La perspectiva social del compromiso feminista

Iritzia María Gorosarri González, profesora de UPV/EHU y autora de “Contra la banalización del feminismo”

El feminismo ha recuperado la huelga de mujeres para denunciar, en el siglo XXI, la violencia que sufrimos. El 8M se ha reivindicado desde 2017 como jornada internacional de huelga, por su potencial simbólico. A pesar de que la ONU no lo especifique, lo eligió como Día Internacional de la Mujer en 1975, porque en 1918 Clara Zetkin y Rosa Luxemburg fijaron ese día, en memoria de la huelga de trabajadoras y campesinas rusas en 1917 que derrocó al Zar e inició la Revolución Soviética.

Otras huelgas de mujeres habían dirigido antes el curso de la historia. La Marcha sobre Versalles (1789), que reunió a cuatro mil trabajadoras y campesinas, derrocó al rey de Francia e impulsó la Revolución Francesa. Casi cien años después, en 1869, ocho mil hilanderas de Lyon organizaron una huelga para reducir la jornada laboral a diez horas. Durante el gobierno popular de la Comuna de París (1871), las mujeres se organizaron en órganos revolucionarios para defender la Comuna con armas, cuestión que les fue negada en la Revolución Francesa. 

Sin embargo, el relato estadounidense para el feminismo global sitúa el origen del movimiento en Seneca Falls en 1848, donde se reunió un grupo de 68 mujeres, porque les prohibieron participar en una convención antiesclavista. Pero en Europa las obreras no se unieron al movimiento sufragista, sino que integraron la causa del voto universal a la lucha obrera por el derecho al trabajo, mejora de las condiciones laborales y crítica a la institución del matrimonio, como habían defendido en las revoluciones de 1830 y 1848. 

Lo mismo ha sucedido con el debate sobre el sujeto del feminismo, cuestión central en los debates universitarios estadounidenses. Mientras 

tanto, la acción del feminismo ha mejorado las condiciones de vida de las mujeres que peor vivían, sin saber si constituyen el sujeto del feminismo o no, y muchas mujeres han hecho feminismo durante siglos, sin conocer el término. 

Durante años, mucha gente apoyaba los objetivos del feminismo, pero se negaba a identificarse públicamente como feminista. Era la “paradoja feminista”. Ahora nos encontramos en la situación contraria: casi todo el mundo se declara feminista, sin que eso implique acción política o social alguna. Se ha reducido el feminismo a mera identidad. La conciencia feminista, en cambio, exige compromiso con la causa feminista y coherencia de la vida cotidiana. 

Para el feminismo marxista, el compromiso con la causa feminista está directamente unido a la mejora de las condiciones materiales de la vida de las mujeres. Ahora bien, no todas las luchas obreras son por definición antisexistas, ni todas las luchas feministas son anticapitalistas. Aun así, consiguen crear una idea de colectividad y confianza grupal entre las mujeres que resulta de vital importancia para la creación de la conciencia de clase. Por ello, es necesario unirse a la lucha feminista, creando alianzas en cuestiones concretas. El derecho a una vida libre de violencias así lo exige, ya que la discriminación sexista afecta con mayor intensidad a las mujeres trabajadoras. 

“Langile borroka guztiak ez dira antisexistak, ezta antikapitalista borroka feminista guztiak ere. Baina, klase kontzientziarentzat funtsezkoak diren kolektibitate eta emakumeen arteko konfiantzazko ideiak sortzen ditu. Beharrezkoa da borroka feministarekin bat egitea. Indarkeriarik gabeko bizitza izateko eskubideagatik, diskriminazio sexistak gogorrago eragiten dielako emakume langileei”.

El peligro de un feminismo regresivo

La otra cara de la opresión es el privilegio, que consiste en obtener beneficio, conscientemente o no, de la discriminación de algún grupo social. La opresión que sufrimos las mujeres y que los hombres ni siquiera perciben, sólo se trata de privilegio, si esa injusticia repercute para ellos en beneficio. Por ejemplo, las mujeres padecemos terror sexual ante la amenaza de violencia sexualizada, mientras que los hombres nunca han experimentado nada parecido, pero no obtienen ventaja alguna de nuestra alerta permanente. Se trata del incumplimiento efectivo por parte del Estado de nuestro derecho a la integridad física y psíquica, y no es un privilegio masculino. 

Exigir que las personas de un grupo favorecido escuchen en silencio nuestra recriminación sobre sus privilegios es inútil: no pueden cambiar esa situación. Reproducimos la idea de que el poder es jerárquico y lo que realmente queremos es cambiar la posición de desventaja que ocupamos, en lugar de dinamitar esa jerarquía. Denunciar el carácter estructural de los privilegios expone el conflicto social que genera la opresión. La identidad feminista, que reprocha privilegios, debería alertarnos del peligro de un feminismo regresivo: el feminismo personal que promulga como revolucionario el cambio personal en lugar de la transformación social, banalizando el feminismo. Por el contrario, la conciencia feminista nos obliga a construir el futuro que nos merecemos.