“Perder dinero yendo a trabajar”: Mujeres y precariedad

23/02/2016
“Estoy perdiendo dinero yendo a trabajar”. Esta afirmación que parece un chiste no lo es, y sucede más a menudo de lo que pensamos y más cerca de lo que imaginamos. Hablamos de precariedad y de mujeres, de una relación casi intrínseca e histórica entre ambas, a pesar de que la precariedad hoy en día se extienda a todas las capas de la población.Hablamos no solo de la precarización del mercado laboral sino de la precariedad de la vida en general, y de cómo la afrontamos desde la lucha sindical y la lucha en las casas. Para ello qué mejor testigo y voz que el de las mujeres:

Maribe es una mujer de 57 años, trabajadora de una empresa privada dedicada a la ayuda a domicilio durante doce años y delegada de ELA. Ahora la empresa está en proceso concursal. Ella sigue trabajando tanto dentro como fuera de su casa aunque - en el trabajo de fuera de casa no encuentre una recompensa económica decente que lo compense- en sus palabras.

El servicio de ayuda a domicilio (SAD) según el ayuntamiento de Bilbao, es un servicio social integral, polivalente y comunitario.., cuyo objeto es el de mejorar la calidad de vida de las personas y de las familias a través de un programa individualizado con carácter preventivo, educativo, asistencial y/o rehabilitador, contribuyendo a la permanencia de las personas en su hogar, concretándose principalmente en funciones de atención doméstica y cuidado personal.

Así escrito parece un trabajo laudable, un empleo digno e importante, crucial para el bienestar común. Resulta, a su vez paradógico, hablar de ayuda pues son precisamente estos trabajos, los trabajos de cuidado y de reproducción social, los que sostienen nuestras vidas. Todas y todos somos inevitablemente interdependientes y vulnerables en algún momento de nuestras vidas. Nombrar esta evidencia parece que cuesta, pero es un aporte del feminismo imprescindible a la hora de pensar nuestras vidas, realidades y agendas políticas, entre otros.

La cuestión en este caso es que, cuando alguien se hace cargo de nuestros cuidados básicos de manera profesional y de forma remunerada parece que esa necesidad humana a cubrir en el mercado, no viene acompañada de unas garantías sociales y derechos laborales mínimos. Parece que para algunos, en este caso para los que hacen negocio y beneficio propio de ello, estos trabajos no son más que una extensión de los trabajos realizados mayoritariamente por las mujeres, trabajo de toda la vida, trabajos de ama de casa,etc:

Trabajando media jornada gano 400 euros al mes. Muchas veces tengo un servicio a la mañana de dos horas y luego no tengo otro hasta pasadas al menos otras dos horas. En ese tiempo libre doy vueltas por la ciudad, me tomo un café, me pago el transporte.., al final le doy dinero a la empresa. Es una pérdida de tiempo que no se paga, quedándome en casa hasta ahorro...”- cuenta Maribe.

Además de tener a muchas trabajadoras con contratos parciales y sin ningún horario fijo, en esta empresa de Bilbao la precariedad ha tocado techo y llegado a su máximo esplendor encontrándonos con situaciones totalmente inverosímiles. Una empresa en donde las trabajadoras son casi en su totalidad mujeres y migrantes:

...A las de fuera se les amenazaba. Se les decía que podían trabajar en negro porque así también podían pedir una ayuda social.., y luego se les decía que no protestaran porque sino la ayuda se la podían quitar. Cuando la empresa comenzó a andar en 1999, la mayoría de las mujeres migrantes trabajaban 24 horas diarias sin descanso y les pagaban mucho menos que a nosotras; de hecho rondaban los 200€ menos que nosotras. Muchas sin contrato. Podían estar un mes y medio, dos meses, sin descanso trabajando 10-12 horas diarias y ganando menos que nosotras. Incluso estas mujeres no sabían que había pagas. Habían estado 8 años trabajando sin pagas”- denuncia la sindicalista.

Y así, esta empresa galardonada curiosamente con la Q de plata del gobierno vasco en el 2009, la cual ha recibido numerosas subvenciones públicas (entre ellas, ayudas a mujeres separadas y maltratadas a las cuales se despedía tras unos meses después de su contratación), se ha dedicado a robar descaradamente a sus trabajadoras no solo horas de su vida sino una cantidad ingente de dinero sin contar claro está, la propia salud de estas trabajadoras.

... A los clientes se les cobra 18 euros la hora y a las trabajadoras 4 euros. ¿está claro el negocio, ¿verdad?. Ni pluses ni horas extras- ni de festividad ni de nocturnidad” – reivindica Maribe.

Pero desde el año pasado, éstas y otras injusticias han ido saliendo a la luz a raíz de las elecciones sindicales celebradas en el 2014. La denuncia sindical ha ido acompañada de varias publicaciones en prensa. Ello ha supuesto la retirada de subvenciones y la retirada de invitaciones a eventos públicos.

Antes nosotras no nos atrevíamos a hablar, siempre ha habido mucho miedo. Además, muchos clientes se han indignado, se han ido porque reconocen nuestro trabajo, y porque saben que están pagando un dineral al mes por el cuidado de sus familiares y que luego no se paga a las trabajadoras en condiciones.”

Al final, a pesar de que la empresa esté en plena fase de liquidación y Maribe esté sin empleo, la lucha para muchas de estas mujeres ha merecido la pena. Una vez perdido el miedo, la lucha sindical tiene sus frutos: se ha conseguido parar el saqueo y denunciar la explotación a la cual estaban sometidas estas mujeres.

No es casualidad que este artículo se escriba en vísperas del 8 de marzo y que podamos caer en el tópico de que “todos los días son 8 de marzo”. Lo que sí que es cierto es que hablar de precariedad y no tener en cuenta la desigualdad de raíz entre mujeres y hombres es hablar de una precariedad a medias, al igual que hablar de una precariedad que se restringe a lo laboral y obvia todos esos supuestos no trabajos, los trabajos domésticos y de cuidado, imprescindibles para todos y todas sin excepción.