No dejemos de cuidarnos

Iritzia June Fernández, periodista

 

El pasado 27 de octubre, el día después de que el Gobierno Vasco anunciase la restricción de la movilidad entre municipios, salvo por “causas de fuerza mayor”, Galder González llamó al 012 para preguntar cómo se justifican los desplazamientos para atender a personas dependientes. Retransmitió en Twitter la cadena de conversaciones telefónicas infructuosas con un funcionariado que reconocía la ausencia de criterios y modelos claros. Aventuraron que podía probar a escribir él mismo una carta autorizando a su padre a recoger a sus criaturas en el colegio y que, en todo caso, la Ertzaintza se guiará por su particular sentido común para decidir si esa causa y ese justificante son válidos.

Hago inventario de los desplazamientos que son esenciales para mí, para cuidar y ser cuidada en mi familia biológica y en la elegida. Me pregunto si el ertzaina de turno aceptará que es “por causa mayor” seguir visitando a mis abuelos octogenarios para que recuperen el tiempo perdido con su bisnieta. Me pregunto qué salvoconducto puede servir a mis amigas para que sigan viniendo a liberarnos una horita de la maternidad intensiva sin miedo a una multa. Me pregunto si para la Ertzaintza es de sentido común que vaya a apoyar a una amiga con depresión que vive sola con sus hijas.

Seguimos igual que en la desescalada: sabemos cuándo y cómo podemos consumir pero no sabemos cuándo ni cómo podemos dar y recibir cuidados. No se trata de establecer excepciones para atender a personas dependientes sino de que todas las personas somos interdependientes. Necesitamos un sistema público y comunitario basado en la corresponsabilidad social e institucional y en una concepción integral de los cuidados.

REPITIENDO ERRORES

Los gobiernos esperan a la vacuna como única salvación, en vez de entender que este sistema enferma, que la contaminación, el estrés, la precariedad material y emocional, las violencias machistas y racistas enferman. Y que, por el contrario, respirar bien, alimentarnos bien, contar con una comunidad fuerte, con una red de afectos fuerte, son factores de protección de la salud. La Iniciativa Mesoamericana de Defensoras de Derechos Humanos publicó en mayo un compendio de herramientas de autocuidado y sanación que tienen en cuenta la salud física, la emocional, la energética, la mental y la espiritual. ¿Os imagináis unas políticas públicas de contención de la Covid-19 que contemplen todas esas dimensiones?

Leo un artículo de la antropóloga mexicana Eva Bidegain en la Revista Amazonas en el que observa que en la gestión de esta crisis sanitaria se están repitiendo los errores de otras como la de la tuberculosis, el ébola o el sida, como las dinámicas de estigmatización y de segregación social: “Centrarse sólo en la transmisión del virus Covid-19 puede opacar las condiciones sociales y culturales en que se enferma y las razones de diferencias en el acceso a una atención biomédica oportuna. Los estados nutricionales, de vivienda, de fatiga y de enajenación por jornadas laborales importan tanto como la forma en que se propaga un virus en el aire”. Y concluye: “El cuidado se torna un valor social en esta pandemia”.

Releo el dossier “Las vidas en el centro. Propuestas para hacer frente a la crisis del Covid-19 y al neoliberalismo patriarcal y colonial”, elaborado por la coordinadora feminista Bizitzak Erdigunean en abril: “Aunque nos hablaban de recuperación, nosotras insistíamos en que estábamos en crisis profunda. Insistíamos en que lo que estaba en riesgo era la vida misma, la del planeta y la de la gente; y que la causa era el sistema capitalista heteropatriarcal racista (…) La crisis sanitaria está permitiendo ver la importancia fundamental para el sostenimiento de la vida de trabajos (pagados y no pagados) que antes pasaban ocultos. Estos trabajos están fuertemente feminizados y cruzados por otras desigualdades (de clase social, racialización, estatus migratorio y edad). Están también fuertemente precarizados”.

Y sin embargo, medio año después, el personal sanitario de Osakidetza, las trabajadoras de comedores escolares o las trabajadoras de las residencias de Gipuzkoa están en huelga. El movimiento de pensionistas y las trabajadoras del hogar organizadas siguen clamando en el desierto. Las instituciones vascas, lejos de aprovechar esta oportunidad histórica para dignificar y revalorizar los cuidados, siguen ancladas en una concepción capitalista y patriarcal de la economía, cuya consencuencia es la necropolítica.

 

Osasun krisiak zaintza lanen garrantzia eta horien prekarizazioa agerian utzi du, baina Gobernuek ez du egiturazko arazo horiei irtenbidea emateko borondaterik. Gobernuak pertsona guztiak interdependenteak garela eta gure osasun emozionalak inporta duela aintzat hartzen ez dutela ikusita, premiazkoa da zaintza sare komunitarioak sendotzea.

 

REINVENTARNOS LA VIDA

En marzo, el Gobierno Vasco ni se molestó en contestar a la invitación del movimiento feminista a una mesa técnica de crisis para abordar el colapso de los cuidados. En septiembre, su primera decisión relativa a las políticas de igualdad fue mover Emakunde de Lehendakaritza a una viceconsejería.

AUTOORGANIZACIÓN

Así que yo espero más de la autoorganización que de las instituciones. En primavera florecieron las redes de apoyo mutuo, los comedores sociales, las cajas de resistencia. ¿Qué estructuras comunitarias podemos crear ahora? ¿Qué estrategias de desobediencia podemos adoptar para que no logren aislarnos, deprimirnos y neutralizarnos políticamente?

Me retumban las palabras de la feminista india Krishna Hemaraj en un artículo sobre gestión del Covid-19 y distancia social traducido a castellano por la revista mexicana Luchadoras: “Una cosa es mantener el distanciamiento físico, pero habría que permitir que prospere la solidaridad social. Admitámoslo, aislarnos socialmente probablemente terminará matándonos más rápido que el virus”.

Y también las de Antonia Ávalos, portavoz de la Mujeres Supervivientes de Violencia de Género de Sevilla, una asociación que gestiona un comedor social, ha acompañado a mujeres confinadas con sus maltratadores y a familias monomarentales: “Ante el colapso del sistema, vamos a reorganizar los afectos y los recursos con los que contamos para cuidarnos y protegernos. Mientras el estado no dé soluciones, nosotras vamos a reinventarnos la vida”.