Soberanismo: de izquierdas o no será

Lo que viene sucediendo con el autogobierno en nuestro país, y también lo que está sucediendo en Cataluña, urge a seguir profundizando en la extensión social de la reclamación soberanista. Se habla mucho del auge de las extremas derechas en toda Europa y también en el Estado pero, al mismo tiempo, se da una reivindicación de la política con mayúsculas, una auténtica apelación a la política para que tome las riendas, y que los intereses populares no queden al albur de los mercados y los poderes económicos.

Es difícil no ligar esta emergencia de la derecha con la deserción social llevada a término por la socialdemocracia a lo largo de las últimas décadas. Por eso, este escenario, a pesar de su gravedad, supone también una oportunidad para ganar más sociedad desde la izquierda. Ésta puede ser también la hora de un auténtico soberanismo social que haga suyas las aspiraciones e intereses de las mayorías sociales precarizadas y empobrecidas.

En este contexto, el sindicalismo abertzale sigue siendo un actor clave en la extensión de ese soberanismo social. Un sindicalismo que se encuentra ante el reto de defender las cuestiones más elementales: su derecho a representar a la clase trabajadora vasca y su poder negociador. Por eso, es urgente una acción política contra la estatalización y la centralización de las relaciones laborales.

Además de todo ello, es clave el trabajo que se viene realizando por una Euskal Herria soberana a partir de las alternativas en cuestiones como la alimentación, la energía, la moneda, las finanzas, el consumo o la movilidad. Quienes trabajan y militan en estos movimientos e iniciativas subrayan, con razón, que no hay solución para nuestros problemas sociales y medioambientales solo de la mano de los partidos y las instituciones, y que urge fortalecer la sociedad civil, la economía solidaria, los movimientos populares y también, lógicamente, el sindicalismo combativo.

Se puede concluir, por tanto, que en nuestro país sigue viva y bien representada la aspiración histórica de decidir cómo queremos afrontar los retos de futuro y nuestro modo de relacionarnos con el resto de naciones y estados. Defender nuestra soberanía política, económica, cultural, energética, alimentaria… es también una buena manera –además de necesaria– de resistir a la involución antidemocrática e hipercapitalista en la que estamos inmersos