3 de marzo del 76: La memoria de un sueño

Martxoaren 3ko gertakariek argiro erakutsi zioten euskal langileriari borroka dela irabazteko bidea, eta sistemaren bidegabekeriei aurre egiteko tresnarik onenak greba, batasuna, antolamendua eta elkartasuna direla.

El 3 de Marzo de 1976, las fuerzas de la sinrazón y de la muerte, bajo las órdenes de Manuel Fraga Iribarne y de Martín Villa, asesinaron a cinco compañeros y masacraron a más de cien. Ésta es la parte más sangrienta y dolorosa del 3 de Marzo. La parte que más recuerda la prensa, la radio, la televisión, los partidos... donde prevalece el recuerdo de las víctimas, pero desprovistas, despojadas de la belleza de sus sueños...”

Estas palabras las escribieron Imanol Olabarria y Jesús Naves al cumplirse el 36 aniversario de aquellos trágicos sucesos del 76. Ambos fueron miembros de las Comisiones Representativas y activistas destacados en la organización de la clase trabajadora de Gasteiz, por lo tanto, sus palabras tienen, además de memoria, el valor de lo vivido en la vanguardia de una lucha que marcó un hito en el movimiento obrero.

Tal vez, las afirmaciones de Naves y Olabarria suenen como una crítica nostálgica para quienes observan el 3 de Marzo desde la distancia de cuatro décadas, construidas en los principios de la Transición y en los pactos del 78 entre el capital, el empresariado y los sindicatos mayoritarios, correas de transmisión de la izquierda institucionalizada, encargada de garantizar la “paz social”. Las impresiones de Naves y Olabarria encierran la reivindicación de una memoria que debe incluir no solo los nombres de los obreros asesinados en un día de represión extrema, sino también la razón por la que cientos de hombres y mujeres se unieron, se organizaron y se enfrentaron a la patronal secundando una huelga indefinida, a través de la cual tomaron conciencia de la fuerza y el orgullo que conlleva ser clase trabajadora y sujeto de transformación social.

NO FUE UNA PELEA PERDIDA

Contra lo que algunos pueden pensar las huelgas del 76 no fueron una pelea perdida. El legado que el 3 de Marzo ofreció al pueblo trabajador vasco fue demostrar que si se lucha se puede ganar, y que la huelga, la unidad, la organización y la solidaridad constituyen las mejores armas para enfrentarse a las tropelías del sistema.

Sin embargo, todo lo que se consiguió entonces, en aquel marzo de un franquismo agonizante, lo que se exigió en cada minuto de huelga y movilización, en cada dolor por los compañeros asesinados, ahora, en este tiempo de incertidumbre, ha desaparecido.
Durante 43 años, los gobiernos español y vasco han ido adaptando las relaciones laborales a los intereses del capital. El neoliberalismo y la desregulación económica que Thatcher y Reagan iniciaron en los 80 han desmantelado el estado de bienestar de las políticas keynesianas, hasta certificar su muerte en la crisis de 2008. Hoy, la Reforma Laboral, la falta de empleo, la precariedad, los bajos salarios, la desigualdad, la falta de derechos, la privatización de los servicios públicos o la explotación más descarnada evidencian la ferocidad de un sistema que ha entrado en un devastador terreno de esclavitud y deshumanización tecnológica, de exclusión y pobreza, equiparable a situaciones vividas en el siglo XIX.

La “gran diversidad” que preconizó el economista Paul Krugman, “proceso por el cual se produce el enriquecimiento gradual de los más ricos y el empobrecimiento de todos los demás”, es hoy una desoladora realidad en Europa, en el Estado y también en Euskal Herria, en ese “paraíso” económico del que habla, con absoluto cinismo, el lehendakari Urkullu. Y es que, en este país, el neoliberalismo y la “reconquista del poder por las clases dominantes” tienen en el PNV y en el Gobierno de Lakua unos grandes y fieles valedores.

UTOPÍAS ALCANZABLES

El movimiento obrero del 3 de Marzo no volverá, es cierto. Pero hay que recordar que ocupa un lugar importante en la memoria de la lucha de clases. Un merecimiento que, al menos, debería servir para inquietar a la clase trabajadora actual, a la que el sistema le ha arrebatado el compromiso y la conciencia de serlo.

El historiador catalán Josep Fontana decía que la “historia de la humanidad está llena de momentos de lucha por la libertad y la igualdad, de revueltas contra los opresores y de intentos de construir sociedades más justas”. “Los defensores del orden establecido –afirmaba- siempre han querido aplastarlos; para ellos, la sujeción y la desigualdad son necesarias para asegurar su prosperidad”. Pero también creía que en lugar de resignarse hay que enfrentarse, imaginar e “inventar un mundo nuevo que pueda ir reemplazando al actual, que tiene sus horas contadas”.

En la Comuna de París, en Mayo del 68, y también en la Gasteiz de 1976 sucedió algo de eso; algo que, como afirmó Lenin, tiene mucho que ver con la importancia de los sueños revolucionarios en la construcción del futuro.

En 2012, escribí un libro sobre el 3 de Marzo. Lo terminé con una reflexión que todavía me preocupa y me ilusiona porque significa que el capitalismo no me ha matado de tristeza. “No son los años del pasado los que me abruman, son los del futuro que aún no se ha escrito los que requieren respuestas urgentes, a los que exijo, como en el 3 de Marzo del 76, una utopía alcanzable”.