Y tú, ¿ya sabes algo?

25/09/2024
Katia Henríquez- ELA
Esa es la pregunta que me hace un afiliado al entrar en el despacho en el que paso citas de filtro jurídico. Ni `Egun on´, ni `Kaixo´. Entra diciendo: “Y tú, ¿ya sabes algo?”.

No es la primera vez y, tristemente, supongo que no será la última. Parece ser que, al ver a una mujer como yo, es decir, de origen extranjero, joven, de piel morena y con acento diferente, algunos afiliados se toman la libertad de poner en tela de juicio mi valía y los conocimientos que tengo para atenderles y ocupar el puesto de trabajo que me ha sido asignado en el sindicato.

También me pasaba en mi anterior puesto. Una vez estaba sentada en un despacho con cristalera esperando a hablar con otro afiliado. En ese momento era responsable en la federación de Zerbitzuak (Servicios) y, entre otros, llevaba el sector de limpieza en una comarca.

Me llamó la compañera que estaba en centralita para decirme que había un afiliado que preguntaba por la responsable de limpieza. Le dije que le hiciera pasar para atenderle. Mi compañera le indicó donde estaba. Él dio varias vueltas mirando de manera incrédula hacia mi mesa. Intenté saludarle, pero se alejó, volvió, y se volvió a alejar. Regresó donde mi compañera y le dijo que la responsable no estaba. Mi compañera le tuvo que explicar que la responsable era yo.

Cito estos dos ejemplos, pero podría citar muchos más de algo que claramente es `racismo oculto o tácito´. Para entender este tipo de racismo hago referencia a la imagen de un iceberg. Una montaña de hielo que flota en el mar, de la cual sobresale únicamente la octava parte. Es decir, que cerca del 88% está oculto o es invisible. De manera similar al iceberg, el mayor porcentaje de racismo es tácito, está impregnado en el subconsciente colectivo, algunas veces se manifiesta en forma de agresiones directas, pero muchas otras no. Surge de manera inconsciente con el objetivo de perpetuar privilegios. En este caso podemos hablar de privilegio blanco, masculino y heteropatriarcal.

En el imaginario social, a las personas (sobre todo, a las mujeres) racializadas se nos asigna un espacio, una ocupación y unas características determinadas, y este estigma nos conduce a la discriminación. En este sentido, el racismo se ampara en el hecho de que los privilegios invisibles son lo normal. En ese imaginario, las personas con raíces en el sur global no podemos ocupar puestos con cierto nivel de cualificación o responsabilidad. Hago esta afirmación a raíz de charlas y encuentros con otras mujeres racializadas que han vivido situaciones similares. Por tanto, escribo estas líneas desde la recopilación de vivencias comunes que se reconocen colectivas y que son parte de la estructura del mundo racista en el que vivimos.

Una de las consecuencias perversas del mecanismo racista es que, al normalizar los privilegios en los contextos educativo y laboral, se perpetúa el privilegio. De modo que determinado tipo de estudios, formación, capacidades y, por consiguiente, el desempeño de ciertos puestos de trabajo está reservado únicamente a las personas blancas.

De todo esto no eres consciente hasta que lo vives en carne propia. Para entenderlo podemos usar el símil de que los hombres no son realmente conscientes de las violencias que sufrimos las mujeres porque ellos no las sufren. De igual forma, si no eres una persona racializada, no puedes saber realmente cómo se vive este tipo de discriminación y violencia.

Frente a esto pregunto: ¿Qué podemos hacer para no ser parte y cómplices del mecanismo racista? ¿Es posible hacer auto análisis para darnos cuenta del privilegio? Si todas y todos asumimos la responsabilidad de hacer visibles los privilegios estaremos más cerca de poder combatirlos y, así, avanzar en la construcción de una sociedad más justa.