo que te pasa, tienes también el poder para forjar tu destino, tu suerte. Las cosas no son cuestión de suerte, las cosas no son cuestión de condiciones, sino las cosas son resultados directos y únicos de tu propio esfuerzo.

Por eso siempre ha funcionado tan bién la industria de la felicidad en el ámbito del trabajo. Un ámbito cada vez más encapsulado, más individualizado, más desindicalizado, menos colectivo, más atómico. Un ámbito donde quieren que el trabajador se vea como una persona que está sola ante el peligro, que tiene que asumir los riesgos, que tiene que forjar su suerte, que todo depende de él o de ella, y que lo demás son excusas.