Consenso: el enemigo del cambio

Kultura Iván Giménez

“Una democracia de consenso permanente no será una democracia durante mucho tiempo”.

Uno, al leer esto, no puede evitar un cierto desasosiego, esa sensación de que el terreno deja de ser firme y se tambalea la base de todo lo que era sólido. ¿Pero el consenso no era, per se, algo bueno?

-“La disposición al desacuerdo, el rechazo o la disconformidad -por irritante que pueda ser cuando se lleva a extremos- constituye la savia de una sociedad abierta. Es tentador hacer como todos: la vida en comunidad es mucho más sencilla cuando cada uno parece estar de acuerdo con los demás y la disconformidad es adormecida en aras de las convenciones del compromiso”.

Es decir, la democracia -para ser de verdad- tiene que ser algo incómodo, trabajoso, conflictivo.

-“La conformidad tiene un precio. Un círculo cerrado de opiniones o ideas en el que nunca se permiten ni el descontento ni la oposición -o solo dentro de unos límites circunscritos y estilizados- pierde la capacidad de responder con energía e imaginación a los nuevos desafíos”.*

Dicho de otra forma: los que están siempre de acuerdo (o profesan ese suave desacuerdo asumible por quienes mandan de verdad) no son los garantes de la democracia, sino todo lo contrario. Aunque lo ignoren. A más consenso, menos calidad democrática.
Y precisamente el ombligo del diálogo social es eso, el consenso, tal y como se empeñan en repetir los Gobiernos de la CAPV y de Navarra. “El principal objetivo del diálogo social es el de promover el logro del consenso”, se puede leer en el borrador del Decreto de Institucionalización del Diálogo Social en la CAPV.

Falsa neutralidad gubernamental

El consenso consiste en el acuerdo unánime. Así, si para tomar cualquier medida hace falta el visto bueno de todas las partes...

¿Qué cambio puede haber? Si los gobiernos otorgan a la patronal la capacidad de vetar cualquier propuesta -dado que el consenso es el “principal objetivo”-, ¿cómo van a mejorar la calidad del empleo, los salarios o la seguridad en el trabajo?

Un Gobierno no debería limitarse al papel de humilde corrector de las enormes desigualdades económicas o de las consecuencias desastrosas de las políticas neoliberales. Eso sería insuficiente. Pero es que en este diálogo social no hay ni siquiera eso. Los Gobiernos de Gasteiz e Iruña se asignan un papel de neutralidad tecnocrática, afrontando la imposible tarea de conciliar intereses materialmente incompatibles: los del capital y los del trabajo. La clase trabajadora debe tener clara una cosa: la neutralidad es el arma más poderosa del adversario.

Y además, el diálogo social no es neutral, sino la herramienta de un poder que prefiere consolidar la realidad antes que arriesgarse a transformarla.
Justo lo que no puede hacer un sindicato.   

* Las cursivas pertenecen a Tony Judt (‘Algo va mal’, 2010)