Cristina Barrial: “Las trabajadoras del hogar internas son cuidadoras sin descanso 24 horas”

Elkarrizketa Texto: Leire Regadas Fotos : Manuel del Valle
El trabajo del hogar y de los cuidados marca la historia laboral y vital de muchas mujeres. También las de la familia de la periodista y antropóloga Cristina Barrial (Xixón, 1994), que conoce de primera mano las implicaciones de sostener hogares que no son el propio. Desde lo personal y lo político nace su segundo libro: ‘La trinchera doméstica: historias del trabajo en el hogar’ (Levanta fuego, 2023), donde condensa las realidades de cinco trabajadoras internas. “El infierno de las paredes que para uno son hogar y para otra cárcel”, y cómo desde la organización y desde el apoyo mutuo hacen frente a las violencias en el sector atravesadas por el género, la raza y la clase.

‘La trinchera doméstica’ relata las historias de cinco trabajadoras del hogar de diferentes edades, trayectorias, orígenes… con mucho en común.

Todas conforman un relato generacional, en las que los cuidados remunerados o no remunerados están en el centro. Historias que están atravesadas por las migraciones, por el género, por la clase social… Pero sobre todo, el rasgo más definitorio es la agencia. Esa capacidad de decisión, esos procesos de resistencia que pueden ir desde lo más cotidiano, en el mismo lugar de trabajo, hasta procesos de resistencia mucho más organizados como los de las mujeres que forman parte de colectivos, asociaciones y movimientos sociales.

¿Cómo se construyen trincheras desde el aislamiento que supone ser trabajadora del hogar interna?

Las necesidades de estas mujeres pasan por algo más que la defensa de los derechos laborales. Crear redes y conocer a las compañeras es importantísimo, precisamente, por ese aislamiento que conlleva. Es necesario crear un espacio al margen del trabajo, contrarrestando la vinculación emocional con el empleador y aumentando las relaciones sociales con las compañeras en esas franjas horarias limitadas de las que disponen de tiempo libre. Son espacios muy informales como las asociaciones SEDOAC y Territorio Doméstico en Madrid donde también se hace política, aunque saliéndose de una visión más tradicional del sindicalismo de clase. Son trincheras que se construyen a través de lo cotidiano, del ocio y de buscar espacios comunes en los que coincidir. Una politización que bebe mucho del arte, del baile, del compartir, del humor… Trincheras diferentes al margen  de la imagen masculinizada de lo político.

Hablas de la necesidad de contrarrestar el vínculo emocional con el empleador. ¿Por qué?

Las personas para las que trabajan, muchas veces, son de las primeras que conocen cuando migran. Los empleadores juegan con esta ausencia de círculos sociales para alimentar una dependencia emocional, que tiene una repercusión enorme en la salud mental y física porque les lleva a situaciones de sobre esfuerzo. En ocasiones, ellas son la única persona que se ocupa de quien necesita los cuidados en la familia y, al final, esto implica que son cuidadoras sin descanso 24 horas.

¿Qué esconden frases como: “Si tú enfermas, a mi quién me va a cuidar?”

Esta frase titula el primer capítulo del libro. Trata sobre el vínculo entre Adriana, la empleada, y Carlos, un anciano dependiente de noventa y siete años. En este caso, la frase se vincula más a una puesta en valor de la salud física y mental de esta trabajadora para poder ofrecer cuidados de calidad, pero es verdad que detrás de este tipo de enunciaciones existen presiones y exigencias que hacen que las trabajadoras tengan que llevar sus cuerpos al límite o que no se respete una baja laboral tras un accidente en la casa.

Algo insostenible.

El consumo de ansiolíticos y depresivos en el sector para poder seguir tirando del carro es increíble. Uno de los campos de trabajo en los colectivos es reforzar la idea de que, a pesar de vivir en esa casa, prevalece una relación laboral. El gran tema de la salud mental para las trabajadoras de los cuidados debe ponerse cada vez más en el centro y tratarse de manera integral, no como un problema individual.

El 90% de las trabajadoras internas en el Estado español son migrantes. ¿Qué refleja esta cifra?

El trabajo del hogar y de los cuidados es la principal puerta de entrada al mercado laboral para las mujeres migrantes, en concreto para las que provienen del Sur Global. La informalidad es la norma, la Ley de Extranjería tiene mucho peso en esto: lo común es que trabajen tres años sin contrato para poder conseguir el arraigo social o laboral y regularizar su situación. La denominada ‘crisis de cuidados’ la están sosteniendo y sacando a flote mujeres que están trabajando durante años en la informalidad, con un impacto no sólo a nivel socioeconómico, a nivel de recaudación de impuestos, sino que tiene un impacto directo en las vidas y en los cuerpos de estas trabajadoras.

-Ser interna como un “peaje“ para conseguir los papeles. Mientras tanto, ¿toca no abrir la boca?

-Cuando trabajas sin contrato tu margen para exigir los derechos se ve muy reducido, porque, además, tienen la concepción de que si no es ella, vendrá otra a sustituirle por la alta rotación debido al ejercito de reserva que busca desesperadamente trabajo.

-Y la sociedad lo acepta.

-Existe una necesidad de cuidados intensivos en un país con una cultura del envejecer en casa, sobre todo, a raíz de la pandemia. También se añade la desconfianza en aumento hacia las residencias, una ausencia de alternativas y la marginalización de otras maneras de envejecer desde una manera más comunitaria, no tan privada. Este tipo de cuidados intensivos no están siendo satisfechos por el Estado ni por el sector público y el gran beneficiado de todo esto es el propio Estado y el mercado. Quienes tienen el poder adquisitivo son quienes pueden optar a los cuidados, cuando no debería ser así.

-“En esta casa regentada por monjas, frecuentemente recibían visitas de señoras con recogidos fijados con laca y collares de perlas que buscaban mano de obra para sus casas”, cuenta una trabajadora en el libro. 

-Ella fue víctima de violencia de género poco tiempo después de migrar para establecer su relación sentimental. Vivió una relación de violencia y de maltrato físico y acabó en una casa de acogida donde iban señoras a buscar chicas para trabajar en sus casas. Es esta informalidad la que permite que espacios como las parroquias o las casas de acogida actúen de intermediarias con mujeres que están en situación irregular. Por mucho que digan que sí, no van a encargarse de velar porque se cumplan los derechos laborales.

-El régimen de interna suele convertirse en una situación asfixiante de la que la mayoría quiere huir. Muchas acceden por desesperación, porque no tienen otra opción. En el libro cuentas la historia de Kenia, quien compagina el trabajo del hogar con la prostitución. ¿Es esto habitual?

-A menudo cuesta ver la relación entre ambas. A mí también me ocurrió porque, a priori, la esfera de la prostitución y la del trabajo del hogar se presentan como contrapuestas. Por un lado, lo que es la buena mujer, esa mujer que cuida y que sostiene el hogar y la familia, una idea de feminidad muy concreta y por otro lado, la mala mujer o la que se prostituye. Pero el perfil de las mujeres que se dedican a uno u otro sector es bastante parecido, porque están atravesados por la Ley de Extranjería, por el género y por la clase social.

Hablando con trabajadoras del hogar me di cuenta de que son dos sectores que suponen un camino de ida y vuelta que está alimentado por lo que la antropóloga Laura Agustín llama ‘la industria del rescate’.

-¿A qué te refieres?

-La penalización y la criminalización del trabajo sexual hace que se inviertan muchos recursos y que muchas ONGs quieran sacar a estas mujeres de la prostitución. Pero, ¿qué opciones laborales les ofrecen? Sectores precarizados como el trabajo del hogar, trabajo de cuidados o la hostelería, con contratos muy cortos y con condiciones que no les alcanza ni siquiera para malvivir. Así que, al final, lo que siempre les queda es volver a las calles o a los clubs. Por eso, Kenia decía que la prostitución es un lugar “no del que se huye sino al que se huye”, viniendo rebotada de otros sectores laborales.

-En el fondo, hablamos de acabar con estas condiciones de irregularidad y de precariedad absolutas.

-Derechos para todas siempre es el camino. Existe un consenso sobre que el trabajo de interna debería dejar de existir en un futuro próximo. Unas optan más por hablar de prohibición y otras optan más por hablar de desarrollo legislativo. Yo creo que la solución pasa también por un cambio cultural. Por dejar de pensar que los cuidados pueden ser externalizados de manera privada.

También hace falta profesionalizar el sector, tienen que crearse categorías profesionales según las funciones porque no puede ser que sea lo mismo el cuidado de una persona dependiente con una enfermedad que limpiar un baño, y ahora están bajo el mismo paraguas, el de las trabajadoras internas. Ellas también proponen que tiene que haber una absorción por parte del Servicio de Ayuda a Domicilio y que los cuidados deberían ser ofrecidos por la Administración y no contratados por las familias a nivel particular.

-Mientras tanto, queda organizarse.

-Te voy a contestar con una cita del libro. “Abrir las puertas de la casa y visibilizar lo que siempre había quedado relegado al terreno de lo privado. Defender como una trinchera nuestro territorio. El territorio de lo doméstico”.