“Llevamos todo el siglo en un estado de guerra permanente ”

Erreportajea TEXTO: GORKA QUEVEDO
Fernando Hernández Holgado, historiador y autor del libro “El pensamiento militarista. Sobre las ‘guerras justas’”

Tenemos que armarnos. Tenemos que gastar más en defensa. ¿Qué piensas cuando lees esto?

Desde al menos 2001 estamos en un escenario de guerra permanente. Otro tema es que esas guerras que componen la guerra permanente nos pillen un poco más lejos: Yemen, Pakistan, el África Subsahariana… Desde 2001 ha habido un rosario de guerras y de destrucción de estados a cada cual más intensa. Lo que pienso es: ¿cui prodest? ¿Quién sale ganando? A primera vista lo que veo es un caldo gordo para la industria armamentística, que en este momento es la más rentable.

Pero también veo que la mayor parte de los gobiernos y regímenes que claman por la guerra están prácticamente acorralados. Hablo, por ejemplo, de Sunak o de Macron en Europa. O de Biden en los Estados Unidos de América. Si algo demuestra la historia es que las voces militaristas generalmente suelen estar asociadas a gobiernos en crisis. Gobiernos con miradas cortoplacistas que solo miran cómo mantenerse en el poder a toda costa, siempre buscando la dicotomía de amigo-enemigo y esa cohesión social que no han conseguido a través de otro tipo de políticas.

Y también creo que hay que observar cómo utilizan nuestros sentimientos. Muchas veces para saber cómo se ha llegado hasta un punto no se analiza qué ha pasado, simplemente se intenta sumir a la ciudadanía en un clima de miedo, de miedo a que en cualquier momento caiga una bomba, en este caso rusa o de quien sea. El militarismo está estrechamente asociado al miedo, al sentimiento y a la falta de análisis.

¿Hasta qué punto es real y hasta que punto se exagera el riesgo de una guerra en Europa que justifique el aumento en el gasto armamentístico?

Este clima de miedo provocado está caracterizado por una exageración de las presuntas amenazas. Es necesario buscar una amenaza contra el cuerpo social que en teoría hay que defender, en este caso, el nuestro. Es un rasgo común de todos los episodios militaristas que han ocurrido a lo largo de la historia. Siempre se han magnificado y exagerado los datos. Esto empezó al comienzo de la Guerra Fría y continuó durante las décadas siguientes.

Todo parte del engaño, de la falta de análisis. Si analizamos la guerra de Ucrania no solamente trabaja el miedo, también interviene el factor moral. Una de las cosas que me han preocupado en el libro son las justificaciones de la guerra moralmente buena, justa, necesaria. Esto parte de la doctrina jurídica de la guerra justa que se reeditó, sobre todo, a partir de 2001, aunque había conocido episodios anteriores con el llamado ‘intervencionismo militar humanitario’. Ese es otro factor que se pone en juego. Es decir, justificar que es moralmente necesario intervenir militarmente o apoyar al bando con el que estamos. Siempre con un discurso defensivo. Con estos argumentos, unido al miedo y a la magnificación de la amenaza, lo que tenemos es la justificación moral.

Esto se ha dado muy claramente con el conflicto ucraniano y se sigue dando todavía. Es el concepto que comentaba de guerra justa. El concepto de guerra justa es una especie de fórmula omnívora que sirve para cualquier cosa. Cuando estaba terminando el libro –poco antes de los atentados de Hamás del 7 de octubre– me hacía la pregunta retórica de por qué no se aplicaba el concepto de ‘guerra justa’ en favor del pueblo Palestino y en contra de Israel. Lo que no me podía imaginar, ingenuo de mí, es que el Gobierno de Israel iba a utilizar el concepto de guerra justa para justificar la matanza y el genocidio que está en marcha. Iba a decir matanza indiscriminada, pero no es indiscriminada, porque los avances en inteligencia artificial aplicado a lo militar están sirviendo para escoger objetivos civiles para poder desarrollar el plan de limpieza étnica.

Si analizamos la historia de Europa ha habido casi más periodo de guerra que de paz. ¿Por qué se ha recurrido una y otra vez a la guerra en Europa?

Además, los largos periodos de paz en Occidente son engañosos, han estado caracterizados precisamente por la preparación de la guerra. Dicho esto, en Occidente tenemos la percepción de que si no tenemos una guerra cerca de casa no la vemos. La llamada época de los dividendos de la paz coincide más o menos con la post Guerra Fría. Ahí hubo una reducción de los presupuestos militares, incluso antes de los años 1988-89. Pero a partir del año 2000 se acabó la época de los dividendos de la paz y empezaron a remontar los presupuestos militares. 

En lo que llevamos de siglo ha proliferado la exportación de armamento, se han mantenido e incluso incrementado los presupuestos militares… Y todo esto tiene como consecuencia este gran salto tecnológico que estamos viendo de las guerras actuales. El armamento que se está probando en Israel con la inteligencia artificial o la guerra de drones en el frente ucraniano no se inventa de la noche a la mañana, son las consecuencias de 20 años de desarrollo de la industria tecnológica armamentística.

Esa es la consecuencia del famoso ‘si vis pacem, parabellum’. La venta de armas lo que produce a la larga son más guerras, aunque sea bajo un discurso defensivo e incluso de guerra justa. Es lo que estamos viendo, con la novedad de que esta vez, al igual de lo que sucedió en los años 90 en la antigua Yugoslavia, tenemos una guerra en un flanco europeo y la volveremos a tener recrudecida en el escenario de un conflicto secular como es el palestino.

¿Somos conscientes de los riesgos de una guerra nuclear?

Es verdad que estamos perdiendo el miedo a ese clima que se fomentó de manera interesada por los dos bloques enfrentados en la Guerra Fría. Si revisamos esos casos históricos de la Guerra Fría, nos encontramos con que ambos bloques modularon muy bien esa amenaza nuclear. Evidentemente se corría un riesgo extremo y real debido a fallos y malentendidos, pero sí se moduló más o menos bastante bien esa amenaza nuclear.

Pero este periodo convivió con la proliferación de conflictos a nivel mundial. Una vez más la mirada occidental nos vuelve a traicionar. Cuando se dice que la disuasión generó una época de paz, perdona, no es verdad. ¿La guerra del Vietnam fue una época de paz? ¿La guerra en Angola o en Mozambique en los 80 también fue una época de paz?

Caemos una vez más en esa mirada etnocentrista que nos impide ver la cantidad de conflictos que, precisamente, fueron posibilitados porque a un nivel superior teníamos esa doctrina de la disuasión nuclear mutua en determinados niveles. Las piezas mayores como la reina y el rey podían estar más o menos protegidas, pero la partida de ajedrez se desarrollaba con múltiples piezas que iban cayendo en el tablero. Una revisión histórica de ese periodo tiene que pasar por ese análisis.

Cuando ahora se aboga precisamente por la conveniencia de la disuasión y se dice que la disuasión funcionó en Guerra Fría… Bueno, funcionó, pero es parte de una lectura muy sesgada que obvia otros muchos conflictos que salpicaron ese periodo.

¿Por qué es tan difícil escuchar posiciones anti-belicistas o anti-militaristas?

En el libro he intentado hacer una especie de abordaje cultural. Es decir, no hablar tanto de política internacional y hablar también de la manera que naturalizamos la solución violenta de los conflictos desde que somos niños y niñas. Esto nos viene dado por la educación que recibimos. Son todos los elementos que componen el militarismo. Por un lado la supuesta resolución violenta de los conflictos, la famosa solución armada y la guerra. Lo que comentaba antes, el si vis pacem, parabellum (Si quieres paz, prepárate para la guerra) que tenemos interiorizado en nuestras almas. Eso por un lado. Por otro, la utilización del miedo, que genera una sensación de inseguridad y que nos hace crearnos esa magnificación de la amenaza.

Eso afecta incluso a la buena voluntad de la gente. Cuando se recurrió a la formula de la intervención militar humanitaria siempre era a partir de la defensa del agredido, de la defensa de los inermes. Se suponía que el único recurso eran las armas, y ahí se manipulaba precisamente la buena intención de la gente.

Esta voluntad también se ha manipulado con ocasión del último conflicto ucraniano, cuando cientos de personas acudían a Ucrania a coger a refugiados ucranianos, en un escenario completamente discriminatorio con respecto a la política seguida habitualmente con los refugiados de otro tipo y lugar. Creo que se juega con los buenos sentimientos de la gente. Estamos sujetos a un bombardeo constante de la defensa de ese militarismo que lo tenemos interiorizado.

Sin embargo, incluso a quienes defienden la guerra les molesta que les llamen militaristas.

De momento les molesta, pero soy historiador y sé que eso puede cambiar. De momento digamos que tienen cierta vergüenza y los belicistas no defienden como tal la guerra, pero no descartaría que pasado mañana la defendieran abiertamente. Son lo que suelo calificar como belicistas acomplejados. Apuestan por enviar más armas a Ucrania, por seguir generando más armas con un discurso defensivo y de guerra justa, pero no quieren que se les llame belicistas. Pero, claro, son  belicistas. Si la única solución que pretenden para un conflicto es enviar más armas, y eso es una solución armada, hoy por hoy, según la RAE, son belicistas. En este sentido, la palabra belicista o militarista sigue teniendo una carga negativa, afortunadamente. No por casualidad los Ministerios de la Guerra del siglo XIX hoy se llaman Ministerios de Defensa, porque intentan evitar la palabra guerra, aunque luego la estén preparando.

¿Europa se arma porque cada vez tiene menos peso a nivel geopolítico?

Esa explicación es absolutamente acertada en el caso de los Estados Unidos de América. Cuando termina la Guerra Fría había perdido mucho peso económico. Toda esta inversión en tecnología armamentística o reedición del keynesianismo militar de Reegan ha sido muy analizado. En el caso de Europa no lo tengo tan claro, porque las economías europeas se resisten todavía a aumentar el gasto militar a los niveles de los Estados Unidos de América. No tengo tan claro que se intente compensar la pérdida de peso económico con una inversión en defensa. También tenemos que tener en cuenta que el capital está totalmente internacionalizado.

Es evidente que los estados sostienen con dinero público sus respectivas industrias de armamento, pero también hablamos de grandes conglomerados transnacionales de la defensa. RoyMetal, una gran empresa alemana, trabaja asociada con otras empresas estadounidenses en consorcios multinacionales.

Igual no hay que pensar tanto en clave de estados-nación a la antigua usanza, incluso a nivel europeo de uniones o federaciones de estados, sino a lo mejor hay que pensar en esos conglomerados transnacionales que tienen por detrás a los grandes fondos de inversión. Esos fondos tan pronto pueden invertir en vivienda turística como en la industria del armamento, que es lo que está pasando ahora. El valor de las acciones de estos fondos está creciendo muchísimo.