Los gobiernos bien, las familias mal
En una coyuntura en la que las familias trabajadoras se encuentran agobiadas por el endeudamiento, los gobiernos vascongado y navarro han liquidado su presupuesto con superávit.
Lo que, a primera vista, puede parecer señal de administración estricta y concienzuda de los recursos públicos, no es sino roña y tacañería para atender necesidades sociales. A nuestros administradores les pasa lo que denunciaba Galbraigth que les pasa a los neoliberales: que el gasto público les empieza a resultar una carga insostenible cuando se tiene que destinar a quienes más lo necesitan.
La política progresista se distingue por utilizar la fiscalidad y el gasto público para acortar las diferencias sociales: por una parte, carga la mano en los impuestos sobre quienes más tienen y más ganan, y, por otra, gasta en dotar al conjunto de la población de servicios y prestaciones sociales. Y es que una política progresista se conoce por poner en práctica un reparto más justo de la riqueza.
La política de nuestros gobernantes, neoliberales militantes, es, justo, la contraria: alivian la presión fiscal de las rentas más altas, con la consiguiente merma de la recaudación, y aplican el rigor en el gasto social. Esta política nos coloca a la cola de la Unión Europea en nivel de gasto social, y se traduce en desatención o atención muy deficiente de necesidades sociales fundamentales. Por poner un ejemplo, los presupuestos públicos destinan una cantidad irrisoria a la política de vivienda, al tiempo que la carestía de la vivienda se ha convertido en la principal razón del endeudamiento que ahoga a tantas familias.
Y nuestros gobiernos, presumiendo de superávit.
German Kortabarria, Idazkari Nagusi albokoa