Sin avances desde Copenhague (opinión)
Han transcurrido ya casi 20 años desde la cumbre de Río, de 1992, donde se aprobaron las reducciones de gases de efecto invernadero. Aquella cumbre fue el punto de partida para la preparación, en los años siguientes, del Protocolo de Kyoto. Desde entonces las investigaciones científicas sobre el efecto de la actividad humana en el cambio climático han ido consolidando sus conclusiones hasta hacerse incontrovertibles: aumento de temperatura, virulencia de fenómenos meteorológicos, sequías, inundaciones, subida del nivel del mar, migraciones, vulneración de derechos humanos... Las limitaciones del modelo económico capitalista que padecemos son patentes. Es preciso cambiar de modelo.
Pero los gobiernos no han sido capaces de enfrentarse al problema y de buscar una solución. En diciembre de 2009 los gobiernos del mundo se reunieron en Copenhague, en la cumbre COP15. Entonces esperábamos un acuerdo vinculante para atajar el cambio climático, un acuerdo continuador del Protocolo de Kyoto; pero sólo se firmó un mínimo Acuerdo de Copenhague, donde se recogieron las propuestas de reducción de emisiones de cada país, pero sin establecer ningún compromiso. En aquel momento los signatarios en su mayoría se mostraron muy satisfechos con el acuerdo, y aseguraron que en el COP16 de 2010 se llegaría a un acuerdo vinculante.
Aunque no se vea reflejado en los medios, ese momento ya ha llegado, un momento que debería de ser decisivo. Estamos en vísperas de la reunión del COP16 de Cancún, que tendrá lugar del 29 de noviembre al 10 de diciembre, y podemos asegurar que tampoco esta vez se hará nada. Durante 2010 se ha hecho una lectura común de la situación a largo plazo, como en las anteriores cumbres, según la cual se constata la gravedad de la situación y el compromiso de buscar soluciones; pero el texto no llegará en ningún caso a convertirse en una resolución firme. Han tenido todo el año para avanzar en las negociaciones; pero, sin embargo, se ha retrocedido. Se han tratado solamente los puntos que ya estaban en el acuerdo (financiación, acomodación a los efectos del cambio climático, transferencia de tecnología...), y se han evitado los temas más controvertidos, como, por ejemplo, los compromisos de reducción de emisiones. Cada país se ha reafirmado en las reducciones que tenía aprobadas en el Acuerdo de Copenhague. Visto lo sucedido a lo largo del año 2010 ¿qué podemos esperar de la conferencia del COP16 de Cancún?
Por desgracia, no mucho. A día de hoy el único instrumento que tenemos es el Protocolo de Kyoto, y tiene una caducidad próxima, ya que perderá su vigencia en el 2012. Para entonces debería sustituirlo otro tratado, pero está claro que no habrá ningún acuerdo vinculante. La negociación se ceñirá solamente a unos puntos concretos, para los que se tratará de alcanzar acuerdo, y los demás quedarán postergados. Nos dirán que para llegar a una auténtica solución deberemos esperar al menos otro año más. Los mismos mandatarios declaran, incluso antes de reunirse el COP16, que no habrá acuerdo vinculante; y que se trabajará con el horizonte del COP17. Pero, visto lo sucedido en 2010, ¿quién se va a creer que vaya a lograrse nada en el 2011?
Sin embargo, en caso de no firmarse nada, desaparecerá la obligatoriedad de reducción de emisiones impuesta a ciertos países por Kyoto. Ello supondría un retroceso considerable, la solución de la crisis climática y ecológica se dejaría nuevamente en manos de cada país. El escenario sería desastroso, dado que la nula voluntad de muchos países ha quedado bien patente en el proceso de negociación. Kyoto no ha resultado ser un buen instrumento, ya que muchos países todavía no han cumplido lo firmado, y que además no a todos los países contaminantes se les han impuesto reducciones obligatorias. Pero ha sido un primer paso en la lucha contra el cambio climático. Si en los próximos años no se aceptan compromisos de mayor calado y obligatoriedad, no serán suficientes la financiación, las medidas de adaptación a los efectos, ni la transmisión de tecnología acordadas. Si no se encuentra una auténtica solución, llegaremos, más pronto que tarde, a un punto irreversible.