“Ni hubo ni hay democracia para las putas”

Erreportajea NAGORE URIARTE
La periodista y cofundadora de la revista Pikara Magazine, Andrea Momoitio, acaba de publicar su primer libro, “Lúnatica”, donde rescata la historia de María Isabel, una prostituta de Bilbao, y la huelga de putas que originó su muerte en la cárcel.

Putas, maricas, yonquis, pobres, quinquis, macarras, camellos, ladrones, locos... Todos tienen cabida en Lunática (Libros del K.O., 2022), escrito por la periodista, Andrea Momoitio, que nos traslada al franquismo y a la posterior dictadura. El libro nos habla de prostitución, cárceles, pobreza, presos sociales y toda la chusma a la que abocaron a los márgenes de la sociedad.

María Isabel Gutiérrez Velasco, la protagonista del libro, fue hallada calcinada en su celda, el 10 de noviembre de 1977, en la cárcel de Basauri (Bizkaia). Era prostituta y la detuvieron por robar en El Corte Inglés. Sus compañeras no se creyeron la versión oficial de su muerte y organizaron una huelga de prostitutas en Bilbao. Se enciende entonces la chispa de la solidaridad entre quienes habían sido olvidadas, maltratadas y abocadas a los márgenes por las instituciones. De la mano de otros colectivos políticos, convocaron manifestaciones y encierros para exigir la amnistía de las y los presos sociales y la derogación de leyes franquistas que afectaban especialmente a las personas disidentes.

¿Era María Isabel una lunática? Una compañera de oficio decía que tenía muy mala luna, pero que cuando estaba con ellas estaba bien. Confiesa la autora que escribir este libro le ha ayudado a entender y perdonar a otras locas. Según el diccionario, `lunático es quien padece locura, no continua, sino por intervalos´. Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

Prostituta, ¿loca? y pobre

En Lúnatica nos encontramos con una Maria Isabel prostituta, ¿loca? –sí, con signos de interrogación–, pobre, y de un barrio conflictivo de Bilbao. ¿Pueden entenderse esos elementos los unos sin los otros?, le preguntamos a la autora. No vacila en la respuesta: “No, es imposible. Es lo que siempre se afirma desde los feminismos: o aplicas una perspectiva interseccional o no vas a comprender muchas cosas. No se puede entender a María Isabel sin todos esos ejes de opresión que recorren su vida y la de su familia. Todos esos ejes la atravesaron por igual, la fueron configurando”.

Violencias compartidas

Putas, maricas, yonquis, pobres, quinquis, macarras, camellos, ladrones, locos... Hay una conexión entre todos esos colectivos: habitan los márgenes. Así, la muerte de María Isabel, el 10 de noviembre de 1977, encendió la rabia de las prostitutas, y esa furia también prendió, inevitablemente, la solidaridad de otros colectivos, dando lugar a experiencias compartidas, como la creación, en Bilbao, del comité de marginados. Las prostitutas marcharon, club por club, recogiendo las quejas de sus compañeras. 

A la ira de las putas de la calle Cortes –zona atravesada por la minería y la prostitución– enseguida se le unieron tres colectivos: los comités de apoyo a la COPEL (la Coordinadora de Presos En Lucha, formada por presos sociales que reivindicaban la amnistía también para ellos); EHGAM (Euskal Herriko Gay-Les Askapen Mugimendua), ligado al barrio bilbaíno por el cabaret; y el movimiento feminista, representando, principalmente, por la Asamblea de Mujeres de Bizkaia- Bizkaiko Emakume Asanblada.

Nació entonces una articulación y una lucha política de gran potencial. Como recoge el libro, “había grandes diferencias entre ellos, pero no tantas como para ignorarse unos a otros”. Precisamente, el libro recoge el testimonio de Imanol Álvarez, de EHGAM. “Nos sentíamos muy unidos y machacados por lo mismo”. “Las coordinadoras de marginados, que también se crearon en Madrid y Barcelona, son un ejercicio brutal de interseccionalidad”, afirma Momoitio con orgullo. “En Bilbao participaron pocos colectivos, pero en Madrid hubo mucha diversidad, estuvieron presentes personas psiquiatrizadas, minusválidas...”

Tal y como recoge Lunática, “el barrio ha sido siempre refugio de pecadores y pecadoras, símbolo de la falsa sensación de libertad que provoca la precariedad y abandono institucional”. Momoitio recuerda con cariño aquella época, sin caer en la tentación de idealizar el pasado. “Aquello no era jauja, pero tampoco era twitter. A pesar de las grandes diferencias, seguía habiendo espacio para el pote, el diálogo... A pesar de que en algunos colectivos había más siglas que personas, se llevaba de una manera distinta a la de ahora. Ahora, en la era de las redes sociales, mientras todas nos reivindicamos activistas en las redes, cada vez hay menos gente en las asambleas”, lamenta.

“Memoria historikoa ezin da ulertu Frankismoko Emakumeen Babeserako Patronatuak eta Arriskutasun eta Birgaitze Sozialaren Legeak kaltetutakoak aintzat hartu gabe. Frankismoak askoz biktima gehiago utzi zituen”.

Luchas que convergen

Cuando fallece María Isabel más de 2.000 mujeres salieron a la calle. En ese mismo momento, 10.000 jubilados recorrían la ciudad para pedir la actualización de sus pagas, poniendo especial atención a las personas mayores de 70 años que sólo percibían 1.500 pesetas. Se produjo entonces un paralelismo entre distintas luchas que hoy, 40 años después, se repite. “Lo bonito es que muchas de las personas que estaban en esas movilizaciones ahora están en la manifestación de las y los pensionistas; es la misma generación”, apostilla la autora.

Rabia compartida

Momoitio reconoce que, analizando la documentación y la hemeroteca, la huelga de las prostitutas no tuvo el calado que entonces pretendieron trasladar los medios de comunicación. “Pudieron ser, de alguna manera, instrumentalizadas. Al fin y al cabo, resultó algo muy llamativo para la prensa que empezaba a despertar del letargo franquista. En realidad sólo dejaron de trabajar un día, y sólo algunas. La rabia por la muerte de María Isabel no duró mucho porque organizarse a largo plazo requiere condiciones materiales. No es fácil sostener una huelga y la calle es dura”.

¿Pero, por qué no prosperó la huelga? Aquí también afloran la pobreza y el género. “Porque las putas están muy liadas. La rabia por la muerte de María Isabel no duró mucho porque organizarse a largo plazo requiere condiciones materiales. No es fácil sostener una huelga, y la calle es dura. Es muy difícil salir de la precariedad siendo prostituta. Algunas ejercían por temporadas, no todas podían permitirse dejar de follar un par de noches, muchas tenían chulos que tampoco lo permitían... Ser puta nunca ha sido fácil. Incluso ellas, que hacían una ruptura tan grande con el ideal burgués, luego tenían que hacer de señoras ante su familia, su chulo, su marido, sus padres, sus hermanos... Hay normas que no pueden saltarse, como dejar de trabajar para tomar la calle y protestar”.

Las putas, acompañadas por los comités de apoyo a la COPEL, por feministas y grupos de lesbianas y maricas, decidieron paralizar el ejercicio de la prostitución en esa zona de Bilbao. “Ha muerto una compañera, hoy no se trabaja”, decían, mientras cerraban, uno a uno, los bares de la calle Cortes. Hubo piquetes para cerrar clubs”.

Pero el paternalismo también afloró en la huelga. “Los clientes, en las puertas de los clubes, se reían de ellas. `¿Cómo que estáis de huelga?´, les decían, mientras alguna contestaba gritando: `Hoy no se folla, claváosla en el suelo! o `Iros con vuestras mujeres´”.

Memoria histórica: no sin ellas

Las reivindicaciones de las prostitutas eran claras: acabar con la represión policial que les impedía ejercer otros oficios; abolir el reglamento de prisiones (mejor trato, mejor comida, mejores condiciones sanitarias) y las celdas de castigo; poder acogerse a las condiciones de cualquier trabajador (seguridad social, seguro de desempleo y seguro de enfermedad); derecho a poder organizarse libremente para formar un sindicato propio; un control médico periódico y gratuito; y la creación de una escuela para aprender un oficio, a leer y a escribir.

A pesar de ser una huelga corta e irrelevante en cuanto al alcance de los objetivos –no consiguieron ninguna de sus reivindicaciones–, tiene una gran trascendencia. La propia autora reconoce que la huelga sólo es un acicate para abordar temáticas de calado. “La huelga y la historia de María Isabel son una excusa para hablar de una época y de unas violencias que para mí son importantes y que han estado y siguen invisibilizadas.Hay dos elementos claves del franquismo que articulaban la vida de las personas en los márgenes y las abocaban a situaciones de violencia atroces: el Patronato de Protección a la Mujer (1941) –institución franquista que podía encerrar a mujeres jóvenes que se encontraban “caídas o en riesgo de caer”– y Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (1970) que castigaba conductas que consideraba antisociales. Ambos elementos están, aún hoy, poco explorados y deben tenerse en cuenta cuando hablamos de memoria histórica, justicia y reparación”.

La doble moral

Tal y como recoge el libro, las putas estaban atravesadas por un engranaje de normas franquistas que buscaban guardar la moralidad católica. La postura del franquismo respecto a la prostitución fue variando. Hasta 1956, el régimen mantuvo una postura higienista.

Así, Momoitio cuenta que las putas tenían que acudir a revisiones ginecológicas. “Este control médico nunca se planteó para protegerlas, sino para evitar que los hombres de bien se contagiaran de enfermedades venéreas. La prostitución siempre se ha vertebrado desde una perspectiva masculina”, denuncia.

Sin embargo, a partir de 1956 se introdujo en el Código Penal el delito de prostitución, que castigaba a quienes facilitaran la prostitución. La prostitución continúa, pero ahora ahora desde unas condiciones de vulnerabilidad muchísimo mayor. “Ningún decreto abolicionista, si no va acompañado de medidas de protección para las mujeres, acabará con la prostitución. Si se quiere tender hacia el abolicionismo –con lo que comulgo totalmente– debe hacerse de la mano de las putas, desde sus demandas y necesidades y poniendo sus vidas y sus derechos en el centro. De lo contrario, se repetirá lo que paso en 1956, se prohibirá la prostitución, pero se seguirá haciendo a escondidas, con mayor precariedad y riesgo”.

Control social

El franquismo articuló dos leyes de control social que ejercieron una gran violencia sobre los colectivos que se apartaban de la norma: la Ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social y el Patronato de Protección a las Mujeres.

La Ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social fue una ley del código penal español aprobada por el régimen franquista el 5 de agosto de 1970 que no se derogó hasta 1995 y sustituía a la Ley de vagos y maleantes –que el franquismo heredó de la II República–, cuyo objetivo era el control de todos los elementos considerados antisociales.

“Quienes cuestionaban el ideal de la familia, de hombre o de mujer, gente que apostaba por una sexualidad al margen de la reproducción o quienes cuestionaban la importancia suprema del trabajo eran castigados”. Esta ley, en teoría, no condenaba delitos sino conductas. “En torno a esta Ley se generaron muchos espacios físicos y centros que llamaban de rehabilitación aunque, en la práctica, eran cárceles”. Cárceles como la de mujeres prostitutas de Alcázar de San Juan (Ciudad Real), o las cárceles para maricas activos y pasivos de Huesca y Badajoz.

Psiquiatrización de los márgenes

Del mismo modo, el objetivo del Patronato de Protección a las Mujeres, institución franquista que dependía del Ministerio de Justicia, era “la dignificación moral de la mujer, apartarla del vicio”. Para el  resto de sujetos que quedaban en los márgenes tenían la Ley de Peligrosidad Social. María Isabel fue ingresada en un hospital psiquiátrico junto a toxicómanos, esquizofrénicos, alcohólicos, personas con síndrome de down...

¿Podemos hablar entonces de la psiquiatrización de los márgenes?, preguntamos. “Sí, totalmente. La Ley de Peligrosidad es muestra de ello. Se la aplicaban a los maricas, a las personas transexuales... La disidencia siempre se ha psiquiatrizado o ligado a una enfermedad”.

“Puten grebak ez zuen denbora luzean iraun greba bat mantentzeko baldintza materialak behar direlako eta oso zaila delako prekaritatetik aldentzea prostituta izanda”.

Ley de Amnistía: No sin la chusma

La muerte de María Isabel comparte tiempo y espacio con otras luchas. Justo antes de su muerte, comienzan distintas luchas sociales que acaban convergiendo.

Momoitio habla de la Ley de Amnistía de 1977, que no incluía a los presos sociales y que encendió los ánimos en las cárceles. Por primera vez, los presos se subieron a los tejados de las prisiones para reclamar su derecho a la amnistía. “No se entendía que robar pudiera tener alguna intencionalidad política o ser consecuencia de un sistema de organización social injusta. Aún hoy, no se entiende”. El libro recoge el testimonio de una vecina . `¿Sacar de la cárcel a los violadores y los ladrones? Pero si esos son los malos!´. “Tampoco hubo democracia para las putas. No la hubo entonces, ni la hay ahora”, añade.

“Aún hoy, el lugar que tienen los presos políticos no es el que tienen los y las presas sociales. Seguimos sin entender que nadie roba por placer. “Este barrio es un buen ejemplo de la criminalización de la pobreza. Las cárceles están llenas de gente pobre. Las presas sociales, desde sus diferencias, tienen un elemento común: son pobres. Ahora, probablemente, intuyo que también encontraremos cada vez más personas migradas en las cárceles, porque en la base está la pobreza”, matiza.

¿Es la pobreza otra forma de violencia?, preguntamos. “Totalmente. Y el robo puede ser una forma de resistencia. Es conflictivo, difícil de argumentar o defender, pero a priori, entiendo el robo como una resistencia. Obviamente no lo celebro, pero no podemos obviar que es la consecuencia de un sistema basado en las desigualdades”.

(Des)memoria histórica

Momoitio considera que nos encontramos en un momento clave para crear una memoria histórica inclusiva, que incluya a todas las personas que el sistema, históricamente, ha olvidado. “Cuando hablamos de memoria histórica y víctimas del franquismo es fácil olvidar a las víctimas del Patronato de Mujeres y las de la Ley de Peligrosidad. Hubo gente reprimida por el franquismo más allá de las cunetas”.

La prostitución de Bilbao está tradicionalmente ligada a la calle Cortes y a San Francisco conocida como la Palanca”, zona atravesada por la minería y la prostitución. Hablando de memoria histórica, y en plena apuesta por la resignificación -otorgar un valor o un sentido diferente a algo-, Momotio trae a colación el origen de ese término. Explica que existen dos propuestas sobre su origen: que La Palanca devenga de las palanganeras -apelativo con el que se conocía a las mujeres que ya no se prostituían o a los maricas que se dedicaban a poner palanganas con agua y jabón en la puerta de las habitaciones para que las prostitutas pudieran lavarse antes y después de tener relaciones sexuales-y la segunda es que derive de la palabra palanca, la herramienta que utilizaban en las minas del barrio y que, en teoría, dejaban los mineros a las puertas de los clubs.

Hablamos de memoria, justicia y reparación, pero ellas quedan al margen. Son personas y colectivos que aún no tienen el lugar que se merecen en la sociedad, por eso, el ejercicio de recuperar su memoria es aún más complicado.

Ellas también son quinquis

Momoitio remarca que en la huelga de prostitutas se sacudieron viejos roles y se visibilizaron nuevos cuerpos y estéticas que rompían con los imaginarios colectivos de la época. Menciona una manifestación del 25N de la época. Habla de 10.000 personas, con travestis en primera fila sosteniendo la pancarta, “travestis que ya no están en las manifestaciones del 28J y muchísimo menos en las del 8M”, remarca. Lamenta que no exista material gráfico de la multitudinaria manifestación, marcada por la violencia y represalia policial.

“Tuvieron mucho protagonismo dos tipos de mujeres que no era habitual ver en primera línea de las movilizaciones: las prostitutas y las mujeres trans, que entonces se reivindicaban como travestis, pero que hoy las entenderíamos como mujeres trans. Presentaban unos cuerpos, unas estéticas y unas formas de protestar y relacionarse entre ellas muy concretas y distintas, por ejemplo, a las formas de protesta que tenían las feministas, chicas jóvenes que estaban en la universidad, que no habían pasado mucho por la calle Cortes. Ellas no eran esas mal habladas, esas quinquis, eso eran las otras. Este libro pretende aportar y visibilizar que en esos márgenes también había mujeres. Durante un tiempo pensé que no había mujeres en la COPEL –al menos de forma documentada– porque tal vez no se identificaran con esas protestas tan agresivas. Sin embargo, luego me he encontrado con autolesiones de mujeres, huelgas de hambre muy potentes... sobre todo, de las mujeres de los GRAPO (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre). Parece que lo quinqui era cosa de hombres, pero no es verdad, y las imágenes que nos deja esta huelga y los acontecimientos que se sucedieron lo demuestran. Cuando pensemos en lo quinqui pensemos también en ellas. No es sólo cosa de hombres”.

Recuperarlas

¿Es necesario crear una épica obrero feminista? “No hace falta crearla, sólo hay que rescatarla. Se trata de identificar sus historias y contarlas. Las mujeres hemos estado siempre, sólo que han querido borrarnos. Había mujeres en primera línea de lucha, levantando el puño, pero les convenía que estuviéramos en casa. Parece que las mujeres acabamos de llegar a la tierra, pero siempre hemos estado”, asevera.

Pone como ejemplo las primeras jornadas feministas de Euskadi, celebradas en 1977, en las que participó un grupo de mujeres de la Babcock Wilcox, ‘la Balco’, el emblema tecnológico de nuestra industria pesada. Parece que en Sestao, Portugalete... sólo había hombres en los astilleros, pero ellas estaban ahí y tenían claras sus reivindicaciones. “Que no sepamos nada más de ellas no es su responsabilidad, si no la nuestra. Hay que rescatarlas”, concluye.