Valentía, empatía y sensibilidad

Zuhaitz, visto por Ander Izagirre

Zuhaitz Gorrutxaga me envió un correo en diciembre de 2022 para decirme que quería escribir un libro con su vida y me proponía hacerlo con él. A mí, la verdad es que al principio me parecía que podía ser una cosa interesante, pero yo tenía otros planes, otros libros en marcha. Me propuso quedar un día en un bar en Donostia y estuvo tres horas contándome su vida con detalle. Me quedé alucinado: Zuhaitz fue jugador de aquella Real subcampeona de Liga (2002-2003), un año que yo recordaba con mucha emoción; la Real se quedó a punto de ganar la Liga, algo no muy habitual, pero un jugador de aquel equipo me dice que en el partido decisivo en Vigo, él prefería no ser campeón. No soportaba la idea de ser campeón porque sufría una depresión, con problemas mentales, trastornos compulsivos muy agudos, cosas que nadie sabía.

Zuhaitz me abrió la puerta a la cabeza de un futbolista en unas circunstancias especiales. Vemos al futbolista como una figura plana, un tipo que corre por el campo y lo hace mejor o peor con el balón, pero a veces dentro de esas cabezas hierven asuntos graves. Zuhaitz había debutado con 19 años, tenía a 30.000 personas mirándole en el campo, y a millones por la televisión, a la prensa juzgándolo todos los lunes... Después de un par de actuaciones malas, empezó a pasarlo muy mal y acabó estallando en ataques de ansiedad, depresión, trastornos... No sabía lo que le pasaba. Lo que me maravilla de Zuhaitz es la capacidad que tiene para combinar tragedia y humor: él cuenta problemas graves, que acaban derivando en desastres en el campo de fútbol, en sus relaciones personales, por ejemplo el sexo es muy importante. Un futbolista de Primera, joven, guapo, con dinero, tiene mil oportunidades de ligar y él durante un año y medio pues no pudo tener sexo, aunque ligaba con chicas y se iba a la cama, pero no era capaz de tener sexo y a ver quién lo cuenta... Zuhaitz cuenta inseguridades, fragilidades que pocos contaríamos. Yo admiro esa valentía de contar esos fracasos, esas inseguridades y debilidades, y lo hace con un propósito o con una mirada que puede encontrar el humor incluso ahí. Me parece muy valioso.

Zuhaitz entiende que el humor es una manera inteligente y realista de entender la vida. El humor te pone en tu sitio. Yo creo que eso le salvó. Otra cosa que admiro es su empatía. Él está siempre preocupado por que nadie se sienta dolido cuando cuenta algo de aquellos años. No quiere hacer leña con gente que lo trató de una manera un poco dura. Y me parece que esa mezcla de valentía, empatía y sensibilidad lo convierten en un tipo extraordinario. Aparte de recibir su historia como un gran regalo, yo estaba muy excitado mientras escribíamos el libro, porque me parecía que teníamos una gran historia entre manos. Y además, estamos muy contentos de la amistad que hemos hecho. Nos hemos hecho grandes amigos en un año.

Estoy muy agradecido a Zuhaitz por ese regalo y por haberme dejado participar en esta aventura.