“La palabra independencia como un tótem vacío no moviliza”
A finales de junio, invitada por ELA, visitó Bilbao una delegación de Òmnium Cultural, una de las organizaciones más importantes de Cataluña que cuenta con una base social de más de 180.000 personas. Tras las elecciones al Parlament en mayo y con la Ley de Amnistía recién aprobada, hablamos con su presidente, Xavier Antich, con el fin de situar en qué punto se encuentra el procés independentista. Repasa con una buena dosis de autocrítica los aprendizajes que han dejado los últimos años. El profesor de filosofía también reflexiona sobre los retos a los que se enfrenta no sólo la sociedad catalana en su camino para la soberanía, sino cualquier nación sin Estado en el contexto de globalización y auge de la extrema derecha.
Le preguntaré primero sobre Òmnium Cultural, una organización que nace en 1961, en plena dictadura, para defender la lengua y cultura catalana. Muy importante en Cataluña pero quizás no tan conocida en Euskal Herria.
Òmnium Cultural nace como organización en defensa de tres pilares: la lengua, la cultura y el país. Esto organiza su actividad durante prácticamente las dos o tres primeras décadas, que es en pleno franquismo, en un momento de situación de la lengua catalana prohibida en las escuelas, en medios de comunicación, etc. Se dedica fundamentalmente a formar, no sólo alfabetizar a la población, sino a formar docentes de catalán. Es decir, desde su propia creación, no empezó dando respuesta a una necesidad de presente, sino que ya empezó con su gran proyecto estratégico de fomento de la lengua catalana, que era la formación de maestros, pensando en una cosa que no llegaría hasta veinte años después, que es el modelo de inmersión lingüística.
Además de la tarea de socialización de la lengua, apostó por el reconocimiento y el prestigio de la cultura y de la lengua en una época que se consideraba el catalán prohibido y provinciano. Òmnium hizo una apuesta muy valiente: El premio más importante que se daba en el mercado literario a nivel estatal era el premio Nadal, en castellano que se celebraba en Barcelona. Crea el premio Sant Jordi de novela, con exactamente la misma dotación económica y con la misma ambición que tenía la noche de las letras catalanas, no tanto de reunir a toda la burguesía catalana-españolista, sino algo mucho más transversal. Òmnium viene de allí, de defender el país a través de la lengua y la cultura en un momento de resistencia.
¿Cómo ha evolucionado y cuál es su papel en la sociedad catalana hoy día?
A partir de 2010 Òmnium decide dedicarse también a la incidencia política con el fin de condicionar los movimientos de todos los partidos, principalmente los catalanistas, mediante las movilizaciones sociales. En ese mismo año, se articula la respuesta a la sentencia del Tribunal Supremo sobre el Estatut. Aquella manifestación de julio, la primera organizada por Òmnium a la que acaban sumándose más de mil organizaciones de la sociedad civil catalana, incluidos todos los partidos democráticos, incluido el Partido Socialista, acaba siendo la primera manifestación masiva después de la muerte de Franco con un millón de personas saliendo a la calle. Allí empieza la convicción, casi con una cierta sorpresa, de la capacidad de mover el panorama político que puede tener Òmnium cuando aglutina y vertebra y además cataliza a todas las organizaciones de la sociedad civil, y que marca todo el periodo del 2010 al 2017.
Recapitulemos estos últimos años. Ha sido una década convulsa, con diversos actores, un mismo fin pero estrategias diferentes, represión, desafección… Las recientes elecciones han dejado resultados anómalos. ¿Qué lectura hacéis de lo ocurrido?
Que por primera vez desde desde que existe el Parlamento de Cataluña restaurado se pierda a la mayoría soberanista es una catástrofe en términos políticos y, por tanto, también nos responsabilizamos de que eso haya pasado. La situación es decepcionante. Ha acabado consolidándose como estructural la abstención electoral en el universo soberanista-independentista. Eso que podíamos pensar que era eventual en algunas elecciones, no, eso ha ido a más y ha acabado cristalizando en torno al 50% en las últimas, y eso es un problema. También ha acabado casi cristalizando como estructural una sensación de desánimo, de desorientación y evidentemente también de desmovilización.
Hay dos fechas clave que han marcado los últimos años: Una es 2017, por razones evidentes. Pero la última es el otoño de 2019. Esas movilizaciones masivas, las últimas que ha habido en Cataluña, aglutinadas fundamentalmente en torno a Tsunami Democràtic. Pero después de que tampoco esas movilizaciones consiguieran aquello que pretendían, empieza una reflexión muy seria a partir del 2020. Es entonces cuando comenzamos a señalar como causa principal del desánimo, de la desorientación y de la desmovilización la incapacidad de trenzar un proyecto de estrategia compartida, que además va acompañada por la peor versión como la guerra fratricida.
Desánimo, desorientación y desmovilización. Cuestiones que, además de en las urnas y en las calles, también se evidencian en diferentes estudios y encuestas como la del Centro de Estudios de Opinión (CEO) de la Generalitat de 2023, que indica que el pico más alto de apoyo a la independencia fue precisamente en 2017, el año del referéndum, pero hoy en día ha caído más de 7 puntos, situándose en torno al 41%…
En Òmnium también hacemos informes de referencia, una serie de análisis sobre cuestiones estratégicas desde la Escuela de Formación Guillem Agulló, y la última es una encuesta sobre las opiniones políticas de la gente joven por debajo de 35 años. Hay preguntas que los organismos oficiales como el CEO no pueden hacer por ley, pero como somos una entidad privada que sólo nos debemos a nuestros socios, hemos completado las preguntas que eran imprescindibles para tener un mapa de dónde está la opinión allá donde las otras encuestas no permiten llegar.
Los datos de la encuesta juvenil son casi apocalípticos, por eso los hemos dado a conocer a la opinión pública y los hemos puesto a disposición de los partidos para decirles: Ponéaos las pilas porque aquí tenemos un problema. Los porcentajes de adhesión a la independencia entre la gente joven han caído en picado. En los años del 2010 al 2017, el porcentaje de adhesión a la independencia era mayoritario unánimemente entre la gente joven, y ahora digamos que la pirámide se ha invertido, donde hay más deserción respecto a la independencia como opción política es entre la gente joven.
La cuestión que más nos interesaba conocer, porque el CEO no podía preguntarlo, era la adscripción nacional, que ya no es de opción ideológica, independentista o no, sino del imaginario que tú compartes. Aquello de ‘sólo español’, ‘sólo catalán’, ‘más español que catalán’, ‘tanto o más catalán que español’… También ahí, del 2010 al 17, la pirámide se concentraba entre ‘sólo catalán’, ‘más catalán que español’ o tanto tanto. Ahora la pirámide está invertida, es decir, el gran grueso de la gente joven son los que menos catalanes se consideran, y eso es una alarma, más todavía que el que haya bajado la visión de la independencia.
Y hay un tercer elemento. De golpe, en el índice de preocupaciones la independencia de Cataluña ha pasado a ser la décima, es decir, la última. ¿Y las primeras cuáles son? Pues es obvio, el derecho a la vivienda, la precariedad laboral, el cambio climático...y, la última, la independencia. ¿Por qué? Pues porque el independentismo se ha separado de eso que constituyó su fuerza, que era lo que se veía directamente identificado con la mejora de las condiciones en todos los ámbitos de la vida cotidiana.
¿La independencia ya no se percibe como una vía para lograrlo?
Los partidos políticos del movimiento independentista no están ofreciendo un proyecto compartido con un horizonte de país que sea ilusionante, que genere esperanza. De hecho, las grandes adhesiones que suma el movimiento entre 2010 y 2017 es porque la expectativa de la independencia es catalizadora. No por la independencia como tal, sino por la posibilidad de que con una república catalana nos quitamos de encima todo el lastre de un Estado anómalo desde el punto de vista democrático, injusto desde el punto de vista social, basado en unas desigualdades que se remontan a la organización oligárquica del Estado español, etcétera, etcétera. Pero cuando no existe ese proyecto compartido de ofrecer un horizonte político, más allá de las diferencias legítimas entre los partidos, queda la palabra independencia como un tótem vacío y eso ni moviliza, ni cataliza, ni genera ilusión y, por tanto, el descenso también es ése. Pero hay otro elemento evidente y que no podemos ignorar, que es la represión en Cataluña y en todo el mundo. De todos modos, desde 2020 buena parte de la estrategia política de la entidad consiste en reclamar que haya una estrategia compartida.
Con todo, el uso del catalán también desciende, mientras los discursos de extrema derecha van calando en la sociedad.
Hoy el debate en torno a la lengua es el debate en una Cataluña de 8 millones con una sociedad extraordinariamente diversa y con un reconocimiento estadístico de un descenso preocupante del uso social de la lengua catalana. Un dato: Sólo uno de cada tres catalanes y catalanas utiliza el catalán de forma habitual. ¡Uno de cada tres! Allá donde habíamos pensado que la escuela y la normalización lingüística universal permitirían la alfabetización y el uso social, pues no lo garantizan. Por lo tanto, ahí tenemos un problema. Con la alarma que tú señalabas de la extrema derecha, porque en esto Cataluña no es distinto de Euskal Herria ni de otros países de Europa. Es una batalla esencial, tan esencial como que la principal estrategia de Òmnium en los años y meses que vienen es el reto de la construcción nacional; cómo conseguimos trabajar en cuestiones de diversidad, desigualdad y lengua por la cohesión de una sociedad que, mientras no hagamos este trabajo, surge la extrema derecha como la vía populista de las “soluciones fáciles” y estrategias antisistema.
No habrá posibilidad de volver a plantear de manera seria y verosímil el ejercicio del derecho a la autodeterminación si este trabajo por la construcción nacional no se hace. Porque ahora la extrema derecha ya no sólo es españolista, que existía desde el franquismo, sino que ya existe una extrema derecha independentista también (Aliança Catalana), con la que obviamente tenemos una línea roja absolutamente marcada. En Cataluña el fenómeno migratorio es estructurado y siempre ha sido un motivo de orgullo y autoestima colectiva. Hemos ganado hablantes en catalán por el proceso migratorio en los años 50, 60, 70 y esto es una realidad todavía ahora. Para Òmnium la fuerza del país, en los últimos 150 años, procede justamente de los fenómenos migratorios.
Volviendo a la estrategia. Si las principales preocupaciones de la sociedad son el empobrecimiento, crisis de vivienda, modelo turístico, emergencia climática… ¿De qué manera deben confluir las organizaciones y movimientos sociales con el movimiento independentista en esa estrategia compartida de la que habla?
El ciclo del movimiento y del país que culmina en 2017 es un ciclo que está agotado, hay que darlo por acabado y hay que abrir uno nuevo, con nuevos liderazgos, con nuevas caras, con nuevas estrategias, con nuevos agentes, porque la guerra fratricida después del 2017 no es caprichosa. Es también el resultado de una represión que ha imposibilitado la relación franca entre todos los agentes. Yo creo que con un ejemplo se entiende muy claro: los dos partidos hegemónicos del movimiento, Junts x Cat y ERC tienen, el primero a su presidente en el exilio (Puigdemont) y el segundo a su secretaria general en el exilio (Marta Rovira). Bueno, es fácil de entender que esa situación es una anomalía para coser el movimiento, para rearmarlo, para plantearse estrategias nuevas, cuando los máximos representantes sólo pueden hablar entre sí a través de mediadores.
No creemos en la unidad, creemos que la fuerza del movimiento es su pluralismo ideológico, es su transversalidad y que cualquier apelación a la unidad siempre se plantea en términos de “mi unidad”, en términos de lucha por la hegemonía. Òmnium desde 2020 no ha dejado de poner una mesa para todos los agentes políticos y de la sociedad civil del movimiento independentista y también soberanista. Impulsamos una cosa que llamaremos ‘G6’: con los tres partidos políticos, es decir, Junts, Esquerra, la CUP, pero también ANC y el Consell per la República. Para nosotros no hay otra salida que volver a sentar a todos los agentes sociales. Esos agentes sociales hoy ya son más que esos seis, hacen falta otros agentes nuevos como organizaciones juveniles, otras organizaciones de la sociedad civil, etcétera, etcétera.
La eterna pregunta: ¿Es el Estado reformable?
En un primer discurso que hago como presidente de Òmnium digo una cosa que yo creo que responde mucho a lo que es un consenso generalizado: No queremos reformar el Estado, queremos irnos. Ahora, para irnos, -es una de las lecciones de después del ‘17-, sabemos que decir “vamos a ignorar la fuerza del Estado para ir nosotros a la nuestra”, pues seguramente es una vía que no es solvente o sólo se puede tirar adelante con mucha más fuerza de la que ahora disponemos. Y también creo que la estrategia política ha de tener en cuenta no sólo la correlación de fuerzas, sino también las fuerzas con las que cuentas.
Hay un sector del independentismo que no opina lo mismo. Por ejemplo, la ANC nunca ha estado en la batalla por la amnistía, porque la Asamblea considera que no hay nada que hablar con el Estado español y, por tanto, la solución de la represión no es la amnistía, es la independencia. Está perfecto, es muy legítimo. Nosotros pensamos que hay batallas que las tenemos que librar en el Estado español.
Mencionaba también la represión y lo que ha supuesto en términos de desmovilización...
La represión busca dividir, busca intimidar, busca crear lo que en Europa llaman el chilling effect. En Cataluña hay gente acusada, acaba de entrar uno en la cárcel, por ir a una manifestación. Estamos en este nivel, digamos, de gente encarcelada por ejercer derechos fundamentales. Hay un efecto que es el de la represión, que lo hemos de decir, es intimidatorio. Estamos hablando de mucha gente inhabilitada, estamos hablando de jóvenes multados…
Y, finalmente, se aprueba la Ley de Amnistía. Algo totalmente impensable hace unos meses, al menos así se veía desde Euskal Herria.
En Òmnium planteamos la amnistía ya en 2020, cuando toda la atención pública del movimiento se focaliza en los nueve presos políticos y en los cinco exiliados. Siempre hemos dicho que los indultos no son una solución. Primero porque son una medida de gracia, porque no extinguen la pena y porque son una solución individual. Planteamos la amnistía recibiendo como respuestas lo que tú decías por parte de todos los agentes: “Nunca el Estado español va a conceder una amnistía, la amnistía es anticonstitucional”. Porque ya sabemos lo que representa, es el reconocimiento -cosa que no pasa con los indultos- de que eso que se ha hecho no es delito. Es decir, hay una voluntad de plantear una respuesta colectiva a los entonces ya cientos de personas represaliadas, que son alrededor de 4.500 hoy día.
Para Òmnium era también una batalla estratégica y política para fortalecernos como entidad, como movimiento y como país y para debilitar al Estado español como batalla independentista. Ahora hemos empezado a decir que para nosotros la amnistía era una bomba de relojería en el corazón del Estado. No sólo era una respuesta a la represión. Lo que buscábamos es exactamente lo que está pasando: Que el Poder Legislativo y Ejecutivo desmienta y enmiende al Poder Judicial y que, como era previsible, que el Poder Judicial salga en tromba contra el Poder Legislativo y Ejecutivo. Maravilla de las maravillas. El conflicto ya no es Cataluña-España. El conflicto lo hemos desplazado al corazón del Estado.
En esta ley hemos trabajado todas las organizaciones independentistas y soberanistas de la sociedad civil. En primavera de 2O21 presentamos 200.000 firmas en el Congreso. Durante dos años hubo actos continuos en todo el país. Entonces creemos que con ese trabajo previo, que suma sensibilidades diversas, es posible tirar adelante proyectos que sean tan, en principio, marcianos o imposibles como este. También ahora nos dicen que es imposible el derecho a la autodeterminación...
Ahora vienen las trabas judiciales, especialmente en el Supremo.
Como no somos ingenuos, sabemos que la represión no acabará. Yo estoy ocupando la presidencia de una entidad que la persona que me ha precedido ha sido condenada a nueve años de cárcel y se ha pasado dentro cuatro. Ya sabemos a lo que estamos jugando y los riesgos que corremos, ¿no? Es más, la represión es el termómetro de la fuerza del movimiento. Cuanta más represión haya, es que más miedo da el movimiento y, por tanto, no aspiramos a que no haya represión. Aspiramos a ganar. Digamos que la represión es una variable de la ecuación con la que tenemos que contar siempre.
La amnistía, a diferencia del indulto, no se aplica al instante, sino que empieza una batalla larga que en muchos casos será de semanas, pero en otros casos puede durar años. Por eso hemos creado la Sindicatura per l’Amnistia, que es un instrumento para fiscalizar su aplicación. Pusimos la amnistía sobre la mesa como una solución política a la represión colectiva y ahora nos parece que estamos obligados a que todas esas personas anónimas que contabilizamos en torno a unas 1.600, poca broma, a las que se les podría aplicar los beneficios de la amnistía, que no haya ni una que quede fuera.
El relato del Gobierno español difiere de la idea de que la Ley de Amnistía es una conquista colectiva de la sociedad catalana. ¿Ha querido Sánchez dar carpetazo final al procés con este movimiento?
La lectura que hace sobre todo el PSOE de la amnistía, desde el mismo título de la ley, es: “Hemos resuelto el problema político en Cataluña y, por tanto, ya está pacificado aquello que había provocado el ciclo del 2010 al 2017. Con esto lo cerramos”. Sabemos que forma parte del relato comunicativo que tienen que hacer, no sólo para, de alguna manera, justificar delante de sus bases que adopten una posición como esta, sino que seguramente también porque el relato acaba conformando la realidad. Por lo tanto, ya hay una pretensión de que, a fuerza de decir que esto ya está acabado, quizá haya gente que piense que, efectivamente, esto está acabado. Pero basta coger el documento marco de Naciones Unidas y el documento marco de la Unión Europea para leer desde las dos primeras páginas qué quiere decir una amnistía, que es una corrección del Estado cuando desde el Poder Judicial se ha castigado penalmente cosas que no tenían que ser castigadas.
Que nadie se confunda, con la Ley de Amnistía no acaba nada. Es una extinción de la pena, un reconocimiento de que todo aquello que se hizo no es delito y es una solución a la represión, y por lo tanto, es el aval de su legalidad. Jordi Cuixart lo dice claro: ‘Ho tornarem a fer‘ (lo volveremos a hacer). Si resulta que participar en la organización de un referéndum no era delito, ¿qué nos impedirá hacerlo en un momento en que la acumulación de fuerzas o de correlación de fuerzas, o las dos cosas, sean suficientes como para poderlo volverlo a hacer?. Si protestar no es delito, si manifestarse no es delito, pues bueno, todo eso es como un reconocimiento para nosotros indirecto de la posibilidad, incluso ya jurídica, de volverlo a hacer. Por tanto, se abren escenarios más allá de las explicaciones con las que el PSOE pretenda vender la amnistía como si fuera una medida de gracia pacificadora.
A nivel europeo también existen otras naciones sin Estado que dan pie a alianzas o, al menos, a debates y aprendizajes...
Hemos analizado con mucho detalle la situación de Quebec y la situación de Escocia. En Quebec, ha ocurrido que el partido independentista que fue mayoritario y que provocó el referéndum prácticamente desaparezca del Parlamento. En Escocia, de alguna manera, el proceso es muy diferente. También ahí hemos visto qué es lo que pasa cuando la reivindicación puramente de la identidad o puramente de la lengua se separa de todo lo que son mejoras de las condiciones materiales de la vida de la gente.
El proyecto independentista ha perdido, yo diría que ha renunciado a parte de su fuerza, que es presentarse con un proyecto, no sólo de liberación sino de emancipación nacional, que va a acabar modificando las condiciones de vida de la gente en todos los aspectos, en los marcos de las relaciones laborales, en los sistemas de en investigación universitaria, en la sanidad, en el modelo educativo...
Claro, si no está vinculado a los problemas de la vivienda, a la precariedad de los contratos, al paro juvenil... Si el proyecto independentista no está vinculado a eso, ¿a quién le generará ganas de sumarse y adherirse?