Sindicalista de letras

Ramón Irazu Garmendia (Asteasu, 1955)

Ramón no tiene seudónimo, que se sepa. Cuando ha escrito, por lo menos, ha firmado con su nombre. Y como sindicalista, también. Comprometido desde muy joven en política, conoció la cárcel -por unos meses- con apenas 18 años por repartir propaganda, y aprovechó el tiempo para leer, formarse y situarse en aquel maremágnum de siglas que fueron los últimos 70.

Acabó afiliándose a ELA en 1982, como trabajador de la Papelera Leitzaran, en Andoain. Para 1990 ya estaba en la estructura del sindicato, donde desempeñó varias responsabilidades (principalmente en Oria-Goierri y Urola-Kosta) hasta que se jubiló. Como él dice, intentando quitarse de en medio, “yo no he escrito nunca, solo para preparar guiones de asambleas y cosas así, sindicales”, pero cuando le propuso un tema para que Bernardo lo trabajara en Erlea, la revista de Euskaltzaindia, la pelota regresó a su tejado y se puso manos a la obra. Ramón escribió dos artículos para el n.º 11 de Erlea, haciendo posible la excusa para esta entrevista: reunir literatura y sindicalismo, sin olvidar que el otro hermano, Iñaki Irazu (Asteasu, 1954) publicó el año pasado un libro de poemas (‘Errukiaren saria’, Erein).

Ramón nos llevó a Asteasu, nos sentó en el cuarto de estar de la casa donde creció, y adoptó esa actitud tan alejada del sindicalista pero tan adecuada para la literatura: se quedó en un segundo plano, escuchó más que habló, y condimentó con anécdotas precisas el relato en primera persona de los hermanos de Obaba.

Tan cálido, cercano y amigable como Bernardo, y siempre con una recomendación certera para que nadie se quede con hambre o sed, Ramón personaliza esa figura afable y tranquila que rebaja el stress, las urgencias y las ansiedades. Conviene tenerlo al lado.