La verdad del árbol

Iritzia Txetx Etcheverry
Txetx Etcheverry, Bakearen Artisaua

Snceramente, no había imaginado las reacciones que podía suscitar la escultura “La verdad del árbol”. Sin duda, porque el dibujo original, que representa esa hacha invertida que da lugar a un árbol, había sido masivamente difundido a partir del 9 de abril de 2017 sin provocar ninguna reacción similar. Y, seguramente, porque yo había subestimado el potencial de las obras de arte, sobre todo las de este tamaño, de generar interpretaciones y percepciones diferentes, emociones particulares.

Éste ha sido el caso estos últimos días, también entre personas a las que estimo y aprecio. Yo mismo he sentido la necesidad de explicar cómo veía y sentía esta obra de arte, además del interés de su inauguración ahora, un año después de la jornada del 8 de abril que permitió el desarme de ETA por parte de la sociedad civil de Euskal Herria.

Me acuerdo de las polémicas y malestares que suscitaba hace apenas un año el propio hecho de organizar una concentración popular, sobria y solemne, en la tarde de la jornada del desarme, el histórico 8 de abril de 2017.  Surgieron de diferentes lados las interpretaciones y juicios de intención más diversas: iba a ser una apología de ETA, una fiesta, una romería, un insulto a las víctimas, incluso una negación de ellas.

Algunos de nuestros interlocutores nos habían dicho que seguían apoyando nuestra iniciativa, pero que a la vista de este tipo de reacciones no podrían asistir a la concentración del 8 de abril. Por supuesto, nosotros lo entendimos y respetamos su ausencia en ese momento. Incluso lo escribimos en nuestro manifiesto leído en cuatro lenguas ese día: “El desarme es nuestra jornada, porque nosotros lo hemos reflexionado, lo hemos compartido y medido. Otros también lo han hecho y han decidido no estar aquí, entre nosotros. Nosotros les respetamos, y les reconocemos. También nos dirigimos a ellos”.

Pasaron los meses y el verdadero sentido de las imágenes de aquella multitud de la plaza Paul Bert se impuso: una movilización popular para apoyar sin ambigüedad el camino sin retorno hacia la paz, para decir que había que seguir dando pasos por esa vía, especialmente en las cuestiones de los presos, de las víctimas, de la reconciliación y de una nueva convivencia en Euskal Herria, y que era necesario que también los dos estados contribuyeran a ello. Si mañana alguien intentase justificar una vuelta a la violencia en el nombre del pueblo vasco, en el nombre de nuestra sociedad de Euskal Herria, nosotros sabríamos ponerle enfrente estas imágenes y lo que significan.

EL SIGNIFICADO DEL HACHA

Es ese, además, el sentido profundo que yo doy a la escultura La verdad del árbol. En primer lugar porque, a mis ojos, el hacha es el símbolo de la fuerza, de la violencia. No es el logo de ETA, que está compuesto de dos elementos, una hacha (que simboliza el uso de la fuerza, de la violencia) y una serpiente (que representa la estrategia, la política). El hacha, en sí misma, era utilizada como símbolo de la resistencia armada, de la legitimidad de la violencia política en las diversas expresiones políticas de estos convulsos decenios: bajo el franquismo en la gran ola del rock radical vasco. Grupos muy populares y comprometidos como Kortatu y Negu Gorriak hacían suyo este símbolo del hacha, que decenas de millares de jóvenes vascos del sur y del norte llevaron en sus camisetas.

Pero lo que todo el mundo parece haber olvidado ahora es que el hacha formaba parte también del logo del GAL, grupo parapolicial español. Su violencia tenía como objetivo a ETA y su “santuario” de Iparralde: el hacha cortaba la serpiente.

Para mí, esta hacha invertida cuyo mango se convierte en árbol solo tiene un significado: el cese definitivo del recurso a la fuerza, a las armas, para todos los bandos, con el fin de que la palabra sustituya a la violencia, la vida se imponga a la muerte y un nuevo ciclo histórico que prima el diálogo y la democracia cierre, definitivamente, el de la confrontación armada.

REFORZAR EL CAMINO DE LA PAZ

Tenemos necesidad de símbolos de este tipo, de gestos significativos, para animar a quienes se obstinan en seguir por la vía de la paz, a pesar de un contexto complicadísimo: Siete años después del final de la lucha armada,  presos vascos siguen muriendo en la cárcel (como Xabier Rey, de 38 años, hace apenas un mes) y sus familias y allegados siguen arriesgando su vida en los largos y agotadores viajes provocados por el alejamiento y la dispersión de los presos y presas (casi un accidente al mes; el último, el pasado 2 de abril, sufrido por la compañera y los hijos de Ibon Goieskoetxea, encarcelado en Arles).

El gobierno francés, al emprender el diálogo y hacer los primeros gestos positivos, va por buen camino, y ayuda, en mi opinión, a que las cosas evolucionen de modo favorable. Pero debe tener muy en cuenta el factor tiempo y acelerar para evitar que más dramas humanos agraven la actual tensión y crispación. Y debe ofrecer una perspectiva global de esperanza, indispensable para alimentar la dinámica de la paz. Porque, al mismo tiempo, el gobierno español lleva una política de tensión, pedagógicamente catastrófica, alimentando en Euskal Herria las lógicas de confrontación, las visiones del pasado, encarcelando a parlamentarios y dirigentes pacíficos catalanes, demostrando así que las estrategias no violentas, 100% pacíficas y democráticas no recibirán mejor trato que las estrategias violentas. Intentemos imaginar qué se les puede pasar en estos momentos por la cabeza a los y las jóvenes vascos.

La paz global y duradera está lejos de haber culminado; queda mucho trabajo por hacer, y gente de todas las tendencias, abertzales o no, de derecha, centro o izquierda, lo están intentando en un contexto difícil, con dos estados que no les facilitan siempre su empeño, o se lo complican mucho, al menos en el caso de uno de ellos. Tenemos que acelerar el curso del tiempo, crear momentos potentes para hacer irreversible la opción de la paz.

PS : Vivo desde hace 35 años en Petit Bayonne, donde se ha instalado la escultura. La historia de este barrio me hace ver esta obra como una llamada a la renuncia definitiva al enfrentamiento armado, más que a la simple historia  de ETA. En este barrio he conocido a refugiados del golpe de Estado de 1936 y de la dictadura franquista; a militantes de ETA, del FRAP, de los comandos autónomos anticapitalistas, de Iparretarrak y de Hordago, algunas de las organizaciones armadas que han existido en Euskal Herria; he vivido atentados del GAL que provocaron 9 muertos en dos años, solo en Petit Bayonne; he visto manifestaciones de una violencia extrema; he hablado con amigos y familiares de víctimas de todos los bandos, muertos por ETA, el GAL o por la policía española; frecuento a jóvenes y adultos que solo han conocido a su padre en los locutorios de las cárceles. Las calles de este barrio me recuerdan con frecuencia estos 80 años de enfrentamiento armado sin interrupción que constituyen la historia reciente de Euskal Herria. Tengo muchas ganas de que esta página se pase definitivamente, sin que ningún ánimo de revancha amenace el futuro con una vuelta a la violencia. Veré cada día esta escultura como un mensaje dirigido a quienes, sean del bando que sean, querrían arrogarse el derecho de recurrir de nuevo a la confrontación armada para arreglar problemas políticos, sociales o ecológicos. Lo emplearé así en el trabajo diario que desarrollo en los sectores más diversos, en ese esfuerzo renovado cada día de argumentación por la no violencia y la paz.