Cruce de caminos

Freddy Gutiérrez, trabajador de origen colombiano en las obras de Anoeta, relata su periplo vital y laboral en nuestro país

La historia de Freddy Gutiérrez en el estado español se teje a base de infortunios y de solidaridad, por igual. Llegó a Barajas hace 20 años -con 26- desde su Colombia natal. En Cali dejó a su hijo de 6 años al cuidado de unas tías. Supuestamente, en el aeropuerto madrileño le iba a estar esperando un amigo colombiano, pero éste no apareció. Se encontró solo, sin apenas dinero y a miles de kilómetros de su casa. Una mujer migrante que trabajaba en el aeropuerto fue su ángel de la guarda. Ella le puso en contacto con el dueño de un locutorio donde pernoctó varias noches y conoció a una persona que le ofreció trabajo cortando árboles. Así recaló en Aranguren (Bizkaia), donde pasó una temporada trabajando en el monte y durmiendo en unas caballerizas, hasta que reclamó lo que le habían prometido...Y vuelta a empezar de cero.
Buscando, buscando, en un bar de Zalla le pusieron en contacto con una empresa de reformas. Fue su primera experiencia en el sector de la construcción. De ahí pasó a una obra en Alonsotegi: le cayó bien al encargado y éste se ocupó de conseguirle los papeles; en el interín le dio trabajo, a escondidas, los fines de semana. Freddy dormía en la obra y aprendía el oficio de mano de los trabajadores a destajo: albañileria, fontanería, pintura... Desde entonces, ha trabajado en la Construcción, en lo que le ha salido.

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Anoeta
A lo largo de estos años, Freddy se iba formando. Su obsesión siempre ha sido trabajar. Ha encontrado empleos yendo de obra en obra, a través de Lanbide y también a través de las páginas de diferentes webs de empleo. Precisamente así llegó a Anoeta. “En una de éstas, -relata- me llama una empresa de Galicia – Vilariño- para decirme que han visto mi curriculum, y me ofrecen trabajar en la obra del Polideportivo de San Mamés. También me aseguran que las condiciones laborales serán las del convenio de la Construcción de Bizkaia. A mí se me abre el cielo y acepto el trabajo”.
Los incumplimientos, sin embargo, comienzan en el minuto cero. “Cuando me presento me dicen que antes de empezar en Bilbao necesitan que trabaje unos días en San Sebastián, en las obras de remodelación del estadio de Anoeta”. Era el 5 de marzo de 2018. Desde esa fecha, de lunes a sábado, Freddy hacía diariamente el trayecto Bilbao-Donostia, ida y vuelta, junto a otros compañeros, en una furgoneta de la empresa conducida por él. Lo que iba a ser unos días se alargó a toda su relación laboral con la subcontrata Vilariño. Freddy nunca llegó a trabajar en las obras del Polideportivo de San Mamés.
“Anoeta era una locura. Éramos entre 200 y 300 personas de distintas subcontratas y nacionalidades realizando todo tipo de trabajos. Nos dijeron que la jornada laboral sería de 8 horas, pero fue mentira. Normalmente trabajábamos de 8 de la mañana a 8 de la tarde, con un descanso para comer. Los sábados también trabajábamos todo el día. Y a eso hay que sumarle las horas que pasábamos en la carretera en desplazamientos. A mí me pagaban 6,5 euros la hora, todo incluido, (vacaciones, pagas, dietas, kilometraje...),
cuando según el convenio de la Construcción de Gipuzkoa la hora sale a 16,50. Los sábados cobraba un euro más, cuando la hora extra, según convenio, se cotiza a 27 euros. Es decir, nada que ver con el convenio de la construcción de Bizkaia, y mucho menos con el de Gipuzkoa, que es el que tenían que aplicarnos”, relata.
Cruce de caminos
A pesar de los incumplimientos de Vilariño, Freddy -como el resto de trabajadores- no podía permitirse el lujo de renunciar a un trabajo. La hipoteca del piso, la familia en Colombia, las facturas... mandan. Así que, como siempre había hecho, no le quedó otra que poner buena cara al mal tiempo y aguantar... hasta que su camino se cruzó con el de Igor San José. “Al de poco de llegar me fijé en que había un tipo que estaba todo el día sacando fotos y tomando notas. El encargado enseguida nos ordenó que no nos acercáramos ni habláramos con él. Al principio le mirábamos con desconfianza, como alguien peligroso para nosotros”, recuerda.
Igor, sin embargo, se las arregló para ir ganándose la confianza de la gente, dejar tarjetas del sindicato con su número de teléfono en los vestuarios y entablar contacto con los trabajadores fuera de horario y lejos de la obra. “Al principio, el miedo te inmoviliza. Cuesta dar el paso. Teniendo ya el teléfono de Igor, en alguna ocasión le llamé para decirle que, por favor, no me hablara en la obra ni me saludara, porque podía perjudicarme. Teníamos miedo a perder el trabajo si el encargado sospechaba que estábamos en contacto con el sindicato”, explica.
Inspección de Trabajo
Con toda la información que Igor San José fue logrando de los trabajadores de la subcontrata Vilariño y la conseguida por su cuenta, denunció la situación a la Inspección de Trabajo, que el 1 de agosto de 2018 dictó una resolución que cambió la vida de Freddy y sus compañeros. “La Inspección de Trabajo da la razón a ELA y entiende demostrada que se ha producido una cesión ilegal de trabajadores de Vilariño a la UTE. Eso supone que podemos decidir si seguir en la subcontrata o pasar a ser trabajadores fijos de la UTE. Yo pasé a la UTE. Y de un día para otro, a tener derechos laborales”, cuenta. “Me cambiaron la ropa de trabajo, el material, el vehículo en el que nos trasladábamos a Bilbao y, lo más importante, las condiciones laborales. Me empezaron a aplicar el convenio de la Construcción de Gipuzkoa, y cobré 8.000 euros brutos por cantidades dejadas de percibir en solo cinco meses de trabajo”.
A raíz de que los trabajadores de la subcontrata Vilariño pasaron a ser de la UTE, ELA convocó elecciones sindicales y Freddy salió elegido delegado. “El sindicato me ha ayudado, y yo, ahora, quiero aportar y ayudar también, en mi empresa y en la obra; de hecho, intento acercarme a los compañeros de otras subcontratas y les animo a reclamar lo que les pertenece, a seguir nuestro camino”.
Su primera baja
Freddy ahora está de baja por una lesión en el hombro. Es su primera baja en 20 años. Si llega a lesionarse antes de pasar a la UTE estaría en la calle. “Una de dos: o habría cogido la baja y me habrían despedido. O habría seguido trabajando, con las consecuencias físicas que eso hubiera tenido... ”, elucubra con alivio.
Estamos acabando la conversación, y Freddy nos cuenta que está con muchas ganas de disfrutar de sus primeras vacaciones pagadas. Planea ir a Colombia, a conocer a su nieto, hijo de aquel niño de 6 años que dejó al cuidado de sus tías hace ya dos décadas.
Con una gran sonrisa, no quiere acabar su historia sin agradecer a Igor San José el día en que se cruzó en su camino... “Gracias a él estoy ahora aquí sentado. Tiene el respeto y el aprecio de todos los trabajadores de Anoeta. Es un poco nuestro padre”, concluye con emoción.