“Yogurinha es una máscara que empodera”

Erreportajea Nagore Uriarte
El laudiotarra Eduardo Gaviña es un artista con incontinencia creativa que se transforma en Yogurinha Borova cuando sube al escenario.

Es difícil definir a Yogurinha Borova en una sola palabra: es cantante; actriz; humorista; show-woman; travesti; activista; Drag Queen; Crossdresser, transformista... Tampoco es baladí presentar a su creador, Eduardo Gaviña Marañón, un artista con incontinencia creativa que se transforma en Yogurinha Borova cuando sube al escenario. Tacones imposibles, pelucas extravagantes, maquillaje hasta en el alma y plumas por doquier. ¿Diva del folclore euskaldun? Que cada una saque sus propias conclusiones... ¡y sus plumas! Como nos recuerda Yogurinha en su canción,`No más plumofobia´: ¿Te imaginas un mundo sin pluma, un arcoíris en blanco y negro, un baño sin espuma? ¿Te imaginas un mundo sin vida, sin pelucones ni plataformas, sin reinonas y sin divas? Déjame ser tal como quiero ser. ¿Qué más te da? ¿Es que no ves que éste es mi estado natural? Como diría el propio Gaviña: ¡Vivan las plumas!

Y, precisamente, con las plumas puestas vuela alto porque, ante todo, es una superviviente. Sobrevuela diferentes mares, -es fotógrafo amante de lo analógico, cantante, actor, travesti...- dependiendo, sobre todo en los últimos tiempos, de la maltrecha economía, castigada especialmente en la cultura y el espectáculo. “Soy una superviviente, y como tal, voy adaptándome a los tiempos. Hay cosas que hago para comer caliente y luego, cuando tengo tiempo, me centro más en los proyectos que me apasionan, como la fotografía... Pero, ahora mismo, pura supervivencia”. Remarca, eso sí, que le fascina colaborar en el sector educativo y elaborar proyectos para los más pequeños, un camino que ya transita.
Cuenta con orgullo que ya son muchos los centros escolares que trabajan con sus canciones, de temática social, para invitar a la reflexión y promover la educación en valores. Ejemplo de ello es la canción Sentipenak Askatu, un tema que habla, como su nombre indica, de sentir de manera libre: “Maitatu bihotzez, inoiz ez ezkutatu. Sentipenak askatu, zarena kanporatu...” (“Amar de corazón, nunca esconderse. Liberar sensaciones, sacar quien realmente eres...“)

“Mutila naiz eta ez dut inoiz izan neska izateko desiorik, baina zure itxura aldatzea, hein handi batean, ahalduntze ariketa bat da. Izan ere, gizartearen usteak zalantzan jartzen dituzu; marikak oso maskulinoak izatea nahi du jendeak, gehiegi ez nabaritzea gay zarela. Nik luma daukat. Gora luma!”.

Se trata de un canto a la libertad sexual. Algo que, bien sabe Gaviña, no siempre fue fácil. No en vano él nació el 30 de junio de 1969. No es una fecha baladí, ni mucho menos. Dos días antes, el 28 de junio, estalló la revuelta en el bar Stonewall Inn, en Nueva York (EEUU), la lucha que coronó el 28 de Junio como el Día Internacional del Orgullo LGTBIQ+. Que no se nos olvide su origen, subraya.

En aquella época el colectivo LGTB (Lesbiana, Gay, Bisexual, Transexual) sufría a diario acoso y eran habituales las redadas en sus bares. Sin embargo, la noche del 28 de junio de 1969 fue diferente. La policía puso en marcha una redada llamada Moral Squad (escuadrón de la Moral) en el bar Stonewall Inn del barrio neoyorquino de Greenwich Village contra muchos de los trans, lesbianas, latinos, homosexuales, indigentes y disidentes que allí se reunían. Aquel día, sin embargo, la respuesta fue bien distinta. Esa noche la policía arrestó a la lesbiana Stormé DeLarverie, quien decidida a romper con las injustas normas impuestas, encendió la chispa: ‘¿Por qué no hacéis algo?’, lanzó a los presentes. Sylvia Rivera, mujer transexual y latina, y la Drag Queen afroamericana Marsha P. Johnson, ambas trabajadoras sexuales, tomaron inmediatamente el relevo y se plantaron. No fueron las únicas: todos los que se enmarcaban en la disidencia sexual se abalanzaron sobre la policía y reivindicaron el lugar que les correspondía. Pero, volvamos, por el momento, al lugar de nacimiento de Eduardo Gaviña.

De Llodio a Bilbao

Eduardo Gaviña Marañón nació en Llodio (Álava), en la década de los 60, en una Euskal Herria convulsa que agitó su infancia y marcó su carácter. “Aquello era un pequeño micro universo. Las movilizaciones y los pelotazos eran constantes, siempre acabábamos corriendo camino a casa. Es más, jugábamos a manifestarnos. La protesta social y laboral era parte de nuestra cultura. Llodio ha sido siempre muy activo social y políticamente, era un pueblo muy polarizado. Yo crecí en un barrio muy potente y decidí posicionarme en el lado de la lucha social, en el de la protesta”.

Una fuerza que, hoy, se ha transformado, pero no ha desaparecido. La comarca, fuertemente castigada por la crisis, lucha ahora por salir a flote. “Siguen vivas aquellas ganas de seguir luchando, lo llevamos en la sangre. Fíjate en Abascal, fue concejal de Llodio, y es peleador, o más bien, peleón”, dice con ironía.

Gaviña afirma con orgullo que es una característica inherente a las zonas históricamente industrializadas. “La lucha está en nuestro ADN”, asevera con convicción. Cuando evoca su infancia, dibuja a una madre que “trabajaba como un animal” y a un padre agotado al llegar a casa después de una larga jornada de trabajo, algo de lo que no se libraron sus dos hermanos, a quienes les tocó arrimar el hombro. “Yo he sido un privilegiado en ese sentido, pero como trabajaban muchísimo, no pasaba mucho tiempo con mis padres, por lo que me vi obligado a buscar otros mundos para enriquecerme”.

“Eskoletan sexu askapenaren aldeko `Sentipenak askatu´ abestia lantzen dut, besteak beste. Kontua ez da ezer inposatzea, bizitzako errealitate eta erreferente desberdinak ikusaraztea baizik. Txikienek normaltasun osoz hartzen zaituzte, arazoa etxean mezu oso negatiboak jasotzen ari direnean da”.

Nuevos mundos

Y encontró un nuevo universo, en Bilbao. Mucho tuvo que ver la revista La Ría del Ocio. “Desde pequeño tuve muy claro cuáles eran mis tendencias sexuales, pero lo escondía. Siempre estaba rodeado de maricas, pero no decíamos nada”. Hasta que un día, con 17-18 años, mientras tomaba unos potes con sus amigos, encontró la revista. “¡Hostia, hay bares de gays en Bilbao” pensó. Por aquel entonces estudiaba Artes Gráficas en el barrio obrero de Atxuri, en la capital vizcaína. Con la excusa de pasar el fin de semana con los amigos de clase, marchó en busca de aquellos lares. “Llegué al que fue mi primer bar, El Convento, en la calle Esperanza. Entré temblando, tartamudeando. Salió una chica, que era lesbiana, y le dije: `¿Dón-de hay ba-res pa-ra hom-bres?´. Debió flipar”, ríe.

Recuerda que en aquella época se movían en la clandestinidad. “En muchos bares la persiana estaba bajada, eran como búnkeres. Teníamos que tocar el timbre, había tanto miedo... Eso sí, una vez dentro, entrabas a formar parte de ese micro mundo; disparabas la pluma si querías, tu sensualidad, dabas rienda suelta a tus opiniones...”.

Recuerda, como si de una metáfora se tratara, su viaje en tren de Llodio a la capital. Debía pararse en la estación de Abando. Justo antes de llegar entró en un túnel. “Se hizo la oscuridad más absoluta y, de pronto, dejé atrás la zona más rural para encontrarme con Bilbao. ¡Me parecía como Manhattan! Recuerdo el olor a café, a tabaco... Era alucinante, para mí ha sido vital. Podías encontrarte con chicos con falda, con la pluma totalmente desinhibida... Era una mini urbe, pero yo encontré allí espacios para perderme, para sentirme libre y soltar pluma. Puede que yo tampoco fuera valiente para hacer eso en mi pueblo; ahora, en cambio, veo a jóvenes muy valientes transformando y rompiendo moldes”.

“Erreferente onak izatea oso garrantzitsua da. Zineman, adibidez, gure erreferente bakarrak Pajares eta Esteso ziren marikoi plantak egiten. 16 urterekin zinera joan nintzen eta klixe matxistaz betetako pelikula batekin topo egin nuen... Irtetean pentsatu nuen: ni ez naiz hori!”.

La entrevista se desarrolla entre cafés, pero el olor a tabaco y café de la ciudad se ha evaporado. ¿Se ha convertido Bilbao en una capital aburrida? Eduardo matiza. “Se ha europeizado; antes era canalla, nocturna... Tendemos a la gentrificación, a la globalización de todo y a perder la propia imprenta. Ya lo decía la canción: “El patio de mi casa es particular...”

“En esos bares, en esos guetos, he vivido cosas alucinantes: algunas, muy divertidas; otras, muy duras”, relata. Habla de bares con la persiana bajada, con puertas que se abrían sólo cuando alguien tocaba expresamente el timbre. “Se respiraba una necesidad sexual, de sacar la pluma, cada una la suya. Entraba gente vestida de funcionaria y una vez dentro era Mari Carmen, se sentía como le daba la gana, era feliz. Ahora bien, es mucho mejor que ahora vaya de Mari Carmen directamente por la calle, claro está”.

Yogurinha baila en El Bailongo

Mari Carmen no, pero Eduardo Gaviña también tiene su alter ego: Yogurinha Borova. Él nace en Llodio (Álava), pero Yogurinha lo hace en Bilbao, concretamente en el bar Bailongo, como no podía ser de otra forma. Allí actuaban Las Fellini, (entonces se llamaban las Alliens Sisters) un grupo de cabaret cómico de Bilbao que surgió en el año 1998 y aunaba humor y reivindicación. En aquella época había muy pocos bares que pudieran abrir todos los días, como era el caso del bar de La Otxoa. El Bailongo, en un intento de ofrecer más espectáculos, publicó un anuncio. Se presentaron cuatro chicas para hacer una especie de cabaret. Así nacieron Las Fellini. Gaviña acudía a verles, porque era fan del espectáculo de los jueves: el primer pase era gay y el segundo de prostitutas, transexuales, policías, gente de la noche...

Dos años más tarde surgió el fenómeno de las Spice Girls. Entonces, el dueño del bar El Convento, donde Eduardo inició sus primeros contactos con el colectivo LGTBI, decidió montar Las Spice Gays, espectáculo en el que participaba Gaviña. “Como siempre me ha gustado hacer deporte, me tocó hacer el papel de la gimnasta”, recuerda entre risas. En la presentación, Las Fellini, que se encontraban entre el público, quedaron encantadas y le propusieron acudir un día al Bailongo a probar. “Lo hice como Yogurinha, y surgió la magia. Se llenó el bar. Yo no paraba de reírme. Ganábamos dinero, claro, pero era pura diversión, y se convirtió en una profesión”. Aunque con el tiempo tomaron caminos distintos, aún hoy hay un lazo que los une: el humor como herramienta de crítica social y transformación.

Agradece a Yogurinha haberle ayudado a descubrir el fascinante mundo del colectivo LGTBI, pero reconoce que, en ocasiones, el personaje ha devorado a la persona. “Yogurinha es una máscara; es como ir blindado, es maravilloso, te empodera”.

“Laudiokoa naiz eta gogoan daukat, umea nintzela, mikro unibertsoa zela hura. Etengabe zeuden mobilizazioak eta pelotazoak, etxera korrika bueltatu behar izaten genuen. Are gehiago, manifestari plantak egitera jolasten ginen. Lan munduko borroka eta protesta soziala geure kulturaren parte zen; sozialki eta politikoki Laudio oso aktiboa izan da beti, herri polarizatua zen. Nire auzoa oso indartsua zen eta borroka sozialaren aldean kokatu nuen neure burua”.

Transformar desde la infancia

Cuando Eduardo Gaviña se transforma en Yogurinha no sólo cambia de apariencia, también se crea un nuevo universo a su alrededor; una atmósfera que va más allá de lo puramente estético. Una imagen vale más que mil palabras, reza el refrán. Y así es. Con sus plumas, sus tacones,y su imagen renovada, trata de invertir roles, revertir lo masculino y lo femenino, crear nuevos imaginarios. ¿No es, acaso, el transformismo un acto de transgresión por sí mismo en cuanto pone en tela de juicio qué es ser mujer y qué es ser hombre; qué es masculino y qué femenino?

Eduardo asiente. “Nunca he querido ser chica, pero cambiar tu apariencia es, en cierta manera, muy empoderante. Descolocas a la sociedad; la gente quiere que los maricas sean muy masculinos: sin pluma, que no incomoden, que no se note demasiado que son gays. Yo tengo mucha pluma. ¡Que viva la pluma! Cuando tenía alrededor de 20 años fui a un campo de trabajo y allí le dije a una chica de Elche: `Soy gay´, a lo que ella respondió con una sonora carcajada: `¡Ya lo sabíamos!´. Muchas veces se dice: `Ay, es que esa chica es lesbiana y es guapísima´. ¡Que sea como le dé la gana! Si es camionero, maravilloso; si es lo contrario, genial también. La lesbiana suele ser aceptada en cuanto entra dentro de los canones de belleza aceptados... Es un etiquetaje constante. La gente ya está aburrida de eso; las personas jóvenes vienen pisando fuerte”.

Nuevos espejos, nuevos reflejos

Precisamente, en la actualidad se encuentra muy centrado en la temática social, en la creación de contenidos que ayuden a los más pequeños a conocer otras realidades. Eduardo ensalza la importancia de tener espejos en los que mirarse. “Nuestro únicos referentes eran Pajares y Esteso haciendo de maricones”, protesta. A los 16 años fui al cine y me encontré con una película llena de clichés machistas... Al salir pensé: ¡Yo no soy eso!”.

Después vi por primera vez a Imanol Alvarez, de EHGAM (el movimiento gay de Euskal Herria, de liberación de la homosexualidad, enmarcado en un proceso global de liberación sexual) en la televisión, y me di cuenta de que existían otro tipo de referentes”. Incide mucho en esto en los colegios. “Siempre les digo que yo no soy el único referente, que hay abogados, peluqueros, futbolistas, camioneros y ministras. Si yo de pequeño hubiera visto un travesti...”.

Ha encontrado en la música y el espectáculo un buen aliado para ayudar a naturalizar lo que, per se, es absolutamente natural, y que, insiste, los niños y niñas asumen con absoluta normalidad. Además del videoclip, Sentipenak Askatu, cuenta con una canción con la que trabaja el tema del bullying en las aulas: Ausarten Kluba. Pronto se convertirá en una obra de teatro, y también están utilizando estas canciones como material didáctico en algunas escuelas, algo que le resulta especialmente gratificante. “No se trata de imponer nada, sino de visibilizar diferentes realidades y referentes en la vida. Los más pequeños te acogen con absoluta normalidad, el problema es cuando en casa están recibiendo mensajes muy negativos”, lamenta.

Aboga por el respeto, por permitir crecer y sentir con absoluta libertad, algo que, más allá de la igualdad formal, no parece estar tan cerca. “Aún hoy, cuando se habla de transexualidad se dice: `Es una niña con cuerpo de niño´. ¡No! Nació chico, aunque tuviera genitales femeninos. Los niños y niñas lo tienen claro desde el principio. A mí, por ejemplo, me hubiera resultado más fácil ser heterosexual, tener novia y fardar con mi padre; pero no, a mi me gustan los señores mayores `harrijasotzailes´, los obreros de la construcción, y eso es algo completamente natural. ¡Que nos dejen expresarnos!”.

Al hilo de lo anterior le preguntamos por las denominadas nuevas masculinidades. “Puede resultar otra manera de etiquetar, sobre todo, cuando vienes con el bagaje de esto es de mujeres, aquello es de hombres... A veces, las mismas etimologías, los calificativos o los adjetivos son una cárcel, igual que aquellos guetos en los que yo tenía que tocar el timbre para entrar”.

Non daude transexualak, emakume arrazializatuak... Madrilgo gay harrotasunaren desfilean? Vallekas, ordea, Euskal Herriarekin lotura handia duen auzo borrokalaria da, auzo harrotasuna duena, baina Udalak ez die desfilea egiteko lekurik ematen. Orube handi batean egin behar izaten dute, egokitu gabe eta tenperatura oso altuekin. 2019an parte hartu nuen. Afrikako familia horiek guztiak ikusi nituenean, emakume arrazializatuak, ijitoak... Han baziren espainiarrak, galiziarrak, errumaniarrak, marikoiak, lesbianak... Benetako errebindikazio-festa bat da hura”.

Pinkwashing: ¿Durmiendo con el enemigo?

Hoy, afortunadamente, no es necesario tocar timbres y las puertas están abiertas. El problema ahora puede ser que aquellos que instaban a cerrar la puerta quieran ahora entrar, aún sin haber sido invitados. No en vano, cada vez resulta más habitual ver a dirigentes políticos que promueven medidas que coartan las libertades del colectivo LGTBI, para después acaparar portadas en el desfile del Orgullo, en Madrid. ¿Está el capitalismo apoderándose de su lucha porque ha descubierto un nuevo nicho? Eduardo lo tiene claro. “Ayuso, la misma que nos ha llamado mamarrachos o monstruos, se acerca a Chueca (Madrid) para conseguir cuatro votos. Eso es pinkwashing”. Tal y como recoge el videoclip de Borova del mismo nombre, el pinkwashing o “lavado rosa” es la estrategia que utilizan gobiernos, empresas e instituciones para ocultar sus políticas represivas o neoliberales tras una imagen de “simpatía” hacia los sectores LGTBI. “No intentes, no quieras usar nuestras banderas”, zanja la canción.

Ahora bien, Gaviña se pregunta: “¿Dónde están las transexuales, las mujeres racializadas... en el desfile del orgullo gay?”. Rápidamente menciona el orgullo del barrio madrileño de Vallecas, un referente para él. “El Ayuntamiento no les da espacio para hacer su desfile”, denuncia, así que se ven obligadas a hacerlo en un solar enorme, sin acondicionar y con temperaturas altísimas que no permiten salir a la calle hasta que cae la noche. “En 2019 participé. Cuando vi llegar a todas esas familias africanas, mujeres racializadas, gitanas... Había españoles, gallegos, rumanos, maricones, lesbianas... Es una auténtica fiesta reivindicativa”. Afirma que tratan, precisamente, de recolocar el barrio ante el auge del fascismo.

Sin ir más lejos, relata que en una actuación en Donostia se realizaron llamadas denunciando que él trataba de adoctrinar a los más pequeños con su espectáculo. “Esto ocurre porque hay un sector en la política que está arengando a la gente para ir en contra de las libertades, de las mujeres... Es peligrosísimo”, relata. Lamenta que el Estado español tenga “un porcentaje alto de gente de derechas recalcitrante”. “El nivel político de España es espantoso. Se juega con la pandemia, con la muerte de las personas vulnerables.... Hay personas muy peligrosas gobernando”. “Yo soy cobarde -añade- pero ideológicamente haré todo lo posible para hacerles frente, aunque sea cantarles”, afirma con humor.

Reconoce que el desfile de Orgullo del centro de Madrid es más masificado, con sus luces y sombras. “Por un lado, es necesario porque sigue incomodando; por otro lado, es cierto que se trata, en su mayoría, de hombres blancos cachas y con dinero”. “Ves que contratan a gente como Marta Sánchez -continúa explicando- , pero ¿por qué no a las travestis que están todo el año trabajando en Chueca? Eso también es el capitalismo. Yo he ido a actuar al Orgullo gratis, y luego te enteras del dineral que le han pagado a esas grandes estrellas”.

Gaviña explica que la situación de las mujeres es aún más precaria, también en este sector. Nos habla de las Drag Kings: mujeres que se transforman en hombres a través del maquillaje, accesorios y complementos en un espectáculo. Del mismo modo que las drag queens suelen ser hombres que juegan con la ilusión de parecer mujeres, los drag kings quieren resaltar (o ridiculizar) su lado más masculino. Gaviña explica que éstas cuentan con muchos menos espacios de trabajo. “La mujer ha sido educada para estar en la trastienda, escondida. Los maricones solemos intentar que se nos vea; somos machos, tenemos polla, queremos follar... Es muy interesante que ellas dinamiten todo eso, hay que pelear para que tengan sus espacios”.

COVID-19

Y hablando de dinamitar, de pronto llega la COVID-19 y todo salta por los aires. Eduardo Gaviña se dio de alta en autónomos hace dos años, y después,la pandemia lo inundó todo. Hila trabajos, uno detrás de otro, para poder seguir adelante, a pesar de considerarse un privilegiado por la buena acogida de sus últimos trabajos. Aún así, hace hincapié en la precariedad imperante - también emocional- que la pandemia ha sacado a relucir, o dicho de otra formal, la tan olvidada salud mental.

“La primera ola me resultó muy dura pero la segunda fue aún peor. De pronto te ves asomándote a la precariedad y te invade el miedo. Aún no somos conscientes de los trastornos psicológicos, los problemas de insomnio, alimenticios... que va a acarrear esta crisis. Es una cadena”.
Y, por supuesto, no se olvida de lo laboral. “Los empresarios pueden utilizar el miedo a una nueva ola como la excusa perfecta para contratar a menos gente, o aprovechar la coyuntura para acelerar la digitalización en detrimento de los y las trabajadoras”. Tampoco de todas esas mujeres que se han visto obligadas a convivir, confinadas, con sus maltratadores.

“Gaur egun ere, transexualitateaz hitz egiten denean, hau esaten da: ‘Ume gorputza duen neska bat da’. Ez! Mutil jaio zen, nahiz eta emakumezko genitalak izan. Haurrek hasieratik dute argi. Niri, adibidez, errazagoa izango zitzaidan heterosexuala izatea, neskalaguna izatea eta nire aitari aurkeztea; baina ez, niri harri-jasotzaile nagusiak gustatzen zaizkit, eraikuntzako langileak, eta hori guztiz naturala da. Utz diezagutela aske bizitzen”.

Retratos

Como buen artista, vislumbra historias en cada esquina, relatos que podría retratar a través de su objetivo. ¿Pero quien podría poner rostro a la pandemia que vivimos? Gaviña no duda ni un ápice: su madre. “Mucha gente, como ella, se ha visto de pronto sola en casa, con la televisión como única vía de información, un instrumento que puede resultar peligroso, y hasta destructivo. Retrataría a todas esas personas mayores; aquellas que nos han cuidado siempre y ahora se encuentran cobrando 400 euros de pensión mientras se ven obligadas a pagar 1.000 euros por una residencia, todo ello mientras las cuidan otras trabajadoras precarizadas”. Ese sería el retrato que haría Eduardo Gaviña. Terminamos la entrevista. Ahora, toca retratarlo a él. Sonríe. No hace falta pedírselo.