Primero los de casa

En mayo de 2012, François Hollande se corona presidente de la República francesa después de unas elecciones en las que la extrema derecha ha conquistado la tercera posición. En los comicios de 2007, el discurso bronco de Jean-Marie Le Pen había sufrido un revés. Pero, en 2011, el Frente Nacional cede el testigo a la hijísima Marine Le Pen, que terminará convenciendo a casi seis millones y medio de electores en su primer asalto a la presidencia. En medio de las políticas de austeridad y de los abusos de la Troika, el nuevo lepenismo arremete contra el entramado europeo y recurre a la brocha gorda de la xenofobia.

Marine Le Pen, la nueva rockstar del populismo derechista, comienza a intervenir en el debate público y orienta la agenda política hacia las soluciones policiales y el odio racial. Algunos analistas advierten que la pugna parlamentaria se está lepenizando. El resto de los partidos, quieran o no, se ven obligados a entrar en el juego dialéctico de la extrema derecha. Todo el mundo menciona las ideas más disparatadas del Frente Nacional, aunque sea para rebatirlas.

En 2013, al calor del ascenso ultra, el gobierno francés rebasa todas las expectativas de Marine Le Pen y ordena la expulsión de más de diez mil gitanos. Manuel Valls, ministro del Interior, avala la purga. “La mayoría deben ser llevados hasta la frontera”, explica el dirigente del Partido Socialista. Amnistía Internacional se lleva las manos a la cabeza. Bruselas abronca a Francia. Pero da lo mismo. Le Pen ni siquiera ha necesitado acceder a la presidencia para que su programa se haga efectivo. Son otros quienes lo cumplen por ella.

Komunikabide espainiarrek eskuin-muturraren piztia handiagotu dute. Bide eman diete beren platoetan agertzeko. Haien ateraldiak barrez hartu dituzte. Eta gaurko egunera arte Voxekoen adierazpenik burugabeenak ere titular izateraino iristen dira.

SE ASUME EL IDEARIO DE LA INTOLERANCIA

En Europa, los partidos de extrema derecha han desarrollado una estrategia que les permite ubicarse en el centro de todas las discusiones mientras sus programas van impregnando las políticas cotidianas. Les basta con proponer toda clase de insensateces para que el resto de formaciones, incluso las más derechonas, parezcan prudentes y moderadas en la comparativa. El objetivo de los nuevos ultras no es tanto gobernar como forzar a los gobiernos para que asuman como propio el ideario de la intolerancia.

Bajo una apariencia contestataria, la nueva derecha populista esconde en realidad un ramillete de partidos ultraliberales que no han florecido para cuestionar el sistema sino para apuntalarlo. El caso de Vox es un ejemplo inmejorable. En el partido de Abascal se combina la apología de la guardia civil, el ejército y la monarquía con loas a la mano dura, soflamas islamófobas y una admiración babosa hacia capos empresariales como Amancio Ortega. El franquismo 2.0, con su grima y con su caspa, es la guardia de corps del neoliberalismo y del régimen borbónico.

Vista la deriva de Vox, nos asalta la tentación de pensar que no son más que una pesadilla pasajera. No obstante, los ultras hispanos ya pueden celebrar algunas conquistas. En primer lugar, han moldeado a su antojo el discurso del Partido Popular y de Ciudadanos. Los abascales son un grupo pequeño al que no le preocupa perder votos centristas, de modo que han elevado el tono de sus consignas hasta el límite de la vergüenza ajena. Y tanto Casado como Rivera han querido resguardar el flanco ultra asumiendo proclamas ultras.

En el éxtasis del procés, los grandes medios españoles han engordado la bicha de la extrema derecha. Les han abiertos sus platós. Les han reído las gracias. Y todavía hoy, en un caso inédito en Europa, las declaraciones más descabelladas de los voxeros se elevan cada día a la categoría de titular. Como si las estridencias vacías de los Ortega Lara, Monasterio o Espinosa de los Monteros tuvieran derecho a marcar el ritmo de la gobernanza. Y así sucede. La homofobia, la misoginia y el racismo vuelven a estar de moda por esa conjunción perversa entre el fascismo y la mala televisión.

No hay más que echar un vistazo al protagonismo que ha ido adquiriendo el artículo 155 en la política española. En las elecciones generales de 2015, Vox se presenta como una fuerza marginal que organiza una marcha en moto hacia Madrid para reclamar al gobierno la aplicación del 155. A medida que se recrudece la crisis catalana en 2017, Albert Rivera comienza a hacer suya la propuesta y reclama a Rajoy un 155. Rajoy no parece muy convencido pero termina aceptando esta posición y la extiende al PSOE. Ahora es el propio Sánchez quien reivindica la intervención de las autonomías. Así es como la extrema derecha impone su agenda en nuestro día a día.

EUSKAL HERRIA, DE MOMENTO A SALVO

Es verdad que en Euskal Herria la ultraderecha ha tenido una presencia más bien residual. El PP vasco ha sido quizá el partido que mejor ha recogido la esencia del racismo y las salidas autoritarias. En 2012, cuando Marine Le Pen estaba a punto de dar la sorpresa en Francia, Antonio Basagoiti reclamaba una sanidad “primero para los de casa”. Más tarde fue Maroto quien se apuntó a la fiesta xenófoba. Por fortuna, el ex alcalde ya no está. Acaba de empadronarse en la localidad segoviana de Sotosalbos para recolocarse como senador por Castilla y León. Ya se sabe, primero los de casa.

2015eko hauteskunde orokorretan Vox aurkeztu zenean, bazter-alderdi moduan aurkeztu zen; orduan, gobernuari 155 artikulua aplikatzea eskatzeko, Madrileranzko moto-martxa bat antolatu zuen. Gero, 2017an zehar, Kataluniako krisia larriagotu ahala, Albert Rivera hasi zen proposamen hura bereganatzen, eta handik gutxira 155eko aplikazioa eskatu zion Rajoyri. Hasieran Rajoy ez zen oso aldekoa, baina azkenean bere egin zuen proposamena, eta PSOEri luzatu zion. Orain Sanchezek berak erreklamatzen du autonomietan esku-hartzea. Horrela, apurka-apurka eskuin-muturrak idazten du gure agenda egunetik egunera.