A más mar, siempre más vela

Catalunya lliure-ren areriorik handiena Catalunya garbia izango da.

El último semestre viene siendo una extraña mezcla de aprendizaje inacabado, laboratorio represivo y antídoto solidario. Bajo excepción permanente: así seguimos. Amplio muestrario: presos políticos y exiliados, procesos judiciales persecutorios, aplicación inconstitucional del 155, disolución de Parlament y Govern, 750 alcades investigados, intervención financiera de la Generalitat, criminalización de los CDRs y 100 encausados por la huelga general del 8N. Suma y sigue de la estrategia mccarthista de Estado, mitad doctrina del shock mitad látigo del miedo, sintetizada en un indisoluble A por ellos. El estado de golpe poniendo en el banquillo de los acusados, por extensión, a más de dos millones de personas que votaron el primer día de octubre y que volvieron a votar el 21D, tumbando el 155 y evidenciado otro severo revés a la apuesta autoritaria de un Estado deslegitimado y desautorizado.

Los últimos compases continúan con la misma hybris: estrategia ultra de la tensión, 155 recurrente o impedir a consellers presos que puedan ser consellers, a pesar de que ninguna ley lo prohibe. Ni su propia constitución. ¿La clave? Alargar la excepción para impedir toda solución, como ha denunciado la filósofa Marina Garcés.

Si la apuesta del Estado es una victoria por agotamiento, desistimiento y aislamiento del otro –bloqueando todo escenario democrático– el fracaso va a ser sonado, aunque la excepcionalidad vaya para largo. Frente a ello, la respuesta solo puede ser continuar e insistir: mayor implicación política, mayor activación social y mayor movilización popular. A más mar siempre más vela, dicen en Menorca.

PARADOJA REVISITADA

El proceso político catalán ha puesto en crisis al régimen –desnudándolo también en cada instancia judicial europea– pero, al mismo tiempo, se ha puesto en crisis a sí mismo. El 1O marca un antes y un después, y la nueva fase todavía está en ciernes, redefiniéndose y recomponiéndose. Pero, dialéctica pura, nos pasa lo que nos pasa porque hemos hecho –colectivamente– lo que hemos hecho. El 1-O –comunidad contra dominación, sociedad contra Estado, la ciudadanía contra el poder– condensa lo mejor de la gente contra lo peor de la represión.

Por eso, ni más ni menos, el Estado responde como responde: desde la venganza y el castigo calculado para hacernos pagar carísima la factura que pretende endosarnos por determinarnos libremente. Alguien ha escrito, con razón, que el Estado español no estaba preparado para soportar una experiencia masiva de desobediencia pacífica, serena y no violenta. El jurista Gil Matamala, equilibrando contradicciones, sopesa que se ha subestimado tanto la capacidad represora del Estado como tanto se ha subestimado la capacidad de resistencia de la gente.

Digan lo que digan, 1O y 21D suman dos derrotas consecutivas de la estrategia de la imposición y el miedo. A veces, nos olvidamos demasiado pronto de cosas importantes que hemos protagonizado y construido. Y sí, estamos en pleno impasse, donde la balanza no se acaba de decantar. En pleno tránsito, momentos –reaccionarios o constituyentes– donde siempre se definen cómo serán las décadas venideras. Dilema catalán –europeo y global: o avance democrático y social o retroceso involutivo y degradante.

Por eso mismo, el fracaso reiterado del Estado contra la mayoría social catalana ha extremado la excepción: fakenews y postverdades, el espantajo de la fractura social –piedra angular de la estrategia de la aznaridad contra Catalunya– o pretender ubicar soezmente el proceso democrático catalán en el destropopulismo que recorre la UE. Cuando este proceso nació para todo lo contrario: combatir, desactivar y anular el populismo de derechas que cercena la democracia, liquida los derechos sociales y explota la frustración. Albert Rivera puede invocar a Macron y Obama, pero solo evoca, con sus mediocres especificidades, a Le Pen y a Trump.

Eso no ahorra ninguna autocrítica: el independentismo ha hecho muchas cosas bien, ha hecho cosas deficitariamente –y algunas, mal– y, sobretodo, le queda todavía mucho por hacer. Pero está en disposición para hacerlo. Cabe recordar, más que nunca y ante la tentación rancia de viejos tics, un viejo enunciado que pronunciara años ha Carod Rovira: “el mayor enemigo de la Catalunya Lliure siempre será la Catalunya pura”.

Subiranotasun sozial bat, babestu beharreko subiranotasun guztiak berreskuratzeko; eskubide sozialak, arlo hori zabaltzeko; eta aterpe demokratiko bat, kapitalismo basatitik babesteko, hau da, subiranotasun guztiak pribatizatu, desberdinatsunak handiagotu eta demokrazia bahitzen duen kapitalismotik babesteko.

EL ¿AMIGO? VASCO

Entre tanto ruido faltaba Urkullu –singular triangulación con Moncloa y algunos cuadros de mando catalanes– pontificando vergonzosamente desde El País –cuando el medio es también el mensaje– la cerrazón antidemocrática: “desde el año 2010, en Cataluña hay una superposición [de la democracia participativa] que condiciona la vida institucional”.

En la misma lógica elitista, clasista y partitocrática, unos nos envían a la cárcel y otros pretenden enviarnos para casa. Pero ¿desde cuándo –para quién y por qué– es un problema la participación democrática? El objetivo de la represión –y sus múltiples rostros– es siempre forzar a la renuncia de las aspiraciones democráticas, políticas y sociales. Y aunque no lo parezca, cuando todo se ensombrece, el qué está ganado –la razón democrática de la libertad política catalana. Falta saber, eso sí, el cómo y el cuándo, que depende directamente de la acción colectiva transformadora. Porque nadie es neutral en un tren en marcha, como escribiera Howard Zinn. Son tiempos de reacción, nos recordaba hace poco la compañera Isabel Vallet. Citaba a Nadejka Krupskaia –Esperad, 1905 volverá otra vez– para recordarnos que octubre volverá, aunque antes habrá que salir de ésta.

ENTONCES, ¿LA PRÓXIMA MÁS Y MEJOR?

Paradojas del 78, hoy lo urgente es continuar abriendo por abajo lo que pretenden cerrar por arriba, generar vínculo social y comunitario –eso que tanto ha desmantelado el neoliberalismo– y desplegar marcos constituyentes.

Ante la anomalía demofóbica que es el Estado español y la estrategia aznarista de la tensión, cabrá resemantizar la unilateralidad –no un día D, sino un proceso continuado y cotidiano de resistencia, transformación y cooperación–, construir alternativas socioeconómicas y arraigar el cambio sociopolítico en el único vector y factor que lo puede ampliar realmente: un soberanismo social que recupere las múltiples soberanías que cabe proteger, los derechos sociales que cabe ensanchar y el refugio democrático que debemos construir en tiempos de un capitalismo voraz que privatiza todas las soberanías, multiplica las desigualdades y secuestra toda democracia.