La Cumbre del Clima COP27, vista desde el ecofeminismo, es aún peor

16/01/2023
Cuando hicimos la valoración de la COP27 consideramos una vergüenza lo firmado. Estas cumbres no hacen más que profundizar la crisis ecosocial y por eso siempre hemos reivindicado la justicia climática. Pero no hay justicia climática sin feminismo.

Ya hemos dicho muchas veces que la justicia climática es una lucha de clase, pero también es una lucha feminista. El ecologismo nos define un techo que no podemos sobrepasar y el feminismo nos define el suelo mínimo que debería tener toda sociedad. La justicia social y la justicia climática deben estar entre estos dos limites, y en estos momentos no se cumple con ninguno de los dos. Por eso nuestra lucha tiene muchos matices, pero las mismas reivindicaciones.

Vivimos una crisis ecosocial sin precedentes, casi nadie se cuestiona el riesgo que corremos. Pero este riesgo no nos acecha a todas por igual, ni con la misma fuerza ni con la misma velocidad, depende del nivel de explotación que vivimos. En la COP27 se vio claramente que las “soluciones” no son para todas.

Hay diferentes visiones a la hora de valorar estas cumbres, pero una debe ser fundamental: el ecofeminismo. El ecofeminismo denuncia una estructura cultural, política y económica. Esta estructura destruye los ecosistemas y desarticula las comunidades, ejerciendo violencia sobre la vida de las personas. Sólo aplicando criterios ecológicos y de igualdad conseguiremos derribar esta lógica y enfrentarnos a la crisis ecosocial con justicia. Pero las autoridades que actualmente desarrollan políticas públicas no tienen intención de hacerlo.

Las cumbres de la COP se articulan en torno a tres ejes: daños, responsabilidades y medidas a adoptar. Y es imprescindible analizarlos con una mirada ecofeminista.

Los daños asociados al cambio climático y a la crisis ecológica se sufren de forma diferente según la clase, la raza y el género. En esta situación las mujeres tienen peores condiciones de vida. Las razones principales son una menor autonomía en la movilidad y en la toma de decisiones ante situaciones de riesgo, un menor poder y formación en la gestión colectiva de las dificultades y una mayor responsabilidad en los cuidados obligados. Todo esto se ve agravado por el menor acceso a servicios y ayudas. En caso de catástrofes se observa claramente esta situación de vulnerabilidad, reflejado en la mayor mortalidad de las mujeres. En el ciclón de Bangladesh en 1991, el 90% de las muertes fueron de mujeres. Pero esta vulnerabilidad también se da en el día a día, en las vidas de las mujeres se cruza la sobreexplotación de la tierra, la disminución de los recursos, el racismo y la precariedad. El caso de la industria alimentaria es significativo, pero hay situaciones menos tangibles pero de la misma gravedad, como la continua destrucción de los servicios públicos cuando los cuidados se han asumido de forma muy precaria, o la creciente dificultad para muchas mujeres para acceder a recursos básicos como la energía o una alimentación saludable.

A la hora de analizar las responsabilidades es evidente que el cambio climático lo provocan unos y lo sufren otros. La crisis ecosocial es una consecuencia directa de los sistemas capitalista, patriarcal y colonial. Los sectores altamente insostenibles son consecuencia de la interrelación entre estos sistemas: el sector armamentístico, el extractivismo, las nucleares o la industria química. La agroindustria y el sector financiero también están en la base de la crisis. Estas actividades económicas emiten gases de efecto invernadero y generan gran cantidad de residuos, destruyendo los ecosistemas y provocando cambios en los mismos. El mantenimiento de estas actividades requiere la explotación de los trabajadores y la reproducción social gratuita. Nos encontramos con la lógica contraria en los empleos feminizados y en los trabajos de reproducción social: en el confinamiento quedó claro que los trabajos de cuidados son los necesarios para sustentar la vida y satisfacer las necesidades básicas de las personas, además de ser sectores con necesidades mínimas de materiales y energía. Estos trabajos han apoyado a la comunidad en situaciones de dificultad. Incluso en épocas en las que los recursos energéticos y materiales son más escasos, las estrategias organizativas siguen estando protagonizadas por las mujeres. Por ello, ante esta crisis y la dependencia de las energías fósiles, debemos basarnos en sistemas de producción y reproducción que desarrollan las economías feministas y que responden al sostenimiento de la vida.

Por último, en cuanto a las medidas a adoptar, hay que destacar que los mercados y las multinacionales no van a solucionar esta situación, ni tampoco los gobiernos que las representan. Su único interés es la acumulación, aunque pongan en peligro las condiciones básicas para llevar a cabo la vida. Un claro ejemplo es el de la lucha de las campesinas del Sur global contra el extractivismo. Las medidas a tomar deben ser rigurosas e inmediatas y estar basadas en las necesidades de las personas y del planeta. Las mujeres están en primera línea en estas luchas para que la comunidad tenga vidas dignas y se adapten a los límites del planeta.

Debemos enfrentarnos a la crisis ecosocial en clave feminista, con iniciativas inclusivas que respondan a los intereses colectivos. Por eso es importante que el feminismo esté presente en la gestión de los procesos ecosociales justos y en los espacios de decisión, como debería haber sido en el COP27 y como debería ser en el resto de políticas públicas.