Acoso sexual en el trabajo: un secreto colectivo

Erreportajea NAGORE URIARTE
A pesar de ser un secreto a voces, el acoso sexual en el trabajo sigue siendo un secreto colectivo. Hoy hablamos de una realidad más común de lo que nos hacen creer, porque lo que no se dice, también existe.

Cuando todos nos miran, la intimidad nos une, reza el cartel de la exitosa serie Intimidad, protagonizada por la actriz Itziar Ituño, un trabajo audiovisual que ha sacado a relucir el acoso sexual en el ámbito laboral al que se enfrentan muchas mujeres. Es, a fin de cuentas, un secreto a voces. Como afirma Bego (Patricia López Arnaiz), quien interpreta a la hermana de una trabajadora que se suicida ante la presión por el acoso sexual que padece, “como sociedad tenemos que mirarnos porque esto no es un hecho aislado. Pasa mucho”. Tanto que el relato ficticio se parece, demasiado, al caso de acoso sexual real acontecido en la empresa IVECO, en Madrid, donde una trabajadora se suicidó, en 2019, tras la difusión en su empresa de un vídeo sexual. Es ficción, pero no tanto. 

Ana Iglesias tiene 64 años, trabaja para Metro Bilbao y ha sufrido acoso sexual. Su trabajo consiste en limpiar las estaciones en el turno de noche. Una noche, en su puesto de trabajo, se percató de que un usuario se encontraba en un andén donde ya no pasaban convoys. Se lo notificó y le indicó la salida. El usuario decidió entonces saltar la validadora, sin pagar. Ella, creyendo que ya se había marchado, bajó de nuevo al andén, pero al volver lo encontró en el mismo sitio. “Empezó a decirme que se iba a quedar conmigo y que no le importaba que llamara a la Ertzaintza. Repetía que yo era muy guapa, que se había enamorado de mí. Tras mi insistencia para que abandonara el metro, hizo un amago de salir, pero de golpe volvió a entrar. Yo decidí continuar trabajando, esquivándolo como método disuasorio, pero entonces empezó a abrazarme por detrás. Me atrapó las nalgas contra él, y después se bajó los pantalones. Me tocó los pechos, me tocó entera. Hasta que no vi a una pareja entrar en el metro no pude escapar. Entonces corrí a encerrarme en la oficina”, relata. 

Edurne González trabaja en una tienda de cosmética, en Bilbao. Ha decidido utilizar un nombre ficticio porque se encuentra inmersa en un proceso de denuncia de acoso sexual laboral. Ella es la denunciante. La agredida, su compañera de trabajo, no soportó la presión y se vio obligada a abandonar su puesto de trabajo antes de que la demanda diera sus frutos. Cuando se le pregunta por el acoso sexual, ella lo tiene claro. “Es todo comportamiento sexual que no se haya demandado y con el que la persona se sienta claramente incómoda; y, obviamente, en el puesto de trabajo cualquier comportamiento sexual está fuera de lugar”, subraya.  

Lo que no se dice, también existe

Según el estudio de la Universidad de Deusto, `Acoso sexual en el ámbito laboral. Alcance CAPV´, el 92% de los casos no se denuncian. Así, las cifras oficiales que recogen las empresas y la Seguridad Social son ínfimas, lo que lo convierte en una violencia invisible a ojos de la sociedad. 

Sin embargo, las cifras de mobbing o acoso laboral son alarmantes, y según ese mismo estudio, hay una relación directa entre ambas violencias. No en vano, no ceder ante los chantajes sexuales o enfrentarse a una situación de acoso sexual en el trabajo puede ocasionar que éste derive en acoso laboral. En la tienda en la que trabaja González tuvieron lugar dos agresiones: un caso de acoso sexual y otro de acoso laboral o mobbing, ambos prolongados en el tiempo.

“Aldiro egiten zituen komentario sexualak. Egun batean, ontzi bat garbitzen ari zela, zera esan zion: `Hori da, zentratu zaitez barrabiletan´. Egunero entzun behar zituen halakoak: `Zurekin maiteminduta nago´; `Jarri ondo mugikorraren soka, hala jarrita ematen duela titi itsusiak dituzula´; `Denok nahi dugu zurekin txortan egin´; `Dominatrix gisako botak jantzi dituzu gaur´...”

El acoso sexual se produjo desde el primer día. “Existía una relación de poder, él era el segundo responsable de tienda y ella una empleada. Yo veía actitudes que no me parecían normales y me enfrentaba a él constantemente. Sólo atendía a las clientas que le parecían atractivas y él mismo reconocía que se quedaba con sus nombres, extraídos de sus tarjetas de crédito, para después buscarlas en las redes sociales. Hacía comentarios sobre los pechos de las clientas y comentarios sexuales a las empleadas a diario”, explica. 

Las intimidaciones a una de sus compañeras, en concreto, eran constantes. Un día, mientras limpiaba una pica, él le dijo: `Eso, eso, a los testículos dedícales tiempo´. Los comentarios se sucedían a diario: `Estoy enamorado de ti´; `Colócate bien la cuerda del móvil en el pecho que así te hace las tetas feas´; `Eres como la prima a la que todos se quieren follar´; `Hoy traes botas de Dominatrix´; `A ti te puedo hacer comentarios sexuales, total, como no te has desarrollado todavía...”. Además de los comentarios, se veía sometida a toqueteos y abrazos constantes. “La cogía de la cintura y la levantaba del suelo. Ella se negaba, pero él continuaba”, recuerda. 

El acoso sexual no tiene edad y ocurre en todas las etapas de la vida de las mujeres. Iglesias también ha tenido que soportar comentarios de índole sexual:`¡Qué bien te sienta esa camisa, cómo te resalta!´ ,`Te estás poniendo muy guapa, yo te haría un favor´. 

A pesar de considerarlo “un secreto a voces”, González hace hincapié en el carácter sibilino que a menudo rodea a este tipo de agresiones. El caso del acoso sexual ocurrido en IVECO, donde la víctima se suicidó, es un claro ejemplo. La causa quedó finalmente archivada por “falta de autor conocido” del delito de descubrimiento y revelación de secretos. 

“Emakumeoi zaila zaigu ulertzea gure gorputzari buruzko komentarioak badirela sexu jazarpena. Eta egunero entzun behar ditugu, lanean eta lanetik kanpo. Lanean hasi berri nintzela, honakoa esan zidaten: `Txortan egin duzunaren planta duzu´. Sexu jazarpena matxismoa da. Gai gara hala identifikatzeko, baina oraindik kostatzen zaigu ohartzea biolentzia dela”. 

En ocasiones, detectar el acoso resulta una ardua tarea, incluso para quien lo padece. “Lo que más nos cuesta interpretar como acoso sexual son los comentarios sobre nuestro cuerpo, nuestra forma de vestir... Comentarios que suceden de manera constante, dentro y fuera del trabajo”, lamenta. “Yo misma, nada más empezar a trabajar, tuve que escuchar: `Tienes pinta de haber follado´. El acoso sexual es machismo. Creo que somos capaces de identificarlo como tal, pero aún nos cuesta reconocerlo como violencia”. 

Cómplices

Al igual que sucede en los casos de bullying, el acoso sólo es posible porque otras personas lo permiten, porque el agresor tiene cómplices. Iglesias confiesa que algunos compañeros le hicieron sentirse culpable de su propia agresión.

“Me decían que yo nunca debería haber hablado con el agresor, que debería haberme protegido en la oficina. `¿Y cómo no te metiste en la oficina?´; `¿Pero eso duró mucho rato?´; `¿Y de verdad que no tuviste manera de escapar?´; `Soy yo y echo a correr´; `¿Cómo se te ocurre quedarte a limpiar sabiendo que ese personaje seguía ahí?´, me repetían”.

También recuerda con desazón otro caso de acoso sexual en Metro Bilbao. “Una compañera denunció ser víctima de acoso sexual, pero nadie la apoyó, ningún compañero. Un encargado se sobrepasó con ella, tenía actitudes supuestamente cariñosas, le daba abrazos, besos, hasta la empujó contra la pared y la tocó. Conmigo no lo hacían, tal vez porque yo soy una mujer de una edad, y como suelen decir ellos, tienen para escoger”, relata. 

Entonces la gente empezó a insinuar que la compañera agredida  era la responsable de la agresión. “Decían que daba mucha confianza, que era demasiado cariñosa. Los comentarios se sucedían día a día, sin parar. Lo justificaban. La compañera lo denunció, pero a quien pusieron en tela de juicio fue a ella. El caso se tapó. De hecho, yo me enteré muy tarde, meses después de que ocurriera”, recuerda.

¿Culpable, yo?

La situación se hace aún más complicada cuando es la propia víctima quien lo justifica, o incluso lo naturaliza. Pero eso tampoco es una casualidad, subraya González, mucho menos culpa de la víctima, y asevera que esa reacción responde a patrones impuestos a las mujeres. 

En este sentido, reconoce que ella misma se llegó a sentir incómoda por denunciar el acoso sexual que vivía su compañera y señalar al culpable. Cuando decidió interponer la demanda, le invadió un sentimiento de culpabilidad. “Sentía que lo estaba traicionando. La culpa ni siquiera me dejaba dormir”, confiesa con sorpresa. 

Iglesias añade que, en su caso, no tiene problemas para detectar las actitudes sexistas del día a día y enfrentarse a ellas, pero reconoce que no es igual para todas. “A mí me han llegado a decir: `¿Tú usas tanga o bragas?´. Yo suelo contestar: ¿Lo usas tú? Les trato de tú a tú, pero refrendada porque ya tengo una edad. Esto le pasa a una chica joven e igual la achantan”. 

A pesar de la experiencia que ofrecen los años, cuando fue acosada sexualmente —de una forma más física— también llegó a dudar de la dimensión del problema, minimizando la importancia de lo ocurrido. 

“Esa ley no escrita que dice que no es para tanto también me afectó a mí”, confiesa. La noche que la agredieron llamó al encargado. Éste se ofreció a acompañarla a la Mutua o a su casa. Sin embargo, respondió que ya había pasado todo y que prefería quedarse en el trabajo. Al día siguiente volvió a su puesto. “Me preguntó si estaba segura, si no quería pedir la baja. Yo le dije que necesitaba enfrentarme al miedo. Fui a trabajar, pero pedí que me pusiera un refuerzo. Y menos mal que lo pedí, porque aquella noche no fui capaz de salir del cuarto de la limpieza hasta que no vino mi compañero. Estaba muy ansiosa y la Ertzaintza me tuvo que acompañar hasta casa. Llamé a mi hijo y él me hizo ver que era imprescindible poner una denuncia y estar de baja hasta recuperarme”, explica. 

“Prácticamente todas las mujeres, en algún momento de nuestras vidas, hemos sufrido acoso sexual”, sentencia González. “Siendo crías, todas nos hemos encontrado alguna vez con el señor que se retira el abrigo y que no lleva nada por debajo; o el que, mientras estás con tus amigas en un parque, se esconde tras un arbusto para masturbarse. ¿En qué momento nos hemos acostumbrado a eso y hemos empezado a restarle importancia?”, se pregunta. 

Ella misma da la clave. “A las mujeres nos enseñan a ser sumisas, y como consecuencia de esa educación acabamos, sin querer, justificando el acoso sexual. Nos decimos que es una broma, que lo hace sin querer, que no es para tanto, que tal vez estemos exagerando... He tenido compañeras que han sido claramente acosadas sexualmente, pero ellas dudaban”. 

“Deustuko Unibertsitateak egindako ikerketa baten arabera, ez dira salatzen lanean gertatzen diren sexu jazarpen kasuen %92. Gauzak horrela, enpresek eta Gizarte Segurantzak jasotzen dituzten zifra ofizialak oso baxuak dira. Ondorioz, badirudi ez dela gertatzen”.

Si tocan a una, nos tocan a todas

Iglesias remarca que se trata de un problema colectivo. “Desde que me pasó a mí, mis compañeras trabajan con mucha más tensión y miedo”. Habla de las consecuencias del acoso sexual. “Yo nunca he sido una persona miedosa. Hasta ahora. Ahora tengo miedo a la noche, incluso en mi vida personal. Mi vida ahora está limitadísima”. 

Edurne relata que se han sucedido muchas bajas médicas por ansiedad. “A mí me afectó mucho trabajar con él, hasta me generó un cuadro de ansiedad y depresión que derivó en baja”. No fue la única. La persona agredida se vio obligada a dejar su puesto de trabajo antes de que el agresor fuera despedido porque no pudo soportar la situación. “Antes de perder él su empleo, lo perdió ella. El foco estaba en todo momento sobre ella y la presión fue demasiado alta”. 

Según el Centro de Asistencia a Víctimas de Agresiones Sexuales, muchas víctimas de acoso sexual renuncian a su puesto de trabajo, renuncias que quedan camufladas como bajas voluntarias en el sistema. Esto dificulta los procesos judiciales porque muchos jueces continúan alegando que el acoso no perduró en el tiempo y que no existen suficientes pruebas.

Para ponerse a prueba, Ana decidió volver al trabajo hace algunas semanas. “Le dije a la compañera que me estaba haciendo las noches que iba a aprovechar a las 22:30, que ya no estaría ni el vigilante ni el supervisor, para estar con ella, a ver cómo me sentía dentro de la estación. Sólo el camino desde casa hasta la estación ya me costó”. 

“Lankide askok erasoa justifikatu zuten. Maitekorregia zela zioten, beharbada berak nahastu zuela erasotzailea. Egunero esaten zituzten halakoak. Lankideak jazarpena salatu zuen, baina erasotzailea baino, bera jarri zuten ezbaian. Azkenean, gertatutakoa estali zuen enpresak”.

Depurar responsabilidades

Ambas abogan por interpelar directamente a las empresas, obligándolas a implicarse en el problema y tomar medidas. 

Ana confiesa sentirse impotente ante la reacción de la dirección. “Ni Metro Bilbao ha tomado medidas ni Inspección de Trabajo le ha obligado a hacerlo. Así te sientes todavía más víctima, más frágil. Ellos dicen que no entienden por qué nos sentimos sobreexpuestas. Nosotras hemos llegado a responder que somos las ratas de las estaciones porque nadie nos escucha. No queda constancia en ningún lado de las incidencias que comunicamos”, lamenta. Esta trabajadora explica, también, que cuando se encerró en la oficina del metro para protegerse del acosador habló con la supervisora para que hiciera un barrido con las cámaras y confirmara que el agresor ya había abandonado el metro. La supervisora se lo confirmó. Cuál fue su sorpresa cuando, al salir de la oficina, y sintiéndose ya fuera de peligro, vio al usuario sentado en el andén donde había empezado todo. “La empresa hizo un barrido rápido, pero no hizo ningún seguimiento”, denuncia. 

Algo parecido ocurrió cuando Edurne González denunció lo que estaba sucediendo en su empresa. A la vuelta de su baja, envió un escrito a la empresa que, en respuesta, mandó a una persona sin formación en la materia a realizar entrevistas a las trabajadoras. “¿De verdad crees que la plantilla se va a atrever a hablar con alguien de la empresa? Casi nadie lo hizo”. Tras presentarse a las elecciones sindicales y salir elegida como delegada, fue a hablar con ELA y mandaron un escrito a la oficina con el testimonio de toda la plantilla. Una vez más, la empresa ignoró lo sucedido hasta que se mencionó a Inspección de Trabajo. Sólo entonces activaron el protocolo, que no existía hasta ese momento, y enviaron a un psicólogo forense, ahora sí independiente, que se entrevistó con todas las partes y emitió un juicio. Finalmente, el trabajador fue despedido. 

En el caso de Iglesias, como solución al problema, la empresa se limitó a proponerle pasar del turno de noche al de la mañana. “Ahora, como la Mutua paga, la empresa hace presión constante. Quieren cambiarme de turno, pasarme al de mañana, pero perdería un 25% de la nocturnidad. Por circunstancias de la vida yo no tengo el máximo cotizado. ¿Por qué tengo yo que sacrificar mi vida por algo que no he provocado? Me siento presionada a volver, sea de la manera que sea. Otra vez a normalizar el acoso laboral”, lamenta. Incluso le llegó información de que la empresa era de la opinión de que la solución al acoso sexual pasaba por masculinizar las estaciones. 

“Emakumeoi txikitatik esaten digute otzanak izan behar dugula. Ondorioz, jazarpen sexuala onartzea naturalizatu dezakegu, jazarpen kasua oso agerikoa denean ere. Geure buruari esaten diogu agian  broma bat baino ez dela izan, nahi gabe egin duela, ez dela hainbesterako, gu ari garela garrantzia handiegia ematen...”.

Yo sí te creo

González considera indispensable contar con una red de apoyo para enfrentarse a un caso de acoso sexual. “Es muy importante tener cerca a gente que te cree, que te recuerda que no estás loca. Porque lo habitual es que la agredida y la que denuncia sea quien acaba aislada y cuestionada. Se siente mucha soledad”. 

Interpelar a las mujeres para que interpongan una denuncia suele ser el primer mensaje que reciben quienes han sufrido acoso sexual. Pero el peso y la responsabilidad recaen sobre la persona agredida. Y tal y como enfatiza Iglesias, “en el proceso de denuncia estás todavía en shock”.

Que el foco se ponga sobre la mujer acosada obstaculiza el proceso de denuncia, ahondando en la revictimización. “Revives el trauma y puede que recibas la incomprensión y el rechazo de la opinión pública. Se ha visto en el caso de La Manada, cuando la víctima era cuestionada o cuando esta tenía que enfrentarse a la presencia de los agresores en los medios de comunicación, que les daban voz. Si además de revivirlo, tienes que enfrentarte al juicio público, el dolor se multiplica”, apunta Iglesias. 

“Nire errua zela sinestarazi zidaten. Halako komentarioak egiten zizkidaten: `Ez zenuen erasotzailearekin hitz egin behar´; `Benetan ezin zenuela ihes egin?´; `Baina asko luzatu zen, ala?´ `Nik korrika aldenduko nintzateke´”. 

Edurne González aboga por la reeducación a edades tempranas y por la formación en igualdad en el mundo laboral. Todo ello, remarca, junto a sanciones efectivas que acaben con la impunidad. “A ellas les diría que denuncien siempre, que cuenten con una red de apoyo, ya sea un sindicato o un grupo feminista, pero que denuncien. Por ellas, pero también por todas las demás”. 

Como recoge la serie Intimidad, “comprendes que tus emociones y tu dolor no son aquello que te separa de otras mujeres, es lo que te da poder. Cuando todos nos miran, la intimidad nos une”.