“No necesitamos individuos capaces de ser triturados y terapeutas que los recompongan”
El teléfono de suicidio (024) atendió 335 llamadas al día en su primer año. El Estado español es el país europeo que más ansiolíticos receta. En pleno boom de la salud mental y con las consultas de psicología llenas, la psiquiatra Marta Carmona y el médico de familia Javier Padilla publican `Malestamos´(Capitán Swing), donde analizan el malestar generalizado desde una perspectiva social. ¿Malestamos porque malvivimos? Se lo preguntamos a Marta Carmona.
En la era de los mantras positivos en las tazas de café, llegáis vosotros y publicáis un libro que se llama `Malestamos´...
Desde hace al menos un par de décadas, mucho antes de que en la pandemia la gente empezara a hablar de ansiedad y de depresión, estaban en boga los mensajes motivacionales, el Mister Wonderful de las tazas. Si entras en una librería y vas a la zona de psicología te encuentras libros de autoayuda. El problema es que el contenido de esos libros, incluso el propio título, son indistinguibles del lenguaje financiero. Son completamente individualistas, parece que tu felicidad es algo que puedes comprar, que tú te curras. Vivimos en una fantasía donde sólo existen individuos y el único orden social es la meritocracia. Entonces, si te esfuerzas mucho tienes garantizado todo, incluido el éxito, y todo eso se produce en unos campos semánticos absolutamente mercantilistas, rodeados de una especie de optimismo vacío.
Y, de repente, llega la pandemia y el boom de la salud mental...
De repente se pone de moda la salud mental, todo el mundo habla de su ansiedad y necesita ir a terapia. Está bien visibilizar esta forma de sufrimiento, pero había algo que nos perturbaba: la forma en la que se estaba hablando de salud mental. ¿Por qué de repente todo el mundo ve la salud mental como un producto de consumo? Ya no es esta cosa de la autoayuda y la inversión en mi felicidad, ahora la gente habla de sufrimiento, de que se siente rota, pero cuando le preguntas por qué, te habla de muchas cosas estructurales: de condiciones de vida, del mercado laboral, de la vivienda, de tener poca sensación de gobernar sus vidas, pero siempre leído en clave individual. ¿Cuando a tanta gente le pasa lo mismo, podemos leerlo como un problema individual que le pasa a todo el mundo? ¿No será que no es individual y es algo mucho más transversal que tiene que ver con las condiciones de vida? Si las consultas se están llenando por el sufrimiento psíquico derivado de la precariedad laboral, ¿tiene sentido que respondamos a ese sufrimiento sólo con más profesionales sanitarias? ¿Ponemos más psicólogos y se soluciona?.
El título se aleja del mensaje individualista que impera: no te rindas, cultiva tu pensamiento positivo. ¿`Malestamos´ porque malvivimos?
El individuo es un invento del siglo XVII-XVIII. El sujeto previo tenía una dimensión mucho más colectiva, enraizada y relacional. Ahora sólo somos capaces de entendernos como individuos, pero las personas no brotamos en el campo como una col madura, no nacemos adultos y ya estamos listos para trabajar, producir, y si te esfuerzas mucho, incluso llegar a ser Amancio Ortega. ¡Es un relato disparatado! Nacemos dependientes, vulnerables, y estamos vivos porque alguien nos ha cuidado. Pero el mundo funciona ignorando eso y sólo entendemos las cosas en términos de productividad-no productividad, de individuo-no individuo. Cuando tengo que afrontar los problemas de mi día a día sólo los entiendo desde ahí. El trabajo acaba ocupando un espacio absolutamente central de nuestras vidas y de nuestras identidades, sin nadie que lo regule. Frente a eso apostamos por poner encima de la mesa la interdependencia, identificar y fortalecer todos esos aspectos en los que los humanos nos relacionamos unos con otros. Porque la capacidad de resistir el sufrimiento psíquico que generan esas condiciones de vida viene precisamente de las redes de afecto que tenemos.
Decís que no vale con poner más profesionales si no tenemos autonomía o democracia. Para muchas personas sonará raro leer salud mental y democracia en la misma frase...
Este libro es una oda a la agencia, a que las personas tengan capacidades de tomar decisiones por si mismas, con libertad; pero una libertad real, no que tengas que elegir entre susto o muerte. Escoger entre trabajar hasta la extenuación en jornadas laborales larguísimas, lejísimos de mi casa, y tener una ratio trabajo-vida personal nefasta o morirme de hambre, no es libertad; eso no es elegir por ti mismo. Si nos pidieran que diseñáramos la sociedad ideal, nadie diseñaría la sociedad capitalista. Acaso diseñarían la vida de los ricos, pero eso sólo es posible porque hay mucha gente explotada y malviviendo, mientras otros esquilman el planeta.
Abogáis por asociar la justicia social a la salud mental. ¿Por qué?
No podemos entrar a esa narrativa de que cualquier tipo de malestar o sufrimiento se trata con terapia. Por una razón: la terapia es, por definición, individual y a posteriori. Esto no le quita valor, es una herramienta maravillosa cuando está indicada. Igual que los martillos son una buena herramienta, pero cuando necesitas una llave inglesa y lo que tienes es un martillo, no funciona. Que la única herramienta que tengamos para responder al sufrimiento sea el marco psicoterapéutico dice mucho de lo desactivados que estamos y de la mala calidad democrática de nuestras vidas. Tenemos muy pocas herramientas para transformar el contexto. Es urgente pensar en un futuro mejor y pedir unas condiciones de vida mejores. Tenemos un sistema que se basa en que, incluso en la parte privilegiada, las condiciones de vida sean nefastas, y en otros sitios directamente invivivibles.
Habláis de renta básica como fuente de salud mental...
Sea la renta básica universal, o sea en el formato de ingresos mínimos, el que las personas tengan asegurada su subsistencia tiene una impacto muy positivo en la salud mental. Si yo te pregunto cuáles han sido las políticas que más han impactado en la salud mental los últimos años, pensarás, si acaso, en las que amplían el número de profesionales en la red de salud mental pública. Si te digo que los ERTEs han sido la medida legislativa que mejor impacto ha tenido en la salud mental los últimos años tampoco me dirías que no. ¿Cómo hubiera sido la salud mental en la pandemia sin los ERTEs? Tenemos una concepción de la salud mental muy estrecha y muy apegada a lo finalista. Pasa lo mismo con la prevención del suicidio. Cuando digo prevención del suicidio, la gente entiende poner más profesionales, poner mamparas en los sitios donde la gente se tira mucho. Y es verdad que esas son políticas anti suicidio, pero también lo es una ley anti desahucios o una garantía de ingresos mínimos. Que las personas, cuando se encuentran en una crisis vital, tengan la opción de rehacer su vida lo cambia todo. Poder retomar tu vida es una política anti suicidio.
Incluso mencionáis la arquitectura como medida de prevención...
Que tengamos comunidades en las que sea posible arraigar también es una política anti suicidio. Eso no quiere decir que sea obligatorio, la gente no tiene por que quedarse a vivir en el mismo sitio, pero la cuestión es que la mayoría se está moviendo cada tres años porque le vence el contrato de alquiler y le suben el precio. ¿Cómo vas a participar así en una comunidad? ¿Si tienes una crisis vital, quién de tu entorno te va a sostener si cada dos por tres te mudas? Impacta en la salud mental todo aquello que permite que nuestras vidas sean mejores. Por supuesto, garantizar la subsistencia es una de las que más impacta, pero pertenecer a un territorio donde puedes participar y arraigar, también. Que los municipios pongan a disposición de sus habitantes lugares donde encontrarse mejora la salud mental. Peatonalizar las calles, por ejemplo, hace que personas que no salen habitualmente de sus casas porque tienen problemas de movilidad se atrevan a salir. Eso tiene un impacto positivo en la salud cardiovascular de las personas a varios años vista, pero tiene un impacto inmediato en su felicidad.
¿Hablamos de hacer la vida más comunitaria?
La comunidad no sólo beneficia a quienes participan activamente, sino a quienes simplemente son testigos de ella. Incluso quien no quiere relacionarse sabe que si se pone enfermo le puede pedir ayuda a los vecinos de enfrente. Sin embargo, si vives en un sitio donde no conoces a nadie, la sensación de inseguridad es mucho mayor. Las redes vecinales son las que han estado cuando el sistema ha fallado. Soy poco crítica con el confinamiento porque entiendo que era algo nuevo a nivel mundial y que se hizo lo que se pudo, pero se decretó un confinamiento sin tener en cuenta a las personas más vulnerables. Fueron las redes vecinales quienes respondieron por ellos, y fue espontáneo. Las personas, por lo general, y si nos dan la oportunidad, tenemos arranques solidarios. El problema es que en muchos municipios hay urbanismos hostiles que no permiten relacionarnos.
Denunciáis la falta de lenguaje para hablar del sufrimiento como algo ligado a las condiciones de vida. ¿Nos falta narrativa?
Tenemos interiorizado el lenguaje de las políticas austericidas de la crisis de 2008. Vivimos mucho de las nostalgias de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Esto tiempos de incertidumbre que vivimos son pasto de discursos fascistas. Hay quien defiende que antes vivíamos mucho mejor, que ahora está todo mal por la teoría del gran reemplazo, por culpa de las mujeres que se han incorporado al trabajo productivo, o por culpa de la inmigración... Ésta es una situación proclive para que cale ese discurso.
Decimos gasto social en vez de inversión social o impuesto como algo peyorativo, sin mencionar que revierte en servicios sociales... ¿Ha calado la idea de que estar al servicio de la ciudadanía es derrochar?
El libro arranca precisamente con la idea del presente agotado. Marcela Garcés lo explica muy bien: en el siglo XX se hablaba mucho del siglo XXI, de progreso, de futuro; pero en el siglo XXI no se habla nada del XXII. A lo largo del siglo XX se ha aspirado a grandes cambios. En España se creó la Ley General de Sanidad, que obviamente hay que actualizar, pero fue una Ley ambiciosa para la salud universal. Deberíamos volver a aspirar a grandes cambios, en vez de aspirar a migajas, como aquel mensaje de Margaret Thatcher, There is no alternative (no hay alternativa). Debemos apostar por cambiar el modelo y sentir que tenemos derecho a vivir mejor. El activismo climático es uno de los pocos elementos para mejorar el futuro que hay sobre la mesa en el siglo XXII. La generación actual de jóvenes planteará las cosas de otra manera.
Sin embargo se les llama `generación de cristal´, aludiendo a su supuesta fragilidad. ¿Podemos hablar de un sentimiento de época, de la década del malestar?
Esa generación ha vivido en una perpetua crisis y su identidad está atravesada por ese momento histórico. La gente se echa las manos a la cabeza con el sufrimiento psíquico de los adolescentes. ¿Pero alguien ha mirado su fecha de nacimiento y se ha parado a pensar qué pasaba en esas casas? Han crecido en casas donde las noticias decían constantemente `la culpa es vuestra por derrochar´,`tenéis que apretaros el cinturón´... Hablamos de gente con miedo a estar en paro y a no volver a ser empleada nunca. A esos bebes no les afectaba lo que dijera el telediario, pero les afectaba la respuesta emocional de sus familias ante esas noticias. Y luego nos sorprende que tengan una tasa de sufrimiento psíquico más elevada que las generaciones anteriores.
Pero si no llegas a fin de mes es difícil que saques fuerza para rebelarte...
Precisamente por eso hay que poner narrativas de lo que no es negociable: elevar el Salario Mínimo Interprofesional, que en la pandemia hubiera ERTEs, que existan unos ingresos mínimos garantizados... Hay que disputar el consenso con eso. El Primero de Mayo, en Más Madrid llevamos una pancarta que decía: `Trabajar menos para vivir mejor´. Y nos dijeron: `Ya ni disimulan´. Pues no, queremos trabajar menos para vivir mejor, todos. La carga de trabajo, los cuidados... Necesitamos una redistribución estructural y la crisis climática tiene que formar parte de esto. No necesitamos este sistema productivo como el que tenemos, gran parte del sistema productivo está orientado exclusivamente a que la gente rica se siga haciendo más rica.
Afirmáis que sólo se habla de un sufrimiento psíquico, curiosamente del más fácilmente mercantilizable.
El sufrimiento psíquico más estigmatizado desaparece, se habla de ansiedad y depresión, porque es lo más mainstraim, y de alguna manera se olvidan las grandes reivindicaciones estructurales, como que el sistema de la atención a la salud mental sea menos coercitivo o que la sociedad sea menos expulsiva con las personas que lee como locas o extravagantes. No tiene el mismo estigma social decir que tienes esquizofrenia o que eres bipolar o decir que tienes ansiedad; no te enfrentas a la misma violencia. Y, además, si tienes ansiedad puedes decir: me compro un pack de sesiones de terapia. Lo ves en Twitter, hay gente sorteando tratamientos de terapia. No sé en qué contexto la gente sortearía operaciones para operarte de la vesícula.
Habláis de la salida mercantil del malestar psíquico. ¿La terapia como medio para devolver personas que vuelvan a ser productivas?
El encargo original en el que nace la psicopatología y las profesiones de la salud mental tienen que ver con los manicomios y con depositar ahí a la gente que es molesta. Eso, en parte, sigue existiendo, pero el encargo principal hoy es que la gente vuelva a funcionar y a producir. Se ve claramente en las mutuas, cuando te dan un pack de sesiones de psicoterapia lo que quieren es que vuelvas trabajar ya, desactivar inmediatamente el síntoma, hasta el punto de que el seguimiento en las mutuas se interrumpe en el momento que te dan el alta, hayas terminado el proceso o no.
¿El malestar tiene clase?
Sí. El duelo perinatal, por ejemplo, le puede pasar a todo el mundo, también a Cristiano Ronaldo. No vamos a juzgar si le duele menos que a cualquier otra persona. El abuso sexual intrafamiliar puede pasar en cualquier escala social. La gran diferencia es que si tú tienes una posición socioeconómica buena puedes hacerle frente a esto, puedes pausar tu vida para dedicarte a reparar tu experiencia traumática y recomponerte. Si estás viviendo con una persona que te ha agredido puedes pausar esa convivencia; mientras que, si además de enfrentarte a esa experiencia tienes que pelearte por subsistir, nunca tendrás tiempo ni posibilidades de enfrentarte a todo eso. Las familias pobres se han enfrentando a lo largo de las generaciones a muchísima más violencia y sufrimiento. No porque las personas ricas estén exentas, si no porque una vez que les pasa algo, pueden pararse a repararse y a recomponerse. No todo el mundo puede permitirse ese lujo, y eso se transmite generacionalmente.
En una entrevista dices que “la mirada del terapeuta está siempre condicionada por su clase, su género...” ¿Qué hacemos entonces?
Tenemos que entender que no existe un sujeto universal, que los seres humanos somos diversos. Muchas veces se producen injusticias epistémicas, y ni siquiera tenemos palabras para describir lo que nos está pasando. Por ejemplo, las personas racializadas, en tanto la historia la ha escrito occidente, tienen menos palabras y conceptos para entender lo que les pasa. Todo lo relacionado con el estrés de minoría –en tanto que son blancos los grandes productores del conocimiento– cuando te sales de la categoría varón-blanco-anglosajón te conviertes en lo otro, y tienes que escarbar entre los restos de lo otro para intentar entender tu experiencia y lo que necesitas. Históricamente quienes han puesto nombres a las cosas eran los sujetos que eran. Si ves la narrativa y la ficción, todos los seres humanos, sean mujeres, hombres... todos sabemos como son las crisis de mediana edad en las personas blancas: las hemos leído, escuchado, visto en películas... ¿Pero cómo es la crisis de madurez de las mujeres negras? No lo sabemos. Creemos que la otra es una crisis universal, pero no lo es, tan específica es la una como la otra.
En el libro abordáis la división sexual del trabajo. ¿En qué condiciona la salud mental?
Tiene dos consecuencias. Históricamente a todas las mujeres les ha tocado cuidar, y en occidente ahora especialmente a las mujeres migrantes por aquello de las cadenas globales de los cuidados; mujeres migrantes que se hacen cargo de las tareas de las que se habrían hecho cargo las mujeres antes de entrar en el mercado productivo. Por otra parte, separa a los hombres de las tareas de cuidado. Se puede pensar que eso les ha descargado de carga de trabajo, que ha sido una ventaja para ellos, pero también les ha desprovisto de la parte buena del cuidado: trazar redes afectivas. Como consecuencia, muchos hombres se quedan muy solos en su vejez, en la parte última de su vida, muchos incluso con adicciones a las que han llegado, en parte, por eso. El factor protector más potente ante el suicidio es precisamente disponer de esas redes afectivas. Los datos nos dicen que los hombres se suicidan más, aunque las mujeres hagan más intentos. Hay muchos motivos para ello, pero uno de ellos es que muchos hombres se han quedado sin ninguna red que los sostenga, porque históricamente los han dejado fuera de esas tareas.
Y la pandemia sacó a relucir la crisis de los cuidados...
La COVID-19 no ha traído nada que no tuviéramos ya, pero lo ha hecho mucho más explicito. El mensaje ha sido claro: a los ancianos, en tanto que no son productivos, los podemos dejar morir. El Gobierno de España dijo en rueda de prensa, literalmente, que lo importante era recuperar la actividad económica, se situó eso por encima de la salud y de la vida. La COVID tiene que servirnos para defender que el modelo de cuidados de los ancianos se debe hacer de otra manera.
Y ahora encima la crisis de la Atención Primaria...
La Atención Primaria es la puerta de entrada al sistema sanitario público y el escalón garante de longitudinalidad (la relación estable y mantenida en el tiempo entre el mismo médico y sus pacientes) y la continuidad asistencial, que son dos de los factores más importantes de todo nuestro sistema. Cuando dejamos que la Atención Primaria se comporte como una beneficencia, por así decirlo, o como unas urgencias más cerca de tu casa, pero sin longitudinalidad y sin continuidad asistencial, estamos haciendo que todas las patologías crónicas, las que de verdad necesitan ese seguimiento, pasen a importar menos; patologías que además se acumulan en las clases sociales más humildes. Tener el mismo médico de cabecera durante 15 años disminuye un 25% la mortalidad. Hay muy pocas intervenciones sanitarias que sean así de potentes, sin embargo, estamos desperdiciándolo por no darle valor.
“Usted lo que necesita no es un psicólogo sino un sindicato”. Vosotros decís que ese mantra una falsa dicotomía. ¿Por qué?
No es comparable. Cuando alguien se acerca al sindicato porque le han hecho una barrabasada en el trabajo, éste trata de mitigarlo, tiene esa función como de terapeuta de lo laboral. Esa función tiene mucho valor; ahora bien, eso no es, ni de lejos, lo más importante que hace un sindicato. Su función más relevante es estar en las negociaciones de los convenios, de las reformas laborales... El sindicato forma parte de la elaboración del marco garantista para los trabajadores. Eso es infinitamente más importante que la acción individual. La terapia, en cambio, es, por definición, individual y a posteriori. Los terapeutas no tenemos esa posibilidad de estar presentes en las reformas laborales, en los convenios. Los terapeutas no cambiamos las condiciones del juego, los sindicatos, sí. El impacto de una sociedad con sindicatos fuertes en la vida de los individuos no es ni de lejos el impacto que tiene una sociedad con muchos terapeutas.
¿Los sindicatos como dique de contención?
Es un trabajo de prevención, de protección antes de que suceda el mal. La prevención y la promoción de la salud mental se consiguen mejorando las condiciones de vida y unas de las formas de mejorarlas son los sindicatos.
¿Cómo pasamos del malestar al buen vivir?
Necesitamos unas prioridades distintas. No podemos plantear que la sociedad necesita este sistema productivista que tritura individuos. No podemos pensar que necesitamos individuos super resistentes, capaces de ser triturados y de reconstruirse, una y otra vez; y luego terapeutas super buenos que los recompongan. Necesitamos un escenario donde podamos vivir mejor, y de otra manera.
¿Algo así como pasar de qué hay de lo mío a qué hay de lo nuestro?
Sí. Es el mejor resumen posible.