Las cuidadoras viven en precario; los usuarios sobreviven en precario

04/07/2019
Aitziber Aramberri Aristi - Trabajadora de residencias de Gipuzkoa
Me llamo Aitziber Aramberri Aristi, y soy cuidadora en una residencia de ancianos de Gipuzkoa, una de las huelguistas de un gran colectivo, formado por 5.000 mujeres, que intenta día tras día ofrecer unos cuidados dignos a 6.000 personas. Soy delegada de ELA, y llevo en huelga desde el 28 de septiembre.

Me dirijo a ti para explicarte las razones de nuestra lucha y pedir tu solidaridad con la acampada que vamos a hacer en Gipuzkoa del 4 al 6 de julio.

Queremos denunciar la cruda realidad que se vive en las residencias y centros de día de nuestra provincia. Una vez que suena el despertador, disponemos tan solo de 15 minutos para despertar, levantar, duchar y llevar a desayunar a los ancianos. Si todo marcha bien, les preguntamos qué tal han pasado la noche, mientras les calentamos el agua para la ducha. No vamos a tener ocasión, en toda la mañana, de volver a hablar con ellos. Hay que llevarlos a desayunar cuanto antes. Así está establecido.

Nos obligan a alimentarlos como si fueran patos, como a animales de granja. El reloj no perdona, y para las doce hay que llevarlos a la sala de estar, para las visitas familiares. El escaparate debe estar dispuesto. Precario, tal vez, pero bonito.

En el mejor de los casos, no llega ni a dos horas el tiempo total que pasamos con los usuarios. Por lo demás, aquí están, quietecitos, como si fueran vegetales. Las residencias se han convertido en aparcaderos de ancianos, de gente que molesta. Esa es la situación de nuestros mayores en muchas residencias: sobreviven, esperando que alguien se siente a su lado y les coja la mano. En este sector, tanto las trabajadoras como los usuarios son esclavos de la precariedad; la que padecen las cuidadoras la sufren también los usuarios. Cuando una vive en precario, el otro sobrevive en precario.

Las noches son especialmente duras, ya que en muchas residencias solo hay dos trabajadoras para atender a 100 usuarios. Van y vienen sin cesar, noche tras noche, subiendo y bajando cinco pisos.

LA BRECHA SALARIAL, UN ABISMO DE GÉNERO

La corriente se lleva, según parece, las declaraciones que hacen los políticos a favor de la igualdad con motivo del 8 de marzo. Muchas trabajadoras de residencias viven angustiadas, porque siguen siendo pobres pese a tener un empleo: llevan veinte años trabajando y reciben un sueldo de 800 euros.

La brecha salarial se ha convertido en abismo de género. Comparando sus sueldos con los de los hombres que trabajan en el sector privado, la diferencia es del 30 %, es decir, 6.000 euros al año. Ser mujer nos sale muy caro.

La explicación de dicha diferencia es muy sencilla: los cuidados no se consideran “trabajo”. Si fabricáramos tornillos, por ejemplo, sería otra cosa; pero nosotras solo limpiamos, somos “limpiaculos”. Así se lo dijo el jefe de la patronal de Bizkaia a las huelguistas. Cuando nos miran, no ven trabajadoras; ven mujeres. Y cuando el cuidado de las personas, del que se han encargado las mujeres a lo largo de la historia, se ha desplazado de los hogares al mercado, lo ha hecho con todos los ingredientes de la precariedad: provisionalidad, jornadas parciales y elevada carga física y emocional. Por eso, cuando nos hemos plantado, se les ha atragantado y han recurrido al chantaje emocional: intentan que nos sintamos culpables.

Pero tenemos muy claro que somos trabajadoras, que no cuidamos a nadie por amor. Con amor, sí, pero no por amor. Somos profesionales, y esta es nuestra profesión. Tenemos derecho a trabajar con dignidad, al igual que los usuarios tienen derecho a que se les cuide dignamente.

¿UN SERVICIO PÚBLICO DE CUIDADOS?

Ironías de la vida: no valoran nuestro trabajo, pero se enriquecen a nuestra costa. Trabajamos en empresas subcontratadas por la Administración Pública (el 70% de nuestro trabajo está subcontratado). Dejan en manos privadas un servicio que debería ser público, condenando a trabajadoras y usuarios a condiciones de vida precarias. Lo que antes era el negocio del ladrillo se ha convertido ahora en el negocio de los cuidados. Las residencias públicas están desapareciendo; es una manera de reventar el sistema público.

EN PRECARIO VIVEN LAS CUIDADORAS, EN PRECARIO SOBREVIVE LA GENTE A LA QUE CUIDAN

“La vida es lo primero”, “Demos prioridad a la vida”… Son eslóganes que todos hemos repetido, pero si de verdad queremos dar prioridad a la vida, es condición sine qua non garantizar unos cuidados dignos. Porque sin cuidados no hay vida.

Hagamos visibles todos los trabajos de cuidados que hacen posible la vida, tanto los que se hacen gratuitamente como los que se hacen a cambio de un sueldo miserable. Pongamos nombre a las cuidadoras: Soraya, Itziar, Kati, Ana, Begoña... Pongamos nombre, también, a los que reciben los cuidados: Amaia, Karmen, Juan... La lista es muy larga en —por ejemplo— residencias y centros de día. Porque la precariedad de las cuidadoras es también la de las personas a las que cuidan. Esta es su historia, y también la de tu madre, tu padre, tu hermana. Tu historia, la de todos. Hoy, la huelga la hacemos nosotras, pero mañana la victoria será de todos y todas, porque el derecho a unos cuidados dignos es colectivo.