Irene Zugasti: “No les dejaron ser sólo futbolistas ”

Elkarrizketa Texto: Nagore Uriarte
La periodista y politóloga Irene Zugasti (Madrid, 1988), ha publicado el libro ‘#SeAcabó. La doble victoria de las campeonas del mundo del fútbol’, un libro que va de fútbol, o no, escrito por alguien a quien no le gustaba el fútbol, o tal vez sí, pero no lo sabía. Habla del beso no consentido de Rubiales, pero va mucho más allá: ésta es la historia de la lucha de las jugadoras de fútbol femenino por sus derechos y contra la violencia estructural que han sufrido durante décadas.

El libro hace referencia a la doble victoria de las campeonas del mundo del fútbol. Una de ellas es evidente. ¿Cuál es la otra?

Le llamé la doble victoria, pero ahora cambiaría el título y diría la triple victoria. La primera victoria es la del Mundial; la segunda, que ésta es la victoria del consentimiento. Ellas explican muy bien lo que queríamos decir cuando decíamos que sólo sí es sí. Era exactamente lo que llevábamos pidiendo desde el #metoo, desde el caso de La Manada... Lo más interesante es que no se queda en la enunciación de un malestar, si no que pasa a exigir acciones. Ellas han demostrado que poner las violencias sexuales en el eje de las luchas feministas, por lo que traen consigo de transformador, servía para algo. De alguna manera, han consumado el ciclo de la llamada cuarta ola feminista, que para mí no es una ola si no un desborde.

¿Y cuál es la tercera victoria?

Que estas mujeres llevaban años haciendo sindicalismo. Las campeonas del Mundial demostraron que la lucha colectiva, que sindicarse y organizarse como trabajadoras, funciona. Frente al mensaje tan denostado de que la lucha sindicalista está muerta, y frente a las tesis de la individualidad absoluta que hay ahora en torno a las relaciones laborales, ellas demostraron que eso no ha muerto y que hay un sindicalismo feminista que funciona. Que no solamente se trata de pelear los derechos de las mujeres como se ha hecho siempre, como si de un cajoncito aparte se tratara: las medidas de conciliación, los permisos... Se trata también de disputar el poder y quitar de la silla a quien ejerce el poder tiránico y violento, y eso es revolucionario.

En el libro lo defines como `la revuelta feminista más importante del último lustro en España´. Resulta curioso que venga del fútbol...

Igual que existe la justicia poética, ésta es justicia deportiva (se ríe). Si hace un año, cuando estábamos en la fase más dura del negacionismo machista, me hubieran dicho que sería el fútbol, el femenino y concretamente la selección española quien iba a generar semejante vuelca de tuerca a todo el relato, nunca lo hubiera creído. Jamás hubiera dicho que vendría de una camiseta rojigualda.

El libro empieza fuerte. La primera frase dice: “De todas las instituciones, de todos los espacios, de todos los símbolos que representan la masculinidad, sin duda, yo elegiría el fútbol” ¿Por qué?

Poca gente que está criando me ha negado que si tienes un hijo varón y quieres darle una infancia y una adolescencia segura, integrado y aceptado en el grupo, tiene que entrar en el sistema fútbol. Eso apenas ha cambiado en muchísimos años. Es el mecanismo perfecto por el cual los hombres entran en todo el disciplinamiento de lo que significa ser hombre, relacionarse entre iguales y estructurarse en el poder; lo que es ser un hombre que cumple con la norma. Porque el fútbol expulsa todo lo que no es la norma masculina: expulsa a las mujeres, al colectivo LGTBI, a los cuerpos no normativos. Expulsa incluso a las personas racializadas, en tanto en cuanto las utiliza en ese poder colonial que es el mercado de los fichajes internacionales.

En definitiva, expulsa las disidencias. ¿En el fútbol masculino, cuántos jugadores se han organizado y se han enfrentado a los poderes, a los clubes, o a las federaciones? Ha habido algunas revueltas, sí, pero han sido muy pocas y siempre han sido convenientemente ahogadas, nunca han llegado tan lejos. Creo que el futbol es la máquina de masculinizar perfecta.

Dices que lo que hemos visto con Rubiales responde a una estructura organizada, que no es un caso aislado. Hay un concepto que utilizas mucho: `sistema fútbol´

La compleja relación que ha existido siempre entre el fútbol y la violencia sexual se explica muy bien con esa frase del entrenador de las femeninas del Rayo Vallecano, Carlos Santiso, cuando estaba arengando a su cuerpo técnico masculino.“A este staff lo que le falta para venirnos arriba es que hagamos como en la latina: que nos follemos todos juntos a una, pero que sea mayor de edad para no meternos en líos”. La hermandad masculina se ejerce también cuando todos callan o apoyan a Dani Alves, los mismos que se van con él a un reservado a follar con una o varias, quiera o no quiera ella. Ahora que se conoce por fin la sentencia, que es un hito histórico aun con muchos matices, podemos decir que la sentencia ha sido clara: es una agresión sexual en la que no hubo consentimiento. ¿Cuántos jugadores hombres del mundo del fútbol han mostrado su solidaridad con la víctima o reprobado la conducta de Alves? Eso es la fratría también. Y es muy difícil salir de ahí. Todavía hoy hay un coste social en que tú te salgas del sistema fútbol. Los patios de los colegios son muy simbólicos: los que juegan al fútbol están en el centro; el resto fuera, en los márgenes.

Mucha gente te contestaría que el fútbol es sólo un deporte...

Si tú en Argentina les dices que el fútbol sólo es fútbol... (se ríe). Es una absoluta mentira: el fútbol es orden social, es cultura, es mucho más que un deporte. El fútbol popular es precioso, es el deporte de los pobres, el que se podía jugar poniendo cuatro sudaderas de portería en un descampado. Sobre todo en muchos países del sur global, sigue siendo el motor para que muchos chavales sientan que pueden salir de allí, que pueden tener otro destino mejor, que puede venir un ojeador y sacarlos de esa pobreza, aunque eso también tenga una lectura colonialista. El fútbol proyecta también el derecho de ser: los chavales quieren ser Messi, quieren ser Cristiano.

En muchos países y barrios pobres el fútbol es un espacio de unión de las clases más populares...

Creo que el fútbol popular también ha tenido grandes victorias para la izquierda. Ha habido equipos del fútbol que han servido para crear identidades nacionales de resistencia, por ejemplo el caso de las mujeres que desafiaron a Mussolini. Otros que han servido para generar comunidad entre personas de diferentes orígenes entorno a un mismo proyecto. Muchos clubes de fútbol de barrio, aquí en el sur de Madrid, son un ejemplo de convivencia entre gente muy diferente que no se daría en otros espacios.

Pero también es verdad que, por ejemplo, la Guerra de los Balcanes no la puedes explicar sin el fútbol. Los Tigres de Arkan y toda esa estructura de la Yugoslavia en crisis, todo lo que movilizó el nacionalismo –tanto el croata como el serbio como el bosnio–, antes de que la gente se empezara a matar estuvo el fútbol. La guerra de los Balcanes empezó en un estadio de fútbol. Todo el conflicto en Ucrania no lo puedes entender sin entender el poder que han tenido ciertos clubes de fútbol en la construcción de las identidades nacionales que luego han ido a los frentes de batalla: ruso, de Donbás, de Ucrania...

Mencionas en el libro al periodista Ignacio Pato, que habla precisamente de ese fútbol popular antiracista, antifascista... ¿Sin hacer spoiler, qué conclusiones saca?

Antes tenía cierto resquemor por el fútbol popular. He pasado media vida en Vallecas (Madrid) donde el Rayo es una institución y un orgullo, y he pasado mucho tiempo, de forma casi inevitable, rodeada de fútbol. Ahora Ayuso se quiere llevar el estadio del barrio y eso es como arrancarle al barrio el corazón y su identidad. Sin embargo, a pesar de que Vallecas siempre ha sido un barrio lleno de gente antifascista, antiracista... la grada y el campo seguía siendo machista. El Rayo Vallecano, por ejemplo, siempre secundó las huelgas generales, se puso la bandera arco iris cuando ningún jugador de primera se ponía eso, pero seguía siendo machista en su trato a las mujeres en el club. Y toda esa base popular de gente que era seguidora, aunque era gente de barrio, de izquierdas, seguía habiendo una estructura muy machista. Pero cuando lees a Ignacio Pato y Grada Popular, valoras la importancia que ha tenido el fútbol que no nos cuentan, las aficiones con valores, para generar resistencias en los lugares más oscuros, pobres y precarios. Hay otro fútbol, y te das cuenta de que era también una forma de construir comunidad y tejido social, una forma de crear una red de gente que te acuerpaba. Cuando empecé a leer sus artículos y vi cómo evoca él ese fútbol y como lo baja a tierra, me reconcilia con ese fútbol popular. Él explica muy bien como el fútbol está completamente atravesado por la clase y cómo el negocio del fútbol moderno es una industria. Pero lo hace con una delicadeza que muy pocos hombres tienen en ese terreno.

¿Volvemos al `sistema fútbol´?

El sistema fútbol ha trabajado mucho para cargarse ese otro fútbol popular. Éste último ha sido sistemáticamente ahogado por un sistema al que no le interesaba que hubiera clubes o federaciones que pudieran utilizar este deporte para defender cosas que no fueran correa de transmisión de los poderes que lo copaban. Pato invita a reengancharse con los orígenes del fútbol, con ese espacio donde pueden confluir movimientos populares que ahora mismo están muy abandonados, al igual que ocurre con los espacios públicos en las ciudades: los barrios, los parques...

Mencionabas antes a un grupo de amigas que montaron su propio club en los años 30, en Italia, esquivando la persecución de Mussolini ¿Nos falta genealogía?

Sí. Cuando lees `No las llames chicas, llámalas futbolistas´, de Danae Boronat, y a otras historiadoras del fútbol, te das cuenta de que esas historias también tienen que ser contadas. El libro te explica muy bien cómo el fascismo enseguida se da cuenta del peligro que encarna un grupo de mujeres jugando juntas a un deporte de grupo. Eso implica que estamos disfrutando de nuestros cuerpos, auto organizándonos, ocupando el espacio público, haciéndonos visibles para otras en espacios de liberación colectiva. Por eso Mussolini y el fascismo italiano intentan ir a por ellas desde el principio. También lo vio claro el franquismo cuando prohibió los deportes en equipo y sólo permitía hacer gimnasia en el colegio. Hay otras muchas historias por contar. Me hablaron de futbolistas de la CNT en la guerra civil haciendo una acción directa en los estadios; de futbolistas que para poder jugar, en los años 20-30 en España, se tenían que travestir y vestirse de hombres. Una de las primeras mujeres árbitro tuvo que sufrir una violencia salvaje. Al fin y al cabo, arbitrar es decidir, juzgar, es disputar el poder. Hace falta aún mucha memoria histórica y democrática en torno a las mujeres, en cualquier deporte de equipo. Deberíamos preguntarnos si ese desprecio que muchas mujeres sentíamos por el fútbol era una decisión propia o la consecuencia de un deliberado interés por expulsarnos de esos espacios porque son espacios de encuentro. 

Una de las principales ideas del libro es que la historia del fútbol femenino de España es una historia de violencia estructural.

El beso no consentido de Rubiales no fue una casualidad, si no la gota que colma un vaso de una historia de violencia estructural de décadas: antes de Rubiales estaba Vilda, estuvo Quereda... han sido hombres en estructuras de poder, pero no están solos. Detrás hay gobiernos y dinero público, federaciones y clubes permitiendo esa violencia. Y no se puede disociar la violencia laboral de la violencia sexual y por razones de sexo que sufrieron durante los 27 años que Quereda entrenó a la selección femenina. Las tuvo bajo un estado de terror: las cacheteaba, insultaba, ninguneaba y no les dejaba tener ninguna estructura para defender sus derechos laborales. Y cuando ellas intentan hacerlo y se organizan son sistemáticamente disciplinadas, expulsadas, marginadas. Destruyeron vocaciones de generaciones enteras de mujeres y cuando Vilda les intenta hacer lo mismo ellas dicen: ‘Mira no, estamos muy bien preparadas y exigimos mejoras salariales’. Pero ya no equiparación salarial con ellos, piden cambios estructurales. No sólo hablamos de la brecha salarial o de la conciliación, si no de cuestiones que tienen que ver con la propia estructura de la federación o con el trato que reciben como trabajadoras. Se organizan formalmente, se sindican, pero sólo reciben castigo. Las llaman las amotinadas, las caprichosas...

Y las chantajistas...

Siguen estrategias de la patronal de toda la vida: divide y vencerás. Trataban de ponerlas unas contra otras, pero cuando ocurre el beso no consentido a Jenni Hermoso ellas demuestran que van todas a una. Entonces utilizan todo el potencial adquirido a lo largo de los años luchando por sus derechos. Por eso, cuando hablamos de la violencia sexual se entiende también todo ese potencial que es la lucha por los derechos laborales. Las consultas a los protocolos de acoso laboral se han disparado desde el beso no consentido de Rubiales. Otra cosa es que haya protocolos y planes de igualdad que se quedan en papel mojado, pero que miles de mujeres sepan que en sus trabajos existen esos protocolos es algo profundamente transformador. 

Hasta 2020 las jugadoras no lograron un convenio colectivo. Por primera vez, se estableció una retribución de 16.000 euros al año, apenas superior al SMI de entonces y frente a a los 155.000 para la masculina...

Las que podían vivir de ello eran cuatro privilegiadas. El sistema estaba hecho para que nunca llegaran a alcanzar esos niveles, ya no te digo de equiparación con ellos, si no simplemente alcanzar un salario que les permitiera estar en otra posición para negociar. La mayoría de ellas estaban por afición o estaban pluriempleadas. O directamente muchas colgaban las botas porque era incompatible con un trabajo de ocho horas. Y ni hablar de quedarte embarazada o tener algún tipo de carga de cuidados. Ellos pueden viajar con toda su familia en jet privado, pero tú tienes que dejar a tu familia tirada para ir en un Alsa a jugar un fin de semana y volver en la conexión que más barata salga. ¡Cuando se sube el SMI, ellas estaban por debajo! Y todavía tienes que aguantar el discurso de Nadal y de muchos periodistas deportivos que siguen justificando que la igualdad salarial no es justa porque en el fútbol hay un valor de mercado.

Aquello de la oferta y la demanda.

Claro, como si fuera un mercado de carne. “Es que ellas no generan valor de mercado, es que ellas no llenan estadios, no revierten en audiencias”, nos dicen.

Pero la final del Mundial femenino llegó al 71% del share, una audiencia altísima.

Es que el poder mediático está ahí. Tú vas a generar más audiencia, beneficio e interés en cuanto más visible seas, cuando el capitalismo quiera jugar contigo. Todo cambia si Adidas te quiere promocionar o eres la imagen de cierta marca -que me parece muy legítimo-, pero ellas también podrían hacerlo. ¿Si no te hacen visible como vas a generar esos parámetros de mercado?

La narrativa interna, durante todos estos años, ha sido que nos hacían un favor por financiar a la selección femenina. Aún éramos una especie de apéndice molesto a la que se le daba una financiación mínima para no ahogarlas, pero tampoco dejarlas respirar del todo. Aprieta pero no ahoga era la filosofía constante. Si inviertes y le pones el foco, lógicamente vas a tener valor de mercado. Los toros no tienen valor de mercado, pero se programan todos los años. Y también entender el derecho al deporte como fuente de salud. El deporte también es auto cuidado. Las mujeres decimos que no sacamos tiempo, pero el derecho al deporte también es tener derecho a cuidarnos a nosotras mismas.

Con un solo beso miles de mujeres en el mundo se vieron reflejadas. Vieron a sus jefes, familiares... ¿Le pusieron nombre a lo que ellas también sufrían?

Yo trabajé en el Ministerio de Igualdad y llevábamos años tratando de explicar lo que es el consentimiento con ejemplos tan durísimos como la violación de Pamplona, lo de Aranda... Nos preguntábamos: ¿Cómo puede ser que un juez vea regocijo y jolgorio en una agresión sexual de cinco tíos grabado con un móvil y, de repente, algo tan aparentemente simple como un beso nos conecte y nos active a todas y lo veamos tan claro? En los barrios, al día siguiente, nadie entendía lo que había hecho Rubiales. Todas tenemos cerca gente que ha vivido situaciones muy graves. Tal vez a ti no te haya pasado algo tan grave, pero desde luego a todas nos han robado un beso. Nos dicen: “Hay que ver cómo os ponéis por un beso, no es tan grave”. Si atendemos a la tabla jurídica respecto a la gravedad de los delitos, evidentemente hay agresiones sexuales más graves que esa, pero la cuestión es qué simboliza ese beso, que desde luego no va sólo de sexo. Incluso se llegó a justificar argumentando que Jenni Hermoso era lesbiana y que él lo sabía. Menuda lesbofobia, por otro lado.

Recoges una frase de Ángela Rodrigez `Pam´ (fue secretaria de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género) que dice: “Esto no va de sexo, va de poder”

Cuando le coge la cara y le da un beso yo ahí no veo deseo, y tampoco es relevante. Lo que hay es que, igual que me agarro los huevos en tribuna, yo decido cuando te cojo la cara y cuándo te la suelto, cuándo te firmo un contrato y cuando te echo de la selección, o cuándo te llamo caprichosa. Y ese es el poder que conectó con todas nosotras. Hay muchísimo patriarcado y patrón clásico en ese acto. Es interesante también la reflexión interna sobre cómo explicamos las cosas. Todo ocurre cuando parecía que el debate del consentimiento estaba perdido. Recuerda que se dio en medio de un debate electoral en España donde el presidente, Pedro Sánchez, dijo que el feminismo incomodaba a los hombres de 45 a 50 años. Llegó a decir que el feminismo igual se había pasado de rosca y estaba generando incomodidades incluso en las izquierdas y que podría hacerles perder votos. Y entonces llega Jenni Hermoso y demuestra que la sociedad ya tenía este debate interiorizado y que la habían tomado por tonta e inmadura. Se vio cuando las mujeres salieron en masa a defender a Jenni.

Pero a Rubiales también lo defendieron muchos...

Siempre digo que Rubiales no es ni mejor ni peor que muchos hombres, le ha tocado este papel en la historia y lo ha manejado con especial torpeza, pero al final Rubiales representa a una o varias generaciones de hombres en el poder que no han entendido lo que está pasando en el mundo. Respecto a la afirmación del presidente cuando dijo que el feminismo podría hacerle perder votos a la izquierda, resulta que el voto femenino es el que está salvando a las democracias de estar gobernadas por la extrema en muchos países. Hace poco, el Financial Times publicó un estudio muy interesante. Decía que entre las generaciones Z de Europa, en occidente básicamente, la chicas se estaban ubicando mucho más a la izquierda; mientras, la generación de hombres jóvenes se posiciona, cada vez más, en temas que tienen que ver con lo que ha sido siempre la derecha: la xenofobia, el anti feminismo, anti LGTBI... 

En los grandes medios pudimos leer frases como “estáis empañando la victoria”. Pero Jenni Hermoso respondió: “No nos han dejado ser sólo futbolistas”

Cuando ocurre el beso, hay una cooperación mediática para ahogar lo ocurrido. Los medios decían que lo importante era la actualidad deportiva y decían que las jugadoras estaban opacando su propia victoria. Son ellas las que dicen: no, la victoria deportiva es importante, pero lo demás también. Hacen un por mí y por todas mis compañeras desde el principio. Espero que todas esas periodistas que han sido valientes dándole voz a las jugadoras –las periodistas deportivas han hecho mucho trabajo comunicando el fútbol deportivo de otra forma, con otro tono...– y que han sido ninguneadas durante años y ahora por fin se les da su espacio no sean castigadas. Porque, al igual que ocurre en las agresiones sexuales, quien pone la denuncia suele ser quien recibe el castigo social. Muchos se quejan de la cultura de la cancelación, pero la realidad es que muchas mujeres, por ser valientes, han perdido contratos de trabajo, visibilidad; sin embargo, a hombres que han sido acusados y señalados no les ha pasado factura profesional: Placido Domingo sigue yendo al palco del Bernabeu; Gerard Depardieu ha violado y sigue haciendo películas...

Cuando Rubiales se niega a dimitir, Alexia Putellas reacciona y publica un tuit: “Esto es inaceptable. #Se acabó”. Del #Metoo pasamos al #Seacabó

El #Metoo lo creo una mujer afroamericana, pero lo empezaron a utilizar en 2015 en Hollywood. El #Metoo va de contarlo, de evidenciar la cantidad de experiencias de violencia que nos rodean en el día a día en nuestro entorno personal, laboral o familiar. Plantea el problema, pero el #seacabó va de exigir respuestas, medidas para recibir justicia reparación y garantía de no repetición. Es un click que no tiene vuelta atrás. Si ellas, con todo en contra y con el foco mediático tiraron para adelante, las demás también podemos. A Jenni Hermoso la persiguieron, la juzgaron, pero ella y sus compañeras -porque esto ha funcionado porque han ido como colectivo, no de forma individual- han creado un precedente que creo no será fácil de revertir. Con el #Metoo también se ve el miedo a hablar. No todas pueden hablar, igual puede hacerlo una actriz de éxito, pero no la técnica precaria de producción porque de ello depende su próximo contrato para poder comer.

El libro es también un homenaje a las generaciones perdidas. ¿Tener referentes femeninas ayudará a que no vuelva a suceder?

El otro día me escribió un profesor de un colegio y me dijo que este año, en todas las clasificaciones del colegio, se habían puesto la camiseta de Jenni Hermoso. Me pareció muy bonito. En los colegios ya son referentes: tienen a Alexia, a Aitana... Ya hay niños, varones, que piden la camiseta de Jenni, y eso ya es un cambio. Es muy difícil volver a meter a todas esas referentes en un cajón, por eso soy optimista.

A Jenni Hermoso le podía haber pasado como a Nevenka, que denunció violencia sexual y tuvo que marcharse para siempre de Ponferrada y no ha podido volver, pero no ha sido así. Ellas han jugado muy bien la partida desde un punto de vista sindical, como feministas -incluso sin ser feministas, porque a lo mejor ellas no tienen esa conciencia-, y con el arrope social que tuvieron.

Se puede decir que ha habido final feliz...

Jenni Hermoso es de Carabanchel, un barrio popular de Madrid. Un día fue al colegio público en el que ella creció y se echó una partida al fútbol con las niñas y niños. Que chavales de un montón de países diferentes puedan decir, “yo jugué con la campeona del mundo”, es precioso. Además en un partido mixto, donde jugaron todos y todas. Esa es la viva imagen de la reparación. Lo que ya está conquistado nos da alas para reivindicar los recursos públicos para la violencia, reivindicar en los centros de trabajo, que la violencias sexuales se expliquen desde el consentimiento y cambie nuestra forma de relacionarnos y conquistar espacios para nosotras para ser más libres también desde el deporte, desde el goce de nuestros cuerpos y de las alianzas de base que tienen que ver también con ocupar la tángana del rugby de Vallecas. Está claro que hay mucho negacionismo aún, pero les hemos marcado un gran gol.

Antes no te gustaba el fútbol. ¿Te has reconciliado con él?

Yo diría que sí. Ahora veo fútbol femenino. Aún me parece muy triste el papel que ha tenido el masculino, como compañeros del mismo gremio, su actitud fue muy cobarde. Me he enganchado al femenino gracias a las comunicadoras que me han ayudado a volver a quererlo y a volver a entender esa conexión con lo popular que tiene el fútbol. Esa resignificación que han conseguido es preciosa. Según el último CIS, por primera vez, las derechas y las extremas derechas se sienten menos identificadas con la selección femenina de fútbol que las izquierdas. Yo he denostado este deporte por el nacionalismo español que tiene y porque siempre lo he asociado al conservadurismo, al sistema fútbol, al duopolio nacional madridista que tenemos, sobre todo, en Madrid, pero resignificarlo y convertirlo en un icono que los feminismos puedan llevar me parece un golazo. Ojalá fuese tricolor la camiseta, pero igualmente me parece un golazo (se ríe). Si los señores de derecha no se quieran poner la camiseta de la selección española ellos se lo pierden, porque sus hijas probablemente sean más libres gracias a ellas.