Pura propaganda (Astekaria 136, iritzia)

2004/05/16

Me disponía a abandonar la sede de la Hacienda foral de Bizkaia tras hacer mi declaración de la renta cuando una amable encuestadora, tras preguntarme si disponía de dos minutos para atenderle, me ha formulado una serie de cuestiones sobre la campaña de la renta: que si me han atendido bien en Rentanet, que si he quedado satisfecho, que si he concertado la cita para la declaración por teléfono o por Internet, que si conozco tal o cual sistema de hacer la declaración, que si recuerdo el lema de la campaña de la renta... Ninguna pregunta sobre mi opinión sobre el hecho de que la rentas del trabajo paguen mucho más que las de actividades empresariales o profesionales, sobre el hecho de que no sólo no se consienta el fraude fiscal, sino que, por lo que parece, se haya llegado a amparar desde altas instancias de la propia Hacienda, o sobre el hecho de que cada reforma rebaje aún más los impuestos de las rentas más altas.

He contestado con formalidad "al fin y al cabo la trabajadora de la contrata de encuestas no tenía culpa" aunque me iba cabreando a marchas forzadas pensando que algún día saldrá el diputado general informando de que las encuestas revelan un alto grado de satisfacción de los contribuyentes con su diputación y su hacienda.

Y es que no hay nada como mandar, porque te permite hacer campañas de imagen para convencer a la ciudadanía de que lo que han decidido hacer los que mandan es lo que en realidad le conviene; campañas de intoxicación que "no hay por qué reparar en gastos" pagan los propios intoxicados. La impúdica campaña sobre la Y ferroviaria es otro ejemplo de este tipo de propaganda.

El denominador común de estas campañas institucionales es que la propaganda sustituye a la información. La propaganda, también la institucional, se dirige a vender un determinado producto, en este caso la aceptación acrítica de lo que han decidido los que mandan. Se ocultan los aspectos menos favorables de las decisiones, sus consecuencias o las alternativas que puedan existir. Se trata, en definitiva, de eludir el debate social, de evitar que la ciudadanía tenga datos y, sobre todo, se ponga a pensar sobre si la forma en que los que mandan hacen las cosas es la única posible o se pueden hacer las cosas de otra forma.

Y es que, por muchas apelaciones a la ciudadanía que hagan, a nada teme más esta gente que a una ciudadanía adulta, informada, con criterio propio. "No vaya a ser que se vuelva loca", como diría el ínclito presidente Miguel Sanz, y decida decidir por sí misma.

G.K.