Lo que la mano blanca que salva vidas negras no deja ver

Erreportajea Texto: Unai Oñederra - Tony Cunha
“Hablar solo de ayuda humanitaria es blanquear lo que está sucediendo. Hay que ir a las causas.” Estas palabras del director del documental 'Aita Mari', Javi Julio, sobrevolaron el salón de actos del centro cívico Salburua (Gasteiz). Acabábamos de disfrutar de la proyección de la película, de la mano de la fundación Manu Robles-Arangiz y de ELA, y todavía estábamos secándonos las lágrimas de la cara (“que no enciendan las luces todavía...”). El silencio pesaba. Quién se atreve a romperlo, después de vivir el rescate de esas personas, entre la vida y la muerte, hacinadas en una patera a la deriva en el mar Mediterráneo...

El documental cuenta cómo se convierte un barco pesquero de Getaria en el barco de salvamento Aita Mari. Cuenta, también, las trabas que pone el gobierno del Estado para que el barco realice su labor. Denuncia, a su vez, las políticas europeas que están matando a miles de personas en el mar y en las fronteras. Y muestra cómo, ante la (in)acción de las instituciones, la gente corriente se ve obligada a trabajar, de manera voluntaria, para poner un pequeño parche en el inmenso agujero que se está abriendo. El documental termina con el salvamento de una patera, tal y como se ha comentado.

Tras la proyección venía el coloquio con el director de la película y con Suleymane Diop, delegado de ELA en la empresa Dominion Industry&Infraestructure. Queríamos dar voz a las personas migrantes; que fueran ellas las protagonistas; que no quedara en el ambiente ese “ahí están los salvadores blancos”. “Claro que me hubiera gustado contar muchas cosas más en el documental” dijo Julio, “pero los recursos y los tiempos que tenía eran limitados, por lo que el objetivo que me propuse fue que mi madre, viendo la tele desde su sofá, entendiera lo que está sucediendo en el Mediterráneo”.

A partir de ahí se generó una conversación, en un tono, en un ambiente, en una calma, que yo nunca había vivido en actos como este. Se creó una atmósfera mágica. Diferentes personas migrantes, desde la mesa y desde las butacas, tomaban la palabra para hacernos ver lo que no se contaba, lo que se ocultaba, lo que se ignoraba, que podría resumirse en el desconocimiento interesado que hay en Europa sobre la historia de África, del colonialismo y del esclavismo.

La deuda de la verdad

Podría intentar reproducir aquella conversación, pero me ha parecido más apropiado pedirle a una de las personas que intervino desde las butacas que nos escriba lo que nos transmitió en aquel acto. Y lo ha hecho. Agradezco desde aquí a Tony Cunha, activista de los colectivos contrApunto decolonial, Sustraiak y Gasteiz Antirrazista por compartir aquí por escrito lo que nos contó en Salburua.

“Ver el documental Aita Mari por segunda vez me provocó otra vez la sensación de salvador blanco, a pesar de la gran humanidad que despierta el documental por la gran labor de todas las participantes. Desde la búsqueda de un barco para un fin de salvamento y rescate hasta en el trato que propone con la gente inmigrante (son personas como nosotras).

Me pregunté a que se debía tal sensación. Entonces caí en la cuenta de que había algo incompleto. Algo que suele pasar en la mayoría de este tipo de documentales o de denuncias cuando abordamos temas de migración sobre personas africanas. Me percaté de que casi nunca se da importancia a la historia negra. La blanquitud es algo tan privilegiado que se lo puede permitir, y, de hecho, lo hace muy a menudo.

Seguramente muchas de las personas voluntarias en el proyecto tienen como símbolo patriótico a una figura de aquí, por ejemplo, Elkano. Desconocer la historia de los pueblos del sur global (la otredad) nos lleva a eso. La historia nos ubica y nos contesta muchos porqués. No la historia que se ha contado aquí, en occidente, “el peligro de la historia única” como la llama la escritora negra nigeriana Chimamanda Adichi. La historia del pueblo africano es una deuda pendiente por contar a día de hoy en la especie humana. ¿Por qué? Porque es incómoda.

Una historia sesgada

La historia que se niega está llena de atrocidades, genocidio, epistemicidio, violaciones, infanticidio y leyes que han deshumanizado los cuerpos africanos posicionándolos en el no ser. Pues resulta que a falta de ese conocimiento la blanquitud aparece como la salvadora que nada tiene que ver con esos hechos. La falta de historia hace ver que los cuerpos negros siempre han sido pobres, sin cultura, sin civilización y sin imperios. Sin embargo, el continente africano no solo es cuna de la humanidad, sino que también la dotó de conocimiento. Desde la filosofía, pasando por la astrología, la medicina, las matemáticas, la religión, etc.

El continente africano ha sido devastado desde la invasión de los árabes con el comercio transahariano y la esclavitud, el secuestro de cuerpos africanos para su esclavización y, más tarde, por la colonización de sus estados en manos de los europeos.

Han sido más de cuatro siglos y más de 400 millones de personas africanas que el continente ha perdido. Hoy en día el extractivismo de las riquezas africanas son el sustento del planeta, principalmente de Europa. En muchos documentales se echa en falta esa mirada, esa historia que la blanquitud no se cuestiona. Es más fácil ser el centro. Lo que es cierto es que cuando lo periférico está ausente, el centro se convierte en vacío.

No es falta de humanidad, es falta de historia. De hecho, la ética primaria es poner la vida en el centro y eso se ve reflejado en el documental. Pero con una historia sesgada que sigue perpetuando una narrativa en la que África todavía depende de Europa, con una mirada infantil. También hay que admitir que varios jefes de estado africanos son cómplices que satisfacen las necesidades de occidente a cambio de seguir manteniendo su poder, sin tener en cuenta su pueblo, los llamados asimilados.

Como decía Enrique Dussel, que en paz descanse, “el pensar es un instrumento de la vida, y no la vida el fundamento del pensar como finalidad”. La historia de África es la historia de la humildad y sigue ausente. El pensador africano Achille Mbembe lo llama “la deuda de la verdad”. Una deuda que el pueblo negro debe cobrar: la restitución de su capital humano”.