El despertar catalán del sueño de la independencia indolora

Junts per Cataluya eta Esquerraren artean sortu den jendaurreko liskarrari buruz gauza asko esan daitezke. Lehenengo eta behin, autonomiako boterearen bila lehiatzen direla esan daiteke; baina ezin da ahaztu gobernukideen arteko borroka horren atzean independentziari buruzko eztabaida estrategikoa ere badagoela.

Como si fuera una tradición navideña más -como hacer cagar el Tió o los canelones el día de Sant Esteve- durante los últimos años las redes sociales catalanas se llenaban de mensajes independentistas en Nochevieja. “Feliz 2014, el año que por fin seremos independientes”, podía leerse, y frases como “éste será el último cambio de año que veamos siendo españoles”. Pero el pasado fin de año nadie escribió ya estos mensajes. Si ya muy pocos lo hicieron en la Nochevieja de 2018, al inicio de este 2020 era prácticamente imposible encontrar a alguien que escribiera alguna cosa semejante. Hay quien ha interpretado esto como un descenso del sentimiento independentista, pero es una lectura interesada y errónea.


“Esto va para largo”
Lo que hay en Catalunya ahora es un imaginario independentista diferente, fruto de una derrota, que ya no cree que la independencia sea sencilla e inminente y, sobre todo, que ha comenzado a digerir que un proyecto político así, para llevarse a cabo, tiene costes. Si el lema independentista en la fase de expansión del movimiento fue “tenemos prisa”, ahora, tras el desastre de la declaración unilateral de independencia, trata de consolidarse buscando vías alternativas al grito de “esto va para largo”.
Este despertar repentino sobre que la independencia instantánea, indolora y caída del cielo no sucedería tiene la particularidad de que todo el mundo soberanista parece haberlo hecho a la vez. Y eso es precisamente lo que ha evitado que los ciudadanos exijan cuentas a los líderes que les condujeron hasta aquel callejón o que la frustración se apodere del movimiento hasta paralizarlo. Ninguna de las dos cosas han pasado o, al menos, no de forma general o extendida, aunque es cierto que las jornadas de disturbios en varias ciudades que siguieron a la durísima sentencia contra los líderes independentistas solo puede entenderse como una explosión de rabia social.
Haber aprendido esta lección es, de hecho, casi lo único que une ahora al conjunto de los líderes, partidos, entidades y bases independentistas. Si bien durante los últimos dos años el independentismo oficial, es decir, la alineación del mundo posconvergente, ERC, la CUP y las entidades Òmnium Cultural y ANC, han sabido capear el temporal ofreciendo un programa que tenía como línea general la restauración de la instituciones propias de la Generalitat y la lucha en el plano judicial contra los excesos cometidos por el Estado, esa fórmula da para poco más, y ya hace meses que dá muestra de necesitar un recambio urgente, al menos, al nivel de narrativa, pero seguramente también de liderazgos y, a medio plazo, seguro que también de proyecto político integral.
En este contexto, según se ha hecho obligatorio que cada actor explicase qué quería hacer y hacia dónde quería ir, es donde se ha desatado un discusión interna que ha hecho patente que el independentismo es ahora un movimiento fuertemente dividido. La forma en que el Govern se explica a sí mismo, eso que se ha dado en llamar “el relato”, es, en sí misma, una lucha partidista donde el president Quim Torra trata de mantener encendida la última llama de la esperanza sobre una independencia cercana, algo que no se creen ni sus acólitos más fieles, mientras ERC trata de exhibir gestión socialdemócrata y acercarse a sectores de izquierda no independentista pues ha decidido convertirse en el partido que haga crecer a la masa soberanista y, de paso, colocarse en el centro del tablero político para no perder la oportunidad de gobernar, pase lo que pase.
Se pueden decir muchas cosas sobre la bronca pública que ha arreciado entre Junts per Catalunya y Esquerra. La primera es que es, sobre todo, una lucha por el poder autonómico. Pero no se puede minusvalorar que, como telón de fondo de esta pelea entre socios del Gobierno, también hay una discusión estratégica sobre la independencia.
Si bien ambas ramas del independentismo están de acuerdo en que la cosa va para largo y en que necesitan mayorías más amplias, mientras unos creen que solo podrán crecer impugnando al Estado y planteando una lucha frontal contra los partidos del consenso del 78, los otros consideran que es más útil tratar de condicionar el Gobierno y, en general, la política española mediante el pacto y la negociación. Estos segundos, además, tienden a considerar que impugnar al Estado y pactar con él son prácticas compatibles. Los primeros, en cambio, no lo creen posible, y ven cualquier pacto como una renuncia que desarma más y más el movimiento en conjunto.

 

Katalunian orain gailendu den imajinario independentista lehengoa ez bezalakoa da, oraingoa porrot baten ondoriozkoa da, dagoeneko ez du inork uste independentzia erraza eta berehalakoa izango denik; eta, batez ere, hasi da onartzen horrelako proiektu politiko bat gauzatzeak kostuak dituela. Mugimenduaren hedapen fasean, lelo independentista “presa dugu” izan bazen, orain, aldebakarreko independentzia aldarrikapenaren hondamendiaren ondoren, “honek luze joko du” aldarria sendotzen ari da, ordezko bideak bilatzeko asmoz.


Independentismo dividido
La existencia de estas dos interpretaciones en el independentismo catalán ha dado como resultado el bloque que facilitó la investidura de Sánchez, en el que estuvo ERC pero no JxCat ni la CUP. El líder del PSOE fue reelegido gracias a una coalición unida por unas coincidencias más que circunstanciales y cortoplacistas, y con unos intereses más que dispares.
Los republicanos dieron luz verde a Sánchez a cambio de una mesa de negociación entre gobiernos. La fórmula sirve a los de Oriol Junqueras para matar varios pájaros de un tiro. De entrada, para rebajar la beligerancia judicial, al menos la impulsada desde el Gobierno. También para ganarse una imagen más seductora ante diversos sectores, de izquierda no independentista pero también de orden y agentes económicos. Pero, sobre todo, consiguen desplazar el punto focal de la política catalana hacia el futuro, abriendo un camino alternativo a la independencia inmediata que vuelva a permitirles ahuyentar que la sensación de fracaso secuestre a las bases soberanistas.
No menos importante que esto es que ERC tiene ahora la llave de las mayorías en el Congreso. Una posición que tiene intención de utilizar para condicionar la legislatura y estirar al PSOE hacia sus posiciones. Y pese a eso, en el partido son más bien pesimistas sobre las opciones de que puedan conseguir alguna cosa presentable para Catalunya.
JxCat, por su parte, espera que los pronósticos se cumplan y que la mesa entre gobiernos haga agua para deslegitimar a sus adversarios y erigirse como los defensores de la vía dura. El partido contará ahora con el activo de haber podido sentar en el Parlamento Europeo a Carles Puigdemont, casi lo único que recuerda que el conflicto con España sigue abierto.


Espadas en alto
Pero lo más probable es que ninguno de los dos partidos tenga demasiado tiempo para desplegar sus estrategias. La confirmación de la inhabilitación de Torra por parte del Supremo se prevé para los próximos meses y, cuando eso pase, el adelanto electoral aparecerá como la única salida. Los socios del Govern volverán a verse las caras ante las urnas con una renovación obligatoria de liderazgos y proyectos.
Pero, sobre todo, unas nuevas elecciones marcarán si tras el despertar colectivo independentista el proyecto ha perdido fuerza y se ha desmovilizado o si, por el contrario, mantiene el pulso y es capaz de mejorar sus resultados. Y solo en el segundo caso, si el movimiento de base ha evolucionado al mismo tiempo que las circunstancias y no se ha desenamorado de un proyecto que ahora entiende que tendrá costes, será posible que en algún año próximo alguien vuelva a tuitear sobre la última Nochevieja en la Comunidad Autónoma catalana.