“Los relatos terroríficos sobre las agresiones sexuales sirven para aleccionarnos a todas”

Erreportajea Texto: Nagore Uriarte Fotos: Nagore Uriarte - Foku
Nerea Barjola (Santurtzi, 1980), militante feminista y autora del libro ‘Microfísica sexista del poder. El caso Alcàsser y la construcción del terror sexual’

Tal y como explica Nerea Barjola Ramos, militante feminista e investigadora, “cada generación de mujeres tiene un hombre del saco, un coco que viene a llevarlas si se portan mal”. En el Londres de 1888, en medio de los asesinatos de Jack el Destripador, algunas mujeres se vieron obligadas a esquivar algunas zonas para organizar sus paseos por el West End y evitar ser asesinadas. En España, en 1992, muchas adolescentes renunciaron a hacer autostop y a transitar libremente por la noche porque tenían grabadas a fuego las cruentas imágenes que emitieron los medios de comunicación del secuestro, violación, tortura y asesinato de Míriam, Toñi y Desirée, tres adolescentes del municipio valenciano de Alcàsser. En 2016, muchas de las que vivieron de cerca el caso de La Manada escucharían por primera vez aquello de ‘No vuelvas sola a casa’. Ahora, con el caso de Gisèle Pelicot, la mujer drogada por su “marido ejemplar” y violada durante más de una década, son muchas las que, por primera vez, se cuestionan si su hogar es un lugar seguro.

Otras, con el Caso Errejón, verán coartadas sus prácticas sexuales por miedo a que las señalen a ellas si tuviera lugar una agresión. Dicen que lo que no se dice, no existe. Ahora bien, las agresiones sexuales han existido siempre. Pero, ¿cómo nos las han contado y, sobre todo, con qué fin? ¿Qué tienen en común todos esos relatos aterradores separados en el tiempo?

Analizando el caso Alcàsser y la forma en la que el relato marcó a toda una generación, Nerea Barjola, autora del libro Microfísica sexista del poder. El caso Alcàsser y la construcción del terror sexual, saca una conclusión extrapolable a todos ellos: son relatos terroríficos para aleccionar a las mujeres y reubicarlas en el sitio asignado para ellas. La escuchamos.

Romper el silencio

Guiados por la actualidad, empezamos preguntado por el denominado caso Errejón. Nerea Barjola pone el foco en la decisión de muchas mujeres de movilizarse, de romper el silencio. “Dar tu testimonio de manera anónima es una vía para poner sobre la mesa toda la impunidad que hay en torno a las violencias sexuales”. Por eso considera que la dimisión de Errejón, tras ser identificado, es secundario al hecho de que las mujeres estén hablando de las violencias sexuales, identificándolas. “Lo hemos visto con el caso de Gisèle Pelicot y la idea de que la vergüenza tiene que cambiar de bando”, asevera.

“Ellas están relatando lo que les ha ocurrido y lo hacen en un espacio que consideran seguro. Eso también nos habla de qué espacios no lo son”, afirma. Sin embargo, también denuncia el linchamiento que se está produciendo por quienes juzgan los espacios elegidos para contar las agresiones, lo que subraya, desvía el debate de lo realmente importante.

Ir a la raíz

“Una vez más no estamos poniendo en el centro del debate cuál es el sistema que permite las agresiones; en vez de eso, estamos hablando de los métodos”, lamenta.  A raíz de la polémica con la ley `Sólo sí es sí´, no paran de decir que las mujeres necesitamos protección. Pero ¿por qué la necesitamos? Porque nos agredís. Es simple, pero nunca vamos a la raíz. Da igual todos los casos paradigmáticos que ocurran, Alcàsser, Jack el Destripador, Diana Quer... nunca entramos a debatir sobre las violencias sexuales. Siempre se habla sobre otras cosas, y eso es lo que está pasando ahora también. Por eso planteo que la violencia sexual es algo que el conjunto social protege y que es estructural. Son los cimientos a partir de los cuales se genera todo un sistema de jerarquías y de poder”. Poder sexista, matiza.

No en vano, el título de su tesis lo toma prestado, en parte, de la obra Microfísica del poder, del filósofo Michel Foucault. “Lo que dice es que todas las personas ejercemos poder de una manera u otra, pero que no se sabe muy bien dónde está, entonces no sabemos muy bien cómo intervenirlo. Las personas lo sujetamos, lo sustentamos y lo reproducimos. Él hablaba de cómo se ejercían las relaciones de poder, pero no se fijó tanto en cuál era la ideología que sujetaba esas relaciones: el machismo”.

Esto va para todas

Una de las principales conclusiones de su trabajo es que cada asesinato, cada tortura o cada desaparición forzada de una o varias mujeres nos habla, nos interroga y nos alecciona a todas, no sólo a las víctimas. Habla de un sistema de comunicación, de una narración correctiva para todas; dicho de otra forma, un toque de atención para todas.

“Todos los relatos, toda la narrativa que hay sobre las violencias sexuales contra las mujeres giran en torno a aquello que hicimos y no deberíamos haber hecho. En el caso de Alcàsser fue el autostop, pero todas las épocas tienen su elemento transgresor que nos marca que lo que nos ha ocurrido, la agresión, es nuestra responsabilidad. No es que nosotras por hacer autostop estemos transgrediendo nada, pero el sistema machista está todo el rato reformulando esos límites a partir de los cuales, si te ocurre algo, es tu responsabilidad: puede ser haber estado borracha –en el caso de La Manada se culpabilizó a la víctima por volver sola de fiesta–, haber subido al coche de un desconocido... Son campañas de terror, una manera de aleccionar a todas las mujeres, de recordarnos qué nos puede ocurrir si transgredimos las normas. No nos permiten educarnos en una libertad sexual ni en el derecho de libre tránsito, sino que tenemos que estar constantemente pensando cuáles son las cosas que no debemos hacer si no queremos que nos agredan sexualmente; si no queremos recibir un castigo a nuestra acción, a nuestra transgresión, sea cual sea ésta”.

Duérmete, niña

Su tesis recoge una idea clara: el relato de las agresiones sexuales, la forma en la que nos las han contado, no puede entenderse sin analizar la época y el contexto socio político en el que se producen. Así, y haciendo una retrospectiva desde los asesinatos de Jack el Destripador, en Londres de 1888, hasta los de Alcàsser, en 1992, Barjola saca una conclusión: la forma en la que nos cuentan esos peligros sexuales, el relato, se construye como respuesta a un orden social que se siente amenazado. “Todos los elementos aleccionadores tienen que ver con los miedos y ansiedades sociales que surgieron a raíz de los avances en las libertades de las mujeres”, resume. Dicho de otra forma, es una forma de decirnos: quietas, que estáis avanzando demasiado.

Esta idea la toma prestada de Judith Walkowitz, la autora del libro La ciudad de las pasiones terribles, donde, alejándose de los detalles morbosos de los crímenes de Jack el Destripador, analiza el contexto en el que éstos se producen para ver cuáles fueron las dinámicas políticas, sociales y culturales que permitieron crear el hito del terror sexual de finales de la época victoriana.

No se trata, sin embargo, de una estrategia que pertenezca al pasado. Al contrario, Barjola asegura que han aumentado los discursos de terror sexual. Así, explica que todo lo que está aconteciendo en el Estado español desde la movilización social por la violación del caso de La Manada hasta el multitudinario 8 de Marzo de 2020, tiene que ver con eso: con crear relatos terroríficos para volver a ubicar a las mujeres en el sitio asignado para ellas.

“Todo sistema dominante lo primero que va a hacer es ejercer violencia física, y cuando no puede ejercerla, utiliza el relato para aterrorizar. Lo importante es que el castigo ya no necesita emplear el cuerpo directamente, sino que castiga contando un relato terrorífico que nos asusta y alecciona a todas. Si nos están todo el rato diciendo lo que nos puede ocurrir por ser mujeres, ese miedo se va reforzando generación tras generación. Con el propio relato nos encauzan y nos aleccionan”.

Quietas

Así ocurre en el relato que se construyó en torno a los asesinatos perpetrados en Londres. “Jack el Destripador aparece en un momento histórico de una fuerte política feminista en el que las mujeres estaban tomando el espacio público, empezando a hablar de la doble moral masculina. Claro, el Destripador únicamente asesinaba a mujeres que eran leídas como públicas, es decir, a trabajadoras sexuales. El relato viene a ser una especie de visualizador de esto, de lo que te puede ocurrir si tomas el espacio público”.

Y esta misma idea la extrapola Barjola al caso Alcàsser. Investigando el contexto político previo al crimen, aparecen elementos comunes. “Coincide que durante los años 80, en España, hubo una política feminista muy potente que había conseguido desestabilizar buena parte de todo el statu quo social: se había aprobado la Ley del Trabajo y la Ley española de Divorcio, algo que fue como un ataque frontal a la institución de la familia. También fue muy importante la reforma del Código Penal del 89. En lugar de delitos contra la honestidad, empezaron a juzgarse los delitos contra la libertad sexual. Esto fue muy importante porque los delitos contra la honestidad lo que querían decir es que la agresión no se cometía contra la mujer agredida, sino contra la honestidad del padre o del marido. Fue un cambio fundamental”.

¿Revolución? sexual

En lo que a la sexualidad se refiere, España se encontraba también en pleno cambio, algo que fue interpretado como un avance que había que detener. “Surge el tema de los anticonceptivos, que tenía que ver con la libertad sexual, con la autogestión de nuestro cuerpo, con la autonomía corporal, con la gestión de nuestra sexualidad”.

No en vano, para las mujeres, la libertad ha estado históricamente ligada al miedo a las consecuencias de ejercerla. En su tesis, Barjola habla de la denominada revolución sexual de los años 70 en EEUU, una revolución que nació coartada. Y es que se abrió el debate sobre la libertad sexual de las mujeres, pero siempre unido al peligro que conlleva permitirte ejercerla, como si de un binomio inseparable se tratara.

Las feministas de Nueva York se dieron cuenta entonces de que no gozaban de una sexualidad libre porque cada vez que una mujer quería hablar de placer se veía obligada a hablar también de todas las violencias que enfrentaba. Un debate que está de plena actualidad con el caso Errejón, donde se han llegado a cuestionar las prácticas sexuales para culpabilizar a la víctima.

“Tal y como subrayaron las feministas de los 70 en el texto de Carol S. Vance Placer y peligro: explorando la sexualidad femenina, y que sigue vigente hoy, no podemos quedarnos única y exclusivamente en denunciar las violencias sexuales. Tenemos que reivindicar nuestro derecho al deseo y al placer sexual. Nos gusta el sexo. Las violencias sexuales tienen que ver con el ejercicio del poder en el sexo, pero no son sexualidad. La sexualidad es placentera. Por lo tanto, tenemos que hacer un ejercicio muy potente de que las violencias sexuales no se pongan en nuestro derecho a la libertad sexual. Tenemos derecho a practicar sexo, a quedar con quien nos dé la gana, a practicar sexting (enviar, de forma voluntaria, contenido íntimo a través de fotos y/o videos mediante medios tecnológicos), a llevar a cabo todas las prácticas sexuales que nos apetezcan, siempre y cuando el consentimiento esté en el centro y, por supuesto, siendo conscientes de que la responsabilidad de la agresión nunca es nuestra. Muchas mujeres que practican libremente su sexualidad son castigadas”.

Volver al ¿hogar?

De hecho, el libro recoge ejemplos que explican cómo el caso  Alcàsser se utilizó para castigar a toda una generación joven, y a las chicas en particular, tachándolas de libertinaje y reforzando la idea tradicional de familia como espacio de protección al que debían volver para evitar ser agredidas sexualmente. En el programa de Maria Teresa Campos, por ejemplo, se lanza la siguiente pregunta: ¿Y si el mundo está loco, qué hacemos con nuestras hijas? O esta otra afirmación: “Muchas de ustedes se sienten frustradas como madres”, sin olvidar al alcalde de Alcàsser cuando dijo: “Este crimen ha servido de revulsivo para que las familias cumplan sus obligaciones paternales”.

Incluso hubo intervenciones en medios de comunicación de científicos afirmando que se veían venir este tipo de crímenes porque “la juventud estaba alocada, salía por la noche, bebía alcohol...”

(Des)protegidas

Sin embargo, Barjola tacha de doble moral el relato construido a raíz de los asesinatos de Alcàsser. “La libertad de los jóvenes sólo empieza a ser un problema cuando son las mujeres las que toman el espacio público, porque antes, cuando sólo lo hacían ellos, no parecía que ese libertinaje fuese un problema. Entonces tiene lugar una reestructuración del discurso en torno a que la familia que debe volver a instaurar la disciplina y el acompañamiento a las chicas, pero no a los chicos”.

Se creó entonces un discurso que volvió a la familia como institución y espacio de protección. Empiezan a restringirse los espacios públicos para las mujeres, bajo la premisa de que son peligrosos, y mientras, se ensalza la figura de la familia y se llama a volver a los valores tradicionales.

Entre los testimonios de la época que se recogen en el libro, muchas chicas coinciden en señalar la presión que sintieron por parte de sus amigos por su insistencia en acompañarlas a todas partes. “Porque claro, el terror sexual no es efectivo si solo interpela a las mujeres, es efectivo cuando también les interpela a ellos. A ellos les coloca en el lugar o bien de la autoridad, o bien del privilegio y del acceso libre a nuestros cuerpos. Al fin y al cabo, tu protección a mí me desprotege, porque no me deja estar libre en la vida; por el contrario, mientras tú me estás protegiendo tienes acceso libre a mi cuerpo. Por eso yo soy tan crítica con el tema de la protección. Mientras nos sigan protegiendo, estamos desprotegidas. No nos están protegiendo a nosotras, están protegiendo sus privilegios y su libre acceso a nuestros cuerpos y a nuestras vidas”, lamenta.

Tierra de nadie

En su tesis, Barjola utiliza el término Tierra de nadie como metáfora para hablar de todos esos espacios que, de ser traspasados, son peligrosos para las mujeres. En el caso Alcàsser, tierra de nadie sería el momento en el que ellas levantan el dedo y hacen autostop. En ese momento, la sociedad entiende que ellas están en tierra de nadie porque es ese elemento trasgresor a partir del cual después a ellas se les va a culpabilizar de lo que les vaya a ocurrir. En el caso de La Manada sería el momento en el que la víctima decide volver sola a casa, un argumento que se utilizó en su contra.

“La idea es que, en ausencia de protección masculina, no son de nadie y, por lo tanto, son de todos; son públicas, es decir, de cualquiera. A mí me parece muy interesante saber que muchas veces estos espacios están constantemente habilitados en nuestras vueltas a casa, en un espacio nocturno, en el trabajo... Hay un momento en el que se habita tierra de nadie para además impedir así repensar el crimen o las violencias en términos políticos y posibilitar a los agresores la impunidad”.

Podrías haber sido tú

Otra de las grandes heridas que provocan los relatos sobre el terror sexual se basan en lo terrorífico que fueron los crímenes y cómo se apela al castigo físico y a la tortura. Nos enseñan los cuerpos diseccionados y públicos de Jack el Destripador, de las niñas de Alcasser, y ahora, también las imágenes grabadas de Gisèle Pelicot siendo violada por varios hombres.

“Encarnamos esa violencia de una manera muy bestia, y tiene que ver precisamente con conocer con precisión los detalles de la tortura física infligida. En el caso de Alcàsser se ve claramente cómo las mujeres tienen recuerdos concretos de lo que les pasó a las víctimas, cómo las torturaron, el dolor físico que sintieron. Naturalizamos la violencia de tal manera que nos reducimos nosotras mismas los espacios, los lugares, porque casi sabes que puedes adelantarte a lo que te va a pasar con datos y detalles cruentos. Es un impacto muy físico, muy corporal. La generación de chicas que vivió Alcàsser fue la primera a la que se le pone el hombre malo de frente. Hasta ese momento sabías que te podía ocurrir, sí, pero en ese momento aprendes que por el hecho de ser mujer estás expuesta a una violencia y una tortura sexual desmedida.

¿Sola(s)?

A raíz de la violación múltiple en los San Fermines, en 2016, muchas niñas y adolescentes recibieron un mensaje claro: tened cuidado por la noche. Pero para muchas, esa primera advertencia se produjo mucho antes, cuando sucedieron los crímenes de Alcàsser. Muchas jóvenes escucharon, tal vez por primera vez, “no vuelvas a casa sola”. Pero, claro, matiza Barjola, volver con amigas no era volver acompañada. “Tú puedes volver con cinco amigas, pero aún así sigues siendo considerada una mujer pública, de todos, porque no estás bajo la protección de ningún hombre. La cuestión no debería ser qué hacemos con nuestras hijas, sino qué hacemos con nuestros hijos”.

Aboga por invertir el sujeto. “Si les dices a las madres que cuando su hijo salga por la puerta de casa le diga ‘esta noche no violes’, les parecería una barbaridad. Sin embargo, constantemente les decimos a las niñas: ‘Ten cuidado, no vuelvas sola, voy a buscarte’. No se nos ocurre decirle a nuestros hijos: ‘No bebas porque igual violas’; ‘Si eres tú el que necesita que te vayamos a buscar a la discoteca porque luego vuelves en grupo y violas en grupo, pues te vamos a ir a buscar a ti’; ‘Vamos a restringir tu derecho de libre tránsito y vamos a restringir tu derecho fundamental de estar en la vida, de sentir el placer, de conocer a quien te dé la gana’; ’Si vas a quedar con alguna chica a través de las redes sociales, tengo que saber con quién estás’; ‘Dame tu ubicación en tiempo real para saber que no estás haciendo nada malo’; ‘Te voy a activar un programa de escucha por si acaso te estás comportando mal’... Esto es impensable decírselo a ellos”.

Sin embargo, añade, está completamente asumido que las mujeres tengan que estar constantemente conectadas para que sepamos dónde están. “Tenemos que empezar a darle la vuelta a la historia y a poner el foco en otro lugar porque son ellos los que tienen que dejar de agredirnos, no nosotras las que tenemos que estar en protección constante”, concluye.

Casita

La llamada a volver a casa no es nueva. La propia Barjola lo compara con la inquisición y la caza de brujas. “Históricamente, la llevó a cabo la Inquisición, ¿no? Vale, pero ahora, ¿quién es la Inquisición? Simplemente por el hecho de estar pasándomelo bien, por el hecho de no querer tener que estar pendiente de cuántas cervezas me bebo, por el hecho de querer volver a casa súper pedo si me da la gana, por el hecho de vestirme como a mí me dé la gana -con tacones, sin tacones, con escote, sin escote, con falda, sin falda, con pantalones-, por ese mismo hecho hay una inquisición social brutal que se aplica no solo después de la agresión, sino también antes. Hay un sistema punitivo social muy peligroso. La violencia sexual no sería posible si no hubiese un fuerte sistema punitivo social que la sujeta. La Inquisición y la caza de brujas sigue viva”.

No soy yo, es él

Una de las grandes lecciones del relato sobre el caso de Jack el Destripador y Alcàsser, que aún sigue muy presente, es que las calles, la ciudad, no son espacios seguros para las mujeres. La inoculación del miedo al libre tránsito funcionó como un dique para toda una generación.

 Además, Barjola ve un matiz que considera peligroso. “Se construye un mito reforzando la idea de que el agresor es una persona desconocida de la calle, cuando sabemos perfectamente que las violencias sexuales las cometen nuestros amigos, nuestros padres, nuestros tíos, nuestros primos y nuestros novios. El 95 % de las violencias sexuales las cometen hombres a los que queremos. Sin embargo, la narrativa está siempre reforzando la idea del hombre agresor desconocido que te espera en un callejón, el desconocido que ahora está tras las pantallas de internet y que, por lo tanto, es responsabilidad tuya. Pero cuando se comete en casa, el silencio es doble. En la violencia sexual contra la infancia el silencio es doble y la vulnerabilidad de las mujeres que enfrentan violencia sexual por parte de las personas a las que quieren es mayor”, recalca.

El hombre del saco

Otra característica común en los relatos de violencia sexual es la creación del mito, de la leyenda. En el caso Alcàsser y Jack el Destripador, éste se vio reforzada por el paradero desconocido del agresor, de Antonio Anglés y de Jack el Destripador, respectivamente. Y no cerrar el caso tiene grandes consecuencias sobre las generaciones venideras, advierte. “Eso se nos queda adentro, porque parece que ese señor puede aparecer en cualquier parte. Encarna el peligro a la vuelta de la esquina. Esos mitos que impiden cerrar el caso hacen mucho daño, porque además conectan con nuestros terrores más atávicos y con los que ya nos venían contando: ‘Duérmete que viene el coco’, o en Gasteiz, ‘Cuidado, que si no viene El Sacamantecas’ (Juan Díaz de Garayo Ruiz de Argandoña, un violador y asesino en serie que vivió y cometió sus crímenes en Gasteiz)”. Cada generación tiene su hombre del saco, su coco, que viene a llevarles. Entonces, cuando aparece un relato tan potente como el de Alcàsser, conecta con tus propios relatos precedentes. Y lo que hace es establecer esta idea de que hay un hombre malo. Se configura un sujeto universal hombre que te puede hacer lo que sea, pero que nunca se sabe muy bien quién es y dónde está. Se desconfigura la posibilidad identificar las agresiones de los hombres conocidos”.

Barjola se muestra preocupada ante lo que considera una estrategia para desviar la atención. “Dejas de pensar que el agresor puede ser tu novio, que te obliga a tener relaciones sexuales cuando a ti no te apetece, y eso no es violación. O tu padre. O tu amigo, que te acompaña a casa para que no vuelvas sola y te agrede. Es muy difícil localizarlo, porque tú te vas a casa diciendo, ‘No, pero si es mi amigo, habrá sido un abuso de confianza’. Y no, no ha sido un abuso de confianza”.

Trae a colación el caso de Marta del Castillo, porque considera que encarna elementos distintos. El 24 de enero de 2009, Marta del Castillo, una joven de 17 años, salió de su casa, en Sevilla, para encontrarse con su exnovio Miguel Carcaño. Fue asesinada por su expareja, como él mismo confesó y por lo que fue condenado, pero su cadáver nunca ha sido localizado. “Ahí, por ejemplo, aparece la idea de que no es que no me pueda fiar de desconocidos, es que tal vez tampoco de mi mejor amigo. Esto aparece mucho en los testimonios de mujeres que a posteriori he recogido. Cada relato introduce en cada generación una perspectiva diferente, pero a la vez igual que el anterior”.

El monstruo intergeneracional

Al mito del agresor en paradero desconocido se le añade la creación del monstruo. Cada generación de mujeres tiene un violador que ha sido presentado como un ser salvaje, analfabeto, bestia; algo que, subraya la autora, tiene consecuencias graves porque lo desacredita, le quita el carácter sexista.

Para muestra un botón. Pelicot, en sus declaraciones, dice: “Yo también tenía un marido ejemplar”. Ella dice que era un marido ejemplar, e inmediatamente después, la sociedad lo llama monstruo. “¿Pero metafóricamente para nosotras, ¿qué es un monstruo? El monstruo de la niñez, el que se esconde debajo de la cama... Volvemos al hombre del saco. Otra vez lo convertimos en algo difuso. Pero no, resulta que tiene nombres, apellidos, cara y comportamiento totalmente normal”, recalca.

“Lo que hace es: vamos a decir que uno es el agresor para salvarnos al resto. Y así impedimos hacer el debate de las violencias que ejercemos como hombres. Cuando construimos un caso como excepcional, en realidad lo que estamos diciendo es que no es estructural, es algo excepcional”.

Hace referencia al filósofo Giorgio Agamben cuando dice que de todos aquellos casos que se construyen como excepcionales en realidad lo que nos están enseñando es la esencia misma de la norma. “Pasa lo mismo con los agresores: no son monstruos, no son depredadores, no son psicópatas, son hijos sanos del patriarcado, forman parte de la sociedad y no podrían existir si no estuviésemos constantemente salvándoles a través de lo excepcional, de la creación del monstruo externo”.

Romper el silencio

Barjola subraya la importancia de romper el silencio. En el caso Alcàsser hubo toda una generación que se mantuvo en silencio con una herida colectiva. “Crecieron con una palabra que le resultaba terrorífica, simplemente nombrar el municipio resultaba aterrador porque apelaba directamente a toda esa violencia que ya tenían encarnada. Yo misma, cuando acabé la tesis, me pasó una factura emocional enorme, pero encontré reparación al resignificar el relato, al traspasar lo terrorífico para ver cuál es la estructura que se encuentra detrás. Y, efectivamente, muchas mujeres han encontrado reparación en hablar de Alcàsser desde otro lugar, porque nos hemos reapropiado de un relato que nos hizo mucho daño, lo hemos recolocado desde otro lugar, desde la teoría crítica feminista”.

Pelicot: Un ¿monstruo? familiar

Y entonces llega el caso Pelicot, un caso que abre nuevos debates. “Ocurre en un momento en el que hay una fricción con todo el tema del consentimiento y me parece que es un caso muy paradigmático para trabajar el tema”, explica.

Y es que el caso Pelicot pone nuevos elementos sobre la mesa. “Primero, esta idea de que el agresor está en casa, de que es un hombre majo, agradable, que puede ser tu colega, un buen padre, el hombre al que quieres. En segundo lugar, se afianza la idea de que es necesario un consentimiento en positivo, un consentimiento en el que tú estés en disposición de estar en esa relación sexual y consentir. Sabemos que puede tener muchas aristas, muchos matices. Tenemos que seguir trabajando en esa definición del consentimiento, lo cual no quiere decir que no sea válido el esquema del ‘No es No’. Yo creo que son complementarios y que cada paradigma puede ser utilizado de manera complementaria el uno con el otro. Tenemos que avanzar hacia un sistema que nos permita definir qué estamos diciendo cuando decimos consentimiento. Ese marco se tiene que elaborar en el seno del movimiento social y el movimiento feminista”, afirma.

“Muchos hombres están basando su defensa en que creían que ella lo sabía, que ella consentía. Incluso hay algo muy llamativo cuando uno dice que sintió que ella estaba consintiendo porque su marido le dijo que ella estaba de acuerdo. No te estás asegurando de que ella está consintiendo, estás delegando otra vez la libertad sexual de la mujer en su marido; de nuevo, él decide”, concluye.

La vergüenza cambia de bando

Barjola considera fundamental perder el miedo a hablar y romper el silencio para acabar con la impunidad de los agresores, algo que considera que ya está ocurriendo. “Las violencias que antes estaban soterradas ya no lo están, estamos hablando. De hecho, ahora son ellos quienes tienen miedo a que se verbalicen las violencias. Eso está rompiendo todo un sistema de impunidad y eso es muy importante. Eres tú el que tienes que responsabilizarte de tus acciones”.

Y señalar las acciones del agresor supone despojar a la víctima de la culpa, de la vergüenza, algo que ha puesto sobre la mesa Pelicot. “El miedo está cambiando de bando, pero la vergüenza también tiene que cambiar de bando, porque si seguimos instaladas en la vergüenza –que es lógico con todo el sistema de representaciones que tenemos– no vamos a poder destruir el sistema de impunidad y vamos vamos a seguir sintiéndonos responsables”, añade.

Justicia punitiva

Estos días, al hilo del caso Errejón, se está hablando otra vez de la justicia punitiva, de si realmente es el camino para acabar con la violencia machista, un debate que Barjola considera, de alguna forma, interesado. “El debate punitivista se abre cuando aparece la ley Solo sí es sí. Pero claro, solo se abre cuando hablamos de violencia sexual. Cuando denunciamos maltrato laboral, cuando denunciamos a la patronal porque no tenemos las condiciones adecuadas en nuestros puestos de trabajo a nadie le parece mal la vía penal y el punitivismo. Cuando nos roban a nadie le parece mal poner una denuncia”, explica.

Añade que las feministas son conscientes de que los sistemas punitivos no acaban con las violencias sexuales, pero subraya que hay que hacer un análisis mucho más complejo. “La ley Solo sí es sí genero mucho debate, pero en realidad, la ley era un 10 % punitivista. Todo el resto planteaba unos avances de conceptualización super importantes, un capítulo entero sobre reparación que nunca se había dado, la implementación los centros de crisis de violencia sexual integral que no se han llevado a cabo siguiendo las guías y los protocolos que se plantearon. Pero no veo a nadie indignado porque las mujeres que enfrentan violencias sexuales diariamente no tengan un servicio integral de atención a las violencias sexuales. Sólo les veo indignados por nuestra protección, que en realidad es la suya. Sólo les veo indignados por un año arriba, un año abajo. Pero el resto de la ley ni la han mirado, ni la han tocado. Hay toda una parte muy anti punitivista de la ley que nadie ha entrado a valorar. No sé yo si el debate ha respondido tanto a un debate crítico y serio sobre el punitivismo o sobre relaciones de poder y egos, la verdad”. 

 

Nerea Barjola Ramos (Santurtzi, 1980) militante feminista eta ikertzailea da. 2014an egin zuen bere tesia EHUn eta gerora, bertan jasotako analisiak maisuki bildu zituen`Microfísica sexista del poder. El caso Alcàsser y la construcción del terror sexual´ liburuan. Bertan, 1992an  Alcàsserren torturatu eta erail zituzten hiru emakumeen kasutik abiatuta, emakumeen aurkako biolentzia sexualaren bueltan eraiki den errelatoa du aztergai. Hona hemen iragasgai nagusia: emakumeak diziplinatzeko mekanismoa soziala izan da.