La violencia no es como nos la contaron

Iritzia Maitena Monroy, experta en violencia de género y pionera en la formación en autodefensa feminista

Llevamos décadas de aplicación de la autodefensa feminista como herramienta política de empoderamiento para las mujeres. Pese a ello, sigue habiendo mucho desconocimiento alrededor de ella o, más bien, una mala interpretación, muchas veces fruto de la propia narrativa patriarcal sobre la violencia. Una narrativa que tiende a focalizarse en las situaciones más graves, en los escenarios más extremos y externos. Una violencia que, sin embargo, tiene más de escenarios íntimos, de vínculos, de proximidad que de ajenidad. No solo porque, gran parte de ella, se desarrolle en el marco de las relaciones de pareja, sino porque suele ser habitual que los agresores físicos para garantizar su impunidad actúen en situaciones donde solo están víctima y agresor(es).

Esto dificulta la propia denuncia de los hechos, porque cuesta nombrar y visibilizar una violencia que no se produce como nos contaron que iba a ser. Además, independientemente del contexto en que se produzca, las víctimas tienen sobre ellas o bien la culpa o bien la falta de credibilidad. Ambas son marca patriarcal que se impone al relato de cualquier mujer, como si nunca pudiéramos definir nuestras propias vivencias, la violencia que las atraviesa, o fuera nuestra responsabilidad el control de la misma.

A su vez, da igual lo que hagamos. Si te sometes, entonces, el abuso es que no fue para tanto; si te enfrentas, es que eres tú la que tienes problemas de carácter, de control, y te metes en follones que luego no sabes resolver. La indefensión radical a la que somos sometidas niega a las mujeres el derecho a la legítima defensa, incluso, aunque esta defensa de los derechos se realice por vías pacíficas, como cuando las mujeres exigen respeto, ponen límites a cualquier situación de discriminación y/o abuso y lo que escuchan, por parte de los abusadores, es que son “exageradas, bordes, menopáusicas, están en esos días…”. Total, que, o no tenemos criterio, o nuestra biología nos traiciona y nos impide tener un juicio racional, objetivo y sin sentimentalismos victimistas.

Entre paradojas, contradicciones y mitos fundacionales se asienta la lógica patriarcal que desacredita a las mujeres para garantizar el mantenimiento de la desigualdad y que, a su vez, infantiliza, patologiza o, directamente, exime de toda responsabilidad a los agresores materiales.

Hablamos de la violencia en términos de fenómeno o lacra como si fuera algo excepcional, aislado o residual, cuando, en cambio, ha sido y es eje de la asimetría de poder y de garantía de las relaciones de género, es decir, de la desigualdad. ¿En qué ámbito? En todos, por eso, se empieza a hablar del patriarcado digital como un espacio más en el que el patriarcado se expresa. Por ejemplo, el 42,6% de las mujeres jóvenes percibe un nivel alto, o muy alto, de violencia de género en las redes sociales. Vida virtual que luego se encarna; el 22% de las mujeres encuestadas sobre el uso de las aplicaciones para ligar ha sufrido una “violación en cita”.

El último informe sobre acoso sexual y acoso por razón de sexo en el ámbito laboral en España desvela que la mayoría de las mujeres, -7 de cada 10-, que han sufrido situaciones de acoso no han denunciado los hechos. De ellas el 61,9% no lo hicieron por temor a represalias y a no ser creídas. La culpa, la vergüenza, la falta de credibilidad son medidas coercitivas que deslegitiman cualquier denuncia, cualquier acción de búsqueda de justicia por parte de las víctimas, ya que alguien culpable no puede ser víctima, alguien a quien no se le cree no verá atendida ninguna de sus demandas, ni podrá exigir reparación.

La violencia contra las mujeres se expresa en todos los ámbitos donde estamos presentes. No es el único objetivo de esta violencia, pero si forma parte de ellos, expulsar y recluir a las mujeres en el ámbito de lo doméstico donde, por cierto, se producen la mayoría de las violaciones, el 60%, y es, según la ONU, el lugar más peligroso para las mujeres. Lo expuesto no es más que una ínfima parte de esta violencia que responde una vieja normatividad patriarcal, renovada en un espejismo de la igualdad que impide politizar y dimensionar adecuadamente qué es y para qué sirve la violencia contra las mujeres. Socialmente seguimos presentando un umbral altísimo de tolerancia hacía ciertas expresiones de la violencia machista que tienden a minimizarse o a justificarse, siempre y cuando no resulten excesivas.

Introducir la perspectiva de género ya no nos vale; queremos impugnar un sistema sexista y, para ello, debemos de recuperar la perspectiva feminista que nos permita no solo romper con los mitos, creencias y practicas sexistas, sino definir nuevas prácticas y maneras de habitar el mundo donde no tengamos ninguna tolerancia hacía la violencia. Para ello es imprescindible entender que la violencia machista no es algo ajeno, sino algo vinculado con nuestros aprendizajes emocionales, afectivos, sexuales y que regula los peajes que las mujeres estamos obligadas a pagar por ser mujeres. Por eso, debemos de articular estrategias colectivas que excedan a lo personal y, a su vez, trasciendan a nuestras vidas personales. La autodefensa feminista es uno de los recursos para despatriarcalizarnos, pero no puede ser el único, porque necesitamos que los hombres, aliados, dejen de ver esta violencia como algo ajeno a ellos mismos y asuman la responsabilidad de actuar. ¿En qué ámbito? En todos: en la cama, en el trabajo, en las redes, en la política…