“Poner las calles al servicio de la gente redistribuye la riqueza”

Erreportajea Texto: Leire Regadas Fotos: Cedidas por José Mansilla
Si hablamos de recientes transformaciones urbanas cuyo objetivo es mejorar la calidad de vida de las y los vecinos, tenemos que hablar sobre las ‘superillas’ o supermanzanas de Barcelona. Un proyecto que hoy día goza de una gran aceptación, pero que no está exento de conflicto. Desgranamos las claves para entender su dimensión social con el antropólogo urbano José Mansilla.

¿Qué es una ‘superilla’?

Es la peatonalización de zonas destacadas del entramado urbano, es eliminar el reino del coche para ponerlo a disposición de los peatones, de los vecinos y vecinas de toda la ciudad. En Barcelona gira en torno a tres proyectos estrella: la de la zona del 22@ en Poble Nou, la del barrio de Sant Antoni y la del Eixample. Para mí, la de Sant Antoni es la que mejor representa lo que es la recuperación de la calle, la mixtura de usos en un espacio diverso y desmercantilizado, las diferentes clases sociales usando el espacio…

La calle como lugar de encuentro y no de paso. ¿Qué tipos de uso se les ha dado a estos nuevos espacios en la ciudad?

En Sant Antoni, por ejemplo, en bancos donde pueden sentarse hasta seis personas ves a gente que forma parte de diferentes grupos compartiendo conversaciones, compartiendo el espacio… En cambio, esto no se ve en la del Eixample, que incluso cuando los bancos son amplios se utilizan de manera individual, todo el mundo mirando el móvil... Algo más adelante, en Comte Borrell dirección al Paral·lel, también se han generado dinámicas chulísimas: un uso intensivo por parte de la comunidad migrante que come, que juega al ajedrez, que se sienta a conversar, hasta gente que duerme, que bebe, que lee o que saca el tupper porque trabaja en una oficina de la zona. Han conseguido crear unos puntos de sociabilidad muy interesantes, que le aportan un sentido y un carácter al barrio como algo interclasista e intergeneracional.

¿En base a qué ocurre una cosa u otra?

Creer que por el simple hecho de crear una supermanzana se van a generar ciertas relaciones sociales es un error. Eso depende de muchos otros factores, como la propia mezcla social que exista en ese barrio. Porque hay que entender que la calle es un reflejo de lo que hay en el interior de las casas. Es decir, la separación entre el espacio público y el privado es una falacia que ha sido promovida de forma ideológica que es evidente que no funciona, porque cuando en las casas hay gente de clase media, tendrás espacios públicos de clase media y viceversa.

Eres muy crítico con el concepto de espacio público…

Es que cuando se habla de espacio público se habla de la calle, pero la calle tiene una connotación negativa socialmente. Sin embargo, el espacio público es algo mega higiénico. Si pones en Google “espacio público” y buscas en imágenes, verás que todo lo que sale es maravilloso, una imagen completamente irreal. El espacio público tal y como se entiende desde ese punto ideologizado, por supuesto, funcional a la explotación de la ciudad como fuente de obtención de beneficios, no existe porque son ambientes icónicos y utópicos. Las transformaciones urbanas como las ‘supermanzanas’ también se muestran como rendes de arquitectura, esas fotografías que presenta el diseñador donde nunca es de noche, nunca hace frío, no hay gente pobre, ni negros, ni viejos y todo el mundo recoge la caca del perro…

Y la promesa de un eje verde de bienestar y silencio que han vendido choca con la realidad.

Entre las expectativas generadas y el resultado real hay una diferencia que hace que la gente acabe por sentirse engañada. La ‘superilla’ de Sant Antoni evidencia que el espacio público no existe más allá de su proyección ideológica, lo que sí que existe son las calles y las plazas. Cuando tú proyectas un imaginario de realidad maravillosa exenta de conflicto y después te encuentras con lo que es la calle, evidentemente, tienes problemas, que es lo que ha ocurrido.

Los vecinos se quejan de “incivismo”, dicen que el espacio se está “degradando”…

La ‘superilla’ está atrayendo a gente que no tiene dónde dormir, a gente que utiliza la calle para chutarse heroína, o para hacer botellón, o gente que hace ruido jugando a la pelota… y genera contestación. Otra cosa es que tú tengas la capacidad de entender que la calle es eso, o que las políticas urbanas que perseguían crear algo pretendían crear eso. Entonces no estás en contra de las ‘superillas’, tú estás en contra de una forma de entender la calle, que es diferente. Esto te convierte inmediatamente en una persona que contempla la ciudad como un escaparate, que tiene un concepto de ciudad higienizada, limpia, armónica, que no existe o que sólo se puede mantener a base de mucha intervención y de mucha violencia. Alguien a quien le molesta todo aquello que le impide ir a comer, al trabajo, a pasear o a consumir.

Otro “efecto colateral” es que han generado gentrificación.

Lo que ocurre es que este proyecto no puede basarse única y exclusivamente en obras anecdóticas bajo una marca comercial (Superilla Barcelona) que te sitúa a nivel internacional como una fuerza política que lleva a cabo transformaciones progresistas en la ciudad, sino que se deberían extender en todos lados. Así se podrían evitar las dinámicas de gentrificación, porque se verá aceptada toda la ciudad y no solamente un barrio que acabará por atraer las inversiones.

¿Era previsible lo que está ocurriendo?

Se sabía perfectamente que un proceso de estas características tendría por definición contestación y también dinámicas de gentrificación, de turistificación, de especulación… pero no lo decían porque en cierta medida pretendían proyectar la transformación en positivo, siempre vinculada a cuestiones de cambio climático. Al final, este objetivo es mucho más fácil de aceptar y es más generalista, pero esconde el impacto más negativo aunque la cosa ha caído por su propio peso, y es que la calle no deja de ser otra cosa que la calle. 

¿Cómo puede llegar a cambiar la vida de las y los vecinos mediante este tipo de proyectos?

Yo siempre digo que el espacio público es salario indirecto, es una manera de redistribuir la riqueza. Es decir, todo aquello que las administraciones te pueden ofrecer mediante servicios públicos que hace que tú no tengas que gastar tu salario directo en esos bienes y servicios. Si las calles están puestas a disposición de la gente, podrás dejar de hacer muchas cosas de manera mercantilizada. Entonces, ¿Quién debe tener mayor nivel de salario indirecto? En principio y por política de justicia social, la gente que tiene un salario más bajo.

Parece que en Barcelona no se ha seguido esa lógica…

Las ‘superillas’ deberían haberse llevado a cabo en aquellos ámbitos donde la gente tiene mayores dificultades de acceso al espacio público, y eso en Barcelona tiene nombres y apellidos, porque es una ciudad que está segmentada a nivel social. Entonces: ¿Superilla? Sí, pero hazla primero donde más se necesita, y después ya vamos avanzando…