“La táctica en las redes es clara: bombardearnos con mercancía estúpida y pesimista para que nada cambie”

Erreportajea Texto: Leire Regadas
Ekaitz Cancela, periodista e investigador de la UOC

Ekaitz Cancela es periodista, autor del ensayo Utopías digitales e investigador del grupo tecnopolítica de la Universitat Oberta Catalunya (UOC).  Utopías digitales: Imaginar el fin del capitalismo, publicado con Verso Libros, no sólo analiza el estado actual de la economía digital, también las experiencias, imaginarios e infraestructuras alternativas al dominio de Silicon Valley, pero desarrolladas en el Sur Global. Una invitación a pensar en alternativas al sistema.

Se habla mucho últimamente sobre ‘tecnofeudalismo’. ¿Estás de acuerdo con utilizar este término o cómo denominarías el momento histórico o contexto actual?

La especulación teórica sobre la llegada del “tecnofeudalismo”, tal como la han planteado Yanis Varoufakis y otros comentaristas, termina por reforzar el marco libertariano promovido por figuras como Donald Trump y Elon Musk. Esta interpretación conduce a observar a los capitalistas como señores feudales, cuyos beneficios derivan fundamentalmente de la monopolización y la extracción de rentas. Marx ya señalaba que el desarrollo de los medios de producción y la revolución tecnológica no eliminan la competencia entre capitalistas; al contrario, la intensifican mediante la centralización de los actores dominantes en la economía. Un ejemplo ilustrativo es el de las cinco grandes tecnológicas estadounidenses (Google, Facebook, Amazon, Microsoft y Apple), que en 2024 invirtieron conjuntamente 120 billones en investigación y desarrollo. Bajo el capitalismo, la maniobra para alinear intereses empresariales y políticos es bastante evidente.

En un nivel más abstracto, como ha indicado Evgeny Morozov en su demoledora crítica a la razón tecnofeudal, la acumulación de mercancías en el tecnocapitalismo no sólo se rige por los medios económicos de extracción de plusvalor, sino por la expropiación mediante mecanismos políticos.

¿Todo esto qué consecuencias tiene?

Esta se manifiesta en la violencia ejercida contra los cuerpos de las mujeres, el racismo, la desposesión de los bienes comunes y la imposición de estructuras fósiles. Los estudios sobre patriarcado y colonialismo demuestran que la expropiación de recursos baratos en el Sur Global es una condición de posibilidad del capitalismo. La acumulación primitiva se ha forjado históricamente a base de sudor y sangre, y hoy en día persiste a través de sofisticados mecanismos tecnológicos. Basta con observar la historia para comprender que no existe ninguna alteración fundamental en el funcionamiento del capitalismo: empresas tecnológicas en contextos como el de ITT en Chile ejercieron su poder para evitar su nacionalización, provocando en ocasiones golpes de estado. ¿A quién le extraña en este contexto el giro de Silicon Valley hacia la segunda administración de Trump?

Las Big Tech invierten grandes sumas en comprar legisladores, compran a sus competidores. Extraen recursos naturales—agua, energía, y materias primas—y explotan mano de obra migrante, feminizada y racializada. Roban territorios y materias primas...

No existiría trabajo excedente desplazado al capital sin este ejercicio de fuerza previo. La política complementa la reorganización de los procesos productivos. Desde la vigilancia casi total en las fábricas a través de las plataformas digitales y la precarización previa a la automatización mediante software avanzado, hasta inteligencias artificiales entrenadas con datos que reproducen siglos de opresión o la expansión de los flujos de información ha ampliado lo que Marx llamaba el “ejército industrial de reserva” (a más trabajadores disponibles, menores salarios).

Es importante entender que ambos procesos, el económico y el político, operan de manera entrelazada. Cuando lo hacemos, no sólo constatamos que el capitalismo atraviesa una situación convulsa, sino que también identificamos, en el análisis de sus contradicciones, lecciones fundamentales para la construcción de una sociedad comunista aún por imaginar. Este es el camino que inició El Capital.

¿De qué manera está afectando a nuestras sociedades el uso de las redes sociales?

Las aplicaciones en nuestros dispositivos no son sólo herramientas digitales; son interfaces directas al capitalismo. Nuestra existencia digital se inserta a la perfección en la lógica de acumulación, competencia y la descarga de problemas sobre los individuos y la clase obrera. Son armas del capital, diseñadas para seguir generando ganancias y, al mismo tiempo, para legitimar el sistema de dominación.

Cada acción que realizamos y cada categoría que usamos para entender el mundo son medidas categorizadas y sometidas al sistema de precios, como si fuera el centro unificador de todo. Por eso,  no podemos cambiar la conciencia impuesta por las redes sociales sin alterarlas profundamente. Los sistemas de significación de estas plataformas bloquean cualquier posibilidad de transformar nuestro lenguaje, nuestros símbolos y nuestras representaciones históricas. Y lo hacen en la etapa más primitiva de nuestra reflexión ideológica, antes de que aceptemos, de manera irreflexiva y casi automática, la inevitabilidad económica y el destino político que nos impone el capital.

Cuando decía en el artículo Crítica de la crítica de las redes sociales, observamos que su propia arquitectura se ha convertido en el marco normativo que institucionaliza de iure la racionalidad neoliberal a través de plataformas y algoritmos. Éstas se basan en métricas cuantitativas y sistemas de clasificación individuales, que no valoran el contenido por su calidad o significado, sino por un sistema numérico mercantil. Este sistema se centra en lo viral y en la monetización del odio, priorizando esto sobre la comunicación genuina entre personas, conscientes de sus condiciones materiales y deseosas de compartir sus ideas con los demás. Está diseñado para extraer plusvalías de nuestra atención y participación consumista online, no para decidir colectivamente sobre nuestro futuro.

El capitalismo funciona de manera completamente irracional: usamos redes sociales que nos alienan, nos deprimen y sacan lo peor de nosotros, bajo el falso pretexto de que no hay alternativa. Insisto: debemos decodificar esta realidad y reprogramar nuevas estructuras jurídicas e institucionales que nos permitan relacionarnos como seres libres.

¿Cómo se utilizan el capital y los recursos tecnológicos para influir en los procesos políticos? El auge de la extrema derecha en Europa y en el mundo no es un hecho aislado ni casual.

El capital está utilizando las redes sociales para defender sus posiciones en todos los frentes. No sólo moldea el debate ideológico y cultural para consolidar la nueva agenda global de Estados Unidos, sino que busca conquistar las emociones políticas de ciudadanos en Europa, Latinoamérica y otros países donde el alineamiento con el imperialismo no es tan claro.

Esencialmente, la ultraderecha ha convertido la degradación del ser humano en una herramienta al servicio del capitalismo, reduciéndolo a un sujeto pasivo cuyo papel es aceptar su eliminación como fuerza democrática y transformadora. Un ejemplo evidente es el papel de Cambridge Analytica en la manipulación del comportamiento electoral en Reino Unido—territorio clave del poder estadounidense sobre la Unión Europea—para favorecer a fuerzas xenófobas, machistas y racistas.

Desde entonces, este laboratorio de pruebas se ha ampliado con el esfuerzo sistemático de Elon Musk por alterar la correlación de fuerzas políticas, creando burbujas mediáticas en X que refuercen los valores nihilistas y decadentes de las burguesías nacionales. Está demostrado que X favorece estas emociones negativas, como evidencian los intentos en al menos 18 países por imponer marcos favorables a las restricciones migratorias y la desregulación empresarial.

Figuras como Bolsonaro, Milei, Poilievre, Bukele, Wilders, Orbán, Meloni, Ramaphosa, Erdogan o Teodorescu representan la punta de lanza de un ciber-internacionalismo ultraderechista, coordinado mediante redes sociales en torno a una agenda común y, en algunos casos, financiado económicamente por los mismos sectores reaccionarios que han tomado el poder en Estados Unidos.

Internet ha disipado la línea entre lo que es verdad de lo que es mentira, una situación que se está agravando por el desarrollo de la IA. ¿Por qué está ocurriendo esto?

La esfera pública ha sufrido una transformación epistémica impulsada por la expansión de la publicidad. Tras cuatro décadas de liberalización de las infraestructuras tecnológicas que sustentan el conocimiento, hemos olvidado la diferencia entre lo público y lo privado. Todo es una trampa diseñada para capturar nuestra atención, vendernos productos y extraer datos sin límites.

Esto ha impuesto la dictadura de la viralidad: lo que más clics genera se asume como verdad. Es el pilar de una estrategia contrarrevolucionaria prolongada, que mantiene la confusión colectiva y nos hace aceptar condiciones materiales cada vez más duras. La táctica es clara: bombardearnos con mercancía estúpida y pesimista para que nada cambie.

Sólo se nos presentan distopías relacionados con la IA: militarismo, vigilancia masiva, la humanidad bajo su yugo. ¿Es parte de una política del miedo, es tan mala como la pintan...qué opinas?

Los contenidos con mayor capacidad de polarización y monetización suelen ser el odio y la rabia contra el sistema, canalizados a través de chivos expiatorios: mujeres, personas racializadas, población LGTBIQ+. Esto ha llevado a la exaltación de la violencia y la persecución contra las poblaciones oprimidas, normalizándolas entre capas cada vez más amplias de la sociedad.

Es la misma estrategia utilizada históricamente para justificar guerras, pero ahora reconfigura las sensibilidades políticas de muchos hombres jóvenes hacia posturas conservadoras y reaccionarias. Cuando los banqueros no terminan de morir y las comunas no terminan de llegar, surgen los crypto-bros. La pregunta es qué nuevas máscaras adoptará la estrategia del miedo de la ultraderecha en una época como esta, marcada por la descomposición del capital, un terreno especialmente fértil para su avance.

En tu libro hablas sobre la necesidad de crear ‘utopías digitales’. ¿Qué alternativas tenemos para hacer frente a estas grandes corporaciones y lograr otra internet?

Las alternativas no son meras proyecciones de un futuro ideal, sino que existen en la práctica cotidiana. En el libro, las ubico en los esfuerzos continuados del Sur Global por construir imaginarios y relaciones sociales ligadas a proyectos tecnopolíticos soberanos frente al dominio del centro del sistema-mundo.

Debemos aprender de experiencias como el Chile de Allende, el Brasil de Lula o ARSAT en Argentina para impulsar escenarios y realidades antisistémicas en Europa. Sindicatos, partidos, movimientos sociales y otras organizaciones deben librar una batalla persistente, estratégica y sostenida para recuperar las lecciones de América Latina, pero también de África, Asia y sus comunidades originarias. Solo así podremos levantar infraestructuras sobre pilares—hoy diríamos socialistas—que permitan un planeta sostenible.

Una de las propuestas que se repite al hablar de alternativas es lograr el control público de los espacios digitales. ¿En qué consistiría exactamente?

El Estado debe financiar las infraestructuras del siglo XXI: aquellas plataformas que permitan coordinar necesidades colectivas y libertades individuales de forma democrática.

Su papel hoy es crear infraestructuras para el desarrollo humano y la redistribución de los recursos económicos, pero garantizando también la democratización del poder político. Una vez aseguradas las condiciones de existencia del proletariado digital—cuando las tareas básicas y la reproducción social de la esfera de las necesidades se hayan comunalizado y las vidas en libertad desarrollen nuestros talentos sin jerarquías de clase, género o raza—, el Estado deberá ceder el control y la gestión de los medios de producción a las comunidades organizadas, asegurando la seguridad y privacidad en el código.

Así, la tecnología deja de ser sólo una herramienta de producción para convertirse en un medio de creación y significado institucional colectivo. Como diría Castoriadis, debe favorecer la imaginación y la creatividad en un proceso de transformación abierto y permanente, guiado por los deseos y decisiones de la mayoría organizada bajo la premisa democrática. Es, en esencia, lo que hace Mastodon, pero aplicado a las infraestructuras que sostienen toda nuestra vida social.