Conquistando el poder simbólico en las residencias de Araba

03/10/2023
Elisa Rodríguez (Trabajadora de Residencias de Araba) y Urdax Bañuelos (ELA Gizalan)
Hace unos días se hizo pública la convocatoria de nuevas jornadas de huelga en las residencias de la tercera edad de Araba. Serán 8 jornadas de huelga hasta final de año, con lo que sumarán 39 desde 2019. este colectivo de mujeres, uno de los más precarizados de la CAPV, con estas nuevas huelgas no solo dan un paso cuantitativo, sino también cualitativo, para conseguir un convenio justo. Una apuesta clara de aumento gradual del conflicto para impulsar unas negociaciones en las que tanto la patronal como las instituciones ya no pueden seguir mirando hacia otro lado.

Tanto ELA como las personas en huelga tenemos claro el camino a recorrer, que no es otro que las luchas que nuestras compañeras de las residencias de Bizkaia, Gipuzkoa y Nafarroa están llevando a cabo. El acuerdo alcanzado en Bizkaia que mejora el convenio colectivo es el espejo en el que nos miramos. Por lo contenidos, sí; pero también, y sobre todo, por el poder simbólico que ha supuesto y va a suponer.

El sociólogo francés Pierre Bordieu en su análisis sobre las relaciones de poder y los sistemas de dominación vino a teorizar el poder simbólico y su funcionamiento en las personas. Poder simbólico que se encuentra presente en todo conflicto social, al igual que en el poder político, económico o jurídico. Aunque erróneamente se han venido analizando los momentos políticos sin tener en cuenta el poder simbólico y cómo influye en los mismos, en un conflicto laboral como el de los cuidados, y más concretamente en el de las residencias de la tercera edad, el simbolismo cobra, si cabe, un mayor protagonismo.

Bourdieu señaló también que el poder simbólico no ejerce su fuerza utilizado estructuras conscientes, como hacen los otros poderes, sino mediante esquemas invisibles que la persona interioriza: el habitus. El habitus, por tanto, viene a ser el conjunto de reglas de juego impuestas que cada persona materializa en su cuerpo y por las cuales entiende lo que ocurre a su alrededor. Así, el habitus es diferente según la clase social, el género o el país de nacimiento, por ejemplo, y sirve para crear un orden social en las personas.

El habitus comienza a aprenderse en la infancia en la familia y en la escuela y no se deja de reproducir nunca. En este sistema heteropatriarcal en el que vivimos, toda persona conoce qué es lo que puede hacer y, sobre todo, qué es lo que debiera hacer.

En el conflicto de residencias de Araba, y en todo conflicto social, el habitus funciona protegiendo el statu quo. Para eso está construido y ésa es su función. Estas mujeres, muchas de ellas racializadas, son rehenes de contratos parciales y de duración escasa; de una atomización total de las relaciones laborales y sufren unas cargas de trabajo muy altas. Por dar sólo un dato, estas trabajadoras realizan por convenio 1792 horas y perciben un salario de menos de 1.100 euros al mes.

Hay tanta precariedad, que movilizar al colectivo es un verdadero logro, porque muchas de estas personas temen perder su puesto de trabajo. Así lo creen porque así se lo han hecho creer las patronales y las administraciones públicas que miran hacia otro lado. Las instituciones apuestan por la privatización de los cuidados, y las patronales siguen haciendo negocio de esas decisiones políticas. El habitus impera muy bien.

Pero este colectivo, al igual que lo han hecho otras muchas mujeres en la historia, está rompiendo de una vez por todas con el habitus impuesto, por el cual una mujer no puede protagonizar huelgas y no puede lograr mejorar sus condiciones laborales. Una mujer que se dedica a los cuidados no puede alzar la voz. Pues bien, este colectivo con organización y lucha está rompiendo con esta situación que protege con sus normas el statu quo. Se están haciendo con el poder simbólico.