Invisibles... pero ya menos

Tras 47 días de huelga, la plantilla de la subcontrata Constant, que limpia el Hotel Barceló-Nervión, de Bilbao, pone fin a su situación de explotación laboral.

Desde Ecuador

Elena Vasconez (Ecuador, 38 años) emigró a Valencia en 2003 siguiendo la estela de su madre, una maestra a la que su sueldo apenas le alcanzaba para mantener a su familia en Ecuador y optó por la emigración como solución. Llegó con una carta de invitación y luego pasó a la irregularidad, como tantos y tantos emigrantes. En su país dejó a su hijita de cuatro años al cuidado de una tía. Se le rompió el corazón. Dos años tardó en poder traerla consigo.
En Valencia hizo de todo: trabajó en el campo recogiendo naranjas, limpió casas, cuidó ancianos... Sin embargo, el trabajo escaseaba y los salarios eran muy bajos.

Un familiar que residía ya en el País Vasco le animó a empezar de cero en Bizkaia y le ofreció ayuda para establecerse. Ya aquí, con su hija, comprobó que no es oro todo lo que reluce y siguió sufriendo situaciones de abuso y explotación laboral. “Mi vida no ha sido fácil nunca, y tampoco esperaba que las cosas fueran fáciles en Bilbao. En un primer momento trabajé cuidando niños, y la verdad es que he topado con familias buenas. También es cierto que cuando estás en situación regular las cosas son más fáciles, sobre todo, a la hora de poder alquilar un piso”.

Hoy Elena vive con su pareja y tres niños. Su hija mayor, aquélla de la que tuvo que separarse, ha vuelto a Ecuador. A estudiar. Y quién sabe si para quedarse. Ella, sin embargo, imagina su futuro aquí. “En Ecuador tengo familia, mis raíces, pero lo cierto es que cuando vuelvo de visita no me acostumbro y, además, aquí he creado mi familia”.

Elena es una vasca más. Con unos rasgos físicos y un acento distinto pero, por elección, una vasca más que, sin embargo, sufre situaciones de discriminación más o menos veladas casi diariamente. “El racismo y la xenofobia están por todas partes. En el metro no hay día que no escuche conversaciones sobre todos los beneficios que supuestamente disfrutamos las personas inmigrantes. Me gustaría oir hablar, también, de todo lo que aportamos a esta sociedad. Porque yo, –y como yo, la inmensa mayoría– trabajo honradamente; en condiciones laborales inferiores a las de las personas de aquí, y pago mis impuestos”. “Este país me ha dado mucho, pero yo también le devuelvo mucho”, afirma con orgullo.

Desde Colombia

Marta Lucía Carrillo, colombiana de la zona cafetera, de 49 años, llegó hace ocho a Bizkaia, en 2011, por reagrupamiento familiar. No fue una decisión fácil. Dejó también allá un trozo de su corazón: una hija de 16 años, al cuidado de su madre. “Una edad muy difícil”, recuerda con tristeza. Su plan inicial era venir con su marido unos años, trabajar duro, ahorrar y regresar a su país. La vida, sin embargo, no es lo que una quiere. Marta Lucía se separó, está sola, y no sabe cuándo volverá a Colombia. Ni siquiera si lo hará.

Aunque su vida en nuestro país no ha sido un camino de rosas, el haber llegado de manera legal le facilitó mucho las cosas. “Cuando llegué tenía un trabajo esperándome y vivienda, algo que otros tardan mucho en conseguir”, relata. Marta es una trabajadora nata. Durante años se ha visto obligada a compaginar varios trabajos para sobrevivir. De hecho, desde 2015 trabaja como empleada de hogar en una casa, y como camarera-limpiadora para Constant, en el Hotel Nervión-Barceló.

Desde Guinea Bisáu, pasando por Portugal

Cristiano Callo (Guinea Bisáu. 41 años) emigró con apenas 22 años a Portugal huyendo de la guerra civil y de la pobreza. En busca de un futuro mejor, en definitiva. El país lusitano era un destino lógico teniendo en cuenta que Guinea Bisáu fue colonia portuguesa y que gran parte de su familia estaba allí o emigró con él. En Portugal trabajó en la construcción, de día, y en discotecas, como DJ, de noche. Entre 2004 y 2007 anduvo a caballo entre Lisboa y Madrid. En la capital española, un empresario africano de la noche le ofreció venir a Bilbao a pinchar. Su primera estancia en la capital vizcaína duró tres años.

En 2010, la discoteca en la que trabajaba cierra. Al quedarse sin empleo, y por la saudade, regresa a Lisboa, donde reside la mayor parte de su familia. Cinco años después, en 2015, regresa nuevamente a Bilbao, hasta la actualidad. Al llegar hizo de todo para salir adelante: trabajó en la Cruz Roja de manera esporádica, en carga y descarga, en una fábrica de muebles de cocina... hasta que le hablaron de Constant. “Ni puedo ni quiero permitirme el lujo de no trabajar. Aparte de vivir, tengo familia a la que ayudar repartida por el mundo. Trabajar con contrato de trabajo es una obsesión para mí”, explica.

Constant, el nexo

Las vidas de Elena, Marta y Cristiano se entrecruzan en la empresa Constant, subcontrata que limpia las habitaciones del hotel Barceló-Nervión (y Villa Bilbao). En este hotel de cuatro estrellas trabajan como camareras/os de piso. Y no es casualidad que los tres sean inmigrantes. La práctica totalidad de la plantilla lo es: de más de 10 nacionalidades diferentes.

No es casualidad sino resultado de la apuesta evidente que Constant ha hecho por la precariedad. Porque hay que estar en situación de gran vulnerabilidad y necesitar desesperadamente un contrato de trabajo para aguantar el nivel de explotación laboral que han estado años padeciendo: 2,5 euros por limpiar una habitación, jornadas interminables, ratios inasumibles (habitaciones a limpiar en tiempo récord), contratos en fraude de ley y salarios que, en el mejor de los casos, rozaban los 800 euros, pagas extras incluidas, en jornada a tiempo completo.

“Arrazakeria eta xenofobia nonahi daude. Nazkatuta nago migranteok ditugun onurei buruz entzuteaz. Zergatik ez da hitz egiten gizarteari egiten diogun ekarpenaz?”

Salario y condiciones de miseria por realizar un trabajo que cualquiera no aguanta. Prueba de ello es que en una plantilla compuesta al 50% por hombres y mujeres, Cristiano alaba, muy especialmente, a sus compañeras. ”Yo que he trabajado en la ferralla te aseguro que esto es más duro. Mover carros, montar sofás, camas, limpiar en tiempo récord... Físicamente este trabajo te deja enterrado”, asegura.

Todo, para que los clientes -que en muchas ocasiones no les ven ni aunque les tengan delante- tengan una estancia confortable y placentera. “Hay huéspedes que te saludan con educación, pero otros muchos ni siquiera te miran ni contestan cuando les saludas”, relatan. Esa ceguera y sordera no es exclusiva de los clientes. Ocurre, incluso, con trabajadores y trabajadoras directos del propio hotel.

Se han acostumbrado a ser invisibles. A veces, lo agradecen, incluso. Mejor eso que sufrir experiencias negativas de racismo o xenofobia como las que tiene que soportar Cristiano por el hecho de ser africano y vivir en General Concha. “Poca gente se imagina que trabajo en dos sitios. Me juzgan por el color de mi piel. Sin embargo, yo paso de ese tipo de gente. Me quedo con lo bueno que me da Bilbao todos los días. Este país me ha dado oportunidades que no tengo en el mío, y soy agradecido”, afirma con rotundidad.

Explotación laboral

Ser agradecidos y agradecidas con el país que les acoge y con la empresa que les ha hecho un contrato de trabajo que les permite residir de manera regular no debería ser sinónimo de tener que soportar condiciones de semiesclavitud. Por eso, el pasado 2 de noviembre, la plantilla de Constant en el hotel Barceló-Nervión (junto a sus compañeros y compañeras del hotel NH Villa Bilbao) dijo ¡basta! y se declaró en huelga indefinida. 47 días de estar en la calle, de negociaciones, de discutir con las fuerzas del orden... hasta que, finalmente, lograron su objetivo: a partir de ahora -de manera progresiva- se regirán por el convenio de Hostelería de Bizkaia. Se acabaron las condiciones de esclavitud en hoteles de lujo.

El acuerdo establece significativas subidas salariales: pasaron en diciembre a cobrar 16.200 euros anuales; 17.500, el 1 de enero de 2019; 18.500 euros, el 1 de enero de 2020; y a partir del 1 de enero del 2021, se les aplicará el convenio de hostelería de Bizkaia en todo su articulado.
Asimismo, han logrado importantes mejoras en materia de contratación, como la conversión en indefinidos de los contratos en fraude de ley (la mayoría) y a quienes se les acaba el contrato próximamente, así como la creación de una bolsa con las personas que han trabajado los últimos meses. Sin olvidar, tampoco, la obligatoriedad de elaborar calendarios trimestrales o el compromiso de no despidos en el plazo de un año.

“Nabaritu da esperientzia sindikala falta izan zaigula, dibertsitate kulturala oso handia zela eta zaurgarriak ginela. Enpresa beldurraz baliatu da”

Esto es solo el principio

Con el acuerdo ya en vigor, Elena y Marta se sienten orgullosas de la pelea mantenida, aunque les queda el sabor agridulce de no haber alcanzado un acuerdo tan bueno como el de sus compañeros y compañeras de Constant en NH-Villa Bilbao, que estuvieron junto a ellos/as en la huelga. “Es cierto que partíamos de condiciones inferiores, pero creo que hemos acusado nuestra falta de experiencia sindical, la diversidad cultural de la plantilla -con muchos problemas de comunicación y de entender la situación- y, sobre todo, que la empresa es perfectamente consciente de la vulnerabilidad en la que la Ley de Extranjería deja a las personas inmigrantes y ha jugado con el miedo de la gente”, explican.

Cristiano, al que le ha tocado el complicado papel de hacer de traductor y referente de la plantilla africana, explica que a medida que pasaban los días su gente empezó a ponerse nerviosa y a temer por sus empleos. “Para poder renovar la tarjeta de residencia necesitas trabajar con contrato al menos seis meses al año. Con esa espada de Damocles encima, convencer a cualquiera de que había que aguantar y continuar en huelga ha sido muy complicado. El miedo es más fuerte que todo”, reconoce Cristiano con pesar. Constant lo sabe y lo ha utilizado.

Los tres hubieran deseado aguantar unidos tan sólo un poco más para lograr todos los objetivos que se habían propuesto antes de la huelga, pero no le quitan valor, ni mucho menos, a lo conseguido. “Este acuerdo mejora muchísimo las condiciones de las que partíamos. De cara al futuro, tenemos que aprender de lo sucedido y estar vigilantes para que la empresa cumpla lo firmado”.

La Caja que hace posible lo que parece imposible

Finalmente, Elena, Marta y Cristiano concluyen su relato asegurando que ven el futuro con optimismo, porque la plantilla de Constant no es la misma tras esta huelga. “Hemos aprendido que la lucha es el camino y que hay un sindicato que está dispuesto a recorrerlo con nosotros y nosotras”. Un sindicato con organización e instrumentos como la Caja de Resistencia, sin la cual, aseguran, “nada habría sido posible”.