“La banca fue responsable del desmantelamiento industrial vasco”

Erreportajea Iván Giménez
Oriol Malló, autor de “El libro negro del BBVA”, hace un recorrido por la negra historia de la oligarquía vizcaína

Si alguien decide escribir El libro negro del BBVA; de la oligarquía vizcaina al caso Villarejo sabe desde el principio que acabará metido en problemas, aunque viva al otro del charco, o precisamente por ello. Oriol Malló (Barcelona, 1967) vive desde 2005 en Puebla (México), donde sigue ejerciendo de periodista y profesor, pero siempre desde esa intemperie arriesgada a la que uno se arroja cuando levanta la alfombra donde el poder esconde sus abusos y miserias.
Este libro, publicado por Txalaparta en 2020, estuvo congelado más de una década porque las amenazas contra el autor y sus fuentes (“cuando gente poderosa de Bilbao se enteró de que andaba escribiendo esto -recuerda Oriol-, movieron los hilos para que no pudiera continuar”) le obligaron a parar, allá por 2007.
“Mi fuente principal era el ex fiscal anticorrupción del Juzgado de Garzón en la Audiencia Nacional -explica Malló-, donde yo mismo fui detenido y torturado en 1992. Me acusaban de pertenecer a Terra Lliure, y me tocó declarar ante Garzón, que escuchó mi relato de torturas como quien oye llover. Con el fiscal de aquel juzgado, David Martínez Madero, coincidí por casualidad años después, ya como periodista, y se convirtió en mi principal fuente de información”.


Los contactos
El episodio confirma hasta qué punto es crucial para un periodista tener contactos, aunque sea en el infierno. “En 2007, Martínez Madero me ofreció una exclusiva impactante: entrevistar al puertorriqueño Nelson Rodríguez, el ejecutivo de una filial del BBVA que tenía las pruebas de los delitos del banco para apropiarse de entidades financieras en toda Latinoamérica”.
De aquella carambola caribeña a la tozuda genealogía de Neguri solo había un salto pero, eso sí, de casi un siglo. “El libro negro del BBVA” no empieza en 2007, ni mucho menos, sino en la fundación de los Bancos de Bilbao y Vizcaya, auténticos tractores financieros del poder corrupto y esclavista de una saga de apellidos que han controlado económicamente Bizkaia desde siempre: los Ybarra, Careaga, Delclaux, Knorr, Sendagorta, Lequerica, De la Sota, Arteche, Lezama-Leguizamón, etcétera. Era la añeja oligarquía vasca, que “el periodista Gregorio Morán acertadamente bautizó como Primer Imperio de Neguri”. Tal y como recoge Malló, “crearon una ciudad-jardin segregada al 100% en el puerto pesquero de Getxo”.
Tuvieron sus tiempos de gloria antes del crack de 1929, gracias a la siderurgia (el filón de hierro en la margen opuesta de la ría, Triano, La Arboleda…) y la construcción naval. Era una “sociedad de plutócratas” vertebrada en torno al Club Marítimo del Abra, la Sociedad Bilbaína y el club de golf. Como escribió el historiador Raymond Carr, “los hombres realmente ricos de España, a partir de 1900 estaban, con pocas excepciones, en el País Vasco”.

“Banco de Vizcaya oso ukituta geratzen da Lemoizko zentral nuklearraren eraikuntza gelditzen denean. Gaur egun BBVA existitzen bada, erreskate nuklearra zergadunek ordaindu zutelako da”. Kanon nuklear hori herritarrok ordaindu dugu faktura elektrikoaaren bitartez 1996tik 2015era: 5.717milioi euro.


Sin embargo, Malló recoge que “sus descendientes, la tercera generación, cumplieron con la norma sagrada del capitalismo familiar: dilapidar las joyas del clan y perder la sacrosanta posición social que ganaron sus ancestros; eso sí, sin dejar de cobrar los dividendos de sus acciones, los intereses de sus cuentas evadidas al extranjero, ni las rentas de los inmuebles acumulados”. La mayoría fueron educados por el Opus en el colegio de Gaztelueta, creado para “ir birlando a los jesuitas el mercado educativo de los hijos de buena familia”.
La huida del Ensanche bilbaíno -demasiado cerca de la presión obrera de los astilleros de la ría- se acentuó entre 1916 y 1934, hasta que Neguri, “diseñado por el arquitecto José Amann (algunos de sus descendientes serían el ministro socialista Joaquín Almunia o el peneuvista Álvaro Amann), llegó a contar con unas 100 casas señoriales”.


De la mano del poder
Más adelante, tal como se cuenta en el libro, “los neguritas que en 1937 ‘liberaron’ Bilbao para Franco, se agenciaron las riendas del poder político; fusionaron Estado y capital a través de un enjambre de familias divinizadas por su heroico papel como financiadoras del golpe, pero también como vanguardia militar del alzamiento”. Y Oriol Malló desgrana esa lista de “alcaldes franquistas que malgobernaron Bilbao, pero que tenían capturado al Estado y oprimida a la clase trabajadora: Areilza, Zuazagoitia… Bilbao fue el consistorio más corrupto de todo el Estado: solo en 1948 se abrieron 30 expedientes por esa razón”.


Principio del fin
Hacia finales del franquismo, la simbiosis entre la banca (Bilbao, Vizcaya) y la industria naval y siderúrgica empezó a naufragar, según Malló. “La banca fue la principal responsable del acelerado colapso de la industria que casi un siglo antes contribuyó a crear”. A diferencia de los banqueros europeos, los españoles (y vascos) veían sus participaciones industriales como inversiones extraordinarias para especular. “No obedecían al paradigma de ‘capital paciente’ propio de una banca universal” o de un capitalismo productivo con visión a largo plazo. Basta con analizar, hoy en día, dónde está la industria vasca en comparación con la alemana, por ejemplo.
Ya en los estertores del régimen, esa oligarquía casposa y franquista se vio penetrada por jóvenes formados en Deusto que un día serían la vanguardia del pujante PNV, que rápidamente heredó las riendas económicas y políticas del país con otros mensajes y otra imagen, pero con similares objetivos socioeconómicos.
Oriol Malló revela cómo “un joven estudiante, Pedro Luis Uriarte, buscó en 1966 al jesuita Luis Bernaola para que lo recomendara en algún banco vizcaino; no lo hizo, pero le dio el pase a General Eléctrica, lo que fue una buena catapulta para formar cuadros capitalistas en ese esquema darwinista en el que solo sobreviven los más aptos”. Uriarte ya era en 1980 consejero de Economía del incipiente Gobierno Vasco y se erigió en experto sobre las opacidades del Concierto Económico con el Estado, “prácticamente en comisión de servicios desde el Banco de Bilbao”, según el libro de Malló. Luego, a mediados de los 90, Uriarte regresaría al banco -una vez fusionado con el Vizcaya- para ocupar su cúspide y encargarse de su expansión latinoamericana. El banco lo acabó jubilando junto a Emilio Ybarra y les regaló 57 millones de euros por los servicios prestados.
‘El libro negro del BBVA’ describe una densa saga de compraventa de empresas, siempre con los Bancos de Bilbao y Vizcaya a los mandos, hasta su fusión y la absorción del ente público Argentaria (BBVA). Al otro lado del mostrador de préstamos, las históricas Iberduero e Hidrola, que hoy en día forman Iberdrola, así como todo el enjambre de compañías metalúrgicas (navales o no), cuyos capitales iniciales fueron británicos en su mayoría y que han acabado por quebrar, casi siempre a costa del erario público (nacionalizando pérdidas y pagando indemnizaciones y subsidios a las miles de personas despedidas) y de la clase trabajadora.

“BBVAren liburu beltza” ez zen 2007an hasi, ezta gautxiagorik ere, Bilboko eta Bizkaiko bankuen sorreran baizik, Bizkaia betidanik ekonomikoki kontrolatu duten abizenen saga baten benetako traktore finantzarioak: Ybarra, Careaga, Delclaux, Knorr, Sendagorta, Lequerica, De la Sota, Arteche, Lezama-Leguizamon, eta abar.

 

La nuclear de Lemoiz, clave
“Hay un hecho clave en este declive a partir de los años 80: la central nuclear de Lemoiz”, subraya Oriol Malló en la entrevista con ALDA. “El Banco de Vizcaya queda muy tocado cuando se paraliza su construcción, y el Gobierno de Felipe González le regala Banca Catalana (quebrada tras el escándalo financiero del que Jordi Pujol salió indemne, por increíble que parezca) para reflotarlo”. Es más, Malló insiste en que “hoy en día, Lemoiz sigue siendo un tabú, un fantasma, que continúa ahí varado al borde del mar, como una pesadilla de otra época; pero la multimillonaria indemnización para Iberdrola la hemos estado pagado a escote hasta 2015: 5.717 millones de euros. Sin todo ese proceso luego no habría habido hueco para el negocio de las renovables”. En el libro, Malló es tajante: “Si hoy existe el BBVA es porque el rescate nuclear lo pagaron los contribuyentes”.
Al hablar de Lemoiz, Malló también escribe sobre el papel de ETA, que asesinó a dos directivos de la central (Ángel Pascual y José María Ryan), “lo que hizo que el consejo de Iberduero se inclinara por parar las obras”.
La oligarquía vizcaina también fue objetivo de la banda, empezando por Javier Ybarra Bergé (asesinado en 1977, cuando era presidente de Babcok, de El Correo y consejero del Banco de Bilbao), cuyo rescate no fue pagado por su familia. Otros secuestrados (Delclaux, Lipperheide…) tuvieron más suerte. “Es muy curioso cómo años después -subraya Malló- algunos nietos de Neguri se han lanzado a la narrativa victimista (ahí esta Gabriela Ybarra, añade), como si sus apellidos no fueran directamente responsables de la miseria y la durísima represión que sufrieron miles de personas en la Bizkaia de aquellos años, y cuya factura se sigue pagando”.

 

Honezkero, Francisco Gonzálezen figura “ez da ulertzen bitarteko publikoekin inteligentzia eta espioitza zerbitzuak ematen dituen Villarejo komisarioa gabe, baina eskaintzaile pribatu onenari salduz”, kasu guztiak sub iudice kasuak, beharbada 2005ean Windsor Dorreko sute ikonikoa izan ezik, non kasualitatez Gonzalezentzat konprometigarriak ziren dokumentuak erre zituzten (Deloitteren auditoria). Froga guztien aurka, Poliziak istripu bat izan zela erabaki zuen.


Las fusiones bancarias
Como bien recoge Malló en su libro, la fusión del Banco de Bilbao y el Banco de Vizcaya el 27 de enero de 1988 fue todo un hito en la historia de la banca española, “una reyerta a cuchilladas que acabó con un laudo del Banco de España en 1990 para colocar a un ilustre como Emilio Ybarra Churruca como presidente único del BBVA”. El caso de las cuentas secretas de Jersey le apeó de la dirección en 2001, y “la intervención del mismísimo José María Aznar encumbró a un advenedizo gallego, solitario, huraño y sin escrúpulos, al frente del gran banco: Francisco González. La gran oligarquía vizcaina había sido apartada”.
A estas alturas, la figura de Francisco González “no se entiende sin el comisario Villarejo, prestador de servicios de inteligencia y espionaje con medios públicos pero vendiéndose al mejor postor privado”, casos todo ellos sub iudice, quizá con la excepción del icónico incendio de la Torre Windsor en 2005, donde casualmente ardieron documentos comprometedores para González (auditoria de Deloitte). Contra toda evidencia, la Policía acabó determinando que fue un siniestro accidental.
Quien lea El libro negro del BBVA se dará cuenta, sin esfuerzo, de que nada en esta historia es accidental. Oriol Malló lo explica con vehemencia y promete volver a la carga, esta vez con otra empresa vasca como objetivo de sus pesquisas. Continuará...